La oposicio¦ün y el PRI hacia el 2000

La oposicio¦ün y el PRI hacia el 2000

Luis Rubio

La historia del año 2000 todavía no está escrita. De hecho, las disputas dentro del PRI y entre los partidos y candidatos potenciales de la oposición apenas comienzan. Por lo pronto, lo que parece claro es que hay dos candidatos prácticamente definidos en los principales partidos de oposición, al menos tres precandidatos serios en el PRI y la posibilidad de que obtengan registro tres o cuatro nuevos partidos políticos que, aunque pequeños, traen con ellos el ímpetu de políticos ambiciosos y experimentados, lo que sin duda incorporará un nuevo elemento de ruido y efervesencia en la política nacional. Lo irónico es que estos nuevos partidos van a tener un enorme impacto en la historia que se escriba en las próximas elecciones federales del 2000.

Hay dos componentes cruciales que irán dando forma al escenario que se construya de aquí al mes de julio del 2000, y de ahí en adelante. Por el lado de los partidos de oposición al PRI la característica -y riesgo- fundamental es el de la fragmentación. Los partidos proliferan, los candidatos potenciales se multiplican y las disputas potenciales se agudizan. Si uno extrapola la historia pasada del país y del PRI, mientras más se fragmenta la oposición, mejor para el PRI. Una oposición excesivamente dividida y fragmentada fácilmente permitiría que el PRI ganara con un porcentaje bajísimo de los votos.

El otro componente del escenario que va conformándose para el 2000 tiene que ver con el PRI. Para los expertos en las teorías de la conspiración, todo lo que ocurre dentro del PRI es siempre producto de una administración maquiavélica que todo lo organiza, supervisa y anticipa. Si ese esquema alguna vez fue real, es más que evidente que está lejos de operar en la actualidad. Hoy en día el PRI experimenta una lucha intestina de profundas dimensiones que, aunque seguramente reminiscente de pasado, se caracteriza por una diferencia medular: hoy en día no existe ese gran elector que dominaba el proceso, imponía disciplina y cobraba facturas y favores a diestra y siniestra. En adición a lo anterior hoy domina al PRI un sentido de desesperación y temor y un ánimo de venganza que fácilmente podría alterar el proceso de selección de un candidato, creando situaciones inéditas en el PRI. Puesto en otros términos, la división del PRI ya no es un escenario inimaginable.

La conjunción de estos dos factores -la fragmentación dentro de la oposición y el potencial de división dentro del PRI- va a determinar lo que ocurra en el 2000. Quizá lo más importante es que ni el PRI ni los partidos de la oposición van a definir por sí mismos el devenir del país: será la conjunción de ambos procesos la que lo defina.

La dinámica dentro del PRI es quizá la más violenta. Dentro del PRI hay un candidato cada vez más obvio y prominente, promovido desde el gobierno. Francisco Labastida es sin duda el candidato del gobierno, candidato que ha logrado conciliar los puntos de vista e intereses internos que se manifiestan dentro del gabinete. Entiende la dinámica que anima a los economistas del gobierno, pero no goza de la confianza de los sectores más duros y dinosáuricos del partido ni de mayor popularidad entre la sociedad. Como su predecesor en su puesto actual, su mayor vulnerabilidad reside en que cualquier día lo sorprendan con una matanza o algo similar, como la sucedida en Acteal. Por lo anterior, más que querer permanecer en su puesto para fortalecerse cada vez más, como hubieran preferido sus predecesores en sexenios anteriores, lo que le urge es reducir su enorme vulnerabilidad. Cuenta con el apoyo del aparato gubernamental, cuya fuerza, cuando bien estructurada y empleada, puede ser todo menos despreciable.

Pero en contraste con el pasado, hay por lo menos otros dos candidatos con gran potencial en el PRI. Manuel Bartlett ha ido construyendo una plataforma política que rompe con muchos de los cartabones tradicionales. Se ha dedicado a establecer una base de credibilidad a partir de su gestión gubernamental en Puebla, misma que tiene un fuerte componente de confrontación con la oposición, particularmente con el PAN. Su planteamiento es mucho más moderno y menos dinosáurico de lo que con frecuencia se le atribuye, pero eso no le quita los pasivos del pasado con que carga. Por una parte muestra un profundo desprecio por la oposición, mismo que está perfectamente empatado por el odio que ésta le profesa. Mucho de esto proviene del pasado, pero mucho refleja prejuicios, preconcepciones y, sobre todo, los dogmas -que ambas partes cargan- de un paradigma político que ya no se aplica, ni se va a aplicar en el futuro, a la realidad del país. Por otra parte, y trascendental, Bartlett carga con el sambenito de las acusaciones que le ha hecho la agencia antidrogas norteamericana. Verídicas o falsas, esas acusaciones fácilmente podrían llevar a que este candidato fuese nominado el narco candidato por la prensa estadounidense, lo que de inmediato pondría en un brete su candidatura y al país en su conjunto.

Roberto Madrazo es sin duda el candidato de los grupos más duros y dinosáuricos del partido. Si bien puede ser no más que una ficha de negociación para esos grupos, la candidatura demuestra la fuerza que están dispuestos a articular esos intereses. Sus activos personales son mucho menores que los de sus dos competidores personales, pero sus apoyos -en términos de recursos, redes, relaciones y capacidad política- más que compensar esas deficiencias. Lo menos que se puede decir de los candidatos, y del PRI en general, es que la temperatura, los golpes bajos y no tan bajos no pueden más que ascender.

La suma de lo anterior es que el PRI va que vuela a una confrontación interna. Dos de los precandidatos formaron parte de la administración que persiguió o marginó a muchos de los priístas duros más prominentes en los ochenta. Después de esa experiencia, es poco probable que los duros estén dispuestos a ceder, a menos de que logren garantías e impunidad absolutas. Esto constituye un ingrediente casi inevitable para un choque interno en el partido. Obviamente la característica medular del PRI, y que lo diferencia en forma absoluta de los partidos de oposición, es su pragmatismo. Los priístas están perfectamente conscientes de los riesgos de perder la presidencia, por lo cual su objetivo es no sólo mantener (muchos de ellos dirían recuperar) la presidencia, sino también recuperar la mayoría en el congreso.

Pero las diferencias entre los priístas no se pueden menospreciar. De por medio van intereses, egos, vanidades, pertenencia a grupos e, incrementalmente, el desprecio que unos tienen por la capacidad de los otros. Este tipo de disputa ha sido una característica histórica del PRI, con la cual ha sabido lidiar generalmente bien, por lo que no es imposible que el conflicto bien pueda evitarse, dejando al partido con un candidato de unidad. Pero, en ausencia de un gran elector capaz de conciliar intereses, imponer disciplina y articular una candidatura única, esto va a ser mucho más dificil que en cualquier época previa. La división del PRI no es un escenario imposible ni descartable, lo que abre una verdadera oportunidad para la oposición.

Pero la oposición sólo tendrá una oportunidad si no se divide en exceso. Independientemente de los impedimentos legales a las coaliciones, la nominación de un candidato de unidad entre el PAN y el PRD parece imposible. El PRD tiene dueño y no va a ceder su corona. Las disputas entre ambos partidos en estos dos años de cogobierno en el congreso y el discurso radical y antipanista del presidente del PRD hacen prácticamente imposible pensar que el PAN cedería la candidatura al PRD o viceversa. Salvo que el PRD abandone a su candidato vitalicio, un candidato de unidad es imposible y sin ese candidato el atractivo del PRD disminuye drásticamente. Además, las encuestas muestran que el voto ideológico o duro de ambos partidos tiene como segunda preferencia al PRI antes que al PAN o al PRD, según sea el caso. El beneficiario de un escenario de unidad podría ser, paradójicamente, el PRI.

Más importante para el devenir de la oposición -y del país- es lo que ocurra con los partidos chicos -el PT y el Partido Verde y, sobre todo, con los partidos que adquieran nuevo registro en los próximos meses, particularmente aquellos lidereados por Manuel Camacho, Dante Delgado y Gilberto Rincón Gallardo. De no alterarse la tradicional propensión a que la vanidad (y racionalidad individual) domine a las decisiones de la oposición en el país, lo que es anticipable es una nueva proliferación de candidatos. No se puede disminuir, además, que en una lógica estríctamente individual, lo que más conviene a los partidos chicos es contar con candiatos propios a la presidencia que sean ruidosos y cautivadores bajo el entendido de que el apoyo a un candidato presidencial usualmente genera votos para el conjunto del partido. Pero la proliferación de candidatos fragmenta el voto opositor, abriéndole la puerta grande al PRI. La paradoja de lo anterior es que lo que es bueno para los partidos chicos -más votos y más curules- es benéfico para el candidato presidencial del PRI. Pero sin curules, los partidos chicos no existen. Por ello, la forma en que se resuelvan estos dilemas va determinar mucho de lo que ocurra en el 2000.

En todos los países existe un porcentaje relativamente elevado del electorado que vota sistemáticamente por un mismo partido. En México ese grupo, según las encuestas, ha disminuido en los últimos años y se coloca alrededor del 50% a 60% del electorado. Esto quiere decir que el 40% a 50% restante va a decidir lo que pase en el 2000 y va a determinar mucho de la historia futura del país. Además, esta enorme porción del electorado se siente desamparada, sin sentido de dirección y sin claridad para el futuro. La causa de la volatilidad es más que evidente.

Los partidos y sus candidatos van a tener la propensión a criticar lo que existe y describir su Nirvana personal para el futuro. Lo más probable es que quien pueda ofrecer seguridades y garantías de un futuro claro, de un sentido de dirección y, sobre todo, de esperanza, gane a buena parte de este electorado volátil. Nuestro problema de fondo es la enorme incertidumbre que produce la dispersión de posturas de los partidos y candidatos sobre los temas que importan a la población, sobre todo con relación a la economía, la seguridad pública y, en general, el futuro. A diferencia de los políticos, la población sólo pide saber para dónde.

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