El partido que podría guardar el balance de la Cámara de Diputados no sabe qué papel le toca jugar. Ha pagado caros los años de (absolutamente legítimo) apoyo legislativo al gobierno y ahora corre exactamente el mismo riesgo al subordinarse por completo al PRD. En lugar de construir sobre sus activos, este partido parece preferir el asiento trasero de la política mexicana. Es paradójico que, justo cuando los panistas se encuentran con la oportunidad de convertirse en el pivote de la política nacional, a sus líderes se les caiga la brújula en una coladera.
El comportamiento del PAN en el último año es, en el más benigno de los casos, enigmático. Hace sólo un año, las encuestas colocaban a ese partido en la cima de las preferencias electorales tanto a nivel federal como en distintos estados. Los priístas no dejaban de quejarse -y preocuparse- del avance que experimentaba su «rival histórico». Algunos miembros de la vieja guardia del PRI veían al PAN como la peor amenaza a su sobrevivencia. Los miembros del PRD los despreciaban (y envidiaban) a más no poder. Por su parte, los panistas estaban tan seguros de ser los legítimos (y naturales) beneficiarios de la debacle gubernamental y priísta, que hasta se daban el lujo de ignorar a sus críticos, a la vez que minimizaban a sus actuales socios en la Cámara de Diputados. Ni siquiera estuvieron dispuestos a contemplar una alianza electoral para el Distrito Federal con el PRD, pues su triunfo les era más que evidente.
Un año después, la debacle ha dejado de ser privativa del PRI. Hoy en día, tampoco los panistas, a nivel nacional, tienen la menor idea de qué hacer o hacia dónde dirigirse. Pero sus circunstancias son muy diferentes. Mientras que el PRI nunca ha sido un partido político, en el sentido estricto del término, y su gran dilema reside en cómo recuperar la iniciativa e incorporar a sus bases en el proceso político para poder recobrar su vitalidad, el PAN tiene que avanzar en sentido contrario: para el PAN lo crucial es dejar de ser un mero paraguas de muchas organizaciones regionales, cada una con sus propias características e intereses. Así como el control central absoluto que históricamente caracterizó al PRI ha acabado por estrangularlo, la extrema descentralización que caracteriza al PAN lo paraliza y le impide actuar. En el PAN hay decenas de interlocutores, ninguno de los cuales tiene la visión del conjunto, en tanto que aquéllos que si la tienen (o deberían tenerla) no tienen capacidad alguna para articularla. La estructura del PAN lo paraliza y lo hace presa fácil de los dos primos revolucionarios. Su efectivo liderazgo nacional durante los años de Salinas le permitió convertirse en un partido nacional, pero siempre subordinado a las decisiones del PRI. Ahora, con un liderazgo menos efectivo, ha quedado subordinado a las decisiones del PRD. Su estructura lo condena a la subordinación.
La relación del PAN con el gobierno de Carlos Salinas fue sumamente importante para el país y valiosa para ambas partes. Ese gobierno requería el apoyo legislativo del PAN para poder legitimar (y en ocasiones aprobar) sus políticas, en tanto que el PAN logró abrir muchos boquetes en el monopolio del PRI en materia electoral. Muchas de las transacciones que se realizaron al amparo de esos entendidos, sobre todo las despectivamente llamadas «concertacesiones», ciertamente son criticables bajo una óptica democrática. Sin embargo, vistos en retrospectiva, esos entendidos fueron un importante antecedente para los cambios políticos que están teniendo lugar en la actualidad. El pragmatismo del PAN contribuyó en ese momento a que el país avanzara en un proceso de cambio económico y político de manera pacífica, algo que no podemos minimizar.
Cualquiera que haya analizado las diferentes posturas y opiniones que existen dentro del PAN, sabe bien que son muy exageradas las frecuentes afirmaciones de comentaristas y observadores en el sentido de que no hay diferencia alguna entre la política económica que han promovido los últimos gobiernos y la postura del PAN en esta materia. No hay duda que algunos de los integrantes del PAN, probablemente los menos, ciertamente se inclinan hacia una economía abierta y de mercado; pero también hay otros, probablemente los más, que se entenderían mejor con los más radicales del PRD. Esos contrastes explican mucho del comportamiento del PAN y los frecuentes bandazos que caracterizan su comportamiento legislativo: en ocasiones sus líderes llegan a un acuerdo con el presidente o con el PRD, sólo para encontrarse con que no cuentan con el apoyo de sus diputados en el Congreso.
Quizá el peor error tanto del PAN como del actual gobierno haya sido el nombramiento de un procurador venido de las filas del PAN. La noción de nombrar a un procurador que no proviniera del PRI era extraordinariamente atractiva pues, en la percepción pública, eso garantizaba la posibilidad de enfatizar el desarrollo de la procuración de justicia, algo que era imposible de otra manera, dada la naturaleza histórica del PRI. Pero la noción de que cualquier persona, por el hecho de no ser del PRI, sería la apropiada, probó ser no sólo falaz, sino extraordinariamente onerosa. El PAN defendió y apoyó incondicionalmente al procurador por el hecho de que era un miembro prominente del partido, pasando por alto su probada incompetencia para tal encomienda. Ese fue su grave error. El PRI aprovechó el error con gran generosidad pero, irónicamente, acabó beneficiando no al PRI, sino al PRD.
La verdad es que la debacle del PAN es auto inflingida. Bajo cualquier medida electoral objetiva, los resultados del seis de julio pasado fueron extraordinariamente buenos. El PAN aumentó el número total de votos obtenidos respecto a 1994, logró dos gubernaturas excepcionalmente importantes y aumentó sensiblemente el número de distritos electorales representados por el PAN en la Cámara de Diputados. Esos triunfos no han impedido que los panistas se midan por sus fracasos. Ciertamente esperaban ganar tanto el control de la Cámara de Diputados como el gobierno y la legislatura de la ciudad de México y en ambos casos fueron derrotados por el PRD. Pero su problema no es de más o menos curules o votos, sino de total ausencia de visión estratégica, algo que, aunque también presente en el PRI, lo tiene de sobra el PRD.
Son muchos los países en que un partido como el PAN constituye el pivote del poder político. Partidos mucho más pequeños que el PAN hacen toda la diferencia en la constitución y estabilidad de gobiernos como los de España, Italia, India e Israel. En todos esos casos, un partido con el 25% de los votos en un congreso o parlamento en el que nadie tiene mayoría absoluta, tiende a convertirse en la pieza más cotizada del mundo. Sin embargo, este no es el caso del PAN. Parece que los panistas se han conformado con jugar un papel secundario en la Cámara de Diputados, para beneficio del PRD.
La alianza del PAN con el PRD (y con el PT y el PVEM) fue un golpe magistral de la oposición. Haber logrado que el PRI perdiera la mayoría absoluta para luego no controlar la Cámara hubiera sido verdaderamente criminal. Pero todos sabemos cuan endeble es esa alianza. Los cuatro partidos del bloque opositor tienen muy pocas cosas en común; de hecho, lo único que comparten es su anti-priísmo. Pero el bloque tiene un valor en sí mismo y sus cuatro componentes saben bien que cualquier ruptura favorecería a su enemigo común. Sin embargo, de lo anterior no se deriva que exista necesidad de votar en la misma dirección en materia legislativa.
En un sistema parlamentario, si el bloque que controla el poder legislativo (y, por lo tanto, el ejecutivo) no logra aprobar una legislación, el gobierno cae. No así en un sistema presidencial como el nuestro, donde los votos en el Congreso nada tienen que ver con la estabilidad del Poder Ejecutivo. Obviamente un gobierno va a poder avanzar sus programas sólo si logra que se aprueben sus iniciativas de ley; pero su supervivencia no depende de la mayoría legislativa en la Cámara de Diputados. Lo mismo se puede decir de los integrantes de una coalición en el Congreso: excepto en los votos referentes al gobierno de la propia Cámara, la coalición no tiene por qué disolverse si sus integrantes votan de distintas maneras en los demás temas que se presenten. Para el PAN, esta circunstancia abre enormes oportunidades, pues le permite apoyar y mantener al bloque opositor en control de la Cámara, sin con ello subordinar de nueva cuenta su agenda y convicciones a los intereses de terceros. En consecuencia, a menos de que el PAN encuentre la manera de resolver sus propias contradicciones internas y convertirse en el pivote del poder en el Congreso, para de este modo avanzar su propia agenda política, acabará siendo, nuevamente, la ofrenda que sacrifiquen los socios que no ha sabido escoger.