Mitos

Luis Rubio

Mitos, muchos mitos pululan en nuestro ambiente político y estos se encarecen en la medida en que se acerca el próximo periodo electoral. Los partidos se preparan para las elecciones intermedias de 2009, construyen estrategias y proyectos que, confían, les permitirán mejorar su posición relativa en la cámara de diputados. Cada partido en su circunstancia, pero todos viviendo de expectativas y una acusada mitología. Todos hacen supuestos que igual pueden acabar materializándose, que ser meras ilusiones. Algunos observan éxitos de otros partidos e intentan replicarlos sin reparar en el hecho de que no todo es como parece. Los mitos son distintos en cada partido, pero la mitología es universal.

Los priístas están envalentonados por su historial reciente de triunfos a nivel estatal, en tanto que los panistas intentan reconstruir su capacidad electoral luego del desperdicio que representó la falta de estrategia y realismo de su anterior liderazgo partidista. Los perredistas siguen divididos y atosigados por su fallido candidato a la presidencia. Cada uno vive sus propias penurias y conflictos, aunque algunos, sobre todo el PRI, tienen tal comprensión (y ansia) del poder que tienden a subordinar sus disputas internas en aras de maximizar sus victorias. Aquí van algunos de los mitos:

Mito uno: quien gana una elección tiene derecho a una red clientelar. Mito perverso pero casi ubicuo del que hoy hacen gala los gobernadores pero que no siempre funciona. Hay estados poco propensos al clientelismo, otros en los que el electorado responde a lógicas distintas a las tradicionales. Lo que es patético para una democracia es que nadie quiera romper con la lógica clientelar para avanzar hacia una lógica profesional y ciudadana. Los costos de mantener lealtades en términos de eficiencia social pueden ser incalculables.

Mito dos: se pierden las elecciones cuando no se juega a las clientelas. La noción de que todo en una elección depende de las clientelas políticas ha llevado a crasos errores, sobre todo al PAN, que no acaba por definir cómo construir plataformas ganadoras para los procesos electorales a nivel local. Las clientelas son la vieja forma de hacer política: aunque parezca raro dada la forma de ser y actuar del PRD, en la medida en que la ciudadanía madura, el potencial clientelar disminuye. La política social requiere profesionales que siempre serán más efectivos que los delegados partidistas que no ganan elecciones y sí distorsionan la política social. En todo caso, hoy son los gobernadores, ya no los delegados, quienes tienen las bolsas llenas de dinero. Al mismo tiempo, el mayor perdedor de la reforma electoral reciente fue el ejecutivo, que perdió toda capacidad de acción electoral y política.

Mito tres: nombrar delegados estatales de filiación partidista da una ventaja sustantiva al partido en el gobierno. Este mito resume un reclamo por parte de los priístas en contra del PAN. Se quejan cuando el gobierno federal envía como delegados a entidades gobernadas por el PRI a activistas políticos. Sin embargo, la evidencia empírica en esto es abrumadora: los gobernadores han adquirido tal poder y capacidad de dispendio que los delegados son unos meros niños de párvulos en estas materias, independientemente del partido al que pertenezcan.

Mito cuatro: si algo trae el emblema del gobierno federal, la gente automáticamente votará por el partido en la presidencia. Como en el caso anterior, los partidos de oposición han sido particularmente proclives a negarle al gobierno federal el beneficio mediático de sus iniciativas y acciones. Lo obvio es que la gente es más inteligente que eso porque su voto rara vez refleja las dádivas gubernamentales. Más bien, crecientemente responde a su intereses y a su percepción de cómo estos pueden avanzar en el futuro. La ciudadanía, aunque enclenque, va adelante de los políticos.

Mito cinco: una buena campaña garantiza la victoria. Este es quizá el mito más pernicioso de entre los que pululan el entorno político. Muchos creen que las elecciones se ganan el día de los comicios. La evidencia es casi universalmente contraria: las elecciones, sobre todo las intermedias, se ganan y pierden con el actuar sistemático del gobierno (sobre todo los locales) con la población. La ciudadanía observa el actuar gubernamental en el tiempo y premia o castiga a los partidos con ese criterio. Ninguna campaña local se gana en un solo día. Si así fuera, los gobernadores simplemente se embolsarían la totalidad de los fondos que reciben en lugar de dispendiarlos tratando de ganar adeptos.

Mito seis: el servicio civil de carrera va a encumbrar al gobierno que lo instrumentó en el poder federal. La introducción del servicio civil de carrera el sexenio pasado causó escozor entre los partidos de oposición porque consideraron que era una receta para que el PAN se afianzara en el poder. En ausencia de instituciones fuertes, el resultado fue exactamente el contrario: el nuevo sistema provocó daños, disfuncionalidades y, con frecuencia, encumbró la mediocridad. Un buen gobierno requiere de un servicio civil de carrera, pero un servicio civil de carrera no garantiza un buen gobierno. Si los incentivos no son correctos, vamos a acabar con una burocracia inamovible y mucho peor que la de antaño.

Lo que seguro no es mito es que nuestros políticos y funcionarios siguen teniendo la facultad de decidir, realmente de optar, si van a ser honestos o no, y si van a cumplir con los objetivos y responsabilidades de su función. Nuestros políticos y funcionarios siguen distinguiéndose de dos maneras: aquellos que llegan al puesto para hacer, o al menos intentar hacer, algo constructivo y productivo, y aquellos que llegan meramente para estar. Esto, por supuesto, sin considerar a los que tienen por objetivo meramente expoliar. Pocos entienden el entorno nacional y la diversidad tan impresionante que caracteriza al país y, por lo tanto, hay una marcada inhabilidad para construir soluciones que trasciendan las pequeñas realidades locales.

Muchos mitos son mitos y nada más. Otros son extraordinarios instrumentos retóricos para presionar al gobierno y forzarlo a que actué de acuerdo a los intereses de sus contrapartes. Casi todos son apuestas perdedoras para la ciudadanía porque no hacen sino afianzar prácticas autoritarias por la vía de la discrecionalidad burocrática, lo que siempre fortalece al statu quo. Desde que triunfó el PAN en 2000, el PRI ha mantenido una línea dura que ha logrado intimidar al gobierno federal, pero no ha logrado la presidencia. Capaz que falta esclarecer otros mitos.