Luis Rubio
En su libro The Big Short, recientemente dramatizado en la película La Gran Apuesta, Michael Lewis describe un problema complejo de manera fácilmente comprensible. El colapso de los mercados financieros en 2008 constituyó el final de años de desarrollo de productos cada vez más complejos y dependientes de variables que, sus creadores suponían, no estaban vinculadas. Cuando se impuso la realidad, resultó que lo que bajo condiciones normales no estaba relacionado, en circunstancias críticas se articulaba, magnificando el riesgo. El problema es que Lewis solo describe, con enorme gracia, los síntomas; jamás llega a sus causas últimas.
La sucesión de eventos que llevó al colapso, y los instrumentos involucrados, es conocida; sin embargo, lo que éste y otros libros tienden a omitir es la razón por la cual se diseñaron esos instrumentos “infernales”. Décadas de observar a varios de los actores más trinchones en el sector financiero internacional me han convencido de dos cosas: su inteligencia y creatividad, por un lado, y su conducta, casi pavloviana, por el otro. Se trata de una combinación que puede ser extraordinariamente benéfica para el desarrollo económico, pero también letal en ciertas circunstancias. En palabras de economistas: los incentivos estaban desalineados.
El fondo del asunto no reside en los hechos mismos, hoy ampliamente conocidos, sino en las circunstancias en que se dieron: ¿Qué llevó a que se desarrollaran productos tan claramente riesgosos? Lo que todos sabemos es que la crisis se produjo porque se realizaron préstamos, sobre todo hipotecas, que luego los bancos que las habían colocado revendieron por todas partes. En condiciones normales, las familias que habían obtenido esos créditos las hubieran pagado a lo largo de las décadas, generando los fondos para que el sistema funcionara debidamente y los tenedores de esos títulos obtuvieran el retorno pactado. El problema fue que muchas de las familias que obtuvieron los créditos, tal como ridiculiza Lewis, abandonaron las casas hipotecadas, cercenando el círculo virtuoso. Lo que Lewis nunca explica es qué es lo que llevó a que se le concedieran hipotecas a personas que claramente no tenían capacidad de pago.
Mervyn King, ex-gobernador del Banco de Inglaterra explica el otro lado del fenómeno: en lugar de describir escenas heroicas y justificatorias como hace Ben Bernanke, el presidente de la Federal Reserve en los momentos críticos, en su biografía, King se aboca a lo trascendente: qué es lo que hizo que el sector financiero se convirtiera en el talón de Aquiles de la economía mundial.
El título del libro de King dice mucho: El Fin de la Alquimia. King analiza el acertijo que yace en el corazón del sistema financiero desde tiempos ancestrales: la falacia que reside en la aceptación de depósitos del público que pueden ser demandados en cualquier momento, frente al otorgamiento de créditos de largo plazo. Esto, por supuesto, no es algo novedoso: es la esencia del sistema financiero: los banqueros han creado complejos instrumentos que no garantizan que haya suficientes fondos en caso de una excesiva demanda de corto plazo.
El problema de fondo, dice King, es la presencia deriesgos a la estabilidad cada vez más cada vez más complejos frente a los operadores del sistema, personas creativas que no tienen el menor incentivo para ser cautos o velar por la estabilidad del sistema. Es decir, King describe el problema que se presenta para el regulador, como fue él de uno de los bancos centrales más importantes del mundo, cuando los incentivos están desalineados.
En el corazón del colapso del 2008 se encuentra un ordenamiento político que los financieros implementaron de manera sumamente creativa, pero a la vez escandalosa y llena de vicios. Los políticos, especialmente un senador y un congresista estadounidenses, por años presionaron a los bancos para que prestaran dinero a familias pobres para que se hicieran de una casa. Hábiles, los financieros diseñaron un tipo de hipoteca que entrañaba pagos mínimos y sin intereses por tres o cuatro años que luego ascendían de manera vertiginosa. Los acreditados vivieron en las casas mientras el pago era conveniente y las abandonaron inmediatamente después: actores perfectamente racionales. Por su parte, los financieros habían satisfecho el requisito político, obtenido sus bonos por colocar muchos créditos muy rentables, dejando que el diluvio viniera unos años después. Para entonces, todas esas hipotecas habrían sido vendidas a inversionistas que habían sido engatusados.
Enorme creatividad y enorme riesgo. Como observa King, el fenómeno es perfectamente explicable y sumamente difícil de erradicar porque chocan las demandas políticas con los incentivos de actores financieros inteligentes y racionales. Estos son conflictos que nunca acaban de resolverse, pero que pueden ser mitigados con una regulación idónea que parta del reconocimiento de la naturaleza humana como es y no como uno quisiera que fuera.
Agustín Carstens acaba de ser nombrado cabeza de la institución regulatoria más importante del mundo en materia bancaria. Su experiencia e inteligencia podría contribuir a evitar la próxima crisis. No es un reconocimiento menor.
www.cidac.org
@lrubiof
a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org