Luis Rubio
Está por arrancar, al menos en términos formales, la contienda electoral que promete ser la más competitiva y disputada de nuestros tiempos. Será la primera en que los partidos compiten sin la ventaja, prácticamente infranqueable, que representaba el viejo sistema presidencialista, con todos los contubernios y complicidades con que venía acompañado. El hecho de que, literalmente, cualquier candidato pueda ganar, constituye un triunfo para la evolución democrática del país. Pero el que la contienda sea competitiva no implica que los ciudadanos puedan darse el privilegio de bajar la guardia. Al contrario.
La mayor debilidad del país en las últimas décadas se ha centrado en sus instituciones, que si bien han alcanzado cierta solidez en materia electoral y en ámbitos como el de la Suprema Corte de Justicia y el Banco de México, no es suficiente para jactarnos de contar con un andamiaje irreprochable en términos generales. Aunque muchos pretendan que el país ya logró la democracia y todo el sistema de pesos y contrapesos asociado a una democracia madura, la realidad, todos lo sabemos, es que no hay mayores certezas. El potencial de disrupción de lo poco que sí funciona es elevado y no hay garantía alguna de que el próximo gobierno sabrá lo que el país requiere y/o tenga la capacidad de enfocar todos los recursos y baterías en esa dirección.
A la luz de este panorama que inevitablemente genera incertidumbre y desconfianza, resulta fundamental para los ciudadanos contar con definiciones precisas que les permitan decidir cómo votar el próximo 2 de julio. Una primera aproximación a este proceso de discernimiento consistiría en establecer criterios precisos para evaluar cómo es cada candidato y qué haría en caso de ganar la confianza de la ciudadanía.
Como atestiguamos a lo largo de los últimos meses, el número de aspirantes a la presidencia era infinito. Pero no es evidente que quienes aspiraban o han logrado ahora la postulación por parte de sus partidos, sean las personas idóneas para enfrentar el reto que supone la realidad mexicana actual. Algunos son tan rudos que asustan; otros tan suaves que arrojan dudas sobre su viabilidad. Parece fácil, pero la presidencia no es un convento. Al mismo tiempo, un presidente efectivo requiere la entereza e integridad que le permita concebir y desarrollar el tipo de visión que el país requiere, tener la capacidad para sumar a la población detrás del mismo y hacer todo ello dentro de un marco de honestidad, pero también malicia, que lo haga posible. Como habría dicho el canciller alemán Otto von Bismark, la presidencia, al igual que una fábrica de salchichas, requiere de habilidades excepcionales que no siempre son presentables en público, pero que no por ello son efectivas en ausencia de un marco ético que las norme.
Dado que es imposible determinar a priori cómo será cada candidato, se puede adoptar una serie de criterios que permitan evaluar a cada uno de ellos. A continuación, una propuesta en este sentido.
Brújula: Más allá de la retórica, ¿sabe el candidato a dónde quiere ir? ¿Entiende el mundo en que vivimos? ¿Es realista respecto a lo que se requiere y es posible, o su planteamiento es mero jarabe de pico diseñado para entretener a la raza?
Programa de gobierno: ¿Qué ofrece el candidato? ¿Responde su propuesta a las necesidades del país o se trata de un conjunto de quejas y odios sin ton ni son?
Visión: ¿Cómo entiende el candidato al mundo? ¿Es optimista o pesimista sobre el futuro? ¿Vuela alto y pretende lo mejor para el país y cada uno de sus habitantes, o le importa un bledo la población? ¿Tiene la mirada puesta en la resolución de nuestras dificultades o meramente en el triunfo electoral? ¿Refleja grandeza o pura mezquindad?
Continuidad y disrupción: En aras de avanzar su proyecto de gobierno, ¿pretende continuidad o busca un cambio? Si es continuidad, ¿tiene la capacidad de construir sobre lo existente para salir del hoyo o nos mantendría bien cobijados dentro del agujero? Si es un cambio, ¿qué clase de cambio, qué tanta disrupción propone y es capaz de infligir? ¿Qué tanto daño haría? ¿Entiende el efecto de la continuidad y el cambio, respectivamente, sobre las empresas y las familias?
Descaro: ¿Qué tan cínico es el candidato cuando enfrenta obvias faltas a las normas más elementales de la ética, desde el uso de recursos y sus orígenes hasta su comportamiento personal, presente y pasado? ¿Se asume como responsable ante casos de corrupción y abuso o pretende que la norma del pasado es siempre aceptable y vigente?
Acompañantes: ¿Quiénes están en su derredor? ¿Quién lo acompaña? ¿Quién lo apoya? ¿En quién confía? ¿Por qué? En otras palabras, ¿con quién gobernaría?
Legalidad: En la práctica y en la retórica, ¿respeta a las instituciones? ¿Plantea un marco normativo que guíe su comportamiento en caso de ganar? ¿Entiende la importancia de que exista un marco legal que norme y limite el actuar gubernamental?
Desplantes: En todas las campañas se presentan momentos de crisis y dificultad que constituyen excepcionales ventanas para conocer a la verdadera persona detrás del candidato. ¿Cómo reacciona ante las dificultades? ¿Se enoja? ¿Se enfurece? Enojado o no, ¿reacciona de manera racional o visceral? ¿Qué hace ante una crisis: asume el costo y la responsabilidad y trata de ignorar el problema y transferirlo a alguien más?
Habilidades: ¿Cuenta con las habilidades necesarias para gobernar? ¿Tiene la capacidad para procurar, promover y lograr avanzar un proyecto y sumar a la población tanto como a las fuerzas políticas? ¿Puede lidiar con todos sus potenciales interlocutores, así sean impresentables, a la vez que mantiene su integridad?
Carácter: ¿Qué clase de persona es? ¿Tiene entereza y fortaleza interior? ¿Es honorable, íntegro y honesto? ¿De qué está hecho? ¿Qué clase de espina dorsal y moral tiene para poder afrontar situaciones difíciles, comenzando por la de responder ante todos y cada uno de los ciudadanos y habitantes del país? ¿Puede ser el líder de una transformación integral, completa y definitiva para el bien del país y todos sus integrantes?
Los temas que aquí se plantean no son exhaustivos, pero pueden ser útiles para entender a la persona que yace detrás del candidato. Es decir, la naturaleza de su programa, su postura respecto a temas centrales, tanto personales como de la función presidencial misma, y la solidez de cada uno de ellos. Informarse sobre los candidatos es la primera responsabilidad de un ciudadano, sobre todo cuando los derechos efectivos son tan escasos.