Luis Rubio
En ocasiones el éxito y el acierto entrañan costos, a veces fulminantes. No es imposible que así resulte con el inteligente, visionario y responsable actuar de las autoridades hacendarias al adquirir futuros para asegurar que el ingreso petrolero de este año fuera suficiente para las necesidades del erario, independientemente del precio del crudo en los mercados. Al resolver un problema coyuntural, quizá hayan acabado haciendo imposible que el país enfrente sus problemas de fondo. Indeseable paradoja.
La economía mundial experimenta un creciente deterioro que parece incontenible y que obliga a contemplar escenarios distintos a los tradicionales. Parece claro que nos encontramos ante una discontinuidad histórica en la cual lo que era válido antes podría ya no serlo después y donde la tentación de tratar de anticipar el futuro a partir de extrapolaciones del pasado ya no funciona. De materializarse un cambio de paradigma, todos nuestros enfoques tendrán que cambiar.
La información disponible hace imposible saber qué depara el futuro, pero hay suficientes indicios y realidades que permiten comenzar a entender algunos de los componentes que lo podrían conformar. Si uno observa el panorama internacional, lo más impactante es la rapidez con que se empiezan a debatir nuevos paradigmas, nuevas formas de entender las cosas y de conducir los asuntos públicos. Son particularmente notorias las discusiones que están surgiendo sobre las nuevas formas de enfocar temas como el del agua, la industria automotriz, el sistema financiero y la energía. Todo esto es muy fluido y sin duda se trata de procesos de cambio que tomarán su cauce en los próximos años. Lo único que parece certero es que la crisis actual está obligando a repensar y transformar formas tradicionales de producir, trabajar y actuar. Así como han caído grandes bancos, están desapareciendo dogmas inamovibles como el de no nacionalizar industrias en países que privilegian la propiedad privada.
Todo parece estar en la picota. Mientras los políticos y legisladores, en México y en China, debaten sobre la mejor manera de enfocar sus estrategias para lidiar con la crisis, grandes fuerzas económicas, tecnológicas y sociales están cambiando la realidad a nivel ciudadano. Se trata de intentos de respuesta a una crisis que ha evidenciado la inviabilidad de modelos económicos nacionales frente a una realidad económica global y la obsolescencia de sectores industriales tradicionales ante los cambios climatológicos que hemos vivido. Si algo es evidente en este momento es que muy pocos anticiparon la crisis y muchos menos tienen idea de lo que puede implicar en términos de transformaciones paradigmáticas hacia el futuro. Lo único certero es que muchas de las verdades y dogmas de antaño dejarán de serlo.
Lamentablemente, nada de esto está ocurriendo en México. Desde luego, todo mundo entiende que estamos entrando en un periodo de crisis económica que, si bien no tiene el mismo origen que las anteriores, puede afectar a la población de mil maneras. La evidencia, dura y anecdótica, dice lo mismo: las estadísticas confirman que la economía viene descendiendo, que la producción se contrae y que las exportaciones bajan con celeridad. Por el lado anecdótico, por ejemplo, hay un puesto de comida en Veracruz que ha visto caer sus ventas a la mitad porque los camioneros que ahí paran han reducido sus corridas a la mitad ante la baja en la producción de sus clientes. Menos producción lleva a que haya menos bienes que transportar, menos demanda de transporte, servicios y comida. Las cadenas de transmisión son infalibles.
Lo mismo se puede observar a nivel cotidiano. Muchas familias han reducido sus compras al mínimo para protegerse de cualquier eventualidad. Una encuesta realizada por una empresa de microcréditos revela que casi tres cuartas partes de sus clientes no saben si seguirán teniendo un negocio en el futuro. Todo esto son pequeñas muestras de que la población percibe que algo está pasando: que aunque la crisis no haya sido hecha en México, el país no podrá abstraerse de sus consecuencias.
El problema es que, gracias al buen actuar de nuestras autoridades financieras, el impacto que la población percibe en este momento es mucho menor al que realmente está ocurriendo en el mundo. Vaya paradoja: el gobierno actúa bien y eso causa un problema adicional; en lugar de que estemos debatiendo la urgencia de erradicar mitos y dogmas, como ocurre en todo el mundo, en México estamos sumidos en debates pueriles como si un empresario es demasiado catastrofista o si el asunto es gastar más con menos restricciones. Esta crisis no es como las anteriores y exige pensar distinto. Si como sociedad no asumimos un sentido de urgencia y una disposición a cambiar nuestras formas de pensar saldremos mal librados.
La estabilidad que estamos viviendo es engañosa. Igual puede ocurrir que la producción mundial comience a caer y entremos en procesos depresivos realmente graves, como ocurrió hace ochenta años, o que se reproduzca el fenómeno japonés de la década de los noventa en que la economía no creció pero tampoco se contrajo: simplemente se mantuvo paralizada. También podría darse el milagro de una recuperación relativamente pronta. Sea como fuere, nuestros riesgos son mayores que los de los países desarrollados.
De seguir las cosas como están, en un año estaremos en una situación verdaderamente seria. Para entonces el ingreso petrolero habrá disminuido al nivel que hoy tendría de no haberse comprado esos futuros y la situación fiscal del gobierno sería sumamente crítica. Será en ese momento que tendremos que comenzar a preguntarnos qué hacer. Lo grave será que para entonces se habrá perdido el sentido de urgencia y los intereses e ideologías que animan el debate público habrán retomado control de los procesos de discusión. Peor, para entonces habrán fluido interminables promesas de las campañas y la frustración será inmensa. En lugar de un reconocimiento colectivo respecto a la necesidad de actuar de manera decisiva, andaremos en la confrontación política de siempre.
México y los mexicanos tenemos que reconocer que el mundo está cambiando y que tenemos que actuar de inmediato o nos quedaremos paralizados. Es indispensable erradicar los mitos y dogmas que han impedido el desarrollo del país pues con ellos no saldremos. Debemos comenzar por el petróleo, el IVA, la electricidad y la forma de gobernarnos. La crisis exige eso y más. Si nos tardamos, seremos incapaces de responder. De otra manera el verdadero apretón llegará justo cuando ya no haya tolerancia, sentido de urgencia o capacidad de actuar.