Luis Rubio
El proceso de aprobación del presupuesto comienza a amenazar la estabilidad económica del país. Ese proceso ha adquirido una dinámica y ha generado discusión en la Cámara de Diputados que nada tiene que ver con el presupuesto y todo con la necesidad de los partidos en general, y de muchísimos diputados en lo individual, de hacer valer la nueva correlación de fuerzas políticas. La discusión no se refiere a las prioridades de gasto o a la política de ingresos sino a los intereses, rencores y ánimos vengativos de los diputados en lo individual. Lo único que debiera ser importante, que es el desarrollo del país, no está presente en el debate.
El presupuesto de 1998 ha sido el primer punto de interacción real entre los partidos políticos después de la elección de julio pasado. Para el bloque opositor, que se conformó a raíz del hecho de que ningún partido obtuvo la mayoría absoluta en esos comicios, lo importante ha sido demostrar que el gobierno ya no controla al poder legislativo. Se trata de hacer valer la nueva correlación de fuerzas, independientemente del tema de que se trate -o de sus consecuencias. Este ímpetu es válido y absolutamente lógico; pero los riesgos inherentes a un descarrilamiento de lo poco que más o menos está bien en la economía, son elevadísimos. Las primeras escaramuzas tuvieron lugar en los días previos a la inauguración del actual periodo de sesiones, mismas que concluyeron con un cambio de formato del Informe Presidencial. En esa ocasión lo que estaba de por medio era ni mas ni menos que el simbolismo del control de la Cámara y la trascendencia de la nueva situación legislativa. La oposición hizo valer su fuerza, inaugurando una nueva etapa política en el país. No sólo logró su objetivo, sino que se ganó el respeto de la ciudadanía.
A diferencia de ese suceso, el tema del presupuesto no tiene nada de simbólico. En el presupuesto y en la Ley de Ingresos se plasman las prioridades de gasto e ingresos del gobierno, lo que inexorablemente constituye una definición política. Ahí se conjugan las expectativas, los intereses y los valores de la sociedad, en función de cómo los interpreten tanto los diputados, supuestos representantes populares, como los profesionales de la economía en el gobierno. La clave de un presupuesto se encuentra en que éste logre sus objetivos, sin causar una situación de crisis. Es decir, que atienda las prioridades que determine el proceso político, pero dentro de un marco de estabilidad económica. La discusión que hemos presenciado en las últimas semanas revela que un gran número de diputados no tiene la menor preocupación por la estabilidad económica y que su único propósito es el «derrotar» al gobierno.
La extrema irresponsabilidad de los diputados de algunos partidos de oposición contrasta con la seriedad, que en ocasiones parece bordear en ingenuidad, de los funcionarios de la Secretaría de Hacienda. El presupuesto presentado por el gobierno a la Cámara de Diputados tiene una característica muy específica y peculiar: en éste el gobierno intentó acomodar todas las demandas del PAN y del PRD (sobre todo en lo que se refiere a las transferencias de recursos a los estados y municipios y el gasto social). Los funcionarios del gobierno escucharon a los partidos y respondieron a sus demandas, todo esto dentro de un marco general orientado a preservar la estabilidad macroeconómica. En este sentido, es evidente que el gobierno reconoce, en la estructura y contenido del presupuesto, la nueva correlación de fuerzas en el Congreso.
Pero igual de evidente es el hecho de que le gobierno no ha reconocido la naturaleza del proceso político que vivimos. Los partidos de oposición han demostrado, una y otra vez, que su objetivo real no es el de alterar dramáticamente las prioridades que entraña el presupuesto gubernamental, sino el de hacer valer su mayoría legislativa, independientemente de las fuentes de ingreso o prioridades de gasto, o de las consecuencias que sus acciones pudiesen tener en la estabilidad general de la economía. Para los diputados del bloque opositor es mucho más importante demostrar que ellos dominan el proceso que modificar el presupuesto per se. Es decir, tienen que modificar el presupuesto para demostrar que ha cambiado de dueño el Congreso, no por el hecho mismo de cambiar el presupuesto; saben que, en todo caso, para eso habrá tiempo después. Desde esta perspectiva, en un sentido estricto de negociación política, el gobierno debió haber presentado un presupuesto que explícitamente ignorara los intereses del PAN y del PRD, para darle amplias oportunidades a estos partidos de modificar el presupuesto presentado. Para su crédito, el gobierno optó por formular un presupuesto con el que se intentaba alcanzar un consenso legislativo. Esto demuestra la bondad, inteligencia y seriedad de sus funcionarios, pero no resuelve el problema político en que está enfrascado el bloque opositor. Su ingenuidad podría llevar a que la oposición destruya uno de los pocos logros de la presente administración: la recuperación incipiente de la estabilidad macroeconómica.
El debate en el Congreso se ha caracterizado por su primitivismo. Lo que se discute son bloques de gasto -y renglones de capricho- (como el «gasto social»), en lugar de programas específicos (como podrían ser los programas de lucha contra la pobreza, las transferencias a los campesinos o la distribución del gasto en educación, por mencionar algunos ejemplos). Al PAN lo único que parece importarle son las transferencias a los estados y municipios y la reducción de la tasa del IVA. Al PRD lo que le importa es aumentar el gasto social, elevar el déficit fiscal y reducir la tasa del IVA. Lo relevante no es quién paga qué o en qué se gasta el dinero de la sociedad, sino cambiar la propuesta gubernamental por el mero prurito de hacerlo. A mi no me cabe la menor duda de que el presupuesto adolece de muchas fallas y de que tanto el PAN como el PRD podrían, sobre todo a partir de su experiencia como partidos minoritarios al mando de gobiernos municipales y estatales subordinados al gobierno federal, incorporar modificaciones sustantivas y trascendentes en el presupuesto, a fin de mejorarlo y enriquecerlo. Pero nada de eso ha ocurrido. A nadie en el Congreso parece importante el bienestar de los mexicanos o la estabilidad de la economía. Lo importante es demostrar quién es el nuevo patrón. A lo macho.
Hace unas cuantas semanas, los mercados financieros del mundo experimentaron fuertes turbulencias. Al igual que casi todas las bolsas del mundo, la Bolsa de Valores de México y el mercado cambiario sufrieron embestidas importantes que mostraron la fragilidad de cualquier economía en esta era en que la información es ubicua. Gracias al manejo prudente de la política monetaria y de las finanzas públicas en los últimos años, la economía mexicana no es tan vulnerable a estas embestidas como otras economías del mundo, aunque la debilidad de nuestro sistema financiero es patente. Por ello los efectos de la embestida acabaron siendo muy moderados. Sin embargo, nada de eso ha servido de acicate para los diputados que creen vivir al margen de lo que ocurre en el resto del mundo.
La economía mexicana adolece de enormes problemas, no el menor de los cuales es el estancamiento económico de algunos de los estados del centro y prácticamente la totalidad de los del sur del país. Esos problemas requieren acciones económicas y políticas efectivas y urgentes que el gobierno ni siquiera ha comenzado a contemplar. Pero esas acciones tienen poco que ver con el presupuesto federal o la Ley de Ingresos. La economía en su conjunto ya viene creciendo a un ritmo superior al 7% anual, lo que implica que no requiere estímulo alguno por la vía de un mayor déficit fiscal. Si algo, lo prudente, para un gobierno tan preocupado por la estabilidad macroeconómica, debería ser el de generar un superávit fiscal que permita no sólo reducir la deuda gubernamental, sino, sobre todo, asegurar que ni las embestidas de los mercados internacionales ni la incertidumbre política que inevitablemente se va a incrementar en la medida en que se acerque el fin del sexenio, vayan a dar al traste con la estabilidad económica básica. Lo que está de por medio en este presupuesto es demasiado importante -en términos tanto políticos como económicos- como para dejarlo en manos de los rencores de muchos diputados que se sienten dueños del país.
Luis Rubio
El proceso de aprobación del presupuesto comienza a amenazar la estabilidad económica del país. La oposición hizo valer su fuerza, inaugurando una nueva etapa política en el paí