Luis Rubio
Mientras que una parte de la economía crece sin límites y otra está dominada por la incertidumbre, nada parece impedir el flujo de inversión extranjera hacia el país, aunque quizá sí la limita. Se trata de una contradicción sólo en apariencia. La realidad es que la inversión que viene hacia el país lo hace, en gran medida, porque tiene garantías suficientemente grandes como para hacer irrelevante esa incertidumbre. No obstante, no todo inversionista goza de ese beneficio, lo que hace que mucha de la inversión potencial -tanto de nacionales como de extranjeros- no se realice. ¿Será posible eliminar la incertidumbre para la inversión y en la economía en general?
La incertidumbre que permea a la economía tiene múltiples causas. La volatilidad política es claramente una de ellas, pero no la más importante. La volatilidad política tiene que ver con los procesos electorales, con el frecuente radicalismo en el lenguaje, con la aparición de grupos guerrilleros y demás. Sin embargo, nada de ello impidió que el país recibiera cerca de diez mil millones de dólares de inversión extranjera en 1996 y que vaya a recibir una cantidad semejante este año. Además, otros países que también enfrentan elevada volatilidad política, como China, han sido capaces de atraer enormes volúmenes de inversión extranjera. Ambas realidades sugieren que la volatilidad política es un problema serio y una fuerte causa de incertidumbre, pero no un impedimento absoluto a la inversión del exterior.
La abrumadora mayoría de la inversión que ha venido al país en los últimos años tiene una característica muy específica: se trata de empresas y fábricas que producen bienes que van a ser consumidos por la propia empresa inversionista. Es decir, se exportan a sí mismas, aprovechando el hecho de que en México tienen una mezcla óptima de menores costos y garantías jurídicas. Los menores costos son producto, esencialmente, del precio de la mano de obra. Las garantías jurídicas son resultado de la existencia del TLC. En ausencia del TLC, una gran parte de las empresas extranjeras que han invertido en el país se hubieran ido a otros países más baratos en materia laboral, como Haití, Vietnam o la República Dominicana.
La enorme incertidumbre que caracteriza a la economía mexicana se debe a los altibajos económicos y políticos, a la ausencia de reglas del juego que sean confiables, a los abusos de la burocracia, a los cambios constantes en las regulaciones tanto municipales como federales y, en general, a la inexistencia de mecanismos para que los empresarios se protejan de ese conjunto de decisiones y acciones generalmente arbitrarias. Estas realidades se traducen en elevadísimas tasas de interés, en costos de capital desproporcionadamente superiores a los de sus competidores en el resto del mundo y, en general, en desincentivos a la inversión. Un empresario mexicano que trata de realizar su actividad se encuentra ante la necesidad de vencer todos estos obstáculos. Muy pocos se animan a intentarlo.
En contraste con las empresas mexicanas y extranjeras que no tienen el mercado garantizado y que, por lo tanto, enfrentan enormes costos para operar y todo el peso de la incertidumbre que padece el país, las empresas que producen para sí mismas y que tienen mercados seguros para sus productos, disfrutan costos bajísimos de capital y, por inscribirse dentro de las reglas del TLC, de garantías jurídicas de las que no goza ninguna empresa fuera de ese régimen. La inversión que viene del exterior es maravillosa y debe ser bienvenida. Esa inversión provee fuentes de empleo, capacitación, exportaciones y el efecto riqueza de toda inversión en la forma de pago de sueldos, pagos a proveedores, compras de materias primas, etc. Todo esto es obviamente benéfico para el desarrollo del país, pero hasta ahora ha sido insuficiente.
Lo que va a hacer rico al país es la multiplicación de este tipo de oportunidades. Sin embargo, no hay mayor evidencia de que esto esté ocurriendo. Si la única inversión que viene al país -independientemente si ésta es nacional o extranjera- es la que tiene mercados seguros y garantizados así como garantías jurídicas sólidas, entonces tenemos que encontrar otras maneras de crear garantías que disminuyan (o, al menos, compensen) el costo de la enorme incertidumbre que prevalece en el país. Sin ello, el horizonte de crecimiento de la economía va a ser muy limitado, por más que algunos indicadores macroeconómicos sean muy favorables.
El TLC se ha convertido en un factor central para atraer la inversión no tanto porque liberalice el comercio -que ya de por sí está bastante desregulado en la mayoría de las ramas de actividades-, sino más bien porque establece reglas del juego muy específicas y confiables para los inversionistas. Todavía más importante, el TLC establece límites muy específicos a la arbitrariedad gubernamental, en particular en el ámbito de expropiaciones. A muchas personas les parecerá sorprendente el que estos factores sean importantes para un inversionista. Sin embargo, el hecho es que estos factores son cruciales en el proceso de toma de decisiones sobre dónde invertir y por qué hacerlo. Lo que no hay son condiciones semejantes para inversionistas que no caen bajo los supuestos del TLC y/o que no tienen mercados garantizados.
Algunas empresas mexicanas han comenzado a realizar inversiones en el país como empresas extranjeras para recibir la protección del TLC. Pero la mayoría no puede lograr algo semejante. La solución correcta a este problema obviamente reside en transformar las instituciones jurídicas, judiciales, policiacas y gubernamentales que en la actualidad impiden la inversión. Mientras no se inicie un proceso orientado a enfrentar el problema, la inversión no se va a recuperar en forma masiva. En el corto plazo, el problema podría enfrentarse por medio de instituciones y empresas del exterior que estén dispuestas a garantizar la inversión en el país -tanto a mexicanos como a extranjeros- respecto a actos de gobierno, como ocurre en entidades como OPIC. Pero aun esta vuelta requeriría la disposición del gobierno a reconocer que existe un problema serio y, por lo tanto, a actuar. A la fecha, sin embargo, no hay la menor evidencia de que esto esté ocurriendo.