México en el mundo

Revista Alto Nivel – Noviembre 2015

Luis Rubio

Para anunciar la rendición de su gobierno en 1945, el emperador Hirohito utilizó una peculiar formulación lingüística: “La situación militar se ha desarrollado no necesariamente de manera ventajosa para Japón”. El fraseo sugiere la complejidad del momento, pero sobre todo la incapacidad para comprender las circunstancias que habían llevado a la derrota. México fácilmente podría decir lo mismo.

 

México ha avanzado mucho más de lo que parecería a primera vista: si uno ve hacia atrás, la magnitud del cambio es impactante. Aunque nuestra forma de avanzar es peculiar (típicamente dos pasos hacia adelante y al menos un para atrás), el avance es real. El cambio en México ha sido más producto de falta de alternativas que de una comprensión cabal del momento que nos ha tocado vivir y de la convicción de poder salir exitosos. México ha cambiado mucho, pero ese cambio ha sido renuente y con frecuencia a regañadientes.

 

El proceso reformador comenzó en los ochenta en un entorno internacional radicalmente distinto al actual. Aunque no lo sabíamos entonces, la guerra fría estaba a punto de concluir y la globalización desataba fuerzas incontenibles que pocos comprendieron en el momento. Hoy la característica del mundo es de un creciente desorden con fuertes tendencias centrífugas. La crisis, esencialmente fiscal, de los últimos años ha llevado a innumerables países a enconcharse.

 

Nada de eso, sin embargo, cambia dos factores esenciales: uno, que la tecnología avanza de manera incesante y nadie puede abstraerse de ella o de sus consecuencias. El otro es que la globalización, aunque sujeta a regulaciones gubernamentales que podrían cambiar, ha alterado tan profundamente la forma de producir, consumir y vivir que es impensable su desaparición. Es decir, por más ajustes que se pudieran dar en las reglas del comercio o en las relaciones entre países, es inconcebible que la población del mundo deje de tener acceso inmediato a la información y que busque y demande satisfactores igualmente inmediatos.

 

En este contexto, los países no tienen más alternativa que actuar proactivamente para preparar a sus poblaciones para la ola de crecimiento que viene y que va a caracterizarse por elementos para los que difícilmente estamos preparados o, como sociedad, dispuestos. Por ejemplo, parece obvio que la tecnología seguirá avanzando de manera irredenta, que ya no existen mercados masivos sino nichos cada vez más especializados (y rentables) y que el comercio digital, que privilegia el conocimiento y la creatividad por sobre cualquier otro activo, dominará la producción y, sobre todo, la generación de valor en el futuro.

 

Más allá de gobiernos, partidos o ideologías, México requerirá enfocarse hacia la creación de condiciones para poder salir de su letargo y darle a la población oportunidades que por décadas le han sido negadas, gracias a un sistema de gobierno caduco y débil y un aparato educativo que privilegia el control sobre el desarrollo de habilidades y creatividad. El reto que esto entraña es enorme porque se trata de procesos que, por definición, llevan décadas en consolidarse, lo que implica que cada día que se pierde se pospone la oportunidad, algo particularmente preocupante dada la transición demográfica: si los jóvenes de hoy no se incorporan a la economía del conocimiento, México acabará siendo un país de viejos pobres en unas cuantas décadas.

 

En su discurso inaugural como gobernador de California, Reagan dijo algo perfectamente aplicable al México de hoy: “Por muchos años nos han dicho que no hay respuestas simples a los complejos problemas que están más allá de nuestra capacidad de comprender. La verdad, sin embargo, es que sí hay respuestas simples; el problema es que éstas no son sencillas”.

 

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