Luis Rubio
La discusión sobre los salarios mínimos es cada vez menos realista y más electorera. Y más riesgosa. Desde luego, nuestros políticos tienen todo el derecho de proponer ideas y plantear posturas, pero eso no le confiere razón a sus propuestas que, aunque atractivas, son altamente irresponsables.
En una de sus muchas frases geniales, esas que capturan toda una visión del mundo, David Konzevik afirma que «hoy, como ayer, hay pobres en ingresos… La gran diferencia es que los pobres de hoy son ricos en información y millonarios en expectativas». Lo que los promotores del incremento en salarios mínimos están haciendo es atizar esas expectativas. Lo que no reconocen es que vivimos en un mundo global donde el salario no es más que un precio relativo que, en su condición actual, mantiene la estabilidad política. Subir el salario sin resolver los problemas estructurales que yacen detrás no es otra cosa que fomentar el desempleo, justo en el momento más delicado de la economía mexicana en dos décadas.
Comencemos por tres verdades indisputables: primero, México está inserto en el mundo global y una buena parte del ingreso de los mexicanos se deriva de las exportaciones; como evidenció la crisis de 2009, cuando se cae la demanda del exterior, todo el país sufre. Es claro que todos nos beneficiaríamos de un mercado interno más pujante, pero igual de obvio es que esto no es tan sencillo de lograr. El verdadero déficit del país yace en las estructuras anquilosadas que nos anclan en el pasado en lugar de coadyuvar a dar un salto hacia adelante, justo lo que los exportadores y similares han logrado.
En segundo lugar, el precio de la tecnología experimenta una caída vertiginosa en todo el mundo. Por definición, el empresario siempre optimizará el uso de sus recursos: utilizará la combinación de insumos que minimice sus costos. Así, mientras que en EUA (con salarios altos) una sola persona será encargada de un estacionamiento y utilizará mucha tecnología (plumas, cajas automáticas, etc.), en México estacionaremos autos en un terreno baldío, con una legión de obreros baratos. Eso es lo que produce el precio relativo de la mano de obra y el capital. Alterar la ecuación aumentando el salario podría llevar a la desaparición de empresas pobres o, para la minoría que tenga capacidad financiera, a una transformación tecnológica que implique la evaporación de innumerables empleos. No es un asunto trivial.
La tercera realidad es que el país compite con el resto del mundo. Independientemente de la nacionalidad de una empresa o empresario, lo que cuenta para realizar una inversión son las ventajas y oportunidades (o lo opuesto). Entre éstas es obvio que factores como el mercado (y acceso a otros) y los costos de instalación y operación son todos elementos clave para su decisión.
Si en estas condiciones se eleva el salario mínimo por decisión política, las consecuencias serían anticipables. Aunque el salario mínimo pueda ser bajo, éste no es un asunto de justicia; de elevarse el salario mínimo va a producir inevitablemente una caída en la demanda de esos empleados que no cuentan con los conocimientos o capacidades que los distinguen de otros (en el mundo) para ser reemplazados por el insumo que se ha hecho relativamente más barato, es decir, la tecnología. Este no es un fenómeno teórico: es lo que ha estado afectando de manera seria, en ocasiones devastadora, los niveles de ocupación mundial. La primera línea de contención, la primera que perdería el empleo, sería precisamente la de los obreros que hacen tareas repetitivas, la vasta mayoría.
Desconocer el impacto en el empleo implicaría suponer que no hay flexibilidad en el mercado laboral: o sea, que la demanda de trabajadores es igual independientemente del salario. Sin embargo, el esquema actual en México de salarios nominales y reales bajos empata con una baja productividad y su rendimiento tiende a decrecer. La única forma de romper con este círculo vicioso es elevar la productividad de manera sistemática. El gobierno federal ha hablado de esto pero no ha producido mucho de manera concreta. Sería muy riesgoso elevar los salarios mínimos sin haber resuelto las causas de la baja productividad.
Es evidente que existen enormes diferencias de productividad en la economía mexicana. Cada empresa y sector tendrá distintas posibilidades de elevar los salarios, lo que invita no a elevar el salario mínimo sino a liberalizarlo: de liberarse el control al salario mínimo, algunas empresas podrían elevarlo de inmediato; si se obliga a todas a hacerlo, el resultado sería desempleo. Por otro lado, la única solución definitiva al problema residiría en crear mecanismos y condiciones para que se transforme la planta productiva, adquiera tecnologías modernas y disminuya sus costos. Claro está, una estrategia así sólo podrá ser exitosa de elevarse rápida y radicalmente el capital de las personas, es decir, su educación y capacidad de competir. Sin eso, la disyuntiva es mayor empleo con salarios bajos o salarios altos con menor empleo.
Hay un sinnúmero de mecanismos que el gobierno puede activar para que las empresas tengan mayor información y se preparen mejor para competir en este mundo. En las condiciones económicas, sociales y de inseguridad actuales, elevar el salario de manera artificial implicaría no sólo un aumento en la desocupación sino crear incentivos adicionales para el mercado de empleo ilegal y criminal que todo mundo sabe que está a la vuelta de la esquina.
@lrubiof
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