Luis Rubio
El desempeño económico del país vive en un perenne círculo vicioso. Aunque a lo largo de los últimos añ
os se han hecho enormes esfuerzos por eliminar obstáculos al crecimiento económico y elevar los niveles de inversió
n productiva, la realidad es que nuestra competitividad depende casi en su totalidad del costo de la mano de obra. A pesar de que llevamos años en un proceso que persigue mejorar las condiciones generales del país para la inversión, prá
cticamente nada se ha hecho para elevar el valor agregado de la producción nacional, es decir, para crear fuentes de empleo más sofisticadas que, por definición, implican salarios más elevados.
La mayor parte de la inversión que se realiza en el paí
s, tanto la de origen nacional como la internacional, se ha concentrado en actividades relativamente sencillas, de escaso valor agregado. Esto se observa tanto en empresas maquiladoras como en las que producen bienes de capital. Un
obrero que ensambla diversos componentes para fabricar un televisor, no agrega mucho más valor que otro dedicado a realizar movimientos rutinarios en una máquina que produce otras máquinas o acero o vidrio o automó
viles. En la medida en que los procesos productivos sean simples, repetitivos y rutinarios, el valor agregado será muy pequeño y, por lo tanto, prácticamente nulo el potencial de elevar los salarios asociados a esas actividades.
Cualquier gobierno que decida emprender una política de desarrollo, es decir, una estrategia que trascienda el mero objetivo del crecimiento económico y se aboque al desarrollo de la població
n, al crecimiento del ingreso familiar y, en general, al progreso social, tiene que pensar en términos del valor agregado y la produc
tividad. No hay desarrollo sin estos dos factores. Si utilizamos este rasero como referencia para el evaluar el caso de México, tendríamos que concluir que no ha habido una estrategia de desarrollo en décadas, si es que alguna vez la hubo.
Un ejemplo de lo anterior se puede encontrar en la India. A pesar de que muy pocas cosas funcionan bien en aquel país, hace algunas décadas el gigante asiático adoptó una política educativa orientada a la formación de té
cnicos e ingenieros de primer nivel. Se trató de una estrategia perfectamente consciente de desarrollo tecnológico, de la cual han surgido cientos de miles de egresados, que ahora constituyen una buena parte de las entrañas de la llamada “
nueva” economía, la economía de la información que depende de programadores de software y operadores de programas computacionales. Una buena parte de la industria electró
nica y computacional que ha crecido en torno a Internet se ha valido de los servicios que proveen centenares de empresas instaladas en diversas localidades de la India, todas ellas producto de ese esfuerzo educativo que se inició décadas atrá
s. Esa fuerza de trabajo no sólo percibe sueldos descomunales comparados con el promedio hindú, sino que ha logrado generar niveles de valor agregado (en procesos complejos como ilustra la programación de software) al que só
lo unas cuantas empresas mexicanas pueden aspirar.
El programa hindú incluía no sólo la educación técnica, sino la construcción de la infraestructura mínima necesaria para que fuese posible el desarrollo de su país. Esto implicó invertir en la educación bá
sica en al menos algunas regiones (pues, si no, ¿de dónde provendrían los postulantes a los programas de desarrollo técnico y tecnológico?), así como en infraestructura física en materia de comunicaciones, transportes y demá
s. Es decir, el gobierno de la India concibió a la educación tecnológica como una palanca de desarrollo y se abocó a crear las condiciones necesarias, aun con las limitaciones naturales de carácter financiero que enfrenta cualquier paí
s pobre, para que el programa pudiese tener éxito. Cuatro o cinco décadas después, la India ha logrado capitalizar su inversión en la forma de empleos en áreas como la de las comunicaciones, la industria elé
ctrica, la contabilidad y la consultoría, todas ellas de mucho mayor valor agregado y, por lo tanto, de nivel salarial, que nuestra maquila prototípica.
En realidad, una porción enorme de los empleos que ha captado la India es muy similar, en concepto, a los de la maquila que se fundó en México hace cosa de cuarenta años, pero en el á
rea de los conocimientos y no de la manufactura. Es decir, muchos de esos empleos proveen servicios a empresas extranjeras que han transferido diversas funciones contables, operativas y de programación a la India, apr
ovechando las diferencias de salarios. Las empresas extranjeras – bancos internacionales, operadores de tarjetas de cré
dito, sistemas de reservaciones, empresas de contabilidad- han encontrado en la India dos factores clave que la hacen muy atractiva: el alto nivel educativo de su población (al menos la egresada del sistema técnico y tecnoló
gico) y su conocimiento del inglés.
La experiencia de la India debería abrirnos los ojos sobre las oportunidades que existen en el mundo y, más importante, sobre nuestras carencias al inicio de un milenio en el que la creación de riqueza va a estar cada vez má
s asociada con el conocimiento que con el uso de la mano de obra en procesos de manufactura tradicional. En la medida en que nuestro principal activo en la competencia mundial por los empleos y la inversió
n siga siendo el bajo costo de la mano de obra, el futuro del mexicano promedio va a ser catastrófico. Por ello es imperativo adoptar una estrategia de desarrollo que procure colocar al país, y a toda su población, en el curso de una generació
n, en condiciones de competir por los empleos de mayor valor agregado y mayor potencial de desarrollo que estén disponibles.
Nadie en su sano juicio podría disputar el objetivo. Sin embargo, las diferencias son interminables una vez que se comienzan a discutir las estrategias específicas. Hace poco más de un año, por ejemplo, en el contexto de la campañ
a presidencial, el entonces candidato a la presidencia por parte del PRI, Francisco Labastida, propuso una política por demás consecuente con la dirección en que avanza el mundo. Su idea, de enfatizar el inglés y la computació
n en las escuelas, fue descartada en forma sumaria sin la menor consideración de sus implicaciones. Por supuesto, el contexto de una acalorada contienda electoral se presta a ataques y descalificaciones más que a una reflexión metó
dica y cuidadosa de los retos y las oportunidades del momento. Sin embargo, el hecho ejemplifica la naturaleza del desafío que tenemos frente a nosotros.
El verdadero desafío que enfrenta el país se encuentra dentro. Somos, en buena medida, nosotros mismos. Los recursos para financiar un programa de desarrollo convincente y bien concebido no serían difíciles de conseguir si tan sólo nos pudi
éramos poner de acuerdo entre nosotros respecto a los objetivos que se persiguen y los medios idóneos para alcanzarlos. Por ejemplo, al igual que la India hace algunas décadas, Mé
xico tiene un rezago educativo verdaderamente monstruoso. Si bien la cobertura educativa ha aumentado en forma significativa a lo largo de las últimas décadas, la realidad de nuestra educación pública es terrible y todo mundo lo sabe. No só
lo eso, también es de sobra conocido que la calidad de la educación empeora en la medida en que lo hace el nivel socieconómico de la población a la que se dirige, con lo que se conforma un perfecto círculo vicioso que perpetú
a la desigualdad. Notable en un país que ha sido generoso en su retórica en favor de la igualdad, pero totalmente inefectivo en incidir en una variable fundamental para romper el círculo vicioso de la pobreza, la educació
n. Esto ilustra bien nuestra problemática: mientras que los intelectuales y los políticos debaten y gastan tinta buscando alternativas para problemas como el educativo, la población más pobre del país s
igue igual de pobre, sin acceso a una educación de calidad.
Las magnitudes de los problemas de la India son tales que es casi imposible comenzar a comprenderlos. Se trata, a final de cuentas, de una población casi trece veces mayor que la nuestra, y que c
ontinua creciendo en forma acelerada. Sin embargo, su estrategia ha sido clave para sacar de la pobreza al menos a una pequeña porción de su enorme población. En el otro extremo, Singapur, una ciudad-Estado, ilustra có
mo una estrategia semejante de inversión en infraestructura y educación hizo posible convertir a una población pobre y sin mayores oportunidades en una de las más ricas del orbe en una sola generació
n. El punto de todo esto es que es perfectamente factible romper con el círculo vicioso de la p
obreza y crear las condiciones para un desarrollo acelerado de conjuntarse un programa de desarrollo integral y un gobierno capaz de forjar un consenso en torno a ello. Las estrategias concretas que se requieren para lograr el desarrollo han sido probadas
en tantos países, que sólo intencionalmente puede una nación equivocarse. La clave reside no en la estrategia sino en el consenso político en torno a ésta.
Nuestra disyuntiva es quedarnos en la maquila del pasado –
lo que implica competir en forma permanente con todos los países con salarios bajos y, con ello, limitar nuestro potencial de desarrollo a ese nivel-, o romper el cí
rculo vicioso en que nos encontramos para dedicarnos a crear las condiciones que hagan posible que cada uno de los mexicanos tenga la oportunidad de desarrollarse al má
ximo de su potencial, una oportunidad que hasta ahora se le ha negado en forma sistemática. Las “industria” del futuro, así como las maquilas del mañana, las que pagarán salarios elevados porque generarán un alto valor a
gregado, son las que dependerán del conocimiento y no del trabajo físico. Esto implica educación básica de alta calidad, infraestructura adecuada y competitiva y un paí
s unido en torno a un objetivo central: darle a todos los mexicanos la oportunidad de desarrollarse. ¿Es mucho pedir?