Luis Rubio
Los avances que el país ha venido registrando a lo largo de los últimos quince años en materia económica, política y comercial, prácticamente garantizan que contará con ingentes oportunidades de crear empleos y riqueza en el curso de la próxima década. Lo que no es igualmente evidente es que los mexicanos vayamos a estar preparados para convertir esa oportunidad, esa posibilidad, en una realidad que transforme al país de una vez por todas. Nuestro reto va a consistir, esencialmente, en crear las condiciones para aprovechar una enorme constelación de oportunidades que comienzan a presentarse. Pero hoy no parece existir en el país ni el consenso necesario para aprovechar las oportunidades, ni la claridad de visión en el gobierno para hacerlas efectivas.
Los cambios que ha experimentado el país en estos últimos años son enormes. Si uno ve para atrás, la transformación que se ha experimentado es extraordinaria, aunque claramente inconclusa. El país ha dejado tener los rasgos provincianos característicos de una economía dedicada a un mercado interno limitado y relativamente pobre; hoy, la mayor parte de la producción es altamente competitiva, las exportaciones crecen como la espuma y la calidad de los bienes que el consumidor tiene a su disposición es tan alta como la de casi cualquier otro país del mundo. Ciertamente, uno de los más grandes rezagos reside en la modesta recuperación del mercado interno que tiene su origen en la incipiente casi inexistente- vinculación de la actividad exportadora con el resto de la economía y la población; a que muchos empresarios han sido incapaces de transformar su manera de producir y a que, en general, todavía no existen condiciones propicias para que prosperen nuevas empresas, por la ausencia de crédito, de seguridad jurídica y de certidumbre. Aunque hay algunos indicios de mejoría en estos rubros, es evidente que el trecho por recorrer todavía es muy grande. Sin embargo, no cabe la menor duda de que, a pesar de los estragos iniciales y de las crisis de estos años, las políticas adoptadas a partir de mediados de los ochenta comienzan a rendir frutos: la apertura a las importaciones ha transformado la dinámica del mercado interno, la privatización de empresas gubernamentales ha abierto horizontes hasta hace poco inconcebibles, el TLC ha generado una enorme ventana a las exportaciones y la estabilidad macroeconómica ha propiciado elevadas tasas de crecimiento de la actividad productiva y del empleo, al grado en que hay vastas regiones del país que hoy experimentan los problemas derivados de la aguda escasez de mano de obra calificada.
Algo semejante se puede decir de los cambios políticos por los que el país ha atravesado. Aunque en materia política no hubo la misma amplitud de visión que en la economía, en este ámbito el país también se ha transformado. La evidencia más palpable de lo anterior reside en el hecho de que el próximo presidente proviene de un partido distinto al PRI, una revolución en sí misma, pero la transformación política tiene otras dimensiones no menos importantes. Al día de hoy, prácticamente todos los estados del país gozan de una amplia presencia de partidos de oposición en sus legislaturas; con excepción del estado de Puebla, por ejemplo, ningún partido goza de la posibilidad de llevar a cabo cambios constitucionales a nivel estatal sin la concurrencia de diputados de partidos distintos. El número de gubernaturas en manos de partidos distintos al PRI ha crecido de manera constante y la alternancia se convierte, poco a poco, en un factor normal de la vida política a nivel municipal. No menos importante, el país hoy cuenta con una Suprema Corte de Justicia independiente, profesional y deseosa de cumplir con su función constitucional. En todos y cada uno de estos ámbitos, los avances son enormes. También, por supuesto, son grandes las deficiencias. El poder judicial en su conjunto es sumamente débil y corrupto, la capacidad de un ciudadano común y corriente de resolver disputas judiciales, por más simples que éstas sean, es todavía imposible y la noción de una justicia pronta y expedita es simplemente inexistente. De la misma manera, la ciudadanía todavía no tiene mecanismos efectivos a su disposición para hacer que los funcionarios públicos rindan cuentas de sus actividades y el problema de la inseguridad pública no tiene ni el menor viso de solución.
Un tercer ámbito en el que la transformación ha sido enorme es el del comercio internacional. En este rubro, el país se ha convertido en un pionero a nivel internacional a través de la enorme red de acuerdos comerciales que se ha estructurado, para el beneficio de largo plazo de los productores nacionales y, evidentemente, para sus empleados y proveedores. Apalancándose en el hecho de que contamos con un acceso privilegiado y garantizado al mercado más rico del mundo, el gobierno se ha abocado a desarrollar una red de pactos similares con un gran número de naciones latinoamericanas y con la Unión Europea. También contempla ampliar esa red hacia diversos países asiáticos. El hecho es que México se está convirtiendo en una nación sumamente atractiva para productores e inversionistas de todo el mundo. Todos ellos ven a México como una plataforma desde la cual producir y vender tanto al mercado mexicano como al de todos esos países con los que México tiene acceso privilegiado, a través de los acuerdos de liberalización comercial.
Por donde uno le busque y a pesar de todos los problemas, rezagos y dificultades que aún existen, la economía mexicana cuenta hoy con extraordinarias posibilidades de desarrollo en los próximos años. Desde la perspectiva de un inversionista extranjero, el país cuenta con reglas del juego claras y transparentes que garantizan su seguridad jurídica, el mercado interno potencial es enorme, la disponibilidad de mano de obra es igualmente generosa y los recursos con que cuenta el país son suficientes para décadas de desarrollo. Muy pocos países cuentan con una oportunidad tan grande para transformarse, enriquecerse y salir adelante como la tiene México en la actualidad.
Pero, a pesar de las oportunidades, los obstáculos que tenemos frente a nosotros no son menos formidables. Muchos de esos obstáculos son producto de nuestra compleja realidad, algunos otros son estrictamente auto impuestos y otros más son resultado de la falta de visión que ha caracterizado a muchos de los gobiernos de los últimos años. Cualquiera que sea su origen, los problemas están en todas partes: en la falta de seguridad jurídica para los empresarios mexicanos (de la que, paradójicamente, gracias al TLC están exentos los inversionistas del exterior), en la inseguridad pública, en la pésima calidad de la infraestructura y de la educación, en la complejidad burocrática que implica la creación de nuevas empresas y fuentes de empleo, en la inflexibilidad de la ley laboral, en la ausencia de inversión en el sector energético, en la persistencia de empresas y prácticas monopólicas en sectores que van de el petróleo y la petroquímica hasta las comunicaciones, en la permanente propensión del gobierno a cambiar las reglas del juego en el último instante. Quizá sea una maldición, pero nuestras oportunidades siempre vienen acompañadas de obstáculos que impiden que los aprovechemos a cabalidad.
De esta manera, nuestra situación actual es muy simple: por una parte, tenemos frente a nosotros la oportunidad histórica de transformar al país, de crear todas las fuentes de empleo que la población demanda, de elevar el ingreso de las familias mexicanas de una manera constante por un periodo largo y, como consecuencia de lo anterior, de acercarnos al ideal de desarrollo que por décadas el país ha anhelado. Por otro lado, tenemos un sistema educativo que no permite romper con el círculo vicioso de la pobreza que afecta a una porción enorme de la población; un sistema judicial que no genera certezas jurídicas; un sistema de representación que no es fiel a los intereses y demandas de la ciudadanía sino a diversos intereses políticos, con frecuencia obscuros; una incapacidad para aceptar soluciones distintas a las ideológicamente convenientes; y, en general, un mundo de mitos que hace sumamente difícil convertir una oportunidad en una realidad.
El gran reto para el próximo gobierno va a ser el de avanzar hacia la transformación de estos límites auto impuestos. En lugar de ver para atrás, los mexicanos necesitamos ver hacia delante; y en lugar de ver hacia adentro y hacia lo que se ha hecho antes, debemos ver hacia afuera y probar nuevas posibilidades. Mucho de lo anterior tiene que ver más con liderazgo y con actitud que con cualquier otra cosa, pero mucho también tiene que ver con una transformación de las estructuras sociales, institucionales y políticas que rigen la toma de decisiones. A nadie debe caber la menor duda de que es imperativo actuar en frentes como el de la infraestructura (desde electricidad hasta telecomunicaciones), o el de la educación (donde es necesario transformar al propio magisterio) para sentar las bases de una economía competitiva y accesible a toda la población. En la medida en que se resuelvan estos dos entuertos, la productividad crecerá y, con ello, las oportundidades de elevar de manera sensible el ingreso de la población. Pero, evidentemente, nada de esto ocurrirá por arte de magia ni como resultado de buenas intenciones.
La función del gobierno es hacer posible el desarrollo. Hoy en día, en vísperas de que se inaugure una nueva etapa de la vida política nacional, lo imperativo es convertir el cambio de gobierno en una oportunidad para el desarrollo de largo plazo del país. Lo que existe a la fecha es sumamente bueno como base, como cimientos para esa transformación; al mismo tiempo, las circunstancias internacionales parecen estar convergiendo para hacer promisoria la consolidación de esa oportunidad, todo lo cual arroja una enorme responsabilidad sobre el nuevo gobierno. Hasta ahora, todos los gobiernos se quejaban de la ausencia de oportunidades; esta vez las oportunidades sobran. Lo que urge es crear las condiciones internas en los ámbitos político, de justicia, de infraestructura, de educación y de seguridad- para que sea posible aprovechar la oportunidad. En unos cuantos años, habrá otros países que hayan podido replicar el conjunto de condiciones que hoy nos caracterizan; de no actuar ahora, habremos dejado pasar una oportunidad más, quizá la gran (¿y última?) oportunidad.