Luis Rubio
Aunque a muchos les moleste la presencia de vendedores ambulantes y del comercio callejero, la sociedad mexicana parece haber aceptado la informalidad como una forma legítima de vivir y ganarse la vida dada la hostilidad burocrática y las dificultades inherentes a la creación de empresas formales. Y no cabe la menor duda de que el comercio informal, así como otras actividades económicas que operan al margen de la legalidad, han permitido que innumerables individuos y familias la hagan en la vida como quizá no lo hubieran podido hacer bajo las reglas tradicionales del juego. Es decir, hay una lógica y explicación razonable tanto para la existencia de la economía informal como para la decisión, al menos de facto, de participar en ella. Lo que pocas veces se aprecia es el costo que ésta entraña para la sociedad y el desarrollo económico. A la larga, mientras mayor sea la economía informal, menor será el potencial de desarrollo del país.
¿Por qué surge la economía informal pero, sobre todo, cuáles son las causas de su proliferación y crecimiento? Aunque hay muchas hipótesis, la evidencia sugiere que existen dos grandes temas y perspectivas- que la hacen posible. Primero está el momento en que se establece el primer comercio o fábrica sin permiso alguno, frecuentemente en la calle, sin local establecido. El otro momento, esencial para el nacimiento de la informalidad, ocurre cuando la autoridad responsable (llámese gobierno municipal, que tiene jurisdicción sobre la creación de empresas y la responsabilidad de hacer valer la ley para todos, o gobierno federal, a través de entidades como la Secretaría de Hacienda, de Salud o el IMSS) decide hacerse de la vista gorda. En este sentido, la explicación más frecuente, y convincente, de la existencia de la informalidad es que hay tantas trabas burocráticas para la creación de empresas y para su operación cotidiana, que muchos optan por instalarse sin permiso.
Los primeros informales en instalarse tienden a ser hostigados por diversas autoridades, pero en la medida en su número se incrementa, el poder público tiende a abandonar su función de regulador e inspector y, sobre todo, su responsabilidad ante el conjunto de la sociedad, para convertirse en gestor político de los informales. Es decir, a los ojos de las autoridades municipales, una vez que la informalidad se incrementa, el tema deja de ser uno de autoridad para convertirse en una nueva realidad política. Algunos gobernantes utilizan a los informales para sus propios fines: desde la extracción de mordidas, hasta la movilización para fines políticos. El punto fundamental es que los informales acaban convirtiéndose en una realidad política y, cuando esto sucede, todo cambia.
Si parece evidente la racionalidad que lleva a una persona a establecerse en el mundo de la informalidad, también lo es su permanencia en él. A final de cuentas, visto desde la perspectiva de una persona de origen modesto, la informalidad constituye una oportunidad, quizá la única, para desarrollarse, tener un negocio propio y valerse por sí mismo en un momento en el que el país no genera muchas fuentes de empleo formal, sobre todo para personas carentes de habilidades técnicas típicas de una educación avanzada y con una relativa alta calidad. Lo que es más, desde un punto de vista político, es evidente que la economía informal (al igual que la migración a Estados Unidos) ha tenido el efecto de disminuir tensiones en México. La contraparte de ese beneficio es que la economía informal limita el crecimiento de las empresas y de las personas porque depende de relaciones personales, es decir, nunca se institucionaliza.
Hace no mucho se llevó a cabo un estudio en Rusia sobre el mercado del comercio al menudeo. Muchas empresas internacionales, como la francesa Carrefur y la inglesa Safeway, habían considerado entrar en ese mercado, como lo han hecho alrededor del mundo. El estudio demostró que los comercios informales, que no pagaban renta, impuestos o seguro social, podían ofrecer precios menores que las cadenas comerciales más exitosas del mundo. A primera vista, uno podría concluir que lo ideal sería que proliferaran esos comercios. Sin embargo, lo que el estudio demuestra es que quienes tienen acceso a esos comercios informales obtienen mejores precios, pero la mayoría de la población, la que recurre a comercios establecidos, acaba pagando precios más elevados. Es decir, la economía informal tiene el efecto de impedir la modernización del sector comercial, lo que se traduce en beneficios para unos cuantos y precios elevados para todo el resto.
La economía informal tiene el efecto no sólo de distorsionar los sectores formales de la economía sino también a los procesos de decisión política. En el primer caso, la informalidad distorsiona la competencia e impide la evolución normal de las empresas legales y establecidas. Lo normal (y deseable) es que las empresas más productivas sustituyan a las menos productivas, pues eso es lo que permite elevar los salarios, disminuir los precios y beneficiar al consumidor. La economía informal impide esa evolución, afectando el potencial de desarrollo del país en su conjunto.
Pero el impacto político de la economía informal es todavía peor. La informalidad contribuye a que persista la parálisis que caracteriza al país en la actualidad. Por razones obvias, con excepción de los temas fiscales, toda la discusión que domina al debate público sobre temas como la competitividad y la reforma fiscal es irrelevante para la economía informal. De esta manera, mientras mayor es su tamaño, menor es el interés de la sociedad y de los políticos por resolver los problemas del país en terrenos como el judicial, fiscal o eléctrico, por citar algunos evidentes. Aunque parezca de Perogrullo, como la informalidad opera fuera de los canales formales, no le interesa ninguna reforma en el ámbito de lo formal. Ese hecho se convierte en un factor permanente de freno para el desarrollo del resto de la sociedad.
En adición a lo anterior, la informalidad no está compuesta por hermanas de la caridad. Se trata de un mundo duro, violento, frecuentemente dominado por mafias. En ese mundo, los conflictos y disputas se dirimen por medios informales, lo que desplaza a las fuerzas formales del orden, destruyendo con ello, aun sin pretenderlo, la posibilidad de que se resuelva el problema de la inseguridad que aqueja a la ciudadanía en general. Por donde uno la vea, la informalidad es perniciosa. La pregunta es si habrá la visión y capacidad para lidiar con ella.