NO ESTAMOS SOLOS

Luis Rubio

La economía no va a ninguna parte. Las empresas se han dividido en dos grandes grupos: las que son ultra competitivas que exportan y son rentables y las que han estado protegidas, no son nada competitivas y están orientadas al mercado interno. Detrás de estos dos grupos se encuentran millares de empresas medianas y pequeñas que emplean al 70% de la fuerza de trabajo. En la medida en que las empresas exitosas se diversifican y se enfilan más hacia el exterior, todas las demás comienzan a ver un horizonte lleno de nubarrones. Las dificultades que se anticipan se hacen todavía más grandes debido a la enorme pila de deudas que agobian a la industria en general. El sistema bancario experimenta pérdidas crecientes y la posibilidad de que algunas de las principales instituciones lleguen a quebrar. El gobierno se empeña en promover una r pida desregulación de la actividad económica, lo que anuncia una competencia todavía mayor, importaciones crecientes y una sensible caida en las utilidades. El desempleo es una posibilidad real que antes era simplemente inimaginable. El gobierno todo poderoso de antes simplemente se niega a proseguir con mecanisos de protección, subsidios y otras ayudas al sector privado.

(Suena conocido? Si bien la descripción parece directamente venida de las declaraciones cotidianas de alguno de nuestros dilectos líderes empresariales, en realidad se trata del análisis que realizó la revista Business Week en su edición de enero 27 de este año respecto a Japón. La economía japonesa es la segunda más grande del mundo y los japoneses son sin duda uno de los pueblos más ricos de la tierra. A pesar de lo anterior, la economía japonesa experimenta el mismo tipo de presiones que se pueden observar en México. La japonesa es una economía que lleva varios años en recesión, donde los únicos que han logrado salir adelante son los que están vinculados con las exportaciones de un tipo u otro. En la medida en que el número de perdedores en este proceso aumenta, las encuestas revelan un país lleno de gente preocupada por su futuro, ansiosa respecto a la posibilidad de perder su empleo y deseosa de cambiar lo necesario para salir adelante.

Si bien la economía japonesa es una de las más exitosas de la historia bajo cualquier rasero que se quiera emplear, en realidad ha sido una economía dual. El gobierno japonés se dedicó por décadas a promover exportaciones y a hacer todo lo necesario para que los exportadores triunfaran, en tanto que protegió a su mercado interno con la excusa de que de esa manera se aseguraba un desarrollo equilibrado. Como todoa sabemos, las exportaciones probaron ser una fuente de riqueza casi inagotable, lo que permitió preservar ese esquema por mucho tiempo. Hasta que dejó de funcionar.

Los paralelos entre ambas economías, toda proporción guardada, son en realidad asombrosos. En ambos casos nos encontramos con un sector empresarial francamente dividido. Por una parte están los que saben lo que están haciendo, aquéllos que comprenden que ya no se puede producir exclusivamente para el mercado interno, sino que ven al mundo en su conjunto como su espacio de acción, pues es ahí donde están sus competidores y sus proveedores, asi como las tecnologías que pueden o deben emplear. Por otro lado están las empresas y los empresarios que nacieron y crecieron al amparo de la protección gubernamental y que no reconocen o comprenden la enormidad del cambio que ha sobrecogido al mundo. Los primeros se dedican a producir, a desarrollar nuevos productos y mercados y a buscar la manera de emprender nuevas inversiones en donde éstas pudiesen ser más rentables y seguras. Los segundos se la viven lamentando lo que ya no existe, reclamando el regreso de la protección gubernamental y siguen embotados en un círculo vicioso de reclamaciones y demadas con los bancos.

Como en México, el problema en Japón no es solo industrial. La ineficiencia en los servicios es enorme, la competencia creciente y las utilidades con frecuencia no existen. En Japón los perdedores son mucho más numerosos que los ganadores y se concentran, típicamente, en sectores e industrias que, por protección gubernamental o porque las tecnologías disponibles no favorecían la competencia, se fueron rezagando. En ese trance se encuetran las aerolíneas, las empresas de seguros, buena parte de la industria metal mecánica, los bancos y todo el comercio. La desregulación de la economía ha generado una enorme competencia que est dislocando a toda la actividad productiva orientada hacia el mercado interno. De hecho, toda la estructura del famoso keiretsu -la estructura de vínculos accionarios, productivos y de proveedores que se conformó después de la Segunda Guerra Mundial y que favoreció el espectacular crecimiento de Japón-, se est viniendo abajo.

A pesar de las circunstancias, el gobierno japonés no sólo no cede ante el reclamo empresarial, sino que est empeñado en seguir adelante en su proyecto de desregulación. Ni la marea de números rojos, las cuantiosas pérdidas, las quiebras y el creciente desempleo han logrado modificar el actuar gubernamental. La razón de ello, como en México, es que ni el gobierno de all ni el de ac controlan lo que ocurre en el resto del mundo. La economía japonesa, como la mexicana en los ochenta y ahora, entró en recesión antes de que se iniciaran los proyectos respectivos de reforma económica. Fue la recesión la que hizo inevitable la reforma y no al revés.

La manera en que se conduce un proceso de reforma es clave para acelarar el proceso de cambio y, sobre todo, para lograr el objetivo, que no puede ser otro más que el de elevar los niveles de vida de la población. En algunos países ese proceso de reforma ha sufrido altibajos e inconsistencias producto de las circunstancias, de los cambios de gobiernos y de la convicción de los gobernantes. El tiempo dirá si la reforma que actualmente caracteriza a Japón o la que se llevó a cabo en México en los años pasados traer los resultados deseados, aunque no tengo duda que hay mucho que se podría hacer para acelerar ese proceso. Pero lo que es un hecho es que no somos el único país que experimenta este proceso d e cambio. Obviamente no es consuelo ver que otros van por el mismo camino que nosotros, pero permite colocar en su justa dimensión la complejidad del tiempo que nos tocó vivir.