El espejo

Luis Rubio

Muchos fueron los obstáculos que enfrentó el actual gobierno. Pero en algunos ámbitos, los impedimentos fueron estrictamente propios. Si bien el presidente puede argumentar que sus reformas no prosperaron por la falta de cooperación del congreso o de un mejor entendimiento entre su gobierno y los legisladores, en el ámbito de la política exterior la responsabilidad es solo suya. Ahí, cuando el presidente se vea en un espejo sólo podrá ver una imagen reflejada: la del único responsable de nuestra lamentable posición internacional.

Aunque planteada con bombos y platillos, la administración perdió el sentido de dirección en la política exterior antes de comenzar. En su viaje a Estados Unidos y Canadá, previo al comienzo de su administración, el presidente Fox presentó dos iniciativas muy lógicas desde la perspectiva mexicana, pero imposibles desde el ángulo de nuestros vecinos: la migración irrestricta y la aportación de fondos para el desarrollo de México. El planteamiento hubiera sido no sólo legítimo, sino encomiable, de haber sido formulado como un intento de replantear la naturaleza de la relación, ahora entre tres democracias igualmente legítimas. Pero el presidente no paró ahí. Al prometer que haría posible no un aumento significativo de visas de trabajo, sino un acuerdo migratorio integral, el gobierno perdió toda posibilidad de satisfacer a la población: prometiendo todo, lo máximo posible en un mundo sin restricciones, acabó haciendo imposible al menos un logro parcial.

Así dio inició una administración que nunca comprendió el mundo en que vivía o los límites de lo posible. Por lo que toca a la política exterior, se diseñó una estrategia que pretendía todo a una misma vez: gran cercanía con Washington y una activa presencia en todos los espacios multilaterales, un reencuentro con América Latina y un protagonismo en todos los nuevos temas, como la Corte Internacional de Justicia y el Protocolo de Kyoto, todo ello sin reconocer las contradicciones inherentes a una propuesta tan ambiciosa, los riesgos que cada uno de los componentes entrañaba o, mucho más grave aún, los intereses que se afectarían con un despliegue tan amplio y que, tarde o temprano, se revertiría con toda su fuerza.

La apuesta por una cercanía con Washington era, con mucho, la más lógica y sensata, no porque esa deba ser nuestra única relación, sino porque es la fundamental para nuestra vida económica y social: ahí se concentra la abrumadora mayoría de nuestro comercio, vive un porcentaje enorme de nuestra población, se origina gran parte de la inversión foránea y es clave para nuestra tasa de crecimiento. Cuidar esa relación implica, literalmente, proteger el traspatio. Hay buenas razones para plantear una diversificación de relaciones pero, como con sensatez reconoció el gobierno en su momento, así fuera de manera implícita, esa diversificación no puede ser a costa de la relación bilateral, sino en adición a ella. El modelo canadiense era tan obvio que no requería discusión: Canadá es una nación tan cercana e interdependiente respecto a Estados Unidos como la nuestra, pero tiene un despliegue diplomático inteligente y agresivo en un sinnúmero de frentes que le confieren un enorme prestigio en todo el mundo.

El despliegue hacia el resto del mundo comenzó mal y acabó peor. Nuestra presencia en el Consejo de Seguridad de la ONU, una iniciativa riesgosa en cualquier época, fue suicida por el momento en que se decidió (después del fatídico 11 de septiembre) y provocó que ganáramos la animadversión de República Dominicana y los países del hemisferio que secundaban su candidatura para ese escaño. La excesiva ambición, hasta arrogancia, de colocarnos en el foco rojo del mundo nos orilló a una confrontación con EUA, la relación prioritaria de la administración y del país. La falta de entendimiento sobre el rol que podíamos jugar a partir de los ataques terroristas y de las ventajas que podríamos haber derivado para la vida interna del país llevaron a la situación actual que, calificada bajo el rasero de la propia administración, es patética: en lugar de estar caminando hacia una liberalización, así fuera gradual, de los flujos migratorios, enfrentamos la posibilidad de que se construya un muro que impida cualquier cruce ilegal.

Por su parte, la administración nunca entendió a Brasil y su ambicioso proyecto, ni la incongruencia de nuestro acceso a MERCOSUR. Nuestro despliegue y activismo en otros frentes, incluyendo la incontenible verborrea del presidente y su administración, llevaron a una crisis torpe e innecesaria con Cuba, una guerra verbal con Venezuela y el desprecio de Argentina. Vaya, para ser la segunda potencia de la región, hasta Bolivia se pitorrea del presidente Fox. Hoy el presidente se ha convertido en un blanco fácil y gratuito para cualquier dictador tercermundista. A eso hemos llegado.

No cabe duda que la política exterior del país necesitaba una revisión integral. Si bien el país gozaba de prestigio en el ámbito mundial por su política exterior, es imperativo reconocer que ésta respondía a condiciones que ya no existen: una economía cerrada, la búsqueda sistemática por desviar la atención, sobre todo de la izquierda, respecto al autoritarismo político a través de una cercanía con Cuba y el efectivo control que el ejecutivo ejercía sobre el aparato político. La vieja estrategia de política exterior, con todo y su prestigio, comenzó a desmoronarse desde finales de los ochenta por una razón muy lógica: si queríamos salir de la serie interminable de crisis, requeríamos construir una nueva realidad interna y externa.

El país requería una nueva visión que permitiese conciliar dos circunstancias: la importancia de EUA y la necesidad de ampliar nuestro horizonte de desarrollo tanto político como económico y comercial. Eso llamaba no a un activismo, sino a una estrategia de negociación e integración económica con Estados Unidos, paralela a un esfuerzo de diversificación que condujera al crecimiento de la inversión y el comercio con Asia y Europa, así como a un afianzamiento de las relaciones diplomáticas con el resto del mundo: relaciones, no conflictos.

En lugar de actuar como se requería, se procedió con miopía, torpeza e irresponsabilidad: se creó un conflicto sumamente delicado con Estados Unidos, se provocaron disputas increíbles con nuestros vecinos en el sur y se desmanteló un equipo de diplomáticos que costó décadas construir. Lo más escandaloso es que todo esto era innecesario. En este tema nadie le impidió hacer y deshacer.