Luis Rubio
Trabajar para la comunidad, defender los derechos de los agremiados, desarrollar programas de estudio, actualización tecnológica y construcción de capacidades personales son todas ellas acciones concebidas para construir un futuro más exitoso para los miembros del sindicato. La líder habla en términos del futuro, del desarrollo de nuevos negocios, servicio a sus bases, del cambio y adaptación a un entorno cambiante en constante evolución.
La actitud es de servicio y trabajo para la organización y no para el control de la membresía. Contrasta el estilo abierto, entrón y propositivo con la tradición legendaria de sometimiento, subordinación y explotación que históricamente ha caracterizado a nuestro sindicalismo, incluyendo aquel que se precia de progresista como escudo para ocultar su verdadera naturaleza autoritaria y hasta fascista.
Para esta líder, lo importante es mirar al futuro, frase que repite una y otra vez en distintos contextos. Sabe bien que sus agremiados necesitan apoyos, tienen carencias muy concretas y enfrentan un mercado laboral y, en general, económico que cambia con celeridad. Si el sindicato no atiende las necesidades de esos agremiados deja de tener vigencia y viabilidad. Esta realidad se convierte en un acicate que transforma la naturaleza de la relación entre la base y su liderazgo. La líder está ahí para ayudar a que mejore la calidad del trabajo y, por lo tanto, la vida de sus agremiados.
En función de esto, sus programas y actividades no se refieren a estrategias dedicadas sólo a elevar el salario que pagan los patrones, sin preocuparse de las consecuencias de ese tipo de objetivos, sino a ofrecer un amplio menú de instrumentos y servicios para que los agremiados encuentren más y mejores formas de llevar a cabo su trabajo, desarrollar nuevas capacidades, crear negocios propios y, en una palabra, logren avanzar en la vida de manera exitosa. Es decir, el sindicato está ahí para verdaderamente servir a sus integrantes.
La líder que conocí no supone que ya llegó para hacer de las suyas con los fondos sindicales ni para utilizar a los agremiados como carne de cañón para sus entramados políticos. Entiende al sindicato y a su función como una responsabilidad de servicio, y no como estamos acostumbrados: a ver llegar a los líderes a disfrutar las mieles y beneficios del poder y del control sobre los trabajadores. Más bien, ella concibe su trabajo como el de atender las necesidades de los sindicalizados y anticipar los retos que presenta el entorno, a sabiendas de que, si no cumple a satisfacción, será derrotada en las próximas elecciones.
Observar a los integrantes de este sindicato es interesante y permite dejar volar la imaginación. Los nombres son los que todos conocemos: Antonia, José, Juan, Pedro, Eréndira y Camila. Los apellidos igual: Díaz, González y Pérez. Uno podría pensar que se trata de agremiados y de un sindicato como cualquiera de los que conocemos. Pero la realidad es otra. Lo que cambia es el domicilio y la diferencia es total.
La líder que describo es mexicana (de apellido Durazo) pero vive en Los Ángeles y comanda un sindicato que agrupa a trabajadores de las industrias de servicios, sobre todo restaurantera y hotelelera, mexicanos en su abrumadora mayoría. Sin embargo, cambia el domicilio, se cruza la frontera, y todo lo demás es distinto. Allá los sindicatos están para servir al agremiado, aquí para someterlo y explotarlo.
En abstracto, uno podría pensar que dos sindicatos que representan a un grupo de mexicanos, uno en México y otro en un país distinto, serían esencialmente idénticos. La semejanza, en esa observación atemporal y en abstracto, se derivaría del hecho que se trata de personas con un bagaje cultural idéntico, hijos de un sistema educativo influenciado por libros de texto diseñados bajo una concepción autoritaria del mundo en la hay una verdad absoluta e indisputable. Pero, a pesar de todas estas semejanzas, la realidad es otra.
El sindicalismo mexicano no se reproduce en otro contexto social y político. La corriente sindical orientada al control y a la sumisión se queda en México, en tanto que la de servicio a sus agremiados echa raíces en Estados Unidos. El contexto lo cambia todo. Así como las personas en lo individual se comportan de maneras distintas en contextos diferentes, las relaciones laborales y las organizaciones sindicales responden al contexto en el que se encuentran. Un entorno de competencia política y económica promueve sindicatos volcados al servicio y a la atención del sindicalizado, que siempre tendrá la opción de cambiar de liderazgo en la siguiente elección. En México, en un contexto de monopolios mentales, políticos y legales (aunque no se llamen monopolios), el sindicalismo sirve para controlar, someter y dominar.
Cualquiera que crea que el mexicano es incompetente, propenso al autoritarismo e incapaz de hacer valer sus derechos no tiene más que observar cómo el entorno cambia todo. Aquí el sistema privilegia a los sindicalismos monopolistas, allá la competencia determina quién encabeza al sindicato. Las personas son las mismas y seguramente muchos tienen parientes en organizaciones similares de los dos lados de la frontera. La diferencia es inconmensurable. Allá el sindicato promueve su desarrollo, aquí los oprime.
El fenómeno sindical es apenas la punta de un iceberg. La líder que tuve oportunidad de conocer y observar se desvive por construir un futuro y hacer posible el éxito de sus agremiados. Los sindicatos mexicanos viven para explotar el control del que gozan y la total ausencia de libertad de decisión y elección de los agremiados. No me queda duda que el miembro de ese sindicato estadounidense es una persona libre que puede optar por la organización sindical de su preferencia e igual puede no pertenecer a ninguna y nada de eso conculca sus derechos. Pero cuando opta por participar en un sindicato, espera servicio y cumplimiento por parte del liderazgo.
En México llevamos años de pretender que podemos cambiar nuestra realidad sin cambiar nada. Todos queremos una economía pujante y un entorno de libertad en el que podamos desarrollarnos hasta el límite de nuestras capacidades, pero no estamos dispuestos a hacer nada que permita construir esa nueva realidad. Aceptamos el abuso y toleramos la sumisión como si fuesen valores universales y deseables. Muchos mexicanos se han ido del país porque quieren una vida mejor. A juzgar por el panorama de esta pequeña ventana, su mundo es mucho mejor del que jamás podrían haber aspirado a lograr aquí. Allá miran al futuro; aquí, pues, usted ya sabe