Productores

Luis Rubio

¿Cuál es el estado actual del capitalismo?

Algo peculiar ocurre en la economía del mundo. La crisis de los últimos años, llamada «la gran recesión», ha alterado los patrones de crecimiento, minado los ingresos de buena parte de la humanidad y puesto en jaque a gobiernos, países y actores económicos en todo el orbe. En este contexto es irónico que, a pesar de la profundidad de la crisis, ningún político serio en el mundo dispute la continuidad del capitalismo. En otra era, algo similar llevó al surgimiento del fascismo. Hoy, sin embargo, los votantes en una nación tras otra han sido consistentes en elegir gobiernos centristas dedicados a enderezar el barco más que a cambiarlo. Lo extraño es que esa consistencia entre los electores no ha venido acompañada de un reconocimiento de los empresarios como generadores de riqueza en la sociedad. Thomas Sowell resume así esta circunstancia: «uno de los signos de nuestro tiempo es que hemos demonizado a los productores, subsidiado a quienes se niegan a producir y canonizado a quienes se quejan de quienes producen».

Los críticos del capitalismo son legendarios. Mucho antes que Marx inaugurara la era del análisis «científico», el Nuevo Testamento ya estaba lleno de críticas a diversos aspectos del funcionamiento de los mercados. En los últimos años, estudiosos y activistas han publicado libros y manifiestos convocando al desmantelamiento de ese sistema económico. Picketty, que goza el peculiar mérito de ser el autor de uno de los libros más vendidos pero menos leídos de la historia (Amazon lo mide a través de su lector electrónico), inició la racha, a la cual ahora se ha sumado un poderoso volumen por parte de Paul Mason intitulado Postcapitalismo, anticipando el fin del capitalismo dada la globalización y la Internet. A pesar de esto, la economía de mercado sigue avanzando sin cesar.

¿Cómo es el empresariado mexicano?

En México la creatividad que evidencian los informales es seña inconfundible de la vitalidad de la labor empresarial en el país. La cantidad de gente que se dedica a actividades creativas por cuenta propia aumenta de manera imparable. Aunque no se dicen empresarios, eso es lo que hacen: compran, venden, crean, agregan valor. Lo más impactante del mercado informal en México es su capacidad de adaptación, la versatilidad de sus respuestas y los servicios que cambian día a día, justo lo que uno esperaría de un mercado dinámico. De igual forma, miles de mexicanos son activos partícipes de la revolución digital en Silicon Valley y muchos más aspiran a serlo. Cada uno en su mundo, estos actores están transformando la vida económica en México y en el mundo. ¿Por qué entonces la baja popularidad del empresariado?

El hecho de que miles o millones de empresarios rehúsen llamarse así es significativo. En México, el título de empresario se asocia con un grupo de personas ricas y no con personas creativas y dinámicas que satisfacen las necesidades de la población. Parte de la razón tiene que ver con la percepción de que muchos empresarios no son producto de su habilidad o capacidad para satisfacer al consumidor sino de favores gubernamentales, concesiones y otros medios similares. Muchos de quienes se llaman empresarios no hacen lo que uno esperaría del empresario: adaptarse, asumir riesgos y buscar nuevas formas de responder ante la demanda del consumidor. Además, las distancias en riqueza que caracterizan a muchos de los más prominentes empresarios respecto al ciudadano común y corriente son tan grandes que es fácil asociar empresario con riqueza y no con creatividad. Quizá esto explique el rechazo al uso del término en un sector extraordinariamente dinámico de la economía como el informal.

¿Qué impide el reconocimiento de la actividad empresarial?

Independientemente de la veracidad o falsedad de las percepciones respecto al origen de la riqueza de muchos de los empresarios más visibles, es evidente que en la medida en que existan fortunas emanadas no del mercado sino del abuso, la protección y de favores gubernamentales, la solidez y credibilidad del capitalismo acaba profundamente mermada. Muchas fortunas se han construido al amparo de la política y muchos políticos emplean prestanombres para utilizar su puesto para enriquecerse. El círculo es amplio y en nada favorable al desarrollo de una economía sana que requiere, según muchos de los estudiosos más serios, que la función empresarial sea apreciada y reconocida como socialmente relevante. Sin ello no existen condiciones para que haya inversiones, se tomen riesgos y se genere un entorno vital de creatividad económica.

Al final del día, el éxito económico del país no puede depender de la creatividad del sector informal de la economía pues, a pesar de todo su dinamismo, tiene límites a su potencial. La vitalidad de la economía mexicana va a depender de que se revisen las reglas del juego, se desarrollen mercados competitivos, se formalicen los informales para darles vuelo y, con ello, se creen condiciones no sólo para que crezca la economía, la riqueza y el empleo, sino también el aprecio a la función empresarial.

El desarrollo de una economía requiere confianza entre gobernantes y gobernados y ésta no surge del aire. Un estudioso de la universidad de California que ha estudiado migrantes deportados encontró a uno que explicó que había intentado iniciar un negocio pero que acabó fracasando porque «aquí no hay reglas». No es casualidad que muchos mexicanos de origen modesto triunfen allá y fracasen aquí: allá sí hay reglas y esa es la base de la confianza en las instituciones y del aprecio a los empresarios.