Luis Rubio
Ahora que las campañas electorales finalmente concluyeron, es tiempo de comenzar a discutir los temas fundamentales del país, comenzando por los relacionados con el desarrollo de la economía. Si en algún tema existe un consenso absoluto éste sin duda es el del crecimiento económico. Pero ahí termina el consenso. Algunos piensan que sólo el gobierno puede lograr el desarrollo, en tanto que otros fustigan al gobierno como su peor enemigo. Algunos afirman que la inflación es casi una condición necesaria para lograr tasas elevadas de crecimiento, en tanto que otros aseguran que la inflación aniquila el crecimiento. Muchos piensan que una legislación fuerte en materia de derechos de propiedad asegura tasas altas de inversión, mientras que otros parten del supuesto de que ese tipo de regulación le otorga beneficios inaceptables a quienes ya tienen una posición relevante en los mercados. Por donde uno le busque, es evidente que tenemos un acuerdo firme sobre la necesidad de promover tasas elevadas de crecimiento, pero no tenemos ni el más mínimo consenso sobre la manera de lograrlo.
Si en algo es prolijo el debate sobre el crecimiento económico es en sus mitos. Tenemos mitos sobre todo lo relacionado con el crecimiento: la inflación y el gasto público, la ley y la el gobierno, la desigualdad social y los subsidios, las crisis y la pobreza, las tasas de crecimiento y la educación, la productividad y el ingreso, la globalización y las importaciones. Tenemos mitos para todo y en tanto no acabemos con ellos, no lograremos el consenso necesario para salir adelante de una vez por todas. Afortunadamente, un nuevo estudio del Banco Mundial, que compara ochenta países a lo largo de cuatro décadas, permite llegar a conclusiones muy concretas y específicas sobre los efectos que han tenido las estrategias de diversos países sobre el crecimiento, la pobreza y, en general, el desarrollo. El estudio de David Dollar y Aart Kraay (Growth is good for the poor www.worldbank.org/research/growth/absddolakray.htm) ofrece la oportunidad de afinar nuestra propia estrategia sin los mitos que han arrojado resultados tan pobres a lo largo de las últimas tres décadas. Veamos mito por mito.
Mito número uno: la globalización es enemiga del desarrollo interno. La evidencia que presenta el estudio es contundente: los países pobres que se aíslan del resto del mundo acaban condenados a la pobreza, en tanto que aquéllos que lo esposan a través del comercio exterior y la inversión extranjera tienden a converger. Es decir, la globalización es un factor positivo para el crecimiento. En nuestro caso, el desempeño reciente de la economía hace tan evidente este punto, que no debería ser ni siquiera sujeto de discusión; sin embargo, contra lo que suponen muchos otro mito- el hecho de que sólo una parte de la economía y sólo algunas regiones se estén beneficiando de las exportaciones y del crecimiento de la inversión extranjera es indicativo de otro problema: la economía mexicana no se ha abierto suficiente. Además de los sectores que siguen siendo protegidos, existe un sinnúmero de obstáculos a la integración de todo el país en los circuitos exitosos de la economía mexicana, comenzando por la pésima infraestructura que caracteriza a buena parte del país (mucho de la pobreza es producto de esa situación y no al revés), y de la negativa o incapacidad a transformar el paradigma de la educación, que lleva a la preservación de la pobreza.
Mito número dos: el crecimiento polariza los ingresos de la población, haciendo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. El estudio muestra que, en promedio, los ingresos de los pobres se elevan en la misma proporción que el aumento general del ingreso. Es decir, existe una relación directa entre el crecimiento económico general y el ingreso de la población de menores ingresos. Los autores examinan la forma en que se elevan esos ingresos y llegan a la conclusión de que, contra el mito del ingreso por filtración (o trickle down), llegan a la conclusión de que el aumento del ingreso para la población de menores ingresos no ocurre como resultado de que primero se hicieran más ricos los ricos, sino en forma proporcional y al mismo tiempo (y a la misma tasa). En otras palabras, toda la población se beneficia del crecimiento de la misma manera y al mismo tiempo.
Mito número tres: las crisis le pegan más a los pobres que a los ricos. El estudio muestra cómo los ingresos de los pobres y de los ricos suben y bajan en forma semejante durante periodos tanto de crecimiento como de crisis. O sea, las crisis le afectan a los ricos y a los pobres en la misma proporción. Evidentemente, este hallazgo no disminuye el hecho de que una caída del 10% en el ingreso disponible de una familia que vive de un salario mínimo la afecta mucho más duramente que la misma caída a una familia rica. Pero la evidencia que encuentran los autores muestran que el ingreso de la población pobre no disminuye más que la de los ricos. El problema, por supuesto, es que exista pobreza, no el hecho de que haya crisis.
Mito número cuatro: una economía abierta disminuye los beneficios del crecimiento para los pobres. Una vez más, los autores encuentran que no existe ninguna instancia en todos los casos que analizaron en los que la apertura de la economía afectara la proporción de elevación del ingreso entre los pobres y ricos: todos suben de la misma manera y al mismo tiempo. Mucho más interesante es la evidencia que presentan sobre la manera en que mientras más abierta es una economía, mayores tienden a ser las tasas de crecimiento, lo cual implica que, contra lo que afirma la mitología, la apertura económica es más benéfica para los pobres que el proteccionismo que tiende a sesgar el desarrollo en favor de los productores a costa de tasas más elevadas de desarrollo.
Mito número cuatro: la globalización tiende a polarizar el ingreso y, por lo tanto, a agudizar la desigualdad. Los autores encuentran que mientras mayor es la apertura de una economía, mayores son las tasas de crecimiento y que, al mismo tiempo, la apertura no tiene un efecto sobre la distribución del ingreso. O, puesto en otros términos, la globalización contribuye a elevar las tasas de crecimiento y que los pobres participan en los beneficios en forma equivalente al resto de la sociedad.
Mito número cinco: los derechos de propiedad favorecen a los ricos y a las empresas multinacionales que son dueñas de las patentes y marcas. Los autores encuentran que en aquellos países en que existen leyes que otorgan una protección fuerte a los derechos de propiedad, las empresas tienden a invertir más y a desarrollar programas de inversión de largo plazo, lo que contribuye tanto a la estabilidad económica como a lograr tasas más elevadas de crecimiento.
Mito número seis: la pobreza se resuelve mediante el gasto público. En uno de sus hallazgos más contundentes, los autores encuentran que el gasto público es una de las peores amenazas al crecimiento de la economía. El estudio llega a la conclusión de que el gasto público tiende a afectar negativamente el ingreso de la población más pobre porque tiende a disminuir las tasas de crecimiento y, por lo tanto, disminuye los niveles de ingreso de los pobres y de todos los demás. Además, en otro hallazgo que afecta la mitología inherente a la retórica política en el país, mientras mayor es el gasto público, peor acaba siendo la distribución del ingreso. En cambio, el gasto social, el gasto específicamente diseñado para beneficiar a los pobres, tiende a tener un efecto neutral sobre las tasas de crecimiento y sobre la distribución del ingreso. Es decir, la conclusión a la que se puede llegar a partir de este estudio es que el gobierno debe disminuir su gasto general tanto como pueda, comenzando por la propia administración, y dedicar lo que sí va a gastar a la infraestructura, la educación y el gasto social.
Mito número siete: la inflación contribuye a elevar las tasas de crecimiento. Este, quizá el mito más arraigado después de muchos años de populismo retórico, es el tema más contundente del estudio. Los autores encuentran que la inflación tiene un efecto desastroso sobre el crecimiento de la economía, sobre la distribución del ingreso y sobre el ingreso de los pobres en particular. Específicamente, concluyen que la inflación destruye la riqueza y polariza a la sociedad, además de que retrasa o hace imposible- el crecimiento de la economía. Los autores llegan a afirmar que, además de la apertura de la economía, una de las maneras más efectivas de acelerar el ritmo de crecimiento de una economía y de reducir la pobreza es reduciendo drásticamente la inflación y recortando el gasto público. Ambas estrategias aceleran el ritmo de crecimiento de la economía y, mucho más importante, mejoran la distribución del ingreso, beneficiando doblemente a los pobres.
El estudio en cuestión muestra, fehacientemente, porqué los pobres aborrecen la inflación tanto más que los ricos. Para los pobres, la inflación tiene el efecto directo de disminuir su ingreso disponible y de hacer mucho más difícil su recuperación. En este sentido, este estudio ofrece un buen fundamento analítico para comenzar a construir un consenso contra la inflación. Pero quizá eso sea pedir demasiado de los políticos que, en su vida privada, tienden a estar más identificados con los ricos que con los pobres.
Los mitos que nutren el debate político en el país son, literalmente, infinitos. En la reciente campaña electoral no parecía haber límite a las sandeces que algunos candidatos podían llegar a proponer: que más gasto y más subsidios; más protecciones y menos apertura; más inflación y más promoción al desarrollo. Este estudio muestra que lo que mejor podría hacer el gobierno es reducir su gasto, eliminar gasto administrativo, acabar con todos los subsidios y, en lugar de todo lo anterior, dedicarse a invertir en infraestructura, mejorar la educación y abrir más la economía. El problema es que quizá el mayor de todos los mitos es que los políticos efectivamente quieren promover el crecimiento acelerado de la economía.