El reto de la modernidad

Luis Rubio

El momento era único: Nehru, primer ministro de India, observaba el funcionamiento de la bolsa de valores en Londres. Legiones de operadores compraban y vendían acciones siguiendo el procedimiento tradicional: a gritos. Impresionado ante el espectáculo, Nehru alcanzó a decir, en tono despectivo, “se gritan unos a otros y se dicen civilizados”. Años antes, un reportero le preguntó a Gandhi qué opinaba de la civilización occidental, a lo que respondió “creo que sería una buena idea”. El asunto es menos frívolo de lo aparente: ¿qué es la civilización y cómo sabemos si somos parte de ella o cuándo?

Hace pocas semanas escribí sobre algunos contrastes entre España y México. Muchos amables lectores me reclamaron que España vive enormes problemas, elevado desempleo y generalizado desencanto, sugiriendo que no era un modelo relevante. España es sin duda un país en problemas: aunque su economía ha mejorado, tiene una situación económica compleja y ha habido un buen número de casos de corrupción. Lo fácil sería concluir que ese país ya se fregó y que, como tantos otros, falló en su proceso de modernización.

La realidad es otra. España es un país muy distinto a México y no pretendo que constituya un modelo asible o factible para nosotros. Pero observar a otras naciones permite comprender mejor la nuestra. En España las calles están bien pavimentadas, las policías funcionan y la gente paga sus impuestos. Más allá del gobierno del día, los españoles saben que los servicios gubernamentales funcionan porque no dependen del gobierno electo. Esta es una diferencia trascendental: la existencia de una separación entre el gobierno y la burocracia es uno de los factores cruciales en el proceso de civilización. En esto España es una nación que se transformó cabalmente y el contraste con México es inconmensurable.

España se transformó en su cultura y en las actitudes de su gente. Luego de Franco, el país, todo, se liberó y pasó a otra etapa de su historia. Es obvio que han tenido buenos y malos gobiernos y es evidente que muchas cosas no funcionan. Igual, es claro que su gobierno en 2008 erró en su diagnóstico de la naturaleza de la crisis, lo que le llevó a elevar su gasto de manera radical, en lugar de corregir los agregados financieros. Vivir dentro del euro fue una bendición mientras pudieron disfrutar, como afirmaba en su momento el expresidente Felipe González, de tasas de interés alemanas con un estilo de vida mediterráneo. Cuando estalló la crisis pretendieron que era posible seguir igual, con el resultado de posponer el necesario ajuste y acabar donde hoy están.

Sus problemas son producto de dos circunstancias: primero, una serie de malas decisiones en un momento específico, encima de años de desidia en que no se elevó la productividad de su economía, a la vez que se preservaron muchos cotos de caza y fuentes de privilegio. Mientras tanto, la vida cotidiana funcionaba bien gracias a su burocracia profesional, algo que no existe en México ni en la mejor localidad del país. Aquí todo depende de políticos que cambian cada tres o cada seis años y sus humores e intereses particulares.

Segundo, y mucho más importante, los problemas de esencia, esos que trascienden la situación financiera, son desviaciones de la norma. Por ejemplo, la corrupción se persigue y se resuelve. Aquí la corrupción es el alma del mundo político y sólo se persigue cuando ese mundo se ve amenazado. En España las policías, el poder judicial y las funciones gubernamentales básicas operan al margen del gobierno. Esto nos habla de un servicio civil, de una burocracia profesional, que hace posible la civilidad y la civilización. Sus fallas son desviaciones, excepciones, no lo cotidiano.

Mientras que política es por definición cambiante, la burocracia es clave porque es, o debería ser, lo permanente. En Inglaterra los ministerios son encabezados por un profesional, un gerente, por llamarle de alguna manera, que recibe la línea del gobierno en turno para actuar, pero la burocracia como tal no se mezcla con lo político. O sea, no dejan de pavimentarse las calles o mantenerse los sistemas de transporte: los políticos deciden si se construye una nueva línea del metro o un nuevo aeropuerto, pero es la burocracia profesional la que es responsable de que eso ocurra. Esa diferencia es medular. Con todos sus problemas, España es muy distinta a México, porque los españoles han dado ese salto a la civilización que nosotros tememos o estamos indispuestos a dar.

Nuestro reto es monumental, casi como separar al Estado de la Iglesia: es separar la política de la administración cotidiana. Un ejemplo ilustra la diferencia: pensemos en las despensas que reparten algunos gobiernos o los dineros a los adultos mayores, proyectos que son decididos por los políticos, como debe ser. Sin embargo, en un país civilizado, esos programas son administrados por la burocracia profesional, no por esos mismos políticos. La diferencia es obvia: si eso ocurriese en México, más de un partido político desaparecería porque la gente vería esos programas como un derecho con costo y no como una dádiva, un mero intercambio electoral. Es un mundo de diferencia…

Lo más importante de la vida, dijo Cantinflas, es ser “simultáneo y sucesivo al mismo tiempo”. México vive la pretensión de la civilización pero la realidad del subdesarrollo. El día en que el discurso y la realidad sean consecuentes, “simultáneos y sucesivos”, el país será otro.

@lrubiof