EL PROBLEMA CON ESTE GOBIERNO

Luis Rubio

El gran problema del actual gobierno no reside en lo que hace, sino en que nadie sabe a donde quiere ir. El resultado es confusión permanente para la mayoría de la población y una oportunidad tras otra para que alguien, quien sea, arme un escándalo. Razones para armar borlote no faltan, pues el país está lleno de problemas y de personas, partidos y grupos interesados en explotarlas para llevar agua a su molino. En su esencia, el problema no es lo que haga o deje de hacer el gobierno, sino que, ante la ausencia de claridad en el rumbo, cualquier oportunidad se convierte en un punto de contención. Es decir, ante la ausencia de una percepción de rumbo, todos los temas se vuelven estratégicos y, por lo tanto, sujetos de conflicto.

Por donde uno le busque, este gobierno no parece dejar de meterse en dificultades. Antes eran los deudores y más recientemente fue la certificación del gobierno estadounidense.. Un día es la economía, el siguiente son las drogas . Por fin pasan unos cuantos días de calma electoral para terminar con un incendio político por la presencia del presidente en un acto partidista. La mayor parte de los puntos de contención y momentos de conflicto no son particularmente relevantes o trascendentes. Todo mundo sabe que, po ejemplo, el presidente tiene todo el derecho de presentarse en la convención del PRI en que van a ser ratificadas las candidaturas de sus contingentes y a animar a todos y cada uno de los agracidados. Es igualmente evidente que no hubo nada de ilegal en el hecho de que, luego de dos años de negociaciones, el PRI decidiera aprobar la reforma electoral por sí mismo, rompiendo el consenso que se había alcanzado entre los tres principales partidos y que había hecho posible la unanimidad en las reformas constitucionales previas.

El hecho de que haya habido una súbita erupción política en ambas instancias nada tiene que ver con la legalidad misma que, en cualquier caso, jamás ha sido un tema de particular importancia en el sistema político en su conjunto. En ambos ejemplos lo que estuvo de por medio no fue la legalidad sino el simbolismo.

Con la decisión del PRI de abandonar el consenso que hasta ese momento había caracterizado a las negociaciones y acciones legislativas en materia elecoral se perdió el simbolismo de un acuerdo unánime al cual todo mundo pudiese referirse en el futuro para mantener el proceso caminando. Si uno revisa el Pacto de la Moncloa en España, acuerdo que dió forma a la transición política de ese país, lo evidente y trascendente no fue el que todos estuviesen absolutamente de acuerdo en el contenido, sino en que todos reconocieran el valor del simbolismo. Lo importante era crear un hecho político que sirviera de mojonera cuando se entrara en problemas, como eventualmente ocurrió. Cuando la intentona de golpe, la incipiente democracia española tenía un punto de referencia común al que todos se podían referir. El gobierno actual en México y su partido no hicieron nada ilegal, pero sí fueron incapaces de comprender la importancia del compromiso para todas las partes que representa el símbolo de la unanimidad.

5óquienes lucra del escándalo.reside en e de hacer el gobierno, sino en la falta de que se percibe en sus acciones -y en el rumbo adoptado en general- lo que propicia que ano de súbita erupción política en ambao ilegalidad de los mismos. Este tematodo caso, lo relevante en poco tuvo que ver con y todo con oque hubiera tenido de compromisoel de no tenga la menor idea de a dóllegary, de manera inevitablel escándalo porque nadie sabe cuáo sabe sus objetivos o derroterossu ausencia provoca que se diseñó para que sufre en su persona o propiedades.

 

 

 

 

este es  es el tema de fondo. Las oportunidades parecen presentarse literalmente cada minuto. Se presentan porque no hay un sentido de dirección que la sociedad mexicana comparta. En ese contexto, cualquier momento, cualquier tema, cualquier altibajo es una oportunidad sensacional para elevar la temperatura política. La culpa de esto es del gobierno. Por supuesto que el gobierno no causa todos los problemas ni es responsable de todo lo que va bien o mal en la economía o en la política. De lo que sí es responsable es de que el mexicano común y corriente no tenga la menor idea de a donde quiere ir. Los especialistas pueden seguir los discursos gubernamentales y analizar la legislación que es enviada al congreso. Pero el restante 99.9% de los mexicanos sólo ve la nota amarilla (e, inevitablemente, la nota roja) en el periódico de, literamente, cada mañana. Para todos esos mexicanos la característica de este gobierno son los bandazos y la falta de rumbo.

La ironía del momento actual es que este es quizá el gobierno que más claridad tiene respecto a sus objetivos y acciones de nuestra historia reciente. Tiene pocos programas y unos cuantos objetivos muy claros y muy específicos. Lo que no tiene es capacidad de comunicación y liderazgo. El que cuente con claridad de rumbo le permite avanzar. El que nadie entienda cuál es ese rumbo le lleva a enfrentar un conflicto tras otro. No hay tema malo para armar escándalo porque nadie sabe cual es el tema bueno. Ese no es un problema del que arma escándalo, sino del que no lo puede comunicar.

La comunicación es por lo menos tan importante como los objetivos, pues sin ésta pasa lo que vemos de manera cotidiana: el gobierno concibe algún programa y éste es rechazado por todos los grupos de interés antes de que haya tenido siquiera la oportunidad de presentarse en público. Un buen ejemplo de ello fue el programa para luchar contra la pobreza. Se trataba de un intento innovador de atacar el problema más serio y profundo que enfrenta el país. El enfoque podía ser bueno o malo, viable o no. Pero, ante la incapacidad gubernamental de presentarlo, comunicarlo efectivamente y defenderlo, los interesados en que el programa fracasara no tuvieron más que ponerle una etiqueta capciosa -pobremático- para socavarle toda posible credibilidad. A pesar de los enormes recursos potenciales de que dispone el gobierno, los que supieron comunicar su mensaje fueron los interesados en su fracaso.

Cuando no hay objetivo claro y definido que convenza a la población, cualquier coyuntura se torna en un punto de contención estratégica. La oposición a los programas gubernamentales es multifacética, pues éstos afectan a un sinnúmero de intereses en toda la sociedad. Cada uno de esos intereses va a hacer lo posible por desarticular el programa o la parte del programa del gobierno que le afecta; en conjunto, todos esos intereses han venido destruyendo uno a uno la mayoría de los programas del gobierno. Cada uno de esos intereses ha logrado convertir en estratégica la más simple e irrelevante coyuntura. El gobierno ha sido excepcionalmente incompetente en resolver los problemas que aquejan a la ciudadanía en la vida cotidiana, como es la inseguriad. Pero, al final del día, es quizá su incapacidad de comunicar sus objetivos y de convencer a la población de su bondad, lo que ha provocado los desafíos a su legitimidad y, por lo tanto, el clima de incredulidad e incertidumbre en que vivimos.