Maniqueísmo

Luis Rubio

Quizá no haya mayor factor de disonancia en la vida política nacional que la confrontación de visiones, lecturas y expectativas que caracteriza al debate político y a la opinión pública: para unos todo está bien, para otros todo está mal. Parte de la explicación seguro se origina en un choque ideológico que lleva a que se extremen las percepciones y parte a una idealización del presente o del pasado, respectivamente, y de su consecuente extrapolación. ¿Habrá forma de dilucidar lo que está detrás del choque de visiones?

Las narrativas en conflicto son muy claras: para quienes perciben que todo está mal, la democracia ha muerto y el futuro solo puede empeorar; para quienes ven todo bien, la gente está feliz, el gobierno es popular y, por lo tanto, el futuro es promisorio. ¿Ambas son igualmente válidas? La respuesta es clave para el futuro, la economía y el propio gobierno.

Hay dos datos “duros” que permiten analizar el fenómeno: uno es que la popularidad de AMLO casi nunca estuvo debajo del 60% y la de la presidenta se encuentra arriba de 70%. El otro dato, que se repite en las encuestas con regularidad, es que el país está partido en dos bloques: el 60% que está contento y el 40% que no lo está. Los primeros viven más o menos al día y su circunstancia ha mejorado en los últimos tiempos gracias a las remesas, transferencias en efectivo y el salario mínimo. Por su parte, el 40% tiene una situación económica confiable (un empleo o un ingreso estable) que le permite pensar hacia el futuro y ve con preocupación la dislocación de algunas variables clave (como los contrapesos, la deuda, el déficit, la productividad).

Dos cosas parecen indudables: una es que la popularidad no garantiza la permanencia del statu quo ni la viabilidad económica y financiera. La otra es que, como consecuencia de los cambios constitucionales recientes, la realidad política que ahora muchos observan como catastrófica no era tan popular o exitosa como los detractores de las reformas pretenden. Con esto no quiero sugerir que el panorama sea benigno, sólo que la democracia mexicana era enclenque, que AMLO violó impunemente la legislación electoral y que tan pronto la Suprema Corte desafió el poder presidencial fue desbancada. O sea, los pretendidos sustentos y contrapesos de la democracia eran más míticos que reales.

Para la mayoría de la población (ese 60% que votó por Morena), pesó más la “democratización” de la corrupción, la desigualdad que hábilmente explotó AMLO y el deterioro del ingreso real de las últimas décadas. La democracia, la pluralidad y sus estructuras nunca fueron populares.

No es que los pesimistas de hoy estuvieran ciegos ante la realidad cotidiana. Simplemente, tendían a ver de manera benigna lo que ocurría o como problemas a resolverse, por lo que mucho de su pesimismo actual se deriva del hecho que la formalización constitucional hace imposibles esas potenciales soluciones, lo que indudablemente constituye un cambio político profundo.

Mi punto no es justificar cualquiera de las dos narrativas, sino entender que la realidad era mucho menos favorable de lo que argumentan los que hoy denuestan el deterioro político, a la vez que reconocer que el gobierno (AMLO y CS) ha sido mucho más hábil para responder ante las preocupaciones cotidianas de la mayoría de la población. Lo anterior no implica que su estrategia sea buena o sostenible, pero sí que ha sido extraordinariamente efectiva y popular.

No tengo duda que parte de la explicación de las narrativas contradictorias radica en que la población ha normalizado (o dado por inevitables) cosas que serían inaceptables en otras latitudes como la inseguridad, la corrupción, el bajo crecimiento o los malos servicios públicos. Pero, frente a eso, el ingreso real y el consecuente crecimiento en el consumo han tenido un evidente beneficio político. Queda por dilucidarse si la popularidad responde a una nueva legitimidad o si se trata de un mero reflejo de la mejoría económica, factores clave en términos electorales.

Todo lo cual no quiere decir que los análisis más sesudos y preocupantes respecto al futuro estén errados, sólo que están desfasados de la realidad actual. Analíticamente es obvio que la estrategia gubernamental funciona mientras no cambien los factores o vectores que lo sustentan. Si en algún momento se alteran las variables (tipo de cambio, finanzas públicas, TMEC, calificadoras) que hacen posible y viable la estrategia gubernamental, todo cambiaría. También, la ausencia de contrapesos inexorablemente incide en las decisiones de inversión, con su consecuente impacto en la tasa de crecimiento económico.

Al final, el factor crucial reside en la capacidad y disposición del gobierno a responder con habilidad y celeridad ante los retos, tanto internos como externos, que se vayan presentando. Mientras que AMLO gozó de un entorno sumamente favorable, CS enfrenta un panorama mucho más incierto, en buena medida por el complejo legado que le dejó AMLO tanto en lo económico como en la estructura constitucional, pero también por Trump. Sus respuestas hoy en día se han encaminado más a envolverse en la bandera para satisfacer a su base y a una ideología que a responder ante una cambiante realidad. Pero de cómo responda depende el futuro.

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@lrubiof

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REFORMA

16 febrero 2025