CIUDADANIA Y ZONA METROPOLITANA

Luis Rubio

Quienes conocen la enorme complejidad social, política y administrativa del Distrito Federal plantean, con buenos argumentos, que el Distrito Federal es una unidad indivisible. Es decir, que no se puede municipalizar porque existen toda clase de servicios que atraviesan de una delegación a la otra. La noción de crear entidades políticamente indpendientes a partir de las actuales delegaciones, dicen, es absurda e improcedente. La realidad es que lo único improcedente son los intereses creados que se aferran a un esquema adminsitrativo y político que no funciona.

La razón por la cual es difícil dividir al Distrito Federal en entidades que políticamente constituyan algo semejante a un municipio es bastante obvia. A diferencia de un municipio semi urbano donde es relativamente fácil deslindar el principio de un servicio y el final de otro, en la ciudad de México, como en todas las grandes ciudades del país y del mundo, los servicios cruzan de una delegación a otra sin que nadie le de mayor importancia al hecho. Es decir, la grandes avenidas, el drenaje, los sistemas de agua, el Metro son todos servicios imposibles de municipalizarse por el hecho simple de que no se pueden partir en unidades adminsitrativas independientes. Lo mismo no se puede decir de la basura, de las policías o de otros servicios que no son fijos y que son reorganizables de acuerdo a la estructura político-adminsitrativa que se pudiese adoptar.

La lógica de quienes proponen dividir al Distrito Federal en entidades políticas distintas con autoridades electas poco tiene que ver con los servicios que a todas luces son y deben ser metropolitanos. nadie en su sano juicio propondría que el drenaje profundo sea administrado por las delegaciones por las que atraviesa. Sin embargo, sí hay una lógica impecable en quienes argumentan que la ciudadanía reclama una mayor cercanía al gobierno que más directamente afecta sus intereses. Para un habitante del ajusco que tiene problemas de limpia o de alcantarillado el sistema de delegaciones que actualmente existe es sumamente burocrático y, mucho más importante, no tiene ningún incentivo para servir a las necesidades de la población. Su lógica es la del sistema político, que incentiva a que los burócratas vean para arriba en expectativa de una promoción futura, en lugar de atender las necesidades, reclamos y demandas de la ciudadanía. Quienes proponen la elección de los delegados pretenden, al menos en parte, invertir la lógica burocrática para que sea la ciudadanía la que decida el destino de los que se dicen, pero no son, servidores públicos.

Esta noción de municipalizar al Distrito Federal se ha encontrado con promotores y detractores muy peculiares, lo cual seguramente indica que su lógica es la del poder y no la de la ciudadanía. El principal promotor de la idea es el PRD, en tanto que la oposición surge principalmente del propio Departamento del Distrito Federal, así como del PRI y del PAN. La lógica partidista es muy fácil: el PRD sabe que no tiene ninguna posibilidad de ganar la gubernatura del Distrito Federal, por lo que razonablemnte ambiciona el gobierno de las dos o tres delegaciones que cree que efectivamente podría ganar. Por su parte, tanto el PAN como el PRI siguen la lógica del que está en el poder (o cree que lo estará), por lo que se opone a cualquier disminución de ese coto de poder. Puesto en otras palabras, a ninguno de los partidos les preocupa la ciudadanía o la noción de que el gobierno debe responder ante ésta y ante nadie más. Valiente democracia.

La oposición de los funcionarios del Distrito Federal es más explicable, pero de todas maneras enigmática. Explicable porque lo único que han vivido es el status quo, lo cual les lleva a ser naturalmente conservadores. Además, es muy razonable que les dé dolores de cabeza la idea de tener que negociar la creación de cada calle nueva con una infinidad de líderes políticos a los que la eficiencia adminsitrativa les importa un comino. En este sentido, es muy lógico que los funcionarios del DDF prefierieran que las cosas se queden como están.

Pero su postura no deja de ser enigmática y, en más de un sentido, contradictoria. Su visión del Distrito Federal es curiosamente parcial. Cuando hablan de servicios indivisibles y de grandes proyectos de desarrollo (de los cuales de todas formas no ha habido muchos en los últimos años como lo evidencia el creciente tránsito en la ciudad…), se refieren a una ciudad imaginaria que no corresponde a la ciudad que todos los capitalinos conocemos. Es decir, su ciudad comienza y termina en los límites del Estado de México. Aunque muchas grandes avenidas y sitemas de transporte crucen de una entidad política a la otra, los burócratas de la ciudad distinguen nítidamente entre una y la otra, cosa que no conciben hacer en el caso de las delegaciones.

Para los habitantes de la ciudad sería mucho más lógico que existiesen autoridades metropolitanas supraestatales para los temas que son competencia de ambas entidades federativas, como transporte, drenaje, agua y policías. En el caso de la policía es particularmente risible la concepción de que resolviendo el problema de las policías del Distrito Federal se va a resolver el problema de la seguridad pública, cuando la criminalidad, cualquiera que sea su origen, no respeta la frontera del DF con el Estado de México. Los problemas metropolitanos no se pueden aislar por el hecho de tratarse de dos entidades federativas distintas.

Por ello, al margen de las formas de gobierno que se lleguen a adoptar en el Distrito Federal, desde la perspectiva ciudadana lo lógico y lo racional sería comenzar a ver a la ciudad como el conjunto que es y no como el artificio que los burócratas han creado en sus mentes. Pero eso sería relevante sólo si la ciudadanía fuese la razón de ser del gobierno, de lo cual no hay evidencia alguna.