JULIO DE 1997

Luis Rubio

Por cincuenta años ha sido una fuente de riqueza inagotable. Ahora existe una profunda preocupación de que esa condición pueda desaparecer. Unos piensan que el futuro será una mera extensión del pasado; otros aseguran que las premisas que han hecho posible la acumulación de riqueza van a quedar tan alteradas que la erosión del ritmo de inversión será incontenible. El debate sobre el futuro de Hong Kong arroja lecciones importantes para todos los países por el hecho de que, en el fondo, lo que ahí se disputa no es distinto de lo que nos afecta a los demás.

Los temas a debate en Hong Kong en la actualidad tocan la esencia de la discusión sobre los factores que generan o impiden el crecimiento económico. Hong Kong ha sido una colonia inglesa que ha experimentado tasas de crecimiento impresionantes tanto por su nivel -arriba de 8% en promedio- como por el hecho de que ese ritmo haya sido sostenido por un largo período -más de cuarenta años. Los ingleses que han gobernado la isla y sus territorios instauraron un sistema de gobierno que combinó acciones directas -como la construcción de vivienda popular- con una total libertad de acción económica. La combinación de acción gubernamental en áreas críticas de la infraestructura y de la vivienda popular con libertad de operación para las fuerzas del mercado ha generado resultados tan asombrosos como el que el producto per cápita del habitante de Hong Kong sea superior a los veinte mil dólares, diez veces mayor que el del mexicano promedio.

Hong Kong está integrado por dos zonas que constituyen la colonia inglesa y una más, los llamados Nuevos Territorios, que fueron arrendados de China hace casi cien años. A principios de los ochenta, elecomendó eliminar diversas leyes, regulaciones e instituciones que, a su parecer, contradicen la Ley Básica de Hong Kong. Todo mundo en Hong Kong anticipa que las recomendaciones del panel serán aprobadas por el gobierno chino sin mayor discusión.

El tema de disputa es particularmente serio. Una vez acordada la transferencia de Hong Kong a la soberanía china, el gobierno inglés tomó dos cursos de acción que el gobierno chino considera inaceptables. Por una parte se dedicó a codificar los derechos ciudadanos de la población de Hong Kong. Todos esos derechos -como libertad de expresión y circulación, propiedad y representación- existían en la colonia desde antaño, pero no estaban codificados, por lo que el gobierno chino los considera contradictorios con la Ley Básica. En adición a lo anterior, Inglaterra promovió la creación de una Asamblea Legislativa, con una porción de sus miembros elegidos por voto directo, lo que probablemente contraviene tanto la letra como el espíritu de los acuerdos iniciales.

La Asamblea Legislativa (Legco) ha probado ser sumamente popular y virtualmente todas las curules electas por votación han sido ganadas por la oposición al gobierno chino. Esto ha puesto al gobierno chino ante la difícil tesitura de tener que enfrentar a una población muy poco activa en términos políticos, pero sumamente consciente de sus libertades y derechos ciudadanos, con instrumentos e instituciones casi medievales. Es como si Atenas hubiese sido súbitamente invadida por hordas bárbaras que carecieran de la más mínima sensibilidad de lo que la hace funcionar.

Por su parte, el gobierno chino se encuentra ante la necesidad de tomar posesión de la colonia y de ejercer el gobierno, sin afectar el desarrollo económico de Hong Kong o el potencial productivo de su población. Para los chinos el dilema es muy complejo, pues tienen la doble dificultad de demostrar que son los nuevos dueños y, a la vez, no cambiar absolutamente nada. Pero la verdadera dificultad para el gobierno chino no reside en su voluntad, sino en la probable falta de sensibilidad para comprender o captar las sutilezas que hacen funcionar tan exitosamente a la antigua colonia británica. Es como si un gigante súbitamente se ve ante la necesidad de practicar una intervención quirúrgica en un conejo cuya anatomía desconoce. Todo indica que las intenciones del gobierno chino son las de preservar a Hong Kong como lo que es: una economía extraordinariamente productiva. El problema reside en si tendrá la capacidad de lograr ese objetivo. Como con nuestro gobierno, el problema no es de intenciones, sino de su torpeza al actuar.

El dilema chino es perceptible tanto en las cosas grandes, como en las más pequeñas. Igual se proponen eliminar provisiones legales, que se discute la posibilidad de imponer un impuesto sobre ventas. Su dilema es cómo tomar posesión de la gallina que pone los huevos de oro sin que se les vaya a morir. Su problema es que están acostumbrados a imponer su voluntad sin tomar en cuenta las preferencias, opiniones o sensibilidades de la población. Prefiere el control y la manipulación a las reglas claras y transparentes. Hace algunos años, Deng Xiaoping afirmaba en una entrevista que la población de Hong Kong «no debía hacerse demasiadas ilusiones poco realistas» (Wide Angle, febrero, 1991). La gran interrogante es si tal afirmación denotaba la intención de una embestida que pudiera alterar la esencia de Hong Kong o si sólo se trataba de una mera cortina de humo diseñada para hacer sentir el cambio de dueño.

El gobierno chino enfrenta un dilema reminicente del que cotidianamente obliga a los demás gobiernos del mundo a tomar decisiones en materia de desarrollo económico. Los economistas no han logrado arribar a un consenso definitivo sobre qué es lo que produce el crecimiento económico. Es decir, no hay suficiente conocimiento entre los estudiosos de la economía sobre la mezcla óptima de los factores económicos, políticos y legales que en una circunstancia y tiempo determinados hacen posible el crecimiento. Si hubiera s gobierno inglés se vio ante la necesidad de actuar sobre el tema de Hong Kong, anticipando que en 1998 terminaría el plazo de arrendamiento de los Nuevos Territorios. Inglaterra realizó diversos estudios de factibilidad para definir sus opciones. Uno de esos estudios calculó la posibilidad de abandonar esos territorios y construir suficiente vivienda en la zona colonial para transferir a toda la población de los Nuevos Territorios a los territorios que Inglaterra poseía a perpetuidad. Eventualmente se llegó a la conclusión de que el costo de semejante intento sería prohibitivo y, más importante, que la relación con China era vital para el éxito económico de Hong Kong.

A partir de esas conclusiones, China e Inglaterra negociaron un acuerdo por medio del cual Hong Kong en su conjunto pasaría a ser parte integral de China, a cambio de que este país respetara la forma de vida y las reglas de funcionamiento contenidos en la Ley Básica que incorporó el acuerdo final, por los siguientes cincuenta años. Los acuerdos desataron debates, controversias y crisis cambiarias, pero eventualmente fueron aceptados como una realidad ineludible.

Ahora que se acerca la fecha crucial -el primero de Julio de este año- en que Hong Kong será transferido a China, los ánimos difícilmente podían estar más caldeados. China ha venido nombrando a los funcionarios que habrán de gobernar a lo que ahora se llamará zona administrativa especial dentro de China. Al mismo tiempo, un panel nombrado por el gobierno chino recientemente remejante consenso y circunstancias políticas propicias para ello, economías como la mexicana hace décadas que estarían logrando tasas de crecimiento semejantes a las de Hong Kong.

Hong Kong ha logrado tasas de crecimiento semejantes o superiores a las de Singapur, a pesar de que su tasa de ahorro es menor. Aparentemente, la eficiencia del mercado en Hong Kong compensa una menor tasa de ahorro y una mayor intervención burocrática del gobierno de Singapur. De la misma manera, las extraordinarias libertades económicas y políticas de que gozan los habitantes de Hong Kong claramente son una condición sine que non para el crecimiento económico de esa colonia, pero no es obvio que ésta sea una condición indispensable para el crecimiento en general pues de otra manera no sería posible explicar el crecimiento de Singapur o las espectaculares tasas de crecimiento que han experimentado algunas de las provincias chinas a lo largo de los últimos años. Sin embargo, lo que sí se ha encontrado como común denominador en todos los países exitosos es la certidumbre que ofrecen a sus agentes económicos.

Lo que parece haber caracterizado a Hong Kong por décadas es la continuidad en las reglas del juego, un servicio civil profesional y eficiente, la existencia de un estado de derecho y de mecanismos legales absolutamente confiables para la resolución de disputas, así como un entorno propicio para que las personas desarrollen al máximo su potencialidad económica. El gobierno chino tiene ahora frente a sí la dificilísima tarea de tener que actuar con pies de plomo, cuando su propensión, como la del nuestro, es la de ser un chivo en cristalería.