¿Cuál es tu evaluación del sistema electoral mexicano actualmente?
Hace un par de años, cuando Italia atravesaba un momento electoral, una publicación europea acusó al primer ministro de padecer una enfermedad tan rara que todavía no aparecía en revista médica alguna: «proclamitis», el anuncio compulsivo de nuevas reglas del juego. Así parece ser nuestro sistema electoral. La suma de hipocresía, desconfianza y pretensión de superioridad moral ha llevado a la construcción de un sistema electoral complejo, lleno de reglas incumplibles, restricciones que nadie está dispuesto a acatar y oportunidades infinitas para que surjan quejas, litigios y acusaciones. Es claro que el problema yace en que se resolvió el asunto electoral antes que el del poder, razón por la cual nunca se alcanzará la plena legitimidad de los comicios. Sin embargo, me pregunto si no sería posible al menos reparar en los absurdos y excesos que el sistema entraña: ¿no sería mejor un sistema menos complejo y más liberal?
¿Es efectivo el enfoque que tiene el marco regulatorio en esta materia?
Un viejo principio legal -pienso en el reglamento de tránsito como ejemplo- es que todo lo que no está prohibido está permitido. Pero eso no siempre es así: Enrique Jardiel Poncela, el extraordinario dramaturgo español que vivió la dictadura franquista, escribió que la “dictadura (es un) sistema de gobierno en el que lo que no está prohibido es obligatorio”. Así también parece ser el sistema electoral y eso no ha favorecido la consecución de una mayor legitimidad: hay cerca de 40% de la población que consistentemente rechaza el resultado de una elección cuando éste no favorece a su favorito. En la pasada elección fue significativa la forma en que el presidente de Morena rechazó disputas sobre las contiendas que su partido ganó, pero sin empacho exigía modificar los resultados de las que perdió: si gano es democracia, si pierdo es fraude. La paradoja es que la mayoría de las reformas de la última década -reformas cada vez más restrictivas, extravagantes y regresivas- fueron diseñadas para satisfacer a quienes de entrada rechazan el mecanismo, especialmente al líder de Morena. ¿No sería mejor retornar al espíritu de la reforma de 1996, cuyo objetivo era un piso parejo para que hubiera competencia real? Mas libertad, menos controles.
Incluso, si uno quiere ir más lejos, hay argumentos que plantean que toda la concepción electoral es absurda. Quizá el mejor ejemplo es Don Boudreaux, profesor de economía, en su comentario sobre las recientes elecciones nigerianas: es interesante que las fotos que aparecen en la prensa mundial son de personas haciendo cola para poder votar, lo que reivindica, dice él, los prejuicios occidentales sobre la importancia del voto en una democracia. Sin embargo, «las fotos que a mí me gustaría ver serían de nigerianos o iraquíes cargando cajas o empujando carritos llenos de bienes de consumo, o pagando con efectivo o tarjeta de crédito, símbolos no del derecho a votar por políticos sino del derecho a escoger libremente en el mercado».*
¿Se trata de privilegiar más la libertad en uno de estos campos?
No hay razón por la cual uno tenga que optar: la política y la economía son dos espacios en los que la población, en su calidad de ciudadanos y consumidores, respectivamente, deciden sobre su vida. Cada uno de esos espacios requiere reglas que le permitan funcionar. Sin embargo, aunque es obvio que persisten enormes distorsiones en la economía, en nada se comparan a los absurdos electorales. El tema es fundamental y ahí reside una tensión permanente, en todas las sociedades.
La tensión entre democracia y libertad es vieja y conocida: aún en lugares en que la organización política funciona bien, siempre habrá tirantez entre el objetivo político de lograr equidad para todos y la eficiencia económica que crea disparidades entre los ciudadanos. Esa tensión ha sido una constante en la historia de la humanidad y cada sociedad ha intentado encontrar el punto de equilibrio que le sea funcional. En Europa, Estados Unidos y lo que se conoce como Occidente, la norma ha sido diversas variantes de capitalismo y democracia. En las naciones socialistas del siglo pasado se privilegió la igualdad sobre la eficiencia y en muchas de las naciones asiáticas, notablemente China, se ha enfatizado la eficiencia a costa de la libertad. Dada la desilusión democrática que ha vivido México, me pregunto qué es lo que la población preferiría, qué punto del equilibrio entre libertad y democracia favorecería. De lo que no tengo duda es que una abrumadora parte de los mexicanos piensa que el sistema electoral es excesivamente caro, y eso que realmente no tenemos idea de los montos que involucra, seguramente de un orden de magnitud decenas de veces superior al costo oficial.
¿Cómo resolver el acertijo electoral al que haces referencia?
Yo veo dos posibilidades. Una sería seguir reformando -o sea, restringiendo- de acuerdo a las quejas que se presentaron en la justa más reciente. Sin embargo, este camino exigiría que todas las escuelas de leyes desarrollen la especialidad de nimiedades para poder satisfacer disputas sobre cada cosas cada vez más irrelevantes. La alternativa sería reconocer que las restricciones no han mejorado la calidad de las elecciones, no han impedido que los tres partidos grandes sufran pérdidas significativas y -más importante- no han sido un obstáculo a la constitución de mayorías legislativas. Desde luego, lo mejor sería resolver el asunto del poder, pues eso acabaría con la proclamitis interminable (y su equivalente en las reglas electorales), pero mientras eso no ocurre, ¿por qué no hacer la vida -en la economía y en la política- más simple y razonable?
*cafehayek.com marzo 29, 2015