La contraparte

Luis Rubio

Un viejo dicho americano dice que “se requieren dos para bailar tango.” Por muchas décadas, México y Estados Unidos fueron aprendiendo a bailar en conjunto, pero, luego de un serio y convencido intento al inicio, el corazón de ambas sociedades dejó de estar ahí. En los ochenta, en la mitad de una severa crisis económica que amenazaba con destruir al país, México comenzó una serie de reformas internas y optó por acercarse a Estados Unidos, decisión que implicaba un rompimiento radical en términos históricos, para darle viabilidad al proyecto reformista y a la economía mexicana en el largo plazo. Estados Unidos vio el planteamiento mexicano como la gran oportunidad que su país le ofrecía a México para transformarse. El TLC original, conocido como NAFTA, respondía a esa lógica política. Pero, desde el inicio, las semillas de un futuro complejo habían quedado sembradas porque México contempló al TLC como el fin de un proceso de reforma interna, en tanto que Estados Unidos lo veía como el inicio de una gran transformación de su vecino sureño. Ahora es Estados Unidos el que experimenta una convulsión y no cabe duda que, cualquiera que sea el desenlace, impactará a México.

Trump ganó su segundo mandato con mayoría del voto popular y lo ha convertido en una licencia para alterar el statu quo de manera radical. Asistido por su nuevo gran amigo, el empresario Elon Musk, Trump ha provocado no sólo grandes revisiones en las relaciones internacionales, los aranceles y la agencia de asistencia internacional (USAID), sino que se ha dedicado a restringir el gasto público ya aprobado por el congreso, promover el retiro temprano de vastos segmentos de la burocracia, eliminar agencias y secretarías “sin decir agua va,” creando una enorme confusión. Varían las lecturas sobre el objetivo último, pero todo el aparato gubernamental experimenta espasmos y contorsiones.

Las interpretaciones van desde el extremo que Trump pretende ser rey autócrata, hasta aquellas que sugieren que el embate que encabeza Musk va orientado a desacreditar al gobierno mismo.  Aunque no son excluyentes, reflejan a las personalidades de estos dos actores centrales del drama. La historia estadounidense comenzó por el rechazo a la imposición religiosa europea (origen de su desprecio por un gobierno central fuerte), a lo que se agrega la corriente libertaria que caracteriza a Musk, quien además cree que el funcionamiento de un gobierno es, o debería ser, idéntico al de una empresa. Por su parte, Trump tiene una serie de ideas muy arraigadas, entre las que sobresale tanto el empleo de aranceles como instrumento de negociación (otra característica esencial, su permanente búsqueda de triunfos transaccionales), como su ánimo vengativo contra el “estado profundo” que, en su lectura, es el responsable del robo de su triunfo electoral en 2020.

Tanto Trump como Musk tienen una historia que explica mucho de su visión y, sobre todo, de la saña con que actúan. Trump llega con un profundo sentido de resentimiento por su percepción de que su país ha sido víctima de sus propias acciones, desde el plan Marshall luego de la segunda guerra, hasta el crecimiento de China como competidor de EUA, incluyendo a los países que, como México, son proveedores importantes de bienes e insumos, pero que él percibe como un robo al norteamericano común y corriente. Por su parte, Musk creció en el apartheid sudafricano y observó el desorden en que su país eventualmente se convirtió, lo que le llevó a ser maximalista en sus planteamientos. La combinación de estos dos personajes explica mucho del ruido que emana del norte y que atemoriza a mucho del resto del mundo.

Visto desde fuera, especialmente desde México luego de nuestra reciente experiencia con otro aspirante a ser autócrata (y con el poder para avanzarlo), la gran pregunta es si Estados Unidos cuenta hoy con contrapesos efectivos para contener los excesos en que Trump pudiese incurrir. Una forma de evaluarlo radicaría en el control que el partido del presidente tiene sobre ambas cámaras legislativas y muchas gubernaturas, pero es excesivo derivar de esto una certeza de que estos cuerpos colegiados responderán a los deseos del presidente. En contraste con México, los legisladores de allá tienen que responderle a sus votantes, lo que limita su propensión a ceder ante presiones del ejecutivo (que no son pocas). Por otro lado, no existe uniformidad ideológica, política o práctica en las filas republicanas, como ilustran los interminables malabarismos que realiza el líder republicano del congreso para lograr la aprobación de un presupuesto, así sea de meses de vigencia. Hay contrapesos más efectivos de lo aparente.

Los otros factores de contrapeso son los mercados y, a la larga, el más trascendente, son los jueces, varios de los cuales han interpuesto limitantes o suspensiones a los embates del dúo presidencial. Falta por ver cómo se realinea la suprema corte, cuyos integrantes tienen, por estructura y necesidad, que responderle a la historia y no al presidente o a quien los nombró. El prospecto es, inexorablemente, de un rato de incertidumbre e impredecibilidad, justo cuando México requiere lo opuesto… En todo caso, lo que está de por medio es enorme para los americanos, el mundo y, ciertamente, el TMEC y México en general.

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EN REFORMA
23 febrero 2025

Maniqueísmo

Luis Rubio

Quizá no haya mayor factor de disonancia en la vida política nacional que la confrontación de visiones, lecturas y expectativas que caracteriza al debate político y a la opinión pública: para unos todo está bien, para otros todo está mal. Parte de la explicación seguro se origina en un choque ideológico que lleva a que se extremen las percepciones y parte a una idealización del presente o del pasado, respectivamente, y de su consecuente extrapolación. ¿Habrá forma de dilucidar lo que está detrás del choque de visiones?

Las narrativas en conflicto son muy claras: para quienes perciben que todo está mal, la democracia ha muerto y el futuro solo puede empeorar; para quienes ven todo bien, la gente está feliz, el gobierno es popular y, por lo tanto, el futuro es promisorio. ¿Ambas son igualmente válidas? La respuesta es clave para el futuro, la economía y el propio gobierno.

Hay dos datos “duros” que permiten analizar el fenómeno: uno es que la popularidad de AMLO casi nunca estuvo debajo del 60% y la de la presidenta se encuentra arriba de 70%. El otro dato, que se repite en las encuestas con regularidad, es que el país está partido en dos bloques: el 60% que está contento y el 40% que no lo está. Los primeros viven más o menos al día y su circunstancia ha mejorado en los últimos tiempos gracias a las remesas, transferencias en efectivo y el salario mínimo. Por su parte, el 40% tiene una situación económica confiable (un empleo o un ingreso estable) que le permite pensar hacia el futuro y ve con preocupación la dislocación de algunas variables clave (como los contrapesos, la deuda, el déficit, la productividad).

Dos cosas parecen indudables: una es que la popularidad no garantiza la permanencia del statu quo ni la viabilidad económica y financiera. La otra es que, como consecuencia de los cambios constitucionales recientes, la realidad política que ahora muchos observan como catastrófica no era tan popular o exitosa como los detractores de las reformas pretenden. Con esto no quiero sugerir que el panorama sea benigno, sólo que la democracia mexicana era enclenque, que AMLO violó impunemente la legislación electoral y que tan pronto la Suprema Corte desafió el poder presidencial fue desbancada. O sea, los pretendidos sustentos y contrapesos de la democracia eran más míticos que reales.

Para la mayoría de la población (ese 60% que votó por Morena), pesó más la “democratización” de la corrupción, la desigualdad que hábilmente explotó AMLO y el deterioro del ingreso real de las últimas décadas. La democracia, la pluralidad y sus estructuras nunca fueron populares.

No es que los pesimistas de hoy estuvieran ciegos ante la realidad cotidiana. Simplemente, tendían a ver de manera benigna lo que ocurría o como problemas a resolverse, por lo que mucho de su pesimismo actual se deriva del hecho que la formalización constitucional hace imposibles esas potenciales soluciones, lo que indudablemente constituye un cambio político profundo.

Mi punto no es justificar cualquiera de las dos narrativas, sino entender que la realidad era mucho menos favorable de lo que argumentan los que hoy denuestan el deterioro político, a la vez que reconocer que el gobierno (AMLO y CS) ha sido mucho más hábil para responder ante las preocupaciones cotidianas de la mayoría de la población. Lo anterior no implica que su estrategia sea buena o sostenible, pero sí que ha sido extraordinariamente efectiva y popular.

No tengo duda que parte de la explicación de las narrativas contradictorias radica en que la población ha normalizado (o dado por inevitables) cosas que serían inaceptables en otras latitudes como la inseguridad, la corrupción, el bajo crecimiento o los malos servicios públicos. Pero, frente a eso, el ingreso real y el consecuente crecimiento en el consumo han tenido un evidente beneficio político. Queda por dilucidarse si la popularidad responde a una nueva legitimidad o si se trata de un mero reflejo de la mejoría económica, factores clave en términos electorales.

Todo lo cual no quiere decir que los análisis más sesudos y preocupantes respecto al futuro estén errados, sólo que están desfasados de la realidad actual. Analíticamente es obvio que la estrategia gubernamental funciona mientras no cambien los factores o vectores que lo sustentan. Si en algún momento se alteran las variables (tipo de cambio, finanzas públicas, TMEC, calificadoras) que hacen posible y viable la estrategia gubernamental, todo cambiaría. También, la ausencia de contrapesos inexorablemente incide en las decisiones de inversión, con su consecuente impacto en la tasa de crecimiento económico.

Al final, el factor crucial reside en la capacidad y disposición del gobierno a responder con habilidad y celeridad ante los retos, tanto internos como externos, que se vayan presentando. Mientras que AMLO gozó de un entorno sumamente favorable, CS enfrenta un panorama mucho más incierto, en buena medida por el complejo legado que le dejó AMLO tanto en lo económico como en la estructura constitucional, pero también por Trump. Sus respuestas hoy en día se han encaminado más a envolverse en la bandera para satisfacer a su base y a una ideología que a responder ante una cambiante realidad. Pero de cómo responda depende el futuro.

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REFORMA

16 febrero 2025

Complicaciones

Luis Rubio

 

Imposible no percibir la paradoja que caracteriza al gobierno y al México de hoy. Por un lado, tenemos un gobierno que busca (¿y requiere?) del apoyo y la unidad de la población ante un gran reto del exterior. Por el otro, se trata de un partido y gobierno que nació, creció y vive de la división, la polarización y el denuesto sistemático de todo lo que no es Morena. Si a eso se agrega el conjunto de legislaciones, enmiendas constitucionales, destrucción de instituciones clave y el creciente monopolio excluyente del poder, no queda más que preguntar ¿cómo, en ese contexto, pretender la unidad nacional o el desarrollo?

La escena recuerda la frase lapidaria con que Barbara Tuchman inicia su famoso libro La marcha de la locura: “Un fenómeno que puede notarse por toda la historia, en cualquier lugar o período, es el de gobiernos que siguen una política contraria a sus propios intereses.” El libro analiza errores garrafales de un gobierno tras otro desde Troya hasta Vietnam donde el común denominador es la incapacidad de desarrollar políticas idóneas a las circunstancias. Movidos por ideología, prejuicios, mala información o cualquier otro sesgo, estos gobiernos resultan incapaces de comprender las circunstancias que enfrentan, llevándolos a caer en equivocaciones aberrantes que minan sus propios objetivos e intereses. Así, concluye Tuchman, “Si proseguir la desventaja después que ésta se ha hecho obvia resulta irracional, entonces el rechazo de la razón es la primera característica de la locura.”

No hay ni la menor duda que Trump representa un reto monumental el cual, hasta la fecha, ha sido conducido con habilidad por la presidenta. Sin embargo, eso no excusa las enormes complicaciones en que el propio gobierno y su partido, especialmente el predecesor, han incurrido, todas ellas auto infligidas, y que limitan su capacidad de acción tanto en el plano económico como en el político.

Por el lado económico, la capacidad de crecimiento está limitada por las locuras fiscales cometidas en el año electoral pasado con el obvio objetivo de ganar la elección a cualquier precio y sin importar las consecuencias, así ardiera Troya, por seguir con la lógica de Tuchman. Mucho más al punto, AMLO optó por ignorar, o intencionalmente no comprender, la razón por la cual se había construido el entramado institucional de las últimas décadas. Es decir, como Trump, se dedicó a destruir sin preguntar, sin interesarse en el por qué o para qué de cada una de esas instituciones, desde la Suprema Corte hasta el TLC, pasando por las comisiones de telecomunicaciones, competencia, energía, transparencia etcétera. Es evidente que siempre es posible optimizar, hacer más eficiente la estructura gubernamental y reducir gastos, pero lo que se hizo a lo largo del gobierno pasado y que se formalizó en la constitución al inicio del actual fue irracional desde la perspectiva del desarrollo económico y califica como una locura bajo el cartabón de la autora citada.

Por el lado político la cosa no ha sido mejor. Morena logró su objetivo de monopolizar al poder legislativo, así fuera violando la legislación y normativa vigente, y va camino a subordinar y controlar al poder judicial, con lo que tomará control prácticamente absoluto de la estructura del Estado. Además, toda la estrategia es excluyente, como si no existiera, al menos, el 40% de votantes que optaron por otras corrientes políticas o por una estructura institucional distinta. Todavía está por dilucidarse cuál será la relación entre partido y gobierno, pero de que será un monopolio no queda duda. El electorado así lo avaló, por lo que nadie puede disputar la legitimidad de los comicios, pero eso no niega la contradicción existente entre ese monopolio y los objetivos de desarrollo que ha planteado el gobierno. No es casualidad que el país prácticamente no haya visto nueva inversión del exterior y muy escasa la del empresariado nacional. Cuando las condiciones son tales que desincentivan nuevos proyectos, el país se ha quedado con la reinversión de utilidades, pero sin prospectos nuevos para el crecimiento que ambiciona la administración. No ver, o no querer ver, la contradicción es otra faceta de esa misma locura.

Así estábamos antes de que arribara Trump a la presidencia de su país y ahora hay que lidiar con las locuras que vengan de allá, pero es imposible pretender “unidad nacional” cuando no hay ni la menor intención de corregir el rumbo en lo político, especialmente su dedicación a la exclusión de casi la mitad del electorado, o de construir condiciones propicias para atraer inversión por el lado económico. A final de cuentas, la apuesta al crecimiento por vía del consumo depende de que la economía crezca con celeridad, pues de otra manera la brecha fiscal crecerá aún más, poniendo al país ante riesgos que generaciones anteriores conocimos como crisis y que no son encomiables para nadie.

Las crisis, dice el viejo proverbio chino, son una mezcla de peligro y oportunidad. El diestro manejo respecto a Trump sugiere oportunidad, pero el pésimo manejo respecto al futuro del país entraña riesgo. Lo último que queremos es caer en una crisis; mejor saltársela para arribar directamente a la oportunidad, pero eso requeriría acabar con las locuras auto infligidas.

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 REFORMA
09 febrero 2025

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A pedalear

Luis Rubio

 

El presidente colombiano nos profirió una lección que no tenía ni la menor intención de pronunciar: se puso a las patadas con Sansón, digo Trump, y perdió en menos de que canta un ganso. Comparado con ese espectáculo, la presidenta Sheinbaum ha conducido esta complejísima relación con habilidad y claridad de propósito. Evidentemente, es muy temprano para clamar victoria, pero el resultado a la fecha, con sus altibajos, no es malo. El problema es llegar a la meta.

Trump es un negociador nato. Su libro describe con minuciosidad su forma de proceder: empuja, amenaza, acorrala y prueba la resistencia de su contraparte. Según la respuesta, contraataca hasta encontrar como salirse con la suya. Pero, como describe su libro, su objetivo es ganar, independientemente del tamaño del premio: ataca a diestra y siniestra y, cuando gana, se va a lo siguiente. No resulta muy difícil entender que la manera de avanzar en una negociación con él es dándole espacios para ganar donde el costo para la contraparte no sea prohibitivo.

Una derivada de lo anterior, que me parece sería lo deseable en nuestro caso, consistiría en encontrar la forma de apalancar los proyectos del gobierno con los objetivos (y, sobre todo, recursos) del presidente Trump. El ejemplo más evidente, pero lejos de ser el único, sería la estrategia de seguridad que, luego de tantos abrazos, se ha convertido en una pesadilla para la ciudadanía y un formidable desafío para las autoridades. Mientras que el predecesor facilitaba el crecimiento y consolidación de las organizaciones criminales, éstas se dedicaron a atrincherarse en sus territorios y a pertrecharse con equipos blindados y armamentos cada vez más sofisticados. El poderío de los criminales crece exponencialmente frente a un gobierno enclenque. Más allá de falsos nacionalismos, un apoyo puntual y concertado sería más que útil para un gobierno que, con facilidad, podría ser rebasado.

Cualquiera que sea la opinión que uno tenga del señor Trump, sería un grave error menospreciarlo o subestimarlo. Pero eso es exactamente lo que hizo el presidente Petro de Colombia. En lugar de diseñar una estrategia para lidiar con Trump, inició un ataque retórico dedicado a su base sin reparar sobre las consecuencias. Tan absurdo, improvisado y torpe fue su retahíla, que Trump acabó con él en un santiamén. Bastaron unas cuantas horas para que el gobierno colombiano aceptara todo el paquete de condiciones impuesto por el presidente norteamericano. En el lenguaje castizo que tanto empleaba el señor de las mañaneras, se dobló.

Hasta ahora, la presidenta Sheinbaum ha logrado mantener a México a salvo de la arremetida trumpiana. Cualquiera cosa que sea lo que está haciendo, le está funcionando. El problema es que el presidente estadounidense no va a quedar satisfecho con acuerdos verbales y la capacidad, además de disposición, del gobierno mexicano para responder a sus demandas no es enorme. La pregunta se torna seria: ¿cómo sacar al buey de la barranca?

Hay dos vertientes clave en este asunto: la interna y la norteamericana. Por el lado interno, la presidenta ha logrado un equilibrio entre su retórica interna y la negociación con Trump. Lo ha logrado esencialmente a través de mantener en secreto los intercambios que se estén dando con su contraparte, mientras que exacerba las arengas morenistas. El problema para ella es que el esquema no es sostenible. Primero, no tardará en notarse la contradicción entre los dos discursos, parte porque lo acordado tendrá que cumplirse y parte porque en algún momento lo que se hable en privado saldrá a la luz pública. Es decir, tarde o temprano, la presidenta tendrá que decidir entre satisfacer a sus bases o construir el futuro, porque las dos no son compatibles, al menos no en el corto plazo. Y es precisamente para eso que sería por demás útil apalancarse en el propio Trump para lograr beneficios tangibles que atenúen la potencial resaca morenista.

La otra vertiente es la norteamericana. Así como sería torpe subestimar a Trump, igualmente obtuso sería desdeñar los contrapesos que caracterizan al sistema político estadounidense. Aunque los republicanos tienen mayoría en ambas cámaras legislativas, cada legislador le responde a sus votantes y muchos de esos ciudadanos son susceptibles de ejercer presión sobre sus representantes. Así es como funciona allá: una estrategia bien diseñada de acercamiento a los distritos relevantes para México -aquellos que viven de la relación bilateral o en donde habitan ciudadanos con vínculos  con México- podría desarticular los peores golpes o, en el sentido positivo, influir para alcanzar resultados favorables para México. Cada quien emplea las armas con las que cuenta y México tiene muchas en potencia, pero muy pocas en activo. La primera prioridad debiera ser identificarlas y echarlas a andar.

Einstein decía que “la vida es como andar en una bicicleta. Para mantener el equilibrio hay que seguir pedaleando.” El gobierno mexicano, el actual y los anteriores, gozó de las ventajas de la migración y las exportaciones sin resolver los problemas más elementales que enfrenta el país. Ahora es tiempo de pedalearle; la clave radica en encontrar el punto de encuentro con Trump para resolver nuestros problemas y con eso, los de él.

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 REFORMA
02 febrero 2025

El espejo canadiense

Luis Rubio

Es frecuente escuchar la broma de que Canadá y México tienen un problema en común. Efectivamente, en contraste con las naciones europeas, donde hay grandes y chicas, pero ninguna abrumadora, las dimensiones y trascendencia de nuestro vecino común entrañan características singulares. Tanto Canadá como México optaron desde hace décadas por convertir a Estados Unidos en una oportunidad para su desarrollo económico; sin embargo, cada una de estas naciones actúa de manera muy distinta y el efecto de esas diferencias es una mucho mayor inestabilidad e impredecibilidad para el lado mexicano.

Aunque la mayoría de los canadienses habla inglés, su cultura es muy distinta y contrastante con la estadounidense. Más europeos en su comportamiento y organización social, los canadienses se precian de sus diferencias respecto a los estadounidenses. Sin embargo, hace muchas décadas decidieron que su futuro económico se beneficiaría grandemente de una estrecha vinculación con su vecino sureño.

Desde los sesenta establecieron el primer acuerdo comercial formal sobre el sector automotriz con el llamado “auto pact” que no sólo vinculó a las dos naciones en su corazón industrial (sobre todo, al inicio, la provincia de Ontario con el estado de Michigan) para convertirla en la zona más activa del mundo en intercambios industriales en materia automotriz. Décadas después negociaron un tratado de libre comercio entre las dos naciones, seguido poco tiempo después, cuando México se sumó, por el TLC norteamericano, conocido como NAFTA.

Más allá de la formalidad, los canadienses reconocen la trascendencia crucial de sus vínculos económicos con Estados Unidos y han desarrollado estrategias sistemáticas y permanentes para asegurar que nada ni nadie ponga en entredicho la viabilidad de las estructuras (los tratados) que los sustentan. El contraste con México es extraordinario y notable. Para los canadienses no hay duda alguna de la necesidad de nutrir y preservar los vínculos políticos que hacen posible el exitoso funcionamiento de su economía. En consecuencia, dedican ingentes recursos a la preservación de esos vínculos.

No es que Canadá sea altruista ni que se haya vendido a los estadounidenses. La lógica de su actuar está fundamentada en el mejor interés nacional canadiense: ellos reconocen la centralidad de Estados Unidos para su bienestar y, por y para ello, invierten tiempo y recursos para avanzar sus intereses en todos los ámbitos de decisión dentro de Estados Unidos. Cada ministerio federal, así como los premieres provinciales visitan a sus contrapartes, tienen presencia en el congreso y senado estadounidenses y presentan la evidencia de la trascendencia PARA Estados Unidos de la economía canadiense. En términos económicos, se dedican a proteger sus cadenas de suministro y a abogar por los intereses de su nación. En adición a ello, asumen como suyas las prioridades norteamericanas en ámbitos como el de las relaciones con China (ej. bloqueando a Tik Tok y a Huawei), todo con el objetivo de evitar ser blanco de la ira política estadounidense, recientemente exacerbada por el nuevo presidente. Aceptan ciertas limitaciones en aras de lograr el bienestar general, sin ceder ningún principio fundamental.

México vive de las exportaciones a Estados Unidos. Las cadenas de suministro que cruzan las tres naciones norteamericanas son cruciales para la producción de toda clase de bienes y la aportación mexicana al proceso es no sólo crítica para el conjunto, sino trascendental para la propia economía mexicana. Las exportaciones se traducen en demanda de bienes y servicios internos y éstos generan actividad económica en todo el territorio nacional. Si fuésemos canadienses, estaríamos dedicados en cuerpo y alma a proteger la permanencia del mecanismo que hace posibles esas exportaciones y su contraparte en la forma de inversión extranjera. Sin embargo, a pesar de que México montó una muy ambiciosa estrategia política en los noventa para lograr la aprobación del TLC original (NAFTA), ese ejercicio desapareció del mapa a partir de entonces. Y ahora vemos las consecuencias…

Es obvio que México enfrenta una problemática distinta a la de Canadá, toda vez que ha sido blanco interminable de ataques por parte de políticos estadounidenses, sobre todo por la migración, las drogas y la violencia que ejerce el crimen organizado, parte de lo cual trasciende hacia su país. Es evidente que estos son asuntos que claramente nos competen y afectan tanto o más a México que a Estados Unidos, pero los gobiernos mexicanos han hecho casi nada por enfrentarlos en México y han sido completamente negligentes en actuar en términos políticos dentro del ámbito de nuestro vecino. Mucho se ganaría de actuar decisivamente en estos ámbitos internos para mejorar las perspectivas del TMEC, pero esto debe ser en adición a una estrategia debidamente concebida dentro del aparato gubernamental norteamericano.

En 1962 John F. Kennedy podía decir que “La geografía nos ha hecho vecinos. La historia nos ha hecho amigos. La economía nos ha hecho socios, y la necesidad nos ha hecho aliados.” El presidente Trump jamás pronunciaría una frase así, pero México debería dedicarse a asegurar que al menos la sociedad y la amistad comiencen a restablecerse a partir de ahora…

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REFORMA
26 enero 2025

Trump

Luis Rubio

Mañana tomará posesión Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Fue electo cumpliendo todos los requisitos que impone la ley de su país y obtuvo una mayoría absoluta no sólo en el colegio electoral, sino también del voto popular. Nadie en su país le disputa la legitimidad de su triunfo (aunque obviamente no a todos les gusta), por lo que los mexicanos debemos respetar la decisión de su electorado, entender la racionalidad del resultado y actuar para tener la mejor relación bilateral posible.

Es indispensable que los mexicanos identifiquemos y aceptemos la naturaleza vital de la relación bilateral y nos aboquemos a asegurar que se preserven nuestros intereses. Lo anterior no implica que Trump vaya a ser un presidente convencional o que lo que venga será fácil o libre de consecuencias.

Todo el mundo ha observado la forma en que el próximo presidente se comporta, la agresividad de su agenda y la popularidad que le acompaña. En contraste con su primer cuatrienio, Trump llega envalentonado, con claridad de propósito, experiencia respecto a lo que pretende lograr y, más importante, con un claro mandato popular, justo en los asuntos que competen a México: migración, drogas y crimen organizado, además de China. Cualquier expectativa de que moderará su agenda o su estilo es irrealista e irresponsable.

En adición a lo que la persona de presidente quiera y piense impulsar, es crucial comprender los cambios que ha venido experimentando la sociedad norteamericana, las circunstancias por las que atraviesa esa nación y que yacen en el corazón del abrumador resultado electoral. Parece evidente que el Trump 2.0 viene acompañado de un amplio mandato popular, producto de una serie de crisis inherentes a su sociedad pero que le favorecieron como candidato. Trump no creó esas crisis, pero éstas explican el resultado de su elección y son éstas las que dominarán la agenda del gobierno que está por ser inaugurado.

Estas crisis se pueden denominar de muchas maneras, pero incluyen diversos elementos que afectaron a amplios segmentos del electorado. Algunas de estas crisis son genéricas, otras específicas, pero todas se sumaron en la elección de noviembre pasado. Entre los principales factores está la crisis de las adicciones, especialmente la de fentanilo, cuya letalidad llevó a cientos de miles de muertes; luego está la polarización política, que muchos conciben como una crisis de valores y/o de creencias, pero que, en su esencia, constituye una disputa hasta de lenguaje (corrección política) que ha dividido al país entre estados “rojos” (republicanos) y “azules” (demócratas); muy cercano a lo anterior está la crisis del discurso de los progresistas, cuyo actuar en materia de género, aborto y transición de sexos provocó un profundo abismo en el corazón de la sociedad. La desigualdad económica que muchos atribuyen a los tratados comerciales que EUA ha firmado con otras naciones (especialmente México) y a los que, en conjunto con la migración, atribuyen pérdidas de empleos sobre todo del medio oeste. Y, finalmente, una crisis de gobernanza en el sentido de que una parte importante del electorado no se siente representada por sus gobernantes y/o legisladores.

Ninguno de estos asuntos es nuevo ni todos son especialmente estadounidenses en contenido, pero la suma de ellos llevó al punto en que un candidato disruptivo pudo beneficiarse, incluso sin que así lo haya entendido antes o ahora.

La combinación de estas circunstancias y la personalidad del nuevo presidente han creado un contexto propicio para una gran transformación política y cultural dentro de la sociedad norteamericana que algunos autores* desde hace años equiparan a lo que aconteció con Andrew Jackson al inicio del siglo XIX, Lincoln a la mitad de ese siglo, Roosevelt a principios del siglo XX y Reagan en los ochenta. En esta lectura, la sociedad norteamericana está experimentando una revolución cultural de largo aliento que tendrá consecuencias no sólo para su país, sino para el mundo. O sea, se trata de una sociedad en evolución.

En teoría, México tiene dos opciones frente al nuevo gobierno estadounidense. Una es la de pretender que nada ha cambiado y aferrarse a lo existente suponiendo (o confiando) que, como nación soberana, tiene todas las opciones del mundo. Este camino nos llevaría al ocaso porque no sólo pondríamos en riesgo la viabilidad del principal motor de crecimiento de nuestra economía, sino que incluso atraeríamos la ira de los estadounidenses, con lo que eso pueda implicar.

La alternativa sería la de abogar activamente por los asuntos que son de interés vital para México, atender el fondo de los problemas que los norteamericanos (correctamente) atribuyen a México como causa de problemas que les afectan y colaborar con ellos en la solución de los problemas que son de carácter bilateral o en los que, aun siendo suyos, tienen obvios y profundos vínculos con México.

Hace muchos años, un gobernador me comentó que, al tomar posesión, tuvo que decidir entre combatir a los narcos o sumarse a ellos, pero que “no podía hacerse pendejo.” Lo mismo para el país hoy: la noción de que México puede mantenerse al margen de lo que ocurre en esa nación y que con esa actitud evitaremos ser víctimas de su actuar es no sólo infantil, sino por demás irresponsable.

* por ejemplo, George Friedman, The Storm Before the Calm

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19 enero 2025

El nuevo desafío

Luis Rubio

No hay desafío mayor que el de la relación con Estados Unidos, asunto no sólo crítico por obvias razones, sino recurrente a lo largo de nuestra historia. Sin embargo, la verdadera pregunta no es sobre lo que Trump quiera, sino sobre lo que México requiere: dos perspectivas muy distintas. Trump ha sido muy claro en lo que él quiere de México y ha amenazado con emplear instrumentos heterodoxos, como los aranceles, para imponerse. También sabemos que lo que más le gusta es ganar. Entonces, la pregunta que me parece pertinente es cómo hacerle para que él gane algo grande que a la vez ayude a que México avance y resuelva, o contribuya a resolver, algunos de los problemas críticos que México enfrenta.

La evidencia al día de hoy no es encomiable. En lugar de intentar entender a Trump, tanto en sus formas y naturaleza como en sus objetivos sustantivos, el gobierno se ha dedicado a enfrentarlo o a tratar de torearlo. Mientras México titubea y persiste en su ciclo perverso de ofenderse, argumentar, reclamar, eludir, temer y volver a ofenderse, los canadienses -el país entero- le van dando forma a los cimientos de una relación constructiva. ¿Quién avanza más?

La estrategia, si así se le puede llamar, de defensa y resistencia claramente no funciona. El gran general prusiano von Moltke ya lo decía: “ningún plan de guerra sobrevive el primer contacto con el enemigo.” En contraste con ese gran estratega, que abogaba por una adaptación constante en el terreno de la realidad, el gobierno mexicano se apega a sus prejuicios y, en lugar de salir del atolladero, sigue cavando el hoyo en el que se encuentra. La realidad no se va a ajustar a las preconcepciones gubernamentales, por lo que no hay alternativa que cambiar la estrategia o, más bien, desarrollar una estrategia idónea para las circunstancias.

En lugar de adaptarse, la propensión ha sido a corregirle la plana a Trump y a reaccionar de manera intempestiva ante las declaraciones de diversos políticos canadienses. En ambos casos, el gobierno mexicano proyecta tanto su ignorancia como su indolencia. Trump dispara desde las rodillas e identifica las debilidades de su contraparte; cuando observa resistencias, ataca de nuevo. Por su parte, los políticos canadienses, esa especie rara que sí le tiene que rendir cuentas a su electorado, actúa a nivel local como en cualquier democracia que se respete. Es absurdo confrontarlos en diatribas callejeras. Sería mejor identificar los intereses nacionales y desarrollar una estrategia para avanzarlos.

Una estrategia susceptible de evitar costos y a la vez avanzar hacia la solución de los problemas que nos aquejan implicaría comenzar por eliminar prejuicios para enfocar los asuntos de fondo. Primero que nada, entender a los actores en juego: Trump es transparente y, dado que ya fue presidente, hay amplia evidencia de lo que le importa, cómo responde y qué funciona con él. Canadá ha hecho su tarea y le está funcionando. Sería más útil aprender de ellos que acusarlos de traidores. En segundo lugar, sería necesario reconocer, y aceptar, que mucho de lo que Trump dice de México es veraz. Puede no gustarnos que alguien del exterior diga que hay criminalidad en México, que los carteles controlan vastos territorios o que hay mucha corrupción, pero está canijo negarlo…

La propensión a envolvernos (todos) en la bandera es enorme, pero poco productiva. Más útil sería aceptar la problemática para enfrentarla con seriedad. De esta forma, en tercer lugar, lo crucial sería preguntarnos cómo podemos apalancar el actuar de Trump para avanzar soluciones que México sí necesita. Es decir, en lugar de reaccionar visceralmente, sería más productivo y útil ir con Trump con un plan bien concebido y plantearle soluciones conjuntas: los problemas que México enfrenta nos rebasan y agradeceríamos tu ayuda, pero los aranceles -o tus drones- serían contraproducentes. En vez de eso, seguiría el planteamiento, nos sería más útil una estrategia conjunta de seguridad, una política comercial común (de los tres países) para enfrentar el desafío chino. De la misma manera, es necesaria una visión acordada sobre las causas de la migración y la necesidad de ordenar la demanda de trabajadores que hay en la economía americana y, por el otro lado, solución a los factores que llevan a los migrantes a abandonar su lugar de origen.

Con esto no pretendo definir las soluciones, sino proponer que es urgente un cambio en la manera de concebir la problemática que enfrenta el país ante la inminencia del cambio de gobierno estadounidense, nuestro vecino y principal fuente de crecimiento económico. La esencia no es lo específico, sino la disposición a aceptar que hay problemas en México que demandan soluciones y a ver al gobierno de Trump como una oportunidad para enfrentarlos de manera conjunta o con su apoyo (directo, logístico o con equipo especializado). El punto es que es urgente abandonar la actitud de víctimas para reemplazarlas por una de “cómo lo resolvemos.”

Yogi Berra, el gran beisbolista, decía que se “se puede observar mucho con mirar.” En lugar de preocuparse por Trump, mejor entenderlo. O, como escribió Camus en La peste, el destino exige asumir el reto: «Hay en esta tierra pestilencia y víctimas, y es preciso resistirse a estar con la plaga.»

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 REFORMA
12 enero 2025

Ahora, la realidad

Luis Rubio

Todos los gobiernos del mundo inician su mandato con grandes inversiones tanto políticas como físicas y de recursos para cimentar la base de su proyecto: narrativa, legislación y presupuesto. Una vez sentadas las bases, se despliegan estos instrumentos en la forma de iniciativas, desarrollos, construcciones y mucha actividad política, todo orientado a darle forma a su visión ya en la práctica. Pero esta lógica tan natural no ha sido la de este gobierno. Cuatro meses de cambios, realmente destrucción masiva, del (ya de por sí) débil andamiaje con que contaba el país para promover el crecimiento económico empiezan a chocar con la cruda realidad.

Ahora que inicia un nuevo año, el gobierno tendrá que comenzar a entregar resultados, pero estos no se materializarán porque todo el plan fue ideológico y político más que producto de una evaluación de las circunstancias reales en que se encuentra el país. En lugar del paraíso que creyó dejar el presidente saliente, punto de partida para la hoy presidenta, la realidad es muy distinta y, en consecuencia, los planes que se han ido materializando, especialmente a través del poder legislativo, no hacen sino limitar el potencial de éxito del gobierno.

Para comenzar, el proyecto obradorista ha sido uno de poder y no de desarrollo. La narrativa del bienestar encubría el verdadero objetivo, en tanto que las transferencias en efectivo sellaban el pacto con los beneficiarios. Todo esto fue posible gracias a la labor de los gobiernos anteriores que fueron construyendo el andamiaje que le confirió estabilidad cambiaria a la economía y fondos de contingencia para situaciones impredecibles, todo estructurado en torno a una economía crecientemente exportadora e integrada con la norteamericana. Es decir, como dice el dicho coloquial, nadie sabe para quien trabaja: el gran beneficiario del tan denostado neoliberalismo acabó siendo López Obrador.

El problema para la presidenta Sheinbaum es triple: primero, los cambios constitucionales que le propinó su predecesor en el último mes de su gobierno alteran radicalmente el entorno legal y político. Segundo, la situación macroeconómica evidencia un agudo deterioro; y, tercero, la economía norteamericana, de la que depende todo, enfrenta desafíos políticos en asuntos de enorme trascendencia para México, especialmente en materia migratoria y comercial, que modifican de manera fundamental el entorno. Es decir, lo que fue válido en 2018 no lo es en 2025. Pero el gobierno actual no se ha enterado del cambio de contexto.

El contexto en 2018 no podía ser más propicio para el gobierno de López Obrador. Por un lado, una estructura económica que, aunque ciertamente no ideal, arrojaba resultados muy favorables para la economía, lo que se manifestaba en la forma de masivas inversiones en energía y regiones enteras creciendo a tasas asiáticas. Ciertamente no toda la población se beneficiaba de manera directa, pero el país, luego de tres décadas de convulsión, finalmente había logrado una estabilidad macroeconómica sostenible. Por otro lado, en términos políticos, la impopularidad de su predecesor le había allanado el camino para aterrizar como el virtual salvador, al punto en que se tomó la libertad de cancelar el nuevo aeropuerto de la CDMX sin, aparentemente, mayores reverberaciones.

El discurso polarizador, descalificador y agresivo envalentonó a una población resentida y enojada, todo lo cual desalentó la inversión privada, lo cual no se notó de inmediato tanto por la sensible mejoría en el ingreso real de la población (producto de las remesas, transferencias y salario mínimo), como por el acelerado crecimiento de la economía estadounidense a partir del fin de la pandemia. Todos estos elementos se conjuntaron para lograr un final de sexenio excepcional que se manifestó de manera concreta en la elección del año pasado.

Ahora viene la resaca: un déficit elevadísimo, una deuda creciente y dos legados políticos que marcan un final y un principio: primero la sobrerrepresentación -el agandalle para controlar todos los procesos nacionales- y luego las reformas constitucionales de septiembre y octubre. El partido en el gobierno ha demostrado que puede imponer su ley y lo ha hecho con generosidad. Lo que no puede imponer son los resultados que la presidenta requiere para ser exitosa.

Y ese es el asunto a partir de este inicio del año: el golpe del que tanto habló su predecesor lo acabó dando él mismo: al cambiar los vectores de la política mexicana, sobre todo de la Suprema Corte, el factor que (junto al TLC) le confirió certidumbre a la vida tanto política como económica al país en las últimas tres décadas, el partido en el gobierno acabó muy poderoso, pero desarticuló el camino hacia el futuro en vez de corregirlo, sin construir nada útil a cambio.

Por tres meses, la presidenta se dedicó a prometer incontables nuevos programas de gasto, cuando las arcas están vacías. Pero ¿qué es una promesa? Según un diccionario, ésta es “una garantía expresa en la que se basarán las expectativas.” La población esperará resultados y, tarde o temprano, le exigirá cuentas al gobierno recientemente inaugurado. Los gobiernos y sus partidos suelen pensar que son eternos. Ninguno lo logra y el actual no será diferente.

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REFORMA
05 enero 2025

Libertad

Luis Rubio

La libertad es un bien cada vez más escaso. En contraste con otros factores clave para el desarrollo de una nación, como la educación y la salud, la libertad es el factor que le confiere fortaleza tanto a la ciudadanía como al conjunto social. Una nación de gente libre es una nación con potencial de crecimiento y desarrollo. Como escribió Allan Bloom, “La razón transformada en prejuicio es la peor forma de prejuicio, porque la razón es el único instrumento para liberarse del prejuicio.” Desde luego, en una sociedad con las desigualdades tan grandes como la mexicana, se requiere más que libertad para prosperar, pero la prosperidad es imposible sin libertad.

Este año busqué citas y anécdotas sobre la libertad para celebrar estos días de asueto.

“Lo que falta en todo esto es la sencilla intuición de la anarquista Charlotte Wilson: “Soñamos con la libertad positiva que es esencialmente una con el sentimiento social: con un espacio libre para los impulsos sociales ahora distorsionados y comprimidos”. Para Wilson, la libertad no es algo que se pueda definir. Es algo así como la metafísica fundadora de la humanidad. Como sucede con el amor o la belleza, no sabemos qué es, pero no podríamos pasar un día sin ella. Es como el concepto de Geist (espíritu) de Hegel, una confianza intuitiva en la libertad como un proyecto humano rector y continuo”.

Curtis White, 2023

La libertad negativa es la ausencia de obstáculos, barreras o restricciones. Se tiene libertad negativa en la medida en que se dispone de acciones en este sentido negativo. La libertad positiva es la posibilidad de actuar —o el hecho de actuar— de tal manera que se tome el control de la propia vida y se hagan realidad los propios propósitos fundamentales.

Isaiah Berlin, 1958

“Un hombre es libre o no lo es. No puede haber aprendizaje para la libertad”

Amiri Baraka, 1962

“Hay ciertas mentiras dulces y edulcoradas que circulan en el mundo y que todos los políticos aparentemente han conspirado tácitamente para apoyar y perpetuar. Una de ellas es que existe algo en el mundo llamado independencia: independencia de pensamiento, independencia de opinión, independencia de acción… Somos ovejas sobrias”.

Mark Twain, 1932

“¡Qué absurda es la gente! Nunca usan las libertades que tienen, pero exigen las que no tienen; tienen libertad de pensamiento, exigen libertad de expresión”.

Soren Kierkegaard, 1843

“Gracias a las Fiestas el mexicano se abre, participa… Su frecuencia, el brillo que alcanzan, el entusiasmo con que todos participamos, parecen revelar que, sin ellas, estallaríamos. Ellas nos liberan, así sea momentáneamente, de todos esos impulsos sin salida y de todas esas materias inflamables que guardamos en nuestro interior.”

Octavio Paz, 1950

“Soy verdaderamente libre sólo cuando todos los seres humanos, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de los demás hombres, lejos de negar o limitar mi libertad, es, por el contrario, su premisa y confirmación necesarias.”

Mijail Bakunin, 1871

“Libertad e igualdad, las dos ideas básicas de la democracia, son hasta cierto punto contradictorias. Consideradas lógicamente, libertad e igualdad son mutuamente excluyentes, lo mismo que la sociedad y el individuo son mutuamente excluyentes.”

Thomas Mann, 1940

“La libertad es siempre y exclusivamente libertad para quien piensa diferente.”

Rosa Luxemburg, 1918

“La única libertad que merece ese nombre es la de perseguir nuestro propio bien a nuestra manera, siempre que no intentemos privar a los demás del suyo ni obstaculizar sus esfuerzos por obtenerlo.”

John Stuart Mill, 1859

“Ay de la nación cuya literatura se ve truncada por la intrusión de la fuerza. Esto no es simplemente una interferencia con la libertad de prensa, sino el sellado del corazón de una nación, la escisión de su memoria”.

Alexander Solzhenitsyn, 1974

“Cometamos nuestros propios errores, pero consolémonos sabiendo que son nuestros propios errores”.

Tom Mboya, 1958

“No creo que se pueda defender la libertad para un grupo de personas y negársela a otros”.

Coretta Scott King, 1994

“La libertad no es un lujo que podamos permitirnos cuando por fin tengamos seguridad, prosperidad e ilustración; es, más bien, un antecedente de todo esto, porque sin ella no podemos tener ni seguridad ni prosperidad ni ilustración”.

Henry Steele Commager, 1954

“La civilización sin restricciones es imposible; y no puede haber restricciones donde no hay libertad”.

Will Durant, 1961

“Todo se le puede quitar al hombre, excepto una cosa: la última de las libertades humanas: elegir la actitud que uno adoptará en cualquier circunstancia dada”.

Victor Frankl, 1946

“Así como no quiero ser esclavo, tampoco quiero ser amo. Esto expresa mi idea de la democracia”.

Abraham Lincoln, 1858

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 REFORMA
29 diciembre 2024

Mis lecturas

Luis Rubio
“El supremo regalo de la vida consciente es la sensación del misterio que la encierra”
Lewis Mumford

El conocimiento avanza a una velocidad tal que sólo es posible asir unos pequeños botones de muestra, pero algunos son verdaderamente reveladores, aunque siempre queda la sensación de que uno aprende más, pero sabe menos. Aquí va una breve descripción de mis mejores lecturas del año que concluye.

El pensamiento político de Xi Jinping, de Steve Tsang and Olivia Cheung quita una cortina de humo en aras de descubrir la motivación y objetivos del proyecto político-económico del líder chino. El resultado no es encomiable, al menos no agradable: lo que describen los estudiosos británicos al quitar el velo de la retórica y la jerga verbal es una visión egocéntrica del mundo, donde no existe nada importante o significativo fuera de su propia realidad. Se trata, de hecho, de una perspectiva totalitaria donde el control de la población es el único medio para avanzar un proyecto no de desarrollo, sino de imposición dentro y fuera de China. Un libro que permite entender y acabar muy preocupado sobre el futuro de esa extraordinaria nación.

La aparición de liderazgos “fuertes” tanto de izquierda como de derecha en los últimos años ha sido motivo de innumerables libros. Nils Karlson escribe Reviviendo el liberalismo clásico contra el populismo como un medio para combatir la destrucción de instituciones y oportunidades para los individuos y las naciones en que estos liderazgos autocráticos han proliferado. Es más un manual para la acción que un tratado sobre el tema, pero no por eso deja de ser una lectura interesante.

Además de ser una extraordinaria historia y biografía, si bien en forma de novela, Un tal González de Sergio del Molino es un relato delicioso de la transformación española después del final del franquismo. Mezclando historia con el gran liderazgo del primer presidente socialista de la “nueva” España, se puede entender tanto la intención como la capacidad de operación que caracterizó a este gran personaje y cómo fue cambiando la nación no sólo en su aspecto político (la transición democrática misma), sino toda una sociedad que se integra de lleno y por convicción a Europa, adoptando en el proceso no sólo la democracia, sino muchas de sus otras características y prácticas. Es un libro absolutamente imperdible.

Marcelo Bergman, un estudioso sobre la criminalidad, publicó el año pasado su más reciente análisis sobre las causas de la criminalidad* y sus implicaciones. Con una óptica regional que le permite comparar fenómenos y problemas similares en circunstancias nacionales distintas, llega a conclusiones muy específicas que explican la naturaleza del problema que enfrenta cada una de las naciones de la región y permiten derivar una noción de las dimensiones del reto que enfrenta México para realmente cambiar las tendencias en materia de seguridad.

Ivan Krastev y Stephen Holmes llevan años, cada uno por su parte, escribiendo y meditando sobre las transiciones a la democracia en los últimos años del siglo XX, especialmente después del fin de la Unión Soviética, y se han dedicado a estudiar el peculiar fenómeno del nacimiento de movimientos y partidos iliberales o antiliberales que han minado el progreso de la democracia. En La luz que falló se unieron para explorar las implicaciones del resentimiento que la democratización desató en múltiples sociedades, alterando el curso que parecía lineal y produciendo fenómenos políticos novedosos que son hoy la realidad de múltiples naciones en el orbe.

Pocos libros fueron tan oportunos para mi este año como el de Jared Cohen: La vida después del poder,** un texto que explora la vida de siete expresidentes estadounidenses y cómo se ajustaron a sus nuevas circunstancias. En un momento en el que el presidente que estaba por terminar su mandato en México hacía peripecia y media para seguir siendo la única persona relevante en el país, este libro ilustra por qué es tan importante que los expresidentes tengan un espacio para ellos, incluyendo una pensión adecuada que les permita vivir con comodidad. Cohen estudia la forma en que personajes desde Jefferson en el siglo XIX hasta George W. Bush se retiraron de la función pública y, a la misma vez, encontraron una forma de ser útiles y relevantes para sus compatriotas. Este libro complementa otro extraordinario de hace algunos años, El club de los presidentes,*** que versa sobre los encargos que el presidente en funciones le ha pedido a sus predecesores, de ambos partidos, como apoyo a sus funciones, síntomas de una democracia consolidada.

En anticipación al proceso electoral de este año, me encontré con dos libros de José Elías Romero Apis, acucioso observador de la política nacional. El jefe de la banda La banda del jefe son dos volúmenes llenos de anécdotas interesantes que le dan contenido a muchas de las formas e historias del viejo sistema político. En Poder y deseo, texto escrito con Pascal Beltrán del Río, los autores describen una serie de sucesiones presidenciales con igual colorido y seriedad.

En estos tiempos de conflicto creciente a nivel mundial, nadie debe perderse el nuevo libro de Sergei Radchenko**** sobre los repetidos intentos del Kremlin por ser una potencia mundial.

*El negocio del crimen **Life After Power *** Gibbs, Nancy y Duffy, Michael ****To Run The World: The Kremlin’s Cold War Bid for Global Power

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REFORMA
22 diciembre 2024