Luis Rubio
Este año puede ser crítico de hecho, definitorio- para el futuro del país. Aunque por el hecho de la permanencia del senado las elecciones intermedias podrían parecer poco importantes, la realidad es que, dado el impasse que caracteriza a varios de los partidos principales y, en general, a la política mexicana, las elecciones de este año pueden ser cruciales. La ironía es que mucho de lo que ocurra en los próximos comicios va a depender de un gobierno que prometía un cambio pero que, hasta ahora, 25 meses después de su inauguración, sigue sin definir en qué consiste éste o, peor, qué quiere lograr y cómo piensa hacerlo.
A más de dos años del inicio del primer gobierno que no proviene del PRI, los principales problemas del país siguen esperando soluciones. Aunque hay gran efervescencia política, prácticamente todo el proceso político se consume en tomar posiciones frente a un gobierno que no tiene el poder de sus antecesores, pero que tampoco ha tenido la capacidad o la visión para conducir un proceso de cambio. El cambio parece haberse reducido a la elección de Vicente Fox. No es solo que muchas de las estructuras e instituciones permanezcan como antes (algo que puede ser intrínsecamente bueno), sino que el gobierno prácticamente no existe. Se trata de una administración reactiva en lo fundamental, carente de un proyecto, una visión y un sentido de brújula. Y esa ausencia de proyecto ha creado un campo fértil para el retorno de todos los intereses dedicados a que nada cambie.
A pesar de lo anterior, el presidente Fox es extraordinariamente popular. Fuera de los ámbitos periodísticos y políticos, la población reconoce al presidente como un líder distinto, claramente no subordinado a toda una estructura caciquil, burocrática y depredadora como la que acabó siendo el PRI. Quizá más importante, según las encuestas, la población reconoce que la situación política, económica y social es mala, pero no culpa al presidente de ello. Dado que no existen precedentes para la situación en que vivimos, hay dos conclusiones que uno puede derivar de esta mezcla de circunstancias: una es que, independientemente de su desempeño, la población le seguirá dando el beneficio de la duda al presidente por el resto del sexenio. De ser así, la estrategia presidencial (si así se le puede llamar a la ausencia de plan y acción) bien podría ser exitosa. Desde luego, la conclusión alternativa es que la población tarde o temprano se cansará de la parálisis y cambiará su percepción respecto al gobierno, lo cual podría llevar a un final muy poco feliz para Vicente Fox.
Luego de dos años al frente del gobierno, la administración del presidente Fox ha tenido un logro por demás significativo, que es el de haber mantenido la estabilidad política y económica. Esto es algo que podría parecer natural y evidente, pero no ha sido así: la complejidad política y económica del país es tal que cualquier movimiento en falso podría haberse traducido en una nueva devaluación o en el inicio de un nuevo conflicto político. El hecho de que esto no haya ocurrido ha sido producto de la destreza y tesón de la administración, con frecuencia a pesar del embate de los partidos políticos de oposición, generalmente más diestros para oponerse y reclamar intereses mezquinos de corto plazo (desde la CNC hasta la Conago, pasando por Atenco).
Pero la habilidad para mantener la estabilidad no ha venido aparejada de una estrategia para el desarrollo de largo plazo del país. Es cierto que el gobierno se ha encontrado con una oposición en ocasiones infranqueable en el poder legislativo, pero también es evidente que más allá de unas cuantas iniciativas de ley (como la reforma fiscal y la reforma en materia eléctrica) el gobierno ha carecido de propuestas, además de que erró desde el principio en su aproximación al congreso en general y al PRI en particular. Nunca muy decidido entre enfrentar al PRI o cooperar con ese partido, el gobierno hizo las dos cosas al mismo tiempo, con los resultados que están a la vista. No es seguro que el PRI habría respondido a una invitación presidencial, pero el gobierno hizo imposible esa opción.
La falla de fondo del gobierno actual reside precisamente en su multiplicidad. Cada una de las secretarías y entidades públicas tiene su propia agenda y prioridades y cada una de ellas la avanza como puede. No existe coordinación general y, más allá de un conjunto de objetivos grandes y etéreos, no existe una estrategia del gobierno federal como un todo. Cada secretaría tiene su propia dinámica, lo que con frecuencia incluye diferencias públicas respecto a las otras. Algunos objetivos son contradictorios entre sí y muy pocos llegan a cuajar porque no se ejerce un liderazgo funcional. El punto es que la estabilidad es una condición sine qua non para el desarrollo del país, pero la economía mexicana requiere de cambios estructurales importantes para poder lograr tasas elevadas de crecimiento económico y éstas no se están materializando. El Congreso sin duda ha sido culpable de mucho de ello, pero no menos culpable es un gobierno que no ha sabido avanzar las pocas iniciativas que ha tenido.
El país vive una etapa de letargo en el ámbito social, político y económico. En lo político, la ausencia de conducción se ha traducido en una combinación sui generis de sálvese quien pueda (o abuse mientras se dejan) por parte de todas las fuerzas e intereses políticos (desde los diputados hasta los gobernadores, los partidos y los presidentes municipales, pasando por los líderes sindicales y todos los intereses no institucionales que pululan en torno al sistema político institucionalizado), con esfuerzos verdaderamente heroicos por parte del gobierno por evitar situaciones de caos e inestabilidad. Esta combinación ha hecho posible que, a pesar de los permanentes retos a la autoridad gubernamental, el país mantenga su estabilidad. No hay garantía de que esto pueda seguir ad infinitum, pero no cabe la menor duda de que los reacomodos eran algo necesario e inevitable luego del fin de la era priísta.
Lo peor es que nuestra peculiar democracia simplemente no ha existido. El mundo de los políticos se ha transformado de una manera inusitada, abriendo nuevos espacios de interacción y confrontación, pero la vida cotidiana del mexicano común y corriente no ha cambiado ni un ápice. El mexicano sigue siendo rechazado por sus supuestos representantes y abusado por las autoridades a todos los niveles. Nada en el nuevo México, excepto el hecho que en sí mismo no es nada despreciable de poder elegir a sus gobernantes, beneficia al ciudadano. El concepto de ciudadanía se limita, en el mejor de los casos, al ámbito electoral. En todos los demás, los mexicanos seguimos siendo súbditos en espera del favor gubernamental.
El saldo económico es mixto. Por un lado, el gobierno actual tiene el extraordinario mérito de haber mantenido la estabilidad económica. Esto que parece fácil (y hasta obvio) nos distingue de todos los países importantes del sur del continente. El mérito es todavía mayor por el hecho de que la estabilidad se ha logrado mantener a pesar de las presiones del sindicato de gobernadores y de muchos miembros del gabinete, los productores que exigen blindajes (es decir, subsidios) y las presiones de intereses diversos que reclaman mayor gasto, como si el gastar fuera un bien en sí mismo. Pero el otro lado de la moneda de la economía resulta ser patético. Por varios años, (en la segunda mitad de los noventa) la economía experimentó tasas de crecimiento económico relativamente altas, producto exclusivamente de dos factores: la inversión privada, extranjera y nacional y las exportaciones hacia Estados Unidos y Canadá. De no haber sido por el TLC norteamericano, ni eso habríamos tenido. Pero ahora que la economía estadounidense crece a un menor ritmo (o que, al menos, demanda menos importaciones del tipo de bienes que nosotros producimos), el problema económico interno se ha hecho no sólo evidente sino crítico.
Lo obvio es que el mercado interno no funciona y esto se debe a dos circunstancias sobre las que el gobierno no ha hecho absolutamente nada o no ha sabido cómo hacerlo: una es que existen cientos de miles de empresarios que todavía no se ajustan a la competencia internacional y que, en la mayoría de los casos, ni entienden qué quiere decir eso o qué pueden hacer al respecto. La actual será la tercera administración que ignora la realidad productiva del país. La otra circunstancia sobre la que el gobierno ha fracasado es producto, irónicamente, de su arrogancia. Aunque no le ha faltado retórica (y en muchos casos esfuerzos encomiables) en temas vitales para el desarrollo económico como la reforma laboral, eléctrica y fiscal, ha fracasado en su gestión no sólo por la perversa dinámica que caracteriza al poder legislativo, sino por su propia incapacidad para convertir a la ciudadanía en socio del cambio. ¿Cuál cambio cuando éste se plantea a espaldas y, de manera flagrante, contra la ciudadanía que votó por el gobierno del cambio?
A pesar del saldo poco encomiable a la fecha, el gobierno mantiene una gran popularidad, factor que sin duda será crucial en la contienda electoral que viene. Con razón, el presidente va a argumentar que son pocos los avances porque la oposición ha sido férrea. Y, sin duda, la oposición a ultranza que hemos padecido todos los mexicanos constituye una razón casi absoluta para refrendarle el mandato al presidente. Aunque es fácil especular sobre la lógica de los priístas para obstaculizar al presidente en todas las oportunidades que se han presentado, su estrategia constituye una pobre carta de presentación electoral. A juzgar por las encuestas, las opciones que tienen los electores frente a sí son por demás patéticas: votar por un vacío de ideas y la defensa de los intereses creados del pasado en la forma del PRI, o votar por más de lo mismo en la forma del partido del presidente. ¿No será tiempo de que el presidente replantee el cambio, lo defina y se constituya en el líder que los mexicanos esperan de él?
CNI-Azteca
Cada vez parece más evidente que, más que un asunto comercial entre particulares, se trata de un tema de censura del gobierno a CNI.