UN NUEVO CONSENSO NACIONAL

Luis Rubio

Las fisuras políticas que experimenta el país se hacen particularmente patentes en el ámbito de la economía. Más que tender hacia un consenso, las fuerzas centrífugas dominan el debate político y producen un clima de confrontación creciente en el ámbito de la economía. El gobierno y su partido amenazan al electorado. En adición a ello, las propuestas de virtual ruptura institucional, disfrazadas de alianzas opositoras, contribuyen a crear un clima de deterioro del que nadie, excepto las fuerzas más reaccionarias, podría salir beneficiado. Es imperativo reconocer la fragilidad del momento en que nos encontramos.

El clima de tensión parece tener dos fuentes. Por una parte la creciente intolerancia que predomina en el ámbito político. El gobierno fustiga a todos los críticos y a toda disidencia, de cualquier color, como si viviéramos en la etapa stalinista de la era priísta. En lugar de propiciar un clima de confianza y serenidad que permita un desarrollo normal de la sociedad mexicana, el propio gobierno es el primero en enrarecer el ambiente público. Por otra parte, disfrazada de búsqueda de unidad y transición política, la propuesta de Alianza para la República destila un veneno de intolerancia preocupate, sobre todo por su naturaleza excluyente. En lugar de construir, dos de las fuentes potencialmente más fundamentales de transformación del país se están abocando a propiciar un enfrentamiento.

La tensión es palpable en el debate sobre la economía. Muchos de los intercambios que han tenido lugar en el tenso ambiente político se refieren a la disputa que existe en el corazón de la política económica. Quienes la apoyan y quienes la reprueban responden a circunstancias distintas. Si bien persisten algunos empresarios y muchos políticos que todavía suspiran por un mundo fácil, libre de importaciones y generoso en subsidios, los partidos políticos ya reconocen que la globalización de la economía es un hecho que no puede ser ignorado y, más importante, que no va a desaparecer porque uno cierre los ojos.

Aunque exista reconocimiento del problema, no hay consenso sobre cómo enfrentarlo. Típicamente, quienes apoyan la política económica ven en la globalización una oportunidad para el desarrollo del país, por lo que promueven una rápida inserción en la economía internacional, demandan esfuerzos mucho más intensos por desregular y privatizar para elevar la eficiencia e insisten en absoluta transparencia. Su prioridad es el largo plazo, a lo cual proponen subordinar los costos inmediatos del cambio. Para este grupo las oportunidades no esperan, por lo que cada día que se retrasan las afores y cada privatización que se cancela por cualquier razón es un paso atrás en la posibilidad de lograr un desarrollo económico sano que produzca empleos e ingresos para todos los mexicanos.

Por su parte, quienes reprueban la política económica no necesariamente rechazan la globalización, pero la ven más como una amenaza. Reconocen que el mundo del pasado ya no es posible, pero eso no les impide intentar preservar algunos de los trofeos que en esa época se cosecharon. Por ello proponen una mayor equidad en el desarrollo económico y convocan a un nuevo pacto social que redistribuya los beneficios, evite los extremos de pobreza y riqueza y garantice un mínimo de bienestar. Su prioridad se encuentra en el corto plazo a través de cambios graduales que garanticen la viabilidad socio política del proceso. Para este grupo el gobierno debe mantener sus instrumentos de acción política y social y emplearlos para proteger a los que menos tienen y asegurar que los beneficios se distribuyan más rápidamente.

Hasta hace unos años la mayoría de los mexicanos parecía aceptar que la única manera de avanzar era por medio de un curso más o menos intermedio entre estas dos posturas, donde se perseguían los objetivos de transformación económica, mientras que se asistía a los más desprotegidos. La participación que se dió en las elecciones de 1994 confirmaba que los mexicanos no sólo habían aceptado el rumbo adoptado como el único razonable y realista, sino que además reconocían la enorme fragilidad institucional del país.

La crisis económica dió al traste con ese virtual consenso y, desde entonces, no ha habido ni siquiera la intención de volver a forjarlo. Es por eso que la confrontación de posturas y los regaños presidenciales son tan preocupantes. No sólo no existe consenso, sino que el clima político es de creciente confrontación. La intoleracia se ha convertido en la norma en lugar de ser la excepción. Peor, en lugar de ver a la población como la razón de ser del país y el objetivo último de la política económica, los actores políticos se mueven como si lo único importante es ganar el punto del momento.

Los problemas del país son muchos y muy profundos. Por más que haya muchos creyentes, la democracia no va a resolverlos y sí, en cambio, puede dificultar su solución. Lo urgente es reconstruir un consenso sobre el rumbo adoptado para que los partidos y los políticos se peleen sobre los detalles. En la medida en que continuemos debatiendo la esencia, el país se va a consumir en el proceso. El país es demasiado importante como para que los pleitos y diferencias entre los políticos acaben destruyéndolo.

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4El clima de tensión parece alimentarse de está Pero también está que en en torno al corazón, la esencia, apoyan la política económica, aunsudinámica a través de exportaciones, importaciones, inversión extranjera, etcétera. Por ello demandan y, en esa medida, la del actuar gubernamental y de las reglas del juego/o se cancela una , se da ,,lonfueravertiente electoral de la incompleta mexicana .