Luis Rubio
Al final, la sociedad norteamericana se manifestó de una manera distinta a la que parecía preferir buena parte del resto del mundo. Muchas son las hipótesis que se han vertido sobre el porqué del resultado de la elección, pero el hecho tangible es que el presidente Bush fue reelecto por una mayoría indisputable. Los valores, preocupaciones y criterios que animaban a los críticos en el resto del mundo probaron no ser los temas prioritarios para los estadounidenses. Quizá la pregunta relevante sea qué nos dice esto tanto de Estados Unidos como del resto del mundo en la actualidad.
Si por el mundo fuera, John Kerry habría ganado las elecciones estadounidenses del martes pasado. Pero a pesar de lo cerrado de las encuestas, todo indica que los electores que hicieron la diferencia aplicaron el viejo dicho de que “más vale malo por conocido que bueno por conocer”, lo que le dio una mayoría absoluta al presidente. Para el resto del mundo, Kerry representaba la vuelta a la racionalidad, una oportunidad para que los estadounidenses se reivindicaran luego de su unilateralismo reciente y, sobre todo, para que reencontraran el camino de las instituciones internacionales que ellos mismos propiciaron luego de la segunda guerra mundial. En ese sentido, la perspectiva de buena parte de la opinión mundial se reducía a un punto muy simple: el malo ha sido Bush y, de reelegirse, es a los norteamericanos a los que habrá que culpar.
Independientemente de la validez de esa disyuntiva, no hay duda de que la opinión mundial, por llamarle de alguna manera, no ha tenido capacidad de comprender los cambios que ha experimentado la sociedad norteamericana a lo largo de las últimas dos décadas, así como a partir de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Aunque los resultados electorales muestran a una sociedad profundamente dividida, es la derecha conservadora la que ha venido avanzando su presencia e influencia política, la que cuenta con instituciones y mecanismos cada vez más aceitados y efectivos para hacer valer sus preferencias. El país tiene una larga historia de religiosidad (no hay que olvidar que sus primeros colonizadores eran minorías religiosas perseguidas en Europa), tendencia que en las décadas recientes ha resurgido junto con un crecimiento en la importancia demográfica y, por lo tanto, política de la derecha cristiana. Esa población que ha ido dominando la toma de decisiones en materia de nominaciones judiciales y política social ahora, con el presidente Bush, ha tenido una marcada influencia en la conformación de la política exterior.
En contraste, la parte liberal de la sociedad norteamericana, la sociedad moderna, tolerante, que festeja la diversidad y la libertad y que en esta elección representaba John Kerry, ha tendido a perder influencia y a ignorar el enorme reto que la derecha le representa. El punto de referencia de lo que son los estadounidenses para la mayoría el resto del mundo (la que entra de manera legal a EUA) que tiende a formar vínculos y nociones de cómo es ese país, son típicamente aquellas élites modernas, liberales, cercanas al mundo europeo y que, en general, se ubican geográficamente en el noreste y la costa oeste de ese país. Pero esa no es la mayoría del pueblo americano, que fue la que ganó en esta ocasión y que, quizá más importante, promete dominar el congreso por décadas. Si bien Bill Clinton había logrado replantear, con gran éxito, la dinámica de los demócratas en los noventa gracias a que hizo suya la agenda de reforma económica y globalización, el partido retorna a su retórica proteccionista y aislacionista, restándole apoyos en esta elección. En adición a ello, Kerry fue incapaz de animar a los votantes no comprometidos: la mayor parte de sus votantes lo apoyaron porque querían cualquier alternativa a Bush y no porque vieran en él a un líder atractivo.
Desde esta perspectiva, aunque en México parezca extraño, la elección de la semana pasada, en la terminología norteamericana, se puede definir como una contienda entre las élites y los populistas, donde Kerry fue el representante del orden establecido y de los interesados en que no cambie el statu quo (tema que incluye el desafío de la seguridad social y las pensiones y la competitividad de la economía), en tanto que Bush representaba a una población con menores ingresos que apuesta a que los recortes de impuestos para los ricos eventualmente se traducirán en abundancia y empleos. En adición a lo anterior, hay un fuerte componente religioso en la base de apoyo de George Bush que, como argumenta Thomas Frank en su interesante libro What’s the Matter with Kansas?: How Conservatives Won the Heart of America, le lleva a privilegiar sus convicciones religiosas en temas como el aborto, por encima de su empleo o su interés económico.
Lo que el mundo parecía esperar del martes pasado era una abrumadora derrota del presidente Bush. Pero, dado que esto no ocurrió, es crucial entender la dinámica que triunfó para anticipar hacia dónde se moverá ese país en los próximos años. Para comenzar, en el mundo se ha tendido a minimizar el impacto que tuvieron los ataques terroristas en la sociedad norteamericana. No podemos olvidar que EUA es una potencia activa y con presencia militar alrededor del mundo que no sólo había sido inmune a ataques del exterior a lo largo de prácticamente toda su historia, sino que para los norteamericanos y para millones de emigrantes reales y potenciales constituía un lugar de refugio en el que se respetarían sus derechos y se les abriría una oportunidad descomunal de progresar y prosperar. Ese mundo de fantasía se vino abajo de la noche a la mañana hace tres años. La respuesta de Bush pudo ser la adecuada o no, pero respondía a un ambicioso diseño que evidentemente no rindió los frutos esperados. Ahora, a diferencia de hace cuatro años, el presidente Bush goza de una legitimidad innegable, virtualmente sin contrapeso legislativo. La pregunta es en qué y cómo la empleará.
Primero, está la lógica del poder. Para los mexicanos, acostumbrados y deseosos de estar al margen de las grandes disputas político militares que nos rodean, con frecuencia nos es difícil comprender la lógica de una superpotencia, máxime cuando muchas de sus decisiones se fundamentan en creencias y percepciones más que en la lógica y en el análisis. Esa lógica de poder, que otras naciones con iguales aspiraciones, aunque distintas realidades (como India o Brasil), comprenden a cabalidad, es difícil de entender para los mexicanos. Pero el hecho de que los estadounidenses tengan enemigos poderosos hace de su lógica una de alcance y proyección mundial y es en esa línea sobre la cuál actuarán.
En segundo término, todos los países del mundo quieren no sólo tener relaciones con Estados Unidos, sino desarrollar relaciones privilegiadas con ellos. Sin embargo, desde la perspectiva de la superpotencia, igual con un republicano o un demócrata en la presidencia, no hay países favoritos o privilegiados, más allá de un puñado de naciones que, por diversas razones, gozan de simpatía o interés particular. Basta observar la extraordinaria pirotecnia que realizó Tony Blair en los últimos años con la finalidad de mantener una relación “especial”, para comprender lo excepcional del tema. Es en este contexto que debemos pensar nuestra relación con nuestros vecinos.
El presidente Fox tuvo razón al convertir el tema de seguridad en un eje clave de la relación bilateral. Aunque su preferencia había sido la de lograr un acuerdo migratorio, la realidad de los últimos años es que el factor diferenciador en el mundo de hoy para nuestros vecinos es la seguridad y eso quedó reforzado esta semana con el resultado de la elección. Desde esta perspectiva, nuestro único activo relevante frente a ellos es la frontera que tenemos en común. El gobierno del presidente Fox ha actuado proactivamente para evitar que se organice un atentado terrorista contra Estados Unidos a través de nuestro territorio, lo que le ha ganado un acceso privilegiado. La pregunta ahora es cómo convertir ese primer paso en un factor de avance sustantivo en otros temas, incluido el migratorio, con el segundo gobierno del presidente Bush.
El primer periodo del presidente Bush arroja muchas lecciones sobre lo que es posible y lo que no lo es. Para comenzar, quizá el mayor error en la política bilateral del presidente Fox fue el de anunciar su objetivo de lograr un pacto migratorio -que, en todo caso, sigue sin ser enteramente definido- antes de contar con la anuencia de aquel gobierno y con una certidumbre cabal de que sería posible alcanzarlo en el legislativo. Al hacer el anuncio, el presidente se quedó sin fichas para negociar y quedó con la espalda contra la pared. Lo primero que procedería ahora sería recalibrar la situación y analizar las opciones. Todo sugiere que los estadounidenses reconocen que tienen un gran problema (millones de residentes ilegales en un país que se precia de la legalidad), pero que no pueden, ni están dispuestos, a otorgar una amnistía generalizada, ni mucho menos a liberalizar los flujos migratorios para nuevos mexicanos.
Aunque con frecuencia se menciona a Europa como el ejemplo a seguir en materia migratoria, la realidad es que los europeos sólo liberalizaron el flujo de personas en 1992, cuarenta años después de que se sentaran los pininos de lo que hoy se conoce como la Unión Europea. Quizá fuera mejor idea observar la manera en que ellos han lidiado con sus recientes integrantes del este (posponiendo la libertad migratoria por al menos un lustro) y, sobre todo, con Turquía que es mucho más cercano y comparable a México en términos de ingreso per capita. Luego de años de no decidir nada respecto a Turquía, los europeos, hace unas cuantas semanas, finalmente accedieron a la posibilidad de iniciar negociaciones para su integración. Sin embargo, aún antes de comenzar a platicar, los europeos ya establecieron dos premisas: una, que su incorporación no ocurrirá pronto y, dos, que pasarán décadas antes de que se liberalice la migración.
Capaz que sería mejor proponer esquemas menos ambiciosos, pero más trascendentes, que establezcan un camino certero hacia el futuro, en lugar de, implícitamente, seguir fortaleciendo el muro que nos separa.