Perder el camino

Luis Rubio

Cuenta la leyenda, presuntamente manufacturada por Voltaire, que Isaac Newton formuló su ley de la gravedad cuando le cayó una manzana en la cabeza y se preguntó «¿por qué cayó la manzana?». Ipso facto nació su teoría. Siglos después, el PAN está empecinado en desafiar la ley de Newton. En lugar de abocarse a las tareas de gobernar y, en todo caso, evaluar tanto sus aciertos como sus errores, los panistas se empeñan en perseverar como si siguieran siendo oposición.

El PAN perdió el rumbo en dos momentos y por razones casi opuestas: en uno por no tener estrategia y en otro por excesiva rigidez. El primero ocurrió en 2001, cuando el nuevo gobierno panista tuvo la oportunidad de redefinir al sistema político y establecer los cimientos para un cambio verdaderamente democrático, pero el entonces presidente, Vicente Fox, fue incapaz de comprender las dimensiones de su propio triunfo: las fuerzas que desató la derrota del PRI o los cambios en el poder que de ahí tendrían lugar. El segundo ocurrió este año, durante el periodo electoral reciente en que el gobierno y su partido se perdieron en sus prejuicios, ignorando la dinámica electoral intermedia. Ambos momentos prometen ser definitorios para el futuro del país y del PAN.

Los mexicanos de las generaciones actuales jamás llegaremos a explicarnos cómo fue posible que Fox desperdiciara la oportunidad de oro que creó la elección de 2000 para desmantelar la estructura priísta del poder. Al llegar a la presidencia, Fox tuvo la oportunidad de negociar una transición democrática que trascendiera la dimensión electoral. El momento no sólo era propicio, sino exquisito, por dos razones: como se pudo apreciar esa noche en el Ángel, la población, incluyendo quienes no votaron por el PAN, estaba toda detrás del nuevo gobierno, ansiosa de entrar a una nueva etapa de la historia del país. La otra razón, clave en términos de la oportunidad, es que los priístas se estaban comiendo las uñas: aterrados de ser encarcelados por corrupción o por cualquier otra causa bien guardada en su conciencia colectiva, estaban dispuestos a negociar lo que fuera.

Hoy podemos soñar sobre lo que pudo haber sido el contenido de semejante pacto, pero lo evidente es que se hubiera podido intercambiar los pecados del pasado por un nuevo futuro. Fox pudo haber propuesto un acuerdo que llevara a una reestructuración de las fuentes de poder a cambio de la legitimidad de los involucrados y la paz para la sociedad. Qué tanto hubiera sido posible es materia de ficción en este momento, pero el desperdicio de la oportunidad fue monumental. El PAN inició el primer gobierno de la alternancia imitando al PRI: en vez de cambiar al gobierno se mimetizó. Hoy se parece cada vez más al PRI pero sin la capacidad y disposición- de gobernar.

En lugar de dar el gran paso, Fox se contentó con sentarse en la silla presidencial y darle al subcomandante Marcos el control de los medios. El PAN, en la figura de su presidente, mostró la gran limitación que representa su ausencia de cuadros experimentados. Nueve años después, ha evidenciado una increíble incapacidad para desarrollarlos.

Si Fox no tuvo estrategia ni visión, el segundo gobierno del PAN, en la persona de Felipe Calderón, llegó con la actitud opuesta: controlarlo todo, al grado de excluir a todos excepto a quienes le son personalmente leales, independientemente de su habilidad. La reciente elección intermedia es un buen ejemplo de las consecuencias de querer dominarlo todo. Mientras que el PRI articuló una estrategia territorial para cada uno de los estados (porque no es lo mismo Sonora y sus vergeles que Oaxaca y sus usos y costumbres), el PAN adoptó una sola estrategia nacional. Eso tenía sentido en la contienda presidencial donde los candidatos nacionales tienen presencia universal, pero es absurda cuando la dinámica es regional o local, donde el ciudadano espera respuestas relevantes a su circunstancia. El PRI le dio promesas a pasto (y muchos satisfactores materiales), en tanto que el PAN le dio críticas al PRI. La elección la perdió a pulso. Y sigue en lo mismo viendo hacia el 2010 y 2012.

La historia del PAN es rica en contenido ciudadano. Su nacimiento fue una reacción al partido de la revolución y una invitación al desarrollo de una ciudadanía fuerte. Setenta años después, los panistas lucen divididos: incapaces de comprender el poder, están experimentando la deserción ciudadana. Sus rencillas internas, increíblemente ideológicas, son incomprensibles para la mayoría de los electores; por su parte, su incapacidad para gobernar con eficacia es pasmosa. Como ilustró el sainete que ellos mismos armaron sobre los impuestos y el presupuesto, su rijosidad como partido gobernante, además de costosa y estúpida, es impactante. Lo que hace nueve años era tolerable hoy se ha vuelto insostenible. Quizá no haya mejor indicador de las nuevas corrientes que enfrenta, y confrontará, el PAN que el voto de los jóvenes que, en la reciente elección, casi ninguno sufragó por el PAN.

El PAN tiene dos opciones: una es seguir cavando su tumba en la forma de rencillas internas, conflictos provincianos y repudio al poder y a su propio presidente; la otra es comenzar a construir un partido del y para el poder, pero desde la perspectiva de su origen ciudadano. El primer camino, el que ha seguido en estos años, le llevará inevitablemente al cadalso, pero a eso lo están orillando los grupos extremistas que lo integran y que se han convertido en un factor interno de poder que es irreconciliable con la política real: la de los acuerdos y la negociación con todas las fuerzas políticas legítimas. Quizá los jóvenes que en 2009 votaron por el Verde o por otros partidos lo hicieron por la intensidad de su publicidad, pero también es posible que lo hayan hecho porque ya no ven en el PAN una opción capaz de gobernar al país.

La alternativa para el PAN es la de redefinirse en función del poder: encontrar un espacio que le permita conciliar su ideario original, el ciudadano, con la realidad del poder. Su propensión natural es esquizofrénica: por un lado repudiar al gobierno y por otro negociar reformas que constituyen una profunda traición a la ciudadanía (como la electoral y las que hoy se debaten). El PAN jamás volverá a ganar una elección presidencial si sigue siendo incapaz de presentar una opción real de poder a nombre de la ciudadanía. Su dilema es muy simple: el PRI siempre será preferible si el PAN se empeña en ser como el PRI pero sin capacidad de gobernar. O muestra que puede gobernar o retornará a lo que parece satisfacer el ánimo de sus contingentes tradicionales: la oposición.