Academia y política

Luis Rubio

Para Maquiavelo, los operadores políticos exitosos son quienes dan la apariencia de inocencia y nutren una reputación de benevolencia, independientemente de que, por debajo del agua, estén tramando. En contraste, quienes se asumen como maquiavélicos y tratan de desarrollar una reputación como tales –los grillos y otros políticos pretensiosos-  no lo son. Esta reflexión sobre las virtudes del poder y su administración me vino a la mente al leer un libro excepcionalmente interesante, tanto por la honestidad del autor como por sus implicaciones.

Michael Ignatieff, canadiense de nacionalidad, era un exitoso profesor de política en Harvard cuando fue invitado a incorporarse a la política de su país con miras a liderar su partido. El libro, Fuego y Cenizas, es un agudo recuento de su (patético) proceso de decisiones, la elección que lo llevó a perder el poder, el partido y hasta su propio escaño parlamentario. En realidad se trata del contraste que existe entre la academia y la vida pública, dos mundos que evidentemente interactúan pero que no son lo mismo y que, con contadas excepciones, se caracterizan por habilidades que no son trasladables entre sí, por más que muchos, como el grillo que se siente el epítome del maquiavelismo, piense lo contrario.

En su libro Los Presidentes, Julio Scherer cita a Octavio paz afirmando que “los intelectuales en el poder dejan de ser intelectuales aunque sigan siendo cultos e inteligentes… porque es muy distinto pensar que mandar…”. Ignatieff explica el otro lado de la moneda: los dilemas, carencias e incompetencia de un académico serio y exitoso en su tránsito por las esferas del poder. Su punto de partida y, en cierta forma, el resumen de su argumentación, es que las habilidades de un político exitoso (en este sentido maquiavélico) pueden ser aprendidas pero no enseñadas. Es decir, la interconexión entre ambos mundos es indirecta y tenue.

El libro de Ignatieff me llevó a tres reflexiones. Primero sobre algo que Michael Barone, analista político estadounidense ha descrito desde hace mucho sobre su país: las ideas que provienen de la academia no siempre son aplicables al mundo de la política, por más que los modelos matemáticos y conceptuales de que emanen parezcan impecables. Mientras que el estudioso vive comprometido con su propio aprendizaje y análisis –y cambia de opinión en la medida en que sus observaciones así lo exijan-, el político vive en la trinchera tratando de avanzar proyectos, objetivos e incluso ideas, cuando su instinto le indica que el tiempo ha llegado. La intersección es obvia, pero las diferencias también lo son: el político sabe que no puede controlar todas las variables y que el tiempo –el timing– es clave. Para el académico es fácil aislar las variables y suponer que el mundo se comportará de la manera que su modelo sugiere.

La segunda reflexión es sobre el poder. Ignatieff relata sus conversaciones y encuentros con políticos profesionales cuya motivación y comportamiento es la de la competencia constante por un escaño y, por ese medio, avanzar sus planes y proyectos personales, políticos y para la sociedad. El académico que el autor lleva dentro es capaz de analizar el fenómeno y entender su dinámica pero no sabe cómo lidiar con él. En un interesante pasaje de su libro, Ignatieff se percata de circunstancias típicas de la política, sobre todo la forma en que una idea o planteamiento cobra fuerza porque alguien “importante” lo dijo y se convierte en reguero de pólvora, repetido por todos aunque sea falso. Un político enfrenta fuerzas que son obvias y muchas que no lo son, ambiente distinto al de la academia en que no sólo se vale, sino que se premia la discusión especulativa.

Finalmente, mi tercera reflexión de la lectura de este político fallido es sobre la actividad cotidiana de los políticos, acentuada en países donde la reelección es en serio y eso entraña tener que mantener una cercanía permanente con el electorado. Por un lado está la satisfacción real de necesidades y peticiones de los representados, circunstancia que requiere atención, gestión y acción. Por el otro se encuentra la imperiosa necesidad de ser actores permanentes, hacer sentir a los votantes que trabaja para ellos y jamás perder los estribos. Política de 24 horas, desconocida en nuestro mundo donde (muchos de) los puestos, incluyendo los de elección, son dados, no ganados.

Quizá la característica de la política abierta, dirigida al ciudadano y sujeta a elección y reelección constante es que los políticos están en el candelero mientras están pero luego tienen que volver a ganarse la vida de alguna otra manera. En algunos países se retiran, en otros comienzan un negocio y otros más encuentran formas de ocupar su tiempo ya sea dando clases de nuevo (Ignatieff), siendo consultores o lobistas. Aceptan que su ciclo se acabó. Eso no sucede aquí, el país de la interminable rueda de la fortuna.

Ignatieff, reconocido experto en Maquiavelo, se dedicaba a enseñar el libro que cambió la perspectiva y el conocimiento de la política. Sin embargo, cuando llegó el momento de actuar en política no tuvo capacidad de hacerlo y acabó siendo un fracaso como candidato, como líder y como político. En un artículo reciente, posterior a la publicación del libro, pregunta si el presidente (Obama) es suficientemente maquiavélico. Esa es la pregunta que el propio autor, y cualquier académico o intelectual que añora incorporarse al mundo de la política debería hacerse antes de dar el paso.

www.cidac.org

@lrubiof

a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

Costo y beneficio

Luis Rubio

México tiene dos economías que casi no se comunican, circunstancia que no vaticina un final feliz. La economía dual no hace sino causar estragos y, mientras más se posponga su integración, peor será el impacto sobre el empleo y el bienestar de millones de familias. El dilema es evidente, pero los riesgos de no actuar son crecientes, sobre todo en la medida en que la economía digital arrasa con todo lo que existía antes.

El dilema no es simple: por un lado, diversos mecanismos de protección y subsidio, que se perciben como política social, han fomentado un crecimiento constante de la economía informal y preservado una vieja industria manufacturera cada vez más obsoleta. Por el otro, la industria exportadora compite exitosamente con los mejores del mundo. La primera produce, quizá, el 20% del PIB industrial, pero emplea al 80% de la mano de obra en el sector. Lo opuesto ocurre con la industria exportadora. Aunque sin duda hay corrupción en la asignación de subsidios y en los aranceles, el verdadero problema es que no se ha llegado a reconocer que la existencia de esta dualidad es la principal causa de la falta de crecimiento de la economía. En el fondo, la razón por la cual se sigue preservando el esquema tiene mucho que ver con el riesgo percibido que se derivaría de la potencial pérdida de empleos, y con el clientelismo que esa circunstancia genera.

La revolución digital entraña una transformación radical del mercado de trabajo: en los países desarrollados hay profesiones enteras que han desaparecido del mapa, substituidas por computadoras. Según dos profesores de Oxford*, 47% de todos los empleos existentes podrían acabar siendo automatizados en las próximas décadas. Aunque en el corto plazo México pueda «cachar» algunos de esos empleos como lo ha venido haciendo, tarde o temprano, de manera inexorable, la automatización nos afectará.

Si uno lee la historia de la revolución industrial al inicio del siglo XIX, lo notable es lo violento, en términos de dislocación económica, de la transición de la agricultura y actividades manuales hacia la automatización inherente a los motores operando con la fuerza del vapor**. A dos siglos de distancia, es fácil minimizar la profundidad del cambio que ahí ocurrió, pero todo indica que lo de entonces no fue nada comparado con lo que viene. Aunque no tengo duda que a la larga (casi) todo mundo saldrá ganando, no hay forma de ignorar dos hechos evidentes: la desaparición de una multiplicidad de empleos y la lentitud con que nuevas oportunidades comenzarán a nacer. Ese contraste es el que genera enorme preocupación en los gobiernos del mundo, pero no cambia el hecho de que, tarde o temprano, todo acabará ajustándose. Quedan dos preguntas clave: por un lado, si es posible atajar el golpe que viene y, por el otro, si el tipo de medidas que se han empleado en México son las adecuadas.

Lo primero que parece evidente es que el torrente de cambio que se aproxima será brutal. Más allá de los escenarios que anticipan distintos estudiosos, lo que ya ha comenzado a ocurrir en diversas actividades profesionales (contadores, abogados, algunas ramas de la medicina, cajeros, etcétera) sugiere que la dislocación que ocurrirá en todas las actividades productivas será enorme. La verdadera disyuntiva resulta ser entre intentar contener las aguas torrenciales que vendrán o preparar al país y a la población para navegar en ellas lo mejor posible.

Tres parecen ser las fases, al menos en un plano conceptual, con las que habrá que lidiar: la primera es la automatización de actividades y procesos; segundo, la creciente complejidad de los procesos y la consecuente demanda de personal, a todos niveles, con excepcionales grados de preparación y habilidad; y, tercero, la desaparición de segmentos enteros de actividades y profesiones en los que ya no habrá fuentes de empleo. Cada una de estas fases entraña consecuencias propias, pero lo que resulta evidente es que se requiere una política pública avezada, muy enfocada, para darle a todos los mexicanos la oportunidad de «hacerla» en esta nueva etapa del mundo.

Siguiendo la literatura disponible, es claro que se requiere pensar en términos de un cambio radical de estrategia, orientada toda ella a lograr saltos cuánticos en el crecimiento de la productividad. Para ello será imperativo atender a las cadenas productivas, la estructura de los mercados, la infraestructura (igual de seguridad que patrimonial y física) y la educación, sobre todo técnica: habilidades. El punto es lograr una generalización del crecimiento de la productividad y no, como hoy, donde perviven espacios de ingente crecimiento de ésta con otros que le restan. Hoy, como en las primeras décadas de la revolución industrial, los beneficios del crecimiento de la productividad se concentran en unas cuantas empresas y regiones del país.

El riesgo de desempleo masivo es evidentemente de la mayor preocupación. Aunque la historia demuestra que el cambio tecnológico, por disruptivo que sea, siempre genera nuevas oportunidades, no me cabe duda alguna que puede haber momentos (en ocasiones largos) de dislocación. Al final, la disyuntiva para el gobierno reside entre seguir escondiendo la cabeza como si fuera un avestruz o comenzar a articular una estrategia que haga posible la siguiente era del crecimiento. Las reformas son importantes, pero la ejecución lo es todo. Esto último incluye la imperiosa necesidad de anticipar  y prever, no la mayor de nuestras cualidades.

*http://www.oxfordmartin.ox.ac.uk/downloads/academic/The_Future_of_Employment.pdf

**un gran libro para esto es The Second Machine Age

www.cidac.org

@lrubiof

a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

La evidencia

Luis Rubio

En el Péndulo de Foucault, Umberto Eco afirma que “cualquier hecho se torna importante cuando se conecta con otro”. No hay como tener números duros para poder entender la tesitura en la que se encuentra la economía mexicana. Mientras que la discusión dentro y fuera del gobierno se concentra en impuestos, gasto y legislaciones orientadas a imponer cada vez más controles, un nuevo estudio* revela que el problema de fondo de la economía mexicana no reside en esos factores sino en el hecho que en realidad se trata de dos economías distintas y contrastantes que tienen el efecto conjunto de disminuir la tasa de crecimiento. El estudio demuestra por qué los promedios no nos dicen nada y que un diagnóstico certero permitiría enfocar las políticas públicas con mayor puntería.

En una palabra, la economía mexicana va a dos velocidades: una abona al crecimiento de la productividad en tanto que la otra le resta. Si bien el crecimiento promedio de ésta ha sido un ínfimo 0.8%, la parte moderna de la economía ha visto crecer su productividad anual en 5.8%, en tanto que la de la economía tradicional e informal disminuye a un ritmo de 6.5%. El promedio no hace sino confundir y justificar políticas públicas contraproducentes.

La productividad no lo es todo, pero en el largo plazo es, dice Paul Krugman, casi todo. «La capacidad de un país de mejorar sus niveles de vida depende, casi enteramente, en su capacidad para elevar su productividad por trabajador». La productividad es la resultante de todo lo que ocurre en la economía y por eso se constituye en una medida crucial del desempeño. ¿Qué pasa cuando el promedio no nos dice absolutamente nada significativo?

El reporte de Mckinsey comienza con una serie de contraposiciones: “¿la mexicana es una economía moderna que produce más automóviles que Canadá y se ha convertido en un exportador global, o es la tierra de empresas informales y tradicionales que crece lentamente? ¿El país ha logrado avanzar reformas que hagan posible un acelerado crecimiento del PIB y de los niveles de vida, o está atorado en un ciclo perpetuo de para y arranca? ¿Se trata de una economía que es moderna, urbana con mercados eficientes, o es un lugar donde la corrupción y la criminalidad son tolerados?” Este es sólo el comienzo y no hay desperdicio en las preguntas…

Veamos algunos números sugerentes. El reporte dice que hay dos economías: una crece con celeridad, otra tiende a contraerse. Las empresas tradicionales e informales lograban el 28% de la productividad de las modernas en 1999, pero sólo el 8% en 2009: es decir, no sólo hay una enorme brecha entre los dos sectores de la economía, sino que ésta se está ampliando. Las panaderías exhiben un cincuentavo de la productividad de las empresas panificadoras modernas; 53% de las empresas medianas y pequeñas no tienen acceso a servicios financieros; con el crecimiento actual de la productividad, la tasa de crecimiento bajaría a 2% anual como máximo. En conjunto, la planta productiva mexicana tiene una productividad del 24% de la estadounidense, pero muchas empresas mexicanas son individualmente más productivas que las de ese país. En una palabra, para lograr un crecimiento sostenido del PIB de 3.5%, no la meta más ambiciosa, tendría que triplicarse el ritmo promedio de crecimiento de la productividad. La gran pregunta es cómo se puede lograr algo de esa magnitud.

Quienquiera que haya observado o vivido la forma en que funciona el país de inmediato reconocería los contrastes y las contradicciones. Como dice el reporte, hay dos economías: una que corre a alta velocidad, otra que se rezaga. Pero no es sólo eso: el país se caracteriza por situaciones que son ininteligibles para un observador o inversionista del exterior. Quizá a los mexicanos -acostumbrados al surrealismo de la vida cotidiana- no nos sorprendan casos como los de la Línea 12 del Metro o de Oceanografía que, aunque no inconcebibles en otras latitudes allá constituirían aberraciones que se atienden y enfrentan como tales. En nuestro caso se trata de realidades frecuentes: excesos, abusos, fraudes, autoridades coludidas, ausencia de un gobierno que hace cumplir las reglas, manipulación de los hechos y los tiempos para fines políticos o particulares, reguladores supuestamente independientes (ahora con «autonomía constitucional») con mandatos contradictorios y potencialmente lesivos al éxito de su función.

En un mundo que avanza a la velocidad de la luz, la fotografía que este reporte nos presenta es por demás preocupante porque revela no sólo a un país que se rehúsa -o ha sido incapaz- de organizarse y reconocer sus deficiencias, sino que experimenta una brecha creciente en su economía. La parte moderna acelera el crecimiento de su productividad y se convierte en un exportador global. La parte tradicional -que se defiende hasta con los dientes de cualquier cambio- se rezaga y empobrece al país, pero goza de la connivencia gubernamental.

Muchos estudios como el aquí mencionado concluyen con un listado de grandes reformas que serían indispensables para revertir el diagnóstico, lo que hace poco útiles sus propuestas. El gran valor de este reporte reside en la sensatez de sus recomendaciones: reducir el consumo de electricidad, mejorar la productividad de las inversiones en infraestructura, enfatizar el desarrollo de habilidades. Evidentemente se requieren muchos cambios, pero la clave reside en los detalles que hacen la diferencia y que harían posible un país mucho más exitoso.

* McKinsey Global Institute, A tale of two Mexicos: Growth and prosperity in a two-tier economy . http://www.mckinsey.com/Insights/Americas/A_tale_of_two_Mexicos?cid=other-eml-alt-mgi-mck-oth-1403

 

 

 

www.cidac.org

@lrubiof

a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

 

 

Los dos Méxicos

PROJECT SINDICATE – The world’s opinion page

Jaana Remes – Luis Rubio

CIUDAD DE MÉXICO – México está de moda en los titulares de los diarios, y ahora de manera por demás positiva. En enero se cumplió el vigésimo aniversario de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que creó un mercado excepcional con los Estados Unidos y el Canadá y contribuyó a situar a México en los primeros puestos de exportadores de manufacturas. El programa de reformas del Presidente Enrique Peña Nieto ha sido objeto de la atención mundial y, en los últimos meses, los dirigentes mundiales de los sectores del automóvil y la alimentación han anunciado inversiones de muchos miles de millones de dólares en nuevas instalaciones.

De hecho, en un mundo que ha empezado a preocuparse por las economías emergentes, México destaca como una isla de oportunidades, con una situación fiscal estable y la perspectiva de una demanda en aumento de sus productos, ahora que la recuperación de los Estados Unidos comienza a cobrar impulso. Sin embargo, el México actual presenta también otro aspecto. A pesar del éxito del TLCAN y otros dispositivos de apertura de su mercado, el país ha registrado un crecimiento del PIB relativamente lento. En los últimos veinte años, el crecimiento anual del PIB de México ha promediado un 2,7 por ciento, que es bajo en comparación con el de otras economías emergentes e insuficiente para elevar los niveles de vida de una población.

El factor principal que explica el anémico crecimiento de México es un crónicamente débil ascenso de la productividad. Si México no consigue encontrar pronto formas de lograr una mayor productividad, podría quedarse limitado a una tasa de crecimiento del dos por ciento, en lugar del 3,5 por ciento esperado. El envejecimiento de la población y la disminución de la tasa de natalidad reducirán la incorporación de nuevos trabajadores a la fuerza laboral, la fuente de más de dos tercios del crecimiento del PIB en los últimos decenios.

La solución para el problema de la productividad es fácil de exponer, pero difícil de lograr; el país debe puentear el desfase entre los “dos Méxicos”: la ágil y dinámica economía moderna que surgió a partir de la integración en el TLCAN (el “tigre azteca”) y la economía tradicional de empresas de crecimiento lento e improductivas. Esos dos Méxicos tiran en direcciones opuestas, lo que explica por qué tres decenios de reformas para abrir los mercados, privatizar industrias, adoptar el libre comercio y acoger la inversión extranjera no han logrado aumentar la tasa de crecimiento. Ésa es la conclusión fundamental de nuestra reciente investigación.

El México moderno, enormemente productivo y mundialmente competitivo ha florecido gracias al TLCAN y su proceso de liberación que le anticipó. Actualmente un conjunto de multinacionales mexicanas como, por ejemplo, FEMSA, el Grupo Alfa, el Grupo Bimbo, el Grupo Lala, Mabe y Walmex han llegado a estar a la cabeza de algunos de los mercados más competitivos del mundo.

Pero la liberalización comercial y otras medidas de apertura apenas han afectado al otro México, aquel en el que las empresas tradicionales funcionan con los mismos métodos de producción antiguos y que experimenta una reducción de la productividad laboral. Mientras que la productividad de las mayores empresas modernas ha ido aumentando un 5.8% anual, la de las empresas mexicanas tradicionales –tiendas pequeñas, panaderías, manufacturas poco especializadas– ha ido reduciéndose un 6.5% por ciento. Peor aún: el empleo está aumentando más rápidamente en la economía tradicional, con lo que se está trasladando mano de obra de trabajos con gran productividad a otros con escasa productividad, exactamente lo opuesto de lo que requiere la economía.

La cuestión imperiosa en el México actual es la de si el programa de reformas de Peña Nieto podrá impulsar el crecimiento económico en los dos Méxicos. Se deben abordar dos prioridades amplias:

  • México debe esforzarse por transformar el sector tradicional de una trampa de escasa productividad y salarios bajos para los trabajadores en una fuente dinámica de crecimiento, innovación y empleo. El porcentaje de trabajadores empleados por las empresas mexicanas de tamaño mediano, potencial motor para la generación de empleo, se redujo del 41 por ciento en 1999 al 38 por ciento en 2009.
  • México debe crear condiciones para que todas las empresas tengan las mismas condiciones de acceso para poder prosperar; en la actualidad, los mecanismos de regulación sesgan las condiciones a favor de algunas empresas, en tanto que las políticas tributarias y otros obstáculos estructurales limitan la posibilidad de que una empresa se incorpore al sector moderno y perpetúan el sector tradicional e informal.

No hay una varita mágica que pueda trasformar a los propietarios de empresas pequeñas con poco capital y habilidades limitadas en pujantes empresarios emprendedores, pero se pueden crear las condiciones que alienten a más empresas a incorporarse a la economía moderna y formal.

Para comenzar, se deben eliminar los incentivos que premian a las empresas que siguen siendo pequeñas, ineficientes e informales. Por ilustrar, los propietarios de empresas pequeñas contratan el servicio eléctrico como consumidores pequeños y confrecuencia califican para recibir subsidios de hasta el 80 por ciento. Asimismo, los mercados tradicionales y los puestos de venta callejera no pagan IVA. Pese a las reformas recientes del mercado laboral, las limitaciones en materia de despidos y de trabajadores temporales siguen alentando, incluso a las empresas grandes, a contratar trabajadores de tiempo completo a través de terceros (para con ello eludir onerosos costos de contratación).

Otro obstáculo es el acceso al capital. México va muy a la zaga de sus homólogos de los mercados emergentes en materia de acceso al crédito. Hemos calculado que el desfase crediticio anual de México –la diferencia entre el nivel de crédito que las empresas de ese nivel de desarrollo esperarían obtener y el crédito que efectivamente se expide– asciende a 60,000 millones de dólares al año. Tres cuartas partes de dicho desfase corresponde a crédito a empresas pequeñas o medianas que en otras economías crean nuevos productos y servicios y hacen la mayor aportación a la creación de empleo.

Para lograr el segundo objetivo –el de convertir a México en un lugar en el que prosperen las empresas modernas–, el país no sólo debe eliminar obstáculos como, por ejemplo, los regímenes de zonificación urbana que limitan el crecimiento de tiendas modernas, sino también mejorar todo el entorno que requieren las empresas para prosperar y asegurar que se hagan valer los contratos. Pese a la enorme riqueza energética de México, por ejemplo, el costo de la electricidad para los clientes comerciales es un 73 por ciento mayor que el de las empresas en Estados Unidos.

Además, México tendría que invertir 71,000 millones de dólares al año en infraestructura para hacer posible que la economía crezca a un ritmo del 3.5 por ciento. En adición a lo anterior, México tiene que elevare el rendimiento escolar a fin de preparar a la fuerza laboral para que pueda ser empleada en el sector moderno de la economía.

Al sector privado corresponde un papel decisivo para tender puentes entre los dos Méxicos. Incluso en el sector automotriz, en el que los más competitivos del mundo logran elevadísimas tasas de productividad bajo estándares mundiales, el 80 por ciento de las empresas son pequeñas tiendas tradicionales, con menos de diez empleados. Esos subcontratistas realizan trabajos de bajo costo a fabricantes de piezas y ensambladores de escala mundial, pero logran la décima parte de la productividad de los productores del diez por ciento superior.

Algunas empresas mundiales ya trabajan con los pequeños proveedores, facilitando conocimientos técnicos e incluso acceso al capital para la adquisición de nuevo equipo y nuevas tecnologías. México necesita más de este tipo de desarrollo. Lo más importante es que México debe llegar a ser un país en el que quienes no cumplen las reglas sean penalizados y donde las empresas que respetan la ley crecen y prosperan -e inspiran a otras para que emulen su éxito.

http://www.project-syndicate.org/commentary/jaana-remes-and-luis-rubio-take-issue-with-flattering-headlines-heralding-a-new-emerging-market-success-story/spanish

Las grandes ligas

Luis Rubio

Las reformas que se iniciaron en 2013 nos colocan, potencialmente, en las grandes ligas del mundo, ahí donde los jugadores son profesionales y las reglas del juego transparentes. La mera oportunidad de que podamos jugar en ese terreno constituye un verdadero hito. Al mismo tiempo, es necesario reparar sobre las condiciones que nos hace falta satisfacer para arribar a buen puerto y reconocer la fragilidad de los instrumentos con que estamos llegando.

El asunto genérico es el del Estado de derecho y las instituciones que le dan forma y lo hacen posible, tema de preocupación frecuente para mí. Mientras que un negocio de contratistas puede ser administrado por un gobierno medianamente competente e incluso provinciano, el otorgamiento de contratos y concesiones a las principales empresas petroleras del mundo implica un salto cuántico. Esas empresas conocen a todos los países del mundo, trabajan igual en las regiones más amigables del orbe que en las más corruptas y mafiosas. Su experiencia se apuntala en centenas de abogados y una disposición instantánea, casi irreflexiva, a recurrir a tribunales para resolver entuertos. La pregunta es si México de verdad está preparado para jugar en esas ligas.

Mientras que una discusión sobre el Estado de derecho tiende a ser abstracta y etérea, la administración de procesos complejos fundamentados en contratos del primer mundo no es abstracto y teórico sino concreto y real. De llegar a fructificar las reformas aprobadas el año  pasado, sobre todo en materia de energía, el país se va a encontrar frente a la realidad que en esta materia entrañan las grandes ligas y, no tengo duda, muy rápido será evidente que no se trata de un reto menor.

Como en los deportes, participar en las grandes ligas implica someterse a un régimen de escrutinio superior, réferis profesionales y entes arbitrales sobre los que el gobierno no tiene control. Es decir, implica asumir la responsabilidad de un comportamiento profesional que es muy distinto a las prácticas provincianas que nos son típicas. Me pregunto cómo vamos a dar el salto. La evidencia utilizable para evaluar esta contingencia al día de hoy  es mixta.

En materia económica, una parte del país claramente ha dado ese paso. Por ejemplo,  la industria turística se ha transformado para atender y competir por el turismo más demandante del mundo. Lo mismo es cierto de los exportadores, quienes han rebasado a Japón en el mercado automotriz estadounidense. Es decir, no hay nada en nuestro ADN que nos impida lograr una transformación o competir exitosamente. Sin embargo, la gran diferencia entre los exportadores o los hoteleros respecto al desafío de las ligas mayores es que, en el primer caso, se trata de actores individuales que tienen la flexibilidad de adaptarse con celeridad y están enfocados a asuntos muy concretos. Lo mismo no es cierto del sector de la energía.

En el caso de la energía y, en general, de un régimen de inversión y comercio modernos y competidos, se va a requerir una legislación que sea defendible en tribunales internacionales cuando se presente un litigio, los ministerios públicos tendrán que ser capaces de aportar pruebas fehacientes y confiables, el ente regulador tendrá que poder enfrentar al gobierno y salirse con la suya, los jueces tendrán que emitir fallos susceptibles de resistir el escrutinio de instancias arbitrales no tradicionales y así sucesivamente. Al día de hoy, ninguna de nuestras instituciones legislativas, judiciales o regulatorias podría jactarse de semejante hito.  Para que el país pueda ser exitoso en las ligas mayores será necesario cambiar toda la manera en que funciona el Estado mexicano. Este es un reto mayúsculo y exigirá no sólo capacidad humana sino un excepcional liderazgo  que, además, sea capaz de enfrentar todos los entuertos de nuestro sistema político y judicial. Dudo que en el gobierno o en el legislativo se comprenda la naturaleza del desafío.

Un índice comparativo* que evalúa el grado de Estado de derecho que caracteriza a los países del mundo emplea ocho indicadores: límites a la autoridad gubernamental, ausencia de corrupción, transparencia gubernamental, derechos fundamentales de la ciudadanía, orden y seguridad, capacidad de hacer valer las regulaciones, justicia civil y justicia criminal. Cada uno de estos indicadores trae toda una cauda de elementos  analíticos, pero dudo que a cualquier mexicano le sorprenda que el índice colectivo nos coloque en el lugar 79 de 99. Vistos como conjunto, los indicadores intentan medir una sola cosa: ¿funciona el gobierno (incluyendo al legislativo y al judicial) para proteger los derechos de las personas (incluyendo inversionistas) o no? Lamentablemente, el veredicto que arroja el indicador no está fuera de la realidad.

La gran pregunta, quizá clave para hacer posible el éxito de reformas como la energética, es si el país, comenzando por su gobierno, está dispuesto a emprender las reformas institucionales que hicieran posible la instalación de un sistema de gobierno capaz de darle continuidad a la vida pública y oportunidad al ciudadano de vivir en un entorno seguro, protegido por leyes y con fácil acceso a la justicia. Si la respuesta a esta pregunta obvia es no, el país tiene un gran problema: si no somos capaces de hacerle la vida más simple a un ciudadano común y corriente, qué nos hace pensar que lo seremos para atraer inversionistas que tienen instrumentos de defensa propios.  El reto hacia adelante es monumental.

*http://worldjusticeproject.org/sites/default/files/files/wjp_rule_of_law_index_2014_report.pdf

 

www.cidac.org

@lrubiof

a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

 

MEXICO VISTO DESDE WASHINGTON

FORBES – LUIS RUBIO 

ES INTERESANTE OBSERVAR A MÉXICO DESDE EL DEBATE que tiene lugar en Washington. La crisis financiera que sobrecogió a Estados Unidos en los últimos años ha sido tanto política como económica, y ese componente político la hizo particularmente distinta a nuestras experiencias en momentos similares. Ver a México desde Washington permite entender las semejanzas, pero también las diferencias. Ha habido dos debates en Washington a partir del inicio de la crisis en 2008: uno, sobre la respuesta necesaria y, otro, sobre las causas de la misma.  La respuesta  vino

‘‘MIENTRAS QUE EN MÉXICO EL GOBIERNO TIENE CAPACIDAD PARA IMPONER SU VOLUNTAD, EL ESTADOUNIDENSE VIVE A MERCED DE SU CONGRESO

en la forma de un ambicioso programa de estímulo económico que, sin embargo, fue administrado por la entonces líder del Congreso, cuyas deudas políticas dominaron la asignación de Fondos.

Así, el estímulo acabó siendo poco enfocado, mal calibrado y, por lo tanto, arrojó pobres resultados. El debate sucesivo, por los pasados cinco años, se ha dedicado a determinar si el estímulo debió ser más grande o si debiera haber uno adicional. Pocos reparan en el costo del estímulo o el inusitado crecimiento de la deuda pública.

Sobre las causas de la crisis hay virtual consenso sobre que ésta comenzó en el sector financiero y que en su gestación yacen los instrumentos que aglutinaban o «empaquetaban» hipotecas: en términos generales, los economistas coinciden en que fue la presión de diversos miembros del Congreso para obligar a los bancos a otorgar hipotecas a personas de bajos recursos lo que desato la crisis. Los financieros, siempre creativos (y saturados de  incentivos perversos), idearon mecanismos para otorgarle créditos hipotecarios a personas de bajos recursos a través de un instrumento que permitía pagos muy bajos en los primeros años, pero que luego se incrementaban de manera súbita. Millones de personas tomaron esas hipotecas para luego abandonar las propiedades, precipitando la crisis.

En sentido contrario a lo que se proponían los promotores del esquema, la crisis acabó concentrando el riesgo en un pequeño conjunto de megabancos. Además, la crisis generó una abismal brecha en la política estadounidense, impidiendo que se apruebe un presupuesto en los últimos cinco años y propiciando inútiles confrontaciones entre los dos partidos políticos. Las encuestas muestran que ambos partidos han perdido legitimidad. A su vez, la izquierda del Partido Demócrata ha avanzado su agenda de mayor gasto y mayores impuestos, a la vez que el Partido Republicano se ha dividido entre quienes procuran entenderse con sus colegas demócratas y quienes, desde la tribuna del «Tea Party», proponen paralizar al gobierno en eras de disminuir su gasto y retornar a la estabilidad financiera.

El primer gran contraste con la política mexicana reside en la capacidad del gobierno de actuar. Aunque los mexicanos nos quejamos mucho, tanto en la época de las crisis financieras como en los años sucesivos, la gran característica del sistema político mexicano ha sido que el presidente cuenta con una enorme latitud para actuar y responder. Cuando Zedillo enfrentó la crisis de 1995, el Congreso voto todo el paquete que él propuso. En algunos casos, como el Fobaproa, hubo debate y controversia pero, al final, se salió con la suya. En contraste, Obama no ha podido avanzar sus iniciativas y su programa señero en materia de seguro de enfermedad continúa experimentando un retroceso tras otro. La diferencia entre los dos sistemas políticos es tajante.

Una manera de interpretar las diferencias es observando los mecanismos de pesos y contrapesos que existen en ambas sociedades. Mientras que en México el gobierno tiene capacidad para torcer brazos, comprar votos e imponer su voluntad, el estadounidense vive a merced de su Congreso y goza de poderes relativamente modestos. En México, el gobierno emite decretos que, aunque criticados, se convierten en política pública, en tanto que en Estados Unidos el gobierno enfrenta a la Suprema Corte cada vez que abusa de su poder. La democracia tiene sus costos, pero también sus virtudes.

Quizá la mayor de las diferencias reside en otra parte: en México los favoritos del régimen, en cada gobierno, tienen una desproporcionada capacidad para influir sobre el futuro, modificar la Constitución y avanzar sus preferencias. Hay decenas de reformas constitucionales que son por demás inadecuadas, contraproducentes y viciosas, que se deben a individuos dentro del gobierno que, al no tener contrapeso alguno, acaban imponiendo sus preferencias personales.

Estados Unidos tiene problemas, peso tiene un sistema político que protege al ciudadano de los peores excesos. En México esa protección es por demos dudosa. La democracia tiene costos, pero la ausencia de contrapesos es quizá la medida más clara del subdesarrollo que observamos en la vida cotidiana

LUIS RUBIO ES PRESIDENTE DEL CENTRO DE INVESTIGACION PARA EL DESARROLLO, A.C

www.cidac.org

@lrubiof

A quick translation of this article can be found at www.cidac.org

Un futuro

Luis Rubio

Hace más o menos 25 años, Mariano Grondona, perspicaz observador argentino, explicaba su escepticismo sobre las reformas liberalizadoras de aquella era. Su argumento era doble: por un lado, decía, “venimos de unas décadas en las cuales se llegó a pensar que el Estado es la panacea… ahora corremos el riesgo de creer que sea el mercado esa panacea”. Por otro lado, se preguntaba si “¿es el capitalismo un movimiento que cuando suspendamos los controles emerge naturalmente?… América Latina tiene raíces culturales que no son capitalistas. Nuestra estructura está basada en la familia, no en la sociedad. Nuestra idea es que la familia es el modelo y el Estado es como el padre protector de una gran familia. De ahí venimos. Y no creo que eso pueda cambiar simplemente con sacar las reglas y dejar que el mercado opere mágicamente”.  “Lo que ha muerto es creer que el Estado lo va a arreglar todo”.

Veinticinco años y muchas crisis después, las palabras de Grondona me siguen impactando. No sólo anticipaba con clarividencia los problemas de su propio país, sino que su escepticismo ha sido bien justificado. Aunque es innegable que, al menos en algunos países, comenzando por México, ha habido un gran progreso material en estas décadas, también es evidente que estamos lejos de haber consolidado un camino sólido hacia el crecimiento y el desarrollo.

México ha logrado consolidar un poderoso motor de crecimiento en las exportaciones pero se ha rezagado dramáticamente en el mercado interno. Dos cosas ilustran lo anterior: una es, simple y llanamente, las diferencias en el crecimiento de la productividad; mientras que las empresas y sectores exportadores muestran espectaculares tasas de crecimiento de la productividad, el sector manufacturero tradicional experimenta una productividad negativa año con año. Así, aunque el promedio de crecimiento en la productividad se ve tétrico, ese número esconde más de lo que revela, y lo que revela es un problema político y social que sucesivos gobiernos han estado indispuestos a atacar: han preferido el statu quo, así implique éste un empobrecimiento sistemático, que el riesgo del proceso de cambio y ajuste que sería necesario llevar a cabo para darle una oportunidad de crecimiento a esa economía rezagada. La preocupación por el riesgo es razonable, toda vez que algo así como el 80% de la población empleada en manufacturas se concentra en la economía “vieja”, pero las consecuencias de seguir por ese camino no son nada promisorias: baste ver otros casos al sur del continente.

El otro ejemplo ocurrió en 2009. Cuando comenzó la crisis estadounidense, muchos economistas anticipaban que, dado que el país exporta el equivalente a la tercera parte del PIB, la contracción de nuestra economía sería aproximadamente de una tercera parte de la recesión estadounidense. Pero ocurrió lo contrario: la contracción fue tres veces superior. En lugar de que la economía interna sacara al país a flote, su contracción evidenció su dependencia respecto a la demanda generada por la derrama económica que producen las exportaciones.

El gobierno actual está intentando construir un nuevo motor de crecimiento en la forma de gasto público deficitario e inversión en infraestructura. No se trata de una forma innovadora de promover el crecimiento pero, dado el evidente déficit en infraestructura que padece el país, todo ayuda. El problema radica en otra parte: como vimos entre los setenta y los noventa, ese no es un motor que pueda ser perdurable porque entraña el riesgo de exacerbar el crecimiento de las importaciones y, con ello, una crisis cambiaria. Con esto no pretendo ser catastrofista: con mesura todo funciona;  pero los antecedentes históricos no son generosos en pruebas de mesura y moderación.

La viabilidad de largo plazo de la economía reside en algo que Grondona entendía muy bien: la única forma de lograr el desarrollo es mediante la constitución de un mercado fuerte y de un Estado fuerte, ambos en contrapeso, limitando los excesos de cada uno. Un mercado fuerte impide que el gobierno se extralimite y emprenda políticas contraproducentes y costosas. Un gobierno fuerte establece reglas del juego para que el mercado pueda funcionar con eficacia. Todos los países exitosos tienen una buena combinación de estos dos factores.

Simplificando, sin afán de generalizar en exceso, me parece que hay dos tipos de países: los que cuentan con un equilibrio entre Estado y mercado (equilibrio muy distinto en Hong Kong que en Francia, pero ambos con mercado y gobierno fuertes) y los que no lo tienen. Muy pocos países han logrado transitar de estructuras económicas y estatales precarias a un mercado consolidado. La crisis europea de los últimos años ha exhibido tanto la ausencia de equilibrio en algunas naciones (vgr. Grecia) como lo insostenible del equilibrio existente en otros (vgr. España).

Pero sólo un puñado de naciones ha logrado una transición exitosa: ejemplos evidentes son Corea y Chile. La fortaleza de estas dos naciones reside en haberse dedicado a construir los cimientos y andamios de una economía y Estado modernos. Cada uno siguió su camino particular y ninguno fue libre de abusos y violencia, pero ambos tienen algo importante que enseñarnos. La pregunta es por qué nuestra propensión a querer imitar casos perdedores (o, al menos, no ganadores) como Brasil, en lugar de observar a los que han dado el gran salto. Ese es nuestro reto y si el gobierno no lo intenta, acabará igual que todos los anteriores.

www.cidac.org

@lrubiof

a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

 

Algunas observaciones sobre el México que se avecina

 AMERICA ECONOMIA – Luis Rubio

La realidad se construye por la acumulación de acciones e inacciones, decisiones y omisiones. Aquí van algunas observaciones sobre México.

1.-La captura de “El Chapo” y la muerte de Nazario Moreno reabrieron el debate sobre la seguridad y las semejanzas o diferencias entre la administración anterior y la actual. ¿Hay diferencias? La evidencia sugiere que la única diferencia notable reside en la estrategia de comunicación, donde el gobierno del presidente Peña Nieto se pinta solo. La forma de actuar del gobierno sugiere eficacia y competencia pero, al menos en este asunto, no cabe ni la menor duda que la suerte también juega su parte. Los responsables de ambos hechos –policías, marinos, ejército- son los mismos y es claro que el gobierno actual no tiene una estrategia, en lo policiaco-militar, distinta al anterior. El tiempo dirá si su manejo político, en Michoacán, arroja resultados diferentes.

2.-El dilema de la competencia es más complejo de lo que sugiere la discusión en torno a la declaración de “preponderancia” que emitió el recientemente creado IFETEL. No hay duda de la dominancia de dos empresas en televisión y telecomunicaciones, respectivamente, pero las soluciones no son simples, en buena parte por el cambio tecnológico que ha tenido lugar en las últimas décadas.  Hay varias cosas que me parecen evidentes, algunas aparentemente contradictorias: a) el gran tema de hoy en telecomunicaciones es acceso a las redes móviles y a Internet. La exigencia de apertura a otras empresas, en igualdad de condiciones, parece lógica y conducente a la creación de un bien público –la interconexión- que, valga decirlo, debió ser el criterio original de la privatización hace más de dos décadas; b) el tema de la televisión ha cambiado en un sentido y permanece en otro: por una parte, el futuro de la televisión radica en redes cerradas, vía Internet y teléfonos móviles, lo que los expertos llaman “triple play”, circunstancia que pone en duda la viabilidad, y atractivo económico, de la televisión abierta, al menos en el largo plazo. Por otro lado, el escarnio y desaprobación respecto a las televisoras quizá tenga menos que ver con su dominancia que con la percepción de que se dedican menos al entretenimiento como afirman que a la manipulación política. En esta perspectiva, Carlos Slim, que no es percibido en el mundo político como un actor político sino como un empresario encumbrado, puede bien ser una solución para el dilema de la televisión: un competidor creíble; c) la resolución de IFETEL todavía está por aterrizarse con criterios concretos, algunos de los cuales, supongo, se derivarían de la ley secundaria que todavía está por ser debatida, pero es importante que su consejo entienda que la competencia es un medio, no un objetivo. También es clave preguntar si IFETEL actuó de manera autónoma, si respondió al clamor de la galería que exige “pegarle” a los grandes o si existe una institución con fuerza en ciernes, capaz de enfrentar al gobierno y a los poderosos, aunque eso la haga impopular, asunto nada pequeño a la luz de lo que vendrá en energía. No menos importante es el asunto de no dividir a las empresas declaradas preponderantes, mensaje también relevante para otros sectores de la economía donde, por razones históricas, diversas empresas tienen presencia significativa en sus respectivos mercados.

3.-La celebración del aniversario 85 de la fundación del PRI constituye un hito no tanto por la longevidad del partido, sino por su evidente resurrección, y lo que eso implica. Los priistas se aprestan a recuperar el control legislativo en 2015 y todas sus acciones están encaminadas a ese objetivo. Visto en retrospectiva, es evidente que el PRI nunca se fue y los panistas, quizá en su mayor torpeza, no fueron capaces de desmontar el andamiaje que sustentaba sus redes de poder. Pero el “retorno” de un PRI que nunca tuvo que reformarse dice mucho sobre la cultura política del país y sobre su característica excepcional como grupo disciplinado, pragmático, capaz de construir y reorganizar su maquinaria electoral, desarrollar nuevos métodos para construir y nutrir a sus clientelas y centralizar el mando. También dice mucho de una oposición cuya debilidad determina el éxito del PRI. Nadie sabe qué ocurrirá en las elecciones del año próximo, pero hay tres temas sobre los cuales vale la pena reflexionar: primero, la popularidad del presidente no es lo que era antes y esto podría anticipar que el 2015 no necesariamente será como 1991 cuando Salinas arrasó; segundo, la economía es siempre un factor crucial en materia electoral y la situación actual no es exactamente boyante; finalmente, tanto el PAN como la izquierda se encuentran sumidos en un caos, cada uno de naturaleza propia. Quizá la pregunta pertinente es menos si el PRI dominará los próximos procesos electorales que si los otros partidos serán capaces de resurgir como contrapesos efectivos frente a un partido que ya no es “de Estado” pero que tiene toda la capacidad de imponerse cuando la oposición es débil, como prueba el propio Pacto. Por el lado del PRI, la pregunta es cuál de los PRIs dominaría el futuro, porque su naturaleza histórica como partido de grupos sigue vivita y coleando.

4.-Quizá lo más interesante del 2015 sea la disputa por la ciudad de México. Unos buscarán convertirlo en estado, otros querrán recuperarlo electoralmente. Seguramente ninguno se saldrá con la suya, pero en el PRI reverbera el grito foxista de, parafraseado, “sacar al PRD del DF”.

Viñetas y tendencias

Luis Rubio

La realidad se construye por la acumulación de acciones e inacciones, decisiones y omisiones Aquí van algunas observaciones.

 

1. La captura de “El Chapo” y la muerte de Nazario Moreno reabrieron el debate sobre la seguridad y las semejanzas o diferencias entre la administración anterior y la actual. ¿Hay diferencias? La evidencia sugiere que la única diferencia notable reside en la estrategia de comunicación, donde el gobierno del presidente Peña Nieto se pinta solo. La forma de actuar del gobierno sugiere eficacia y competencia pero, al menos en este asunto, no cabe ni la menor duda que la suerte también juega su parte. Los responsables de ambos hechos –policías, marinos, ejército- son los mismos y es claro que el gobierno actual no tiene una estrategia, en lo policiaco-militar, distinta al anterior. El tiempo dirá si su manejo político, en Michoacán, arroja resultados diferentes.

 

2. El dilema de la competencia es más complejo de lo que sugiere la discusión en torno a la declaración de “preponderancia” que emitió el recientemente creado IFETEL. No hay duda de la dominancia de dos empresas en televisión y telecomunicaciones, respectivamente, pero las soluciones no son simples, en buena parte por el cambio tecnológico que ha tenido lugar en las últimas décadas.  Hay varias cosas que me parecen evidentes, algunas aparentemente contradictorias: a) el gran tema de hoy en telecomunicaciones es acceso a las redes móviles y a Internet. La exigencia de apertura a otras empresas, en igualdad de condiciones, parece lógica y conducente a la creación de un bien público –la interconexión- que, valga decirlo, debió ser el criterio original de la privatización hace más de dos décadas; b) el tema de la televisión ha cambiado en un sentido y permanece en otro: por una parte, el futuro de la televisión radica en redes cerradas, vía Internet y teléfonos móviles, lo que los expertos llaman “triple play”, circunstancia que pone en duda la viabilidad, y atractivo económico, de la televisión abierta, al menos en el largo plazo. Por otro lado, el escarnio y desaprobación respecto a las televisoras quizá tenga menos que ver con su dominancia que con la percepción de que se dedican menos al entretenimiento como afirman que a la manipulación política. En esta perspectiva, Carlos Slim, que no es percibido en el mundo político como un actor político sino como un empresario encumbrado, puede bien ser una solución para el dilema de la televisión: un competidor creíble; c) la resolución de IFETEL todavía está por aterrizarse con criterios concretos, algunos de los cuales, supongo, se derivarían de la ley secundaria que todavía está por ser debatida, pero es importante que su consejo entienda que la competencia es un medio, no un objetivo. También es clave preguntar si IFETEL actuó de manera autónoma, si respondió al clamor de la galería que exige “pegarle” a los grandes o si existe una institución con fuerza en ciernes, capaz de enfrentar al gobierno y a los poderosos, aunque eso la haga impopular, asunto nada pequeño a la luz de lo que vendrá en energía. No menos importante es el asunto de no dividir a las empresas declaradas preponderantes, mensaje también relevante para otros sectores de la economía donde, por razones históricas, diversas empresas tienen presencia significativa en sus respectivos mercados.

 

3. La celebración del aniversario 85 de la fundación del PRI constituye un hito no tanto por la longevidad del partido, sino por su evidente resurrección, y lo que eso implica. Los priistas se aprestan a recuperar el control legislativo en 2015 y todas sus acciones están encaminadas a ese objetivo. Visto en retrospectiva, es evidente que el PRI nunca se fue y los panistas, quizá en su mayor torpeza, no fueron capaces de desmontar el andamiaje que sustentaba sus redes de poder. Pero el “retorno” de un PRI que nunca tuvo que reformarse dice mucho sobre la cultura política del país y sobre su característica excepcional como grupo disciplinado, pragmático, capaz de construir y reorganizar su maquinaria electoral, desarrollar nuevos métodos para construir y nutrir a sus clientelas y centralizar el mando. También dice mucho de una oposición cuya debilidad determina el éxito del PRI. Nadie sabe qué ocurrirá en las elecciones del año próximo, pero hay tres temas sobre los cuales vale la pena reflexionar: primero, la popularidad del presidente no es lo que era antes y esto podría anticipar que el 2015 no necesariamente será como 1991 cuando Salinas arrasó; segundo, la economía es siempre un factor crucial en materia electoral y la situación actual no es exactamente boyante; finalmente, tanto el PAN como la izquierda se encuentran sumidos en un caos, cada uno de naturaleza propia. Quizá la pregunta pertinente es menos si el PRI dominará los próximos procesos electorales que si los otros partidos serán capaces de resurgir como contrapesos efectivos frente a un partido que ya no es “de Estado” pero que tiene toda la capacidad de imponerse cuando la oposición es débil, como prueba el propio Pacto. Por el lado del PRI, la pregunta es cuál de los PRIs dominaría el futuro, porque su naturaleza histórica como partido de grupos sigue vivita y coleando.

 

4. Quizá lo más interesante del 2015 sea la disputa por la ciudad de México. Unos buscarán convertirlo en estado, otros querrán recuperarlo electoralmente. Seguramente ninguno se saldrá con la suya, pero en el PRI reverbera el grito foxista de, parafraseado, “sacar al PRD del DF”.

 

 

www.cidac.org

@lrubiof

a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org

 

2014: año clave para saber qué país construiremos en México

AMERICA ECONOMIA – Luis Rubio

 Primero se aprobaron las reformas constitucionales, ahora todo está concentrado en las leyes secundarias. Luego vendrá la parte más importante, la ley terciaria: la realidad. «Una de las cosas bellas de la realidad, dice el filósofo James Morris, es que es lo que es, independientemente de lo que se diga al respecto». Podría haber estado hablando del proceso legislativo mexicano: en los meses pasados, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) mostró lo efectiva -y trascendente- que es esta tercera etapa. Habría que incorporar esta perspectiva en el proceso de redacción de la ley secundaria en energía…

La realidad tiene distintas dimensiones. La más obvia, porque es pública, al menos en forma, es la que tiene lugar en el entorno legislativo propiamente dicho: al menos en teoría, ahí se presentan todas las posturas, intereses y actores relevantes. En un país serio ahí comenzaría y terminaría el proceso. En nuestro caso, esa dinámica está siendo muy distinta este año que la del pasado: para los que cuentan -quienes se verían afectados o beneficiados por el nuevo esquema legal- las reformas constitucionales pueden cambiar el contexto, pero lo que realmente cuenta es la ley reglamentaria y es ahí, este año, en que todos los intereses «de adentro» están haciendo sentir su peso.

Este año va a ser crucial para el futuro del país. Luego del huracán constitucional del año pasado, lo que viene va a definir qué clase de economía tendremos y, sin duda, qué clase de país construiremos.

Otra dimensión de la realidad es la que tiene lugar después del proceso: en las calles y en las plantas, o sea, en la realidad mundana. Esa es la verdadera prueba de la viabilidad de una ley.Las burocracias, sindicatos, contratistas, mafias y otros actores en cada uno de los sectores afectados pueden ser tan ruidosos como la CNTE o tan sutiles como sería un burócrata en control de un activo neurálgico, pero ambos tienen el mismo efecto: paralizar o “adecuar” la reforma en la práctica. En cierta forma, la CNTE fue una anomalía en este último año por el descabezamiento del sindicato. Su fuerza habría sido mucho menor bajo el escenario del statu quo ante.

Sea como fuere, en 2014 son obvios dos procesos: el legislativo y el real, la ley terciaria, y esta última suele ser mucho más trascendente y relevante que los deseos del reformador más agudo y decidido. Nuevamente, el ejemplo de la CNTE es útil simplemente por la enorme debilidad del Estado: si ni la paz puede garantizar, ¿cómo esperar que va a lograr aterrizar esa palabra exquisita del lenguaje burocrático, la «rectoría» del Estado?

No hay que ir muy lejos para imaginar lo complejo de lo que viene y, dentro de ello, el enorme número de oportunidades para paralizar una reforma como la energética. Sin conocer mayor cosa del sector, algunas áreas clave son: licitaciones, regulación, credibilidad del regulador, interconexión (ductos, cables, redes eléctricas), competencia. En el pasado ha habido infinidad de licitaciones para contratos de diverso tipo en Pemex que, aunque formalmente internacionales y transparentes, acaban siendo acaparadas por dos o tres ingenieros porque las reglas de la licitación eran tan caprichudas que sólo ellos podían satisfacerlas. Obviamente esto no era producto de la casualidad.

Este año va a ser crucial para el futuro del país. Luego del huracán constitucional del año pasado, lo que viene va a definir qué clase de economía tendremos y, sin duda, qué clase de país construiremos. La transformación que, al menos en potencia, ha sido legislada es tan enorme que la ley secundaria va a requerir un gran cuidado y, a la vez, va a ser sujeto de presiones interminables por parte de todos los actores: desde los reformadores que aunque no tienen interés particular, con frecuencia suponen más de lo que saben, lo que lleva a plasmar errores garrafales en la ley, hasta las decenas de grupos y personas cuyos intereses van de por medio. Encima de lo anterior vendrán los actores ideológicos que, pretendiendo salvar a la república, incorporarán toda clase de restricciones en la forma de un lenguaje barroco que luego permita toda latitud a los abogados y tribunales.

Para complicar el asunto, por razones obvias de nuestra historia, en México no tenemos mayor experiencia en asuntos energéticos desde la perspectiva legal porque la realidad no lo requería. Este hecho no es bueno ni malo en sí mismo, pero implica que, cualquiera que sea el resultado del trabajo legislativo, la ley que emerja  va a ser la plataforma que se empleará para decidir litigios cuando estos se presenten. Dada la forma tan abrupta en que se aprobó la reforma constitucional, nuestra propensión a producir entuertos legislativos ininteligibles (y saturados de lenguaje confuso diseñado ex profeso para darle discrecionalidad a la autoridad), y la arbitrariedad con que se deciden cosas de manera cotidiana, el potencial de conflicto es infinito. Si el objetivo es atraer capital del exterior, capital por fuerza de largo plazo, todo mundo debe saber que los litigantes estarán un paso atrás de cada decisión.

En pocas palabras, la realidad se va a imponer independientemente de las preferencias de todos los involucrados. La ley terciaria es siempre definitiva y brutal y, peor, como decía Maquiavelo en sus historias florentinas, «los ganadores, ganen como sea, no tienen vergüenza». A quienes resulten ganadores o perdedores, en lo que salga en la reforma se les va la vida y por lo tanto harán todo lo posible por impedirla, adecuarla a sus necesidades o neutralizarla. Quizá la CNTE sea muy obvia y burda en sus formas y planteamientos pero nadie puede cerrar los ojos ante su evidente victoria en el terreno que cuenta, el de la realidad.

 

http://www.americaeconomia.com/analisis-opinion/2014-ano-clave-para-saber-que-pais-construiremos-en-mexico