Tecnología

Luis Rubio

Todos los años traen sus sorpresas y oportunidades, pero algunos nos pueden dejar boquiabiertos frente a lo que ocurrió. En marzo de 2020 todos los habitantes del planeta nos encontramos ante un mundo desconocido: el del miedo y la reclusión por el riesgo que implicaba una pandemia, fenómeno que, con excepciones locales, sólo era conocido por referencia histórica. Sin embargo, no pasaron más que unas cuantas semanas para que aparecieran vacunas susceptibles de combatir al virus, vacunas cuya tecnología llevaba años en desarrollo pero que súbitamente encontraron una aplicación práctica. El resto es historia: de inmediato comenzaron las etapas de prueba de estas vacunas, seguido de su acelerada aplicación en este año que ahora termina. Uno no puede más que maravillarse de lo que la tecnología hace posible -y los riesgos que entraña.

Como en otros años, aprovecho este momento para citar a algunos de los grandes pensadores, esta vez respecto a este asunto del momento: la tecnología.

“Todo nuestro exaltado progreso tecnológico, civilización para el caso, es comparable a un hacha en manos de un criminal patológico.” Albert Einstein, 1917

“Donde termina el telescopio, comienza el microscopio. ¿Cuál de estos dos tiene la vista más grandiosa?” Victor Hugo, 1862

“La inteligencia se volverá cada vez más colectiva; la innovación y el orden serán cada vez más de abajo hacia arriba.” Matt Ridely

“Todas las civilizaciones se han basado en la tecnología. Lo que hace que la nuestra sea única es que por primera vez creemos que toda persona tiene derecho a todos sus beneficios.” Jacob Bronowski, 1972

«El verdadero problema no es si las máquinas piensan, sino si los hombres lo hacen». B.F. Skinner, 1969

«Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.» Julio Cortázar, Cronopios, 1962

“Inventor, n. Una persona que hace un arreglo ingenioso de ruedas, palancas y resortes y lo cree civilización.” Ambrose Bierce, 1911

«Si la raza humana quiere irse al infierno en una canasta, la tecnología puede ayudarla a llegar allí en avión». Charles M. Allen, 1967

“Sin esclavitud no hay algodón; sin algodón no hay industria moderna. Es la esclavitud lo que ha dado valor al comercio universal y el comercio mundial es la condición de la industria a gran escala.” Karl Marx, 1846

«A veces me pregunto. Estoy haciendo exploraciones. No sé adónde me llevarán. Mi trabajo está diseñado con el propósito de intentar comprender nuestro entorno tecnológico y sus consecuencias psíquicas y sociales. Mi propósito es emplear hechos como sondeos tentativos, como un medio de comprensión, de reconocimiento de patrones, en lugar de usarlos en el sentido tradicional y estéril de datos clasificados, categorías, contenedores. La mayor parte de mi trabajo con los medios es en realidad algo así como el de un ladrón de cajas fuertes. No sé qué hay dentro; tal vez no sea nada. Simplemente me siento y empiezo a trabajar. Tanteo, escucho, acepto y descarto; Intento con diferentes secuencias, hasta que los vasos caen y las puertas se abren de golpe «. Marshall McLuhan, 1969

«El verdadero problema de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología divina». Edward O Wilson, 2009

«Donde hay la habilidad técnica necesaria para mover montañas, no hay necesidad de la fe que mueve montañas». Eric Hoffer, 1955

“El ingrediente principal de la salsa secreta que conduce a la innovación es la libertad. Libertad para intercambiar, experimentar, imaginar, invertir y fracasar; ser libre de expropiaciones o restricciones por parte de jefes, sacerdotes y ladrones; libertad por parte de los consumidores para recompensar las innovaciones que les gustan y rechazar las que no ” Matt Ridley

 

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 REFORMA

 26 Dic. 2021

Mis lecturas

Luis Rubio

2021 ha sido un año por demás extraño. Comenzó con un crecimiento casi exponencial en el número de contagios y terminó francamente a la baja.  Mientras que otras naciones actuaron para vencer a la pandemia con programas de vacunación perfectamente estructurados, como los que México hizo de manera sistemática y exitosa hace años para enfermedades terribles como la viruela y el polio, la obsesión por politizarlo todo llevó a otro resultado incierto, en vez de capitalizar las oportunidades que tiene a flor de piel, comenzando por el pleito China-Estados Unidos, cuyo beneficiario natural, si supiésemos a donde vamos, sería México.

China no deja de ser tema de análisis y discusión porque rompe con los patrones esperados por las ciencias sociales, lo que ha abierto la oportunidad para que tanto estudiosos serios como charlatanes ensayen y construyan hipótesis que van de lo serio a lo ridículo. El problema es que sólo el tiempo dirá quien tuvo razón en sus estimaciones respecto a la solidez de las instituciones y economía de aquella nación. La literatura al respecto no cesa; uno realmente interesante, intitulado La pesadilla china por Dan Blumenthal, plantea la existencia de una contradicción en el corazón de la estrategia del secretario del PC, Xi Jinping: por un lado, ha desplegado una ambición geopolítica extraordinaria con todo lo que eso implica en términos de gasto militar y subsidios para la construcción del proyecto de interconectar a China en el centro de sus corredores logísticos a través de Asia hasta África y Europa, mientras que, por otra parte, ha desmantelado los mecanismos construidos por sus predecesores, sobre todo Deng Xiaoping, para el desarrollo acelerado de su economía, creando una enorme debilidad interna que no puede soportar el proyecto político-militar. Se trata de una lectura obligada por la enorme trascendencia e importancia, en todos los órdenes, del gigante asiático.

Quizá la lectura más estimulante que tuve este año fue Open: The Story of Human Progress, de Johan Norberg. El argumento central es que, a lo largo de la historia, el mundo ha avanzado siempre que hay apertura en el sentido más amplio: a las ideas, al comercio y al intercambio. Los momentos de ascenso son producto de esa apertura, los de retroceso cuando las sociedades se repliegan hacia el tribalismo. De esta forma, la historia es una lucha constante entre cooperación y enclaustramiento. Uno de los mejores ejemplos que describe a detalle es el de China, nación que lideró al mundo en tecnología, ciencia y riqueza en la era en que mantuvo apertura al mundo, solo para experimentar pobreza en el momento en que se replegó. La principal paradoja que describe en múltiples ejemplos es la de la propensión a proteger lo existente que, en su origen, se logró por la existencia de un régimen de apertura. Lectura fascinante.

Un libro iconoclasta y hereje respecto al dogma predominante se intitula Capitalismo, democracia y la buena tienda de Ralph.* John Mueller argumenta que, a pesar de su mala imagen,  lo que permite la estabilidad, el desarrollo y la vida en sociedad es el sistema económico que genera riqueza llamado capitalismo. Por su parte, la democracia, que goza de enorme reconocimiento, es más un ideal que un mecanismo efectivo para resolver problemas y mejorar la calidad de vida de la población. La referencia a la tienda de Ralph es una alegoría creada por un humorista que afirma que “si no lo puedes encontrar en esa tienda, probablemente no lo necesitas.” La idea es que, a pesar de sus problemas de imagen, la democracia y el capitalismo han triunfado porque han aceptado que esos sistemas no pueden proveer todo pero que, en conjunto, la población acepta que si no te lo pueden dar, probablemente no lo requieres.

Pocas cosas tan desgarradoras como las llamadas “guerras sucias” cuando fuerzas gubernamentales y paramilitares se vuelcan contra la sociedad para “limpiarla” de los males de quienes piensan diferente. Daniel Loedel escribe Hades, Argentina, una novela sobre la desaparición de su media hermana en los setenta, donde el infierno es tanto una metáfora como el contexto en que ocurre la vida. Excelente lectura.

Mariana Mazzucato, una economista italiana, ha venido escribiendo una serie de textos críticos de las políticas económicas de las últimas décadas. En su más reciente libro, Mission Economy, argumenta que el modelo a seguir es el que hizo posible la misión Apolo que llevó al hombre a la luna, donde el gobierno se abocó, vía una política industrial, a construir las condiciones para que ello fuera posible. Su crítica suena razonable a la luz del mejor desempeño que han mostrado naciones que siguen este tipo de estrategias, notablemente China, pero, al final, su modelo suena más a la fallida Unión Soviética que a un mapa hacia el futuro, especialmente porque no demuestra que su esquema sea más efectivo para el desarrollo de las tecnologías que, como ilustra Matt Ridley, sólo ocurre de manera estocástica en un ambiente de libertad y competencia generada por los mercados. Como brillantemente argumenta Ridley en su más reciente libro, Cómo funciona la Innovación, nadie puede adivinar de antemano quién o de dónde vendrá el progreso.

*Capitalism, Democracy & Ralph’s Pretty Good Grocery

 

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 REFORMA

 19 Dic. 2021

 

Paradojas

Luis Rubio

El discurso, lenguaje corporal y tono son cada vez más intolerantes y reveladores de una creciente desesperación. La radicalización verbal fue en ascenso a lo largo de todo este año, culminando con ataques indiscriminados contra instituciones educativas, periodistas e individuos, muchos de los cuales, paradójicamente, habían sido bastiones y hasta promotores del propio presidente y ciertamente de sus causas. El cambio en su semblante respecto al inicio del gobierno es patente y, sin embargo, nada de eso ha alterado la devoción que le dispensa su base electoral.

Los especialistas en encuestas se desviven por explicar el fenómeno de la elevada popularidad con tan patéticos resultados y, especialmente, la distancia entre la calificación que recibe su gobierno respecto a la suya propia. En palabras de Francisco Abundis, “la percepción de la economía, la variable a considerar por antonomasia en la aprobación presidencial, parece no ser un indicador determinante. Parece ser que la población atiende otros indicadores como programas sociales… El fenómeno es muy parecido al que se observó con el expresidente Fox. Cuando simpatizantes del mandatario son cuestionados sobre los errores de la administración, la respuesta frecuentemente es responsabilizar a su equipo o los que están alrededor de él, pero nunca al presidente.”*

En su “informe” de tres años el pasado primero de diciembre, el presidente exhibió lo que podría ser una nueva estrategia para el remanente del sexenio: si lo que le importa a su base (y a su popularidad) no son los resultados tangibles medidos por medio de indicadores tradicionales (como crecimiento, empleo, seguridad, etc.), entonces lo que procede es la promoción personal, que es exactamente lo que fue el contenido de esa masiva convocatoria en el zócalo capitalino. Es decir, la lógica presidencial parece estar cambiando hacia la consagración no del proyecto sino de la persona como un mito.

La respuesta de quienes estaban presentes en aquel acto masivo, así como las cifras de popularidad, sugieren que no es una mala apuesta. Las mediciones tradicionales parecen no aplicarse a este presidente porque ha logrado ser identificado como el promotor de ciertas causas y encarnación de resentimientos acumulados que trascienden la demanda por los usuales satisfactores materiales o tangibles. La base electoral no le exige esos resultados porque su devoción tiene una explicación más religiosa, fundamentada en la fe, que racional. En una palabra, se trata de un fenómeno distinto que debe ser categorizado en sus propios términos.

En la historia del mundo hay muchos más líderes que aspiraron a convertirse en figuras míticas que aquellas que lo logran. Algunos se convirtieron en mitos por razones equivocadas (como el asesinato de Kennedy), otros por haber transformado a sus sociedades, igual para bien que para mal, como Mandela, Mao o Stalin. El excesivo poder que les confiere nuestro sistema político a los presidentes mexicanos con frecuencia les hace creer que pueden ser líderes transformadores que van a resolver, con o sin un proyecto idóneo, todos los problemas del país en menos de un sexenio. Muchos lo intentaron y prácticamente todos ellos acabaron en el basurero de la historia, cuando no peor.

Hace un par de décadas Thomas Frank* argumentó que la gente vota contra sus intereses: la gente privilegia valores sobre intereses y se asocia con líderes que promueven causas que no son materiales, inmediatas o necesariamente “racionales.” En el caso específico, el electorado de regiones como Kansas prefiere votar por candidatos que rechazan el aborto y favorecen la disponibilidad de armas para uso personal por encima de promotores de desarrollo económico, educación, mejores empleos y otras medidas tradicionales.

El punto es que no todas las preferencias electorales o políticas se pueden codificar, o incluso comprender, con categorías tradicionales de análisis. Los líderes que son efectivos emplean mitos para avanzar sus proyectos y muchas veces logran el apego de la población no por sus proyectos sino por factores que parecerían “irracionales” bajo medidas convencionales. Fidel Castro se convirtió en una figura mítica a pesar de haber empobrecido y mantenido oprimida a su población por más de medio siglo. Xi Jinping gobierna una nación extremadamente exitosa y, sin embargo, recurre a Mao, otro líder mítico que oprimió a su ciudadanía, como fuente de sustento ideológico.

En contraste con aquellas naciones (y muchas más), el momento de AMLO no es propicio para la consagración de una figura mítica. El acceso a la información y lo ingente de las expectativas de la población que esa información permite crea un punto de comparación que hace muy difícil preservar la coherencia entre malos resultados y un discurso grandilocuente. Lo certero es que vienen tres años de autopromoción irredenta. Eso quizá consagre el mito. Pero, como sugiere la evaluación de Abundis citada al inicio, también le puede ocurrir como a Fox, en quien se cimbraron extraordinarias expectativas y esperanzas que, al no materializarse, tuvieron el efecto de desmitificar drásticamente a la figura, hasta convertirla en lo opuesto a un mito: una ficción, un sofisma o, simplemente, un fracaso.

*Milenio, diciembre 1, 2021, **What’s de Matter With Kansas

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REFORMA

12 Dic. 2021

Hasta cuándo

Luis Rubio

 

La evidencia de estancamiento económico y retroceso social es abrumadora. Los programas de transferencias sociales, aunque políticamente motivados, no compensan el impacto de la pandemia ni la falta de crecimiento que hemos experimentado en estos últimos años. No es que las cosas estuvieran perfectas antes y de pronto se hayan colapsado, sino que atravesamos por un periodo de constante y sistemático deterioro que es evidente para todo mundo y, sin embargo, parece que estamos en el mundo de Alicia en el país de las maravillas donde todo es al revés. ¿De verdad lo es?

 

 

 

“Una de las lecciones más tristes de la historia, escribe Carl Sagan,* es esta: si hemos sido engatusados por suficiente tiempo, tendemos a rechazar cualquier evidencia de tal engatusamiento. Dejamos de estar interesados en identificar la verdad. El engaño nos ha capturado y es demasiado doloroso admitir, incluso en nuestro propio fuero interno, que hemos sido engañados. Una vez que le cedes a un charlatán poder sobre ti, ya nunca lo recuperas.”

 

 

 

Leía hace poco una historia de la ocupación alemana de Francia durante la segunda guerra mundial; la imagen que queda es la de un deterioro que es evidente, pero frecuentemente imperceptible hasta para observadores experimentados. Los factores que permiten algún grado de bienestar se erosionan, las fuentes de empleo desaparecen, los salarios que de hecho reciben los trabajadores disminuyen (y eso sin contemplar el deterioro en el poder adquisitivo), y el entorno social adquiere un dejo de naturalidad de algo que es todo menos natural. La corrupción florece o, más bien, sigue en todos los ámbitos pero ahora se percibe como comprensible y se justifica como si fuese parte inherente a una pretendida transformación. La presencia de militares en las calles y a cargo de toda clase de proyectos, antes intolerable, súbitamente adquiere un elevado nivel de legitimidad, como si fuese deseable. Discursos pueblerinos en los foros más altos del concierto internacional son alabados, incluso por observadores que sí saben, como piezas de oratoria trascendente, como si se tratara de Demóstenes, Cicerón o Churchill declamando en momentos de extraordinaria emergencia. Lo que antes era inaceptable -y que fue, en nuestro caso, en contraste con el ejemplo de Francia- lo que llevó a la elección de un movimiento que ansiaba atacar estos males, se torna no sólo aceptable, sino normal.

 

 

 

En un artículo reciente en The Atlantic, Anne Applebaum dice sobre el Talibán que su objetivo no es un floreciente y próspero Afganistán, sino un Afganistán en el que ellos están en el poder y se pregunta ¿cómo es posible tanta impunidad? Esa es la pregunta que los mexicanos tenemos que hacernos.

 

 

 

Y esa es la pregunta que muchos se hicieron hace unos meses y por eso la derrota urbana de Morena. También por eso fue posible una alianza entre partidos disímbolos y otrora competidores. Me queda claro que su legítimo objetivo, como el de cualquier partido político en el mundo, es el poder, pero el pragmatismo que han exhibido no es despreciable, pues demuestra una capacidad de respuesta ante una realidad de deterioro que les representa, evidentemente, una oportunidad.

 

 

 

Nada más lejos de mi espíritu que defender al “viejo orden” que supuestamente Morena desmanteló con eso de que “vamos bien.” Quien me haya hecho el favor de leerme en las pasadas décadas sabe que creo en un orden liberal tanto en lo económico como en lo político, pero que lo que teníamos antes estaba lejos de ese paradigma: los objetivos confesos eran esos, pero la realidad distaba mucho de ser así. Pero al menos teníamos, primero, espacios de libertad que el gobierno actual acota día a día y, segundo, la mitad geográfica (más o menos) del país avanzaba de manera sistemática. Nada de eso justifica la falta de oportunidades que ha caracterizado a los chiapanecos, oaxaqueños y otros tantos mexicanos por siglos, pero el pretendido éxito actual consiste en que todo mundo pierda. El viejo y desigual orden ahora sigue siendo desigual, pero peor para todos. Valiente progreso.

 

 

 

El discurso frente al presidente norteamericano y primer ministro canadiense evoca una burbuja desprendida de la realidad. Sí, el presidente abraza la realidad del TLC y el momento EUA-China, pero eso contradice sus iniciativas (electricidad, transparencia), donde se retrocede en materia de globalidad minuto a minuto, una globalidad, no sobra decir, que constituye, en la forma de exportaciones, la principal fuente de crecimiento e ingresos con que cuenta el país.

 

 

 

Un gobierno de oportunidades perdidas, la más grande de las cuales es la de no corregir, vaya, ni siquiera pretender enfrentar, los males que llevaron al gobierno actual a su triunfo electoral de 2018. Como el Talibán, todo era sobre el poder, no sobre los males verdaderos que aquejan al país.

 

 

 

“El hecho crucial, dice Sowell, es que es mucho más fácil concentrar poder que concentrar conocimiento.” Sobre la concentración de poder no hay duda; sobre la mejoría en el bienestar o calidad de vida de los mexicanos tampoco. Menos cuando una de las características de nuestro tiempo es la destrucción de conocimiento que permita acabar con la impunidad. La evidencia es contundente; ahora sólo falta que desaparezca el auto engaño.

 

 

 

* Carl Sagan, The Demon-Haunted World: Science as a Candle in the Dark 

 

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05 dic 2021

 

 

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Cómo termina esto

Luis Rubio

El problema de las apuestas es que éstas son binarias: todo o nada. Cuando un gobierno juega a las apuestas, como quien juega con fuego, puede acabar mal. Por tres años, el presidente ha apostado a una serie de factores que, hasta ahora y a pesar de la pandemia, le han salido esencialmente bien. Lo que nadie puede saber es si esos mismos factores seguirán siendo favorables. Las apuestas pueden salir bien, pero no por eso dejan de ser apuestas. Y también pueden salir mal…

El gobierno del presidente López Obrador ha hecho tres apuestas fundamentales: primera, los proyectos de infraestructura (la refinería, el tren y el aeropuerto) como fuentes de crecimiento económico, a lo que se suma la pretendida revitalización de Pemex. Estas iniciativas han avanzado contra lluvia y marea, pandemia y recesión, gracias a la convicción del presidente de que así se construye el futuro y se afianza su ansiada transformación.

La segunda apuesta es a la mejoría en los niveles de vida de la población que ha sido su base electoral (no siempre la más pobre o necesitada), y que confía garantice la continuidad político-electoral de su proyecto de gobierno. Esa población refrendó su apoyo en las recientes justas electorales, pero probó no ser suficiente para lograr el objetivo último de garantizar la continuidad o legitimidad del proyecto.

La tercera apuesta es a la estabilidad económico-financiera del país, medida esencialmente en la forma del tipo de cambio. Lo que muchos consideran una obsesión, particularmente quienes argumentaron con insistencia (muchos de ellos persuasivos) por un mayor gasto durante la pandemia, es producto de un cálculo político frío que se resume en la famosa frase de que “el presidente que devalúa se devalúa.” Para el presidente es claro que esta variable es trascendente para toda la sociedad mexicana y que, por lo tanto, es factor esencial en su proyecto.

Más allá de quejas y vítores, el proyecto presidencial ha sido exitoso en sus términos. Si bien no se han corregido los males que impulsaron su candidatura (como inseguridad, corrupción, crecimiento o pobreza), el mero hecho de que el país haya logrado navegar por las aguas turbulentas de la pandemia con el agudo empobrecimiento que implicó, le granjeó un resultado electoral infinitamente menos pernicioso a Morena de lo que pudo haber sido.

El problema de la segunda mitad de un sexenio es que ese es el tiempo de cosechar lo sembrado en los años previos y este gobierno no va a tener muchos frutos que recolectar. Los proyectos de infraestructura no son particularmente sólidos o con efectos multiplicadores de beneficios para la economía en su conjunto y hasta es posible que acaben como elefantes blancos; por su parte, en lugar de ser una fuente de demanda y crecimiento como lo fue en los setenta, Pemex es un dren interminable de recursos fiscales y, en todo caso, ya no tiene (ni jamás tendrá) el peso relativo que tuvo hace medio siglo y menos en una economía tan distinta. La complejidad que caracteriza a la economía mexicana del siglo XXI es tal que ningún gobierno puede pretender controlar todas sus variables o conducir todos sus procesos. Peor, la concentración de poder que yace en el corazón de la estrategia gubernamental constituye un freno a la inversión y al crecimiento. Para colmar el plato, el gobierno no ha hecho nada para combatir males como la corrupción o la inseguridad, factores que, de haberse disminuido, habrían sido, en sí mismos, enormes atractivos políticos y sociales para el desarrollo de largo plazo del país.

En adición a lo anterior, mucho de lo que facilitó la estabilidad en el trienio que concluye tiene menos que ver con el manejo interno que con los mercados financieros internacionales, que han sido especialmente favorables. No me queda duda alguna que mucho del apoyo que sigue logrando el presidente depende de esa estabilidad económica, pero a ésta se aúna la naturaleza profunda del electorado. Los mexicanos entienden lo limitado de sus opciones y por eso responden a los regalos que distribuyen los políticos (incluidas las transferencias) por razones electorales, lo que prueba su sagacidad, pero no necesariamente sus convicciones: acaba siendo un mero intercambio de favores.

En una palabra, el apoyo electoral es más volátil de lo que los políticos suponen y el presidente ha actuado bajo el supuesto de que puede eliminar mucho del gasto tradicional (como en salud o estancias infantiles) para dedicarlo a sus clientelas y a la vez esperar que el contexto internacional le seguirá favoreciendo. Pero ¿qué pasa si estas premisas resultan ser erradas?

Por un lado, hoy no resulta inconcebible que la Fed, el banco central estadounidense, comience a elevar las tasas de interés, lo que de inmediato repercutiría sobre el tipo de cambio peso-dólar. De la misma forma, en la medida en que vayan desapareciendo las enormes transferencias que ha realizado el gobierno americano por la pandemia, se reducirán las remesas. Por otro lado, dado el desfavorable entorno para la inversión, no hay razones para anticipar que la economía mexicana experimente un mejor desempeño. Y eso si la inseguridad no explota.

Al final del día, todo seguirá dependiendo de apuestas, como siempre.

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Socio incómodo

Luis Rubio

 Brexit no es el único desafío que enfrenta la Unión Europea (UE). Aunque el Reino Unido fue siempre un socio incómodo, hay otras naciones que causan tensiones permanentes. Algunos casos obvios son los de las regiones que buscan autonomía, como Cataluña, pero en los últimos años son las naciones de Europa oriental las que se han convertido en dolores de cabeza. Hungría hace mucho que rompió con el protocolo de civilidad democrática, quizá el corazón, al menos en sentido emotivo, de la UE, pero en los últimos tiempos es Polonia la nación que se ha destacado por desafiar los sustentos clave de la organización regional. Para integrarse a la UE, un aspirante tiene que homologar toda su estructura legal, incluso constitucional, con las reglas dictadas desde Bruselas; sin embargo, recientemente, la suprema corte en Varsovia (que nadie considera independiente) decretó que diversas regulaciones europeas no concordaban con la constitución polaca. El gobierno polaco no tiene intención alguna de abandonar a la UE, pero su permanencia choca con la esencia del proyecto europeo. Mientras que el Reino Unido rompió de tajo, Polonia es vista cada día más como un socio crecientemente incómodo e incompatible. Me pregunto si México comienza a parecerle así a nuestros dos socios en Norteamérica.

El proyecto europeo es muy distinto en estructura y naturaleza al tratado comercial norteamericano. El objetivo explícito de las naciones que conformaron la Comunidad Económica Europea desde el Tratado de Roma de 1957 era el de avanzar hacia una integración política bajo la premisa de que una interacción constante en todos los planos -económica, laboral y política- eliminaría la propensión a incurrir en agresiones bélicas como las que había sufrido el continente dos veces en el siglo XX.

El TLC norteamericano y su sucesor, el T-MEC, no tiene mayor pretensión u objetivo que el de integrar procesos industriales, establecer reglas claras para el intercambio comercial y para las inversiones entre los tres países. Para ese fin, el contrato que une a las tres naciones establece mecanismos para el funcionamiento de los cruces fronterizos, así como para la resolución de controversias y disputas.

En lo que ambas regiones, Europa y Norteamérica, sí comparten un objetivo común es en fortalecer las instituciones y capacidades para acelerar el desarrollo de sus socios más recientes y vulnerables. Las naciones que antes eran parte del bloque soviético que solicitaron su incorporación a la UE veían ese acceso como una forma de transformarse, consolidar sus economías y anclar su democracia. En esa misma dimensión, la propuesta mexicana de negociar un esquema de relación económica similar a la que Estados Unidos había acordado con Canadá fue entendida por los estadounidenses como una oportunidad para apoyar la transformación que México había emprendido en los años anteriores y contribuir a su consolidación.

Independientemente de los objetivos contrastantes, las naciones originales que se incorporaron en estos mecanismos regionales compartían una historia y niveles de desarrollo similares (Alemania, Francia, Holanda, Bélgica, Italia y Luxemburgo y Canadá y Estados Unidos, respectivamente). Sin embargo, ambas regiones respondieron ante la oportunidad de apoyar a naciones vecinas con características muy distintas y lo hicieron porque eso las fortalecía a ellas mismas.

La discusión actual entre los socios originales dentro de la Unión Europea es qué hacer con naciones como Polonia y las que se vayan acumulando en el tiempo. Con la experiencia que ya existe de una nación alejándose del bloque, el Reino Unido, los políticos europeos comienzan a hablar del contraste entre un mal matrimonio y un buen divorcio. Aunque muchos deploraron la salida de Inglaterra, ahora comienzan a verla como un mal menor frente a la complejidad inherente a un socio que no se va pero que constituye un dolor de cabeza permanente, además de susceptible de contagiar a otras naciones en la vecindad.

Por tres décadas, México mantuvo, al menos formalmente, el objetivo de avanzar la integración como mecanismo para elevar la productividad y, con ello, los ingresos de la población y el desarrollo del país. No se hizo mucho al respecto -ni siquiera se procuró sumar a cada vez más regiones, actividades y empresas en el mecanismo regional- pero, hasta ahora, no había divergencia en la visión general de futuro.

El gobierno actual no comparte esa visión de futuro y cada uno de sus actos e iniciativas apunta hacia una divergencia cada vez mayor. No me queda duda que la legislación en materia eléctrica puede ser la gota que derrame el vaso, consagrando a México en el socio incómodo de la región. Nadie va a buscar el divorcio, pero desprecian la incapacidad e indisposición del gobierno mexicano a enfrentar y resolver sus problemas, cuando no a causar adicionales. Inevitablemente, nuestros socios protegerán a sus empresas de las medidas arbitrarias (y contraproducentes) y se apertrecharán para evitar que la inseguridad, corrupción y migración crucen sus fronteras.

En lugar del respeto que tanto añora el presidente, veremos bloqueos y en lugar de cooperación habrá una estrategia defensiva. De la mano vendrá más pobreza y menos crecimiento. Un gran éxito.

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21 NOV 2021
  

 

 

 

Artículo Luis Rubio – REFORMA – 21 noviembre 2021

¿Caro o barato?

Luis Rubio

El desconcierto es justificado porque buena parte de la población vive en un mundo de miedo o enfado, ambos malos consejeros pero que, en la era de las redes sociales, son no sólo ubicuos, sino dominantes. Peor, mientras que antes unos -el enfado y el miedo, respectivamente- permitían atenuar al otro, el efecto de vivir en comunidades digitales auto contenidas que no se comunican mayormente tiene el efecto de reforzar la emoción y la comunidad. ¿Cómo, en este contexto, dilucidar los grandes asuntos que están en la palestra nacional?

El INE es objeto de permanente crítica y oprobio. Desde su formalización como entidad autónoma en 1996, prácticamente no ha habido gobierno que no le haya metido mano al complejo electoral, usualmente para ajustar las reglas a sus intereses, ejercer venganza contra los integrantes del consejo de las instituciones respectivas (INE y TEPJF) o intentar apaciguar a algún actor en particular. Ahora llega precisamente ese actor a querer meterle mano una vez más.

La queja respecto al INE es triple: primero, que es muy costoso; segundo, que aplica las reglas de manera sesgada; y, tercero, que no se subordina a quien obtiene el mayor número de votos. Sintomático de la naturaleza profunda de este tercer elemento es que tanto Felipe Calderón en 2006 como Andrés Manuel López Obrador en 2018 le reprochan exactamente lo mismo. Por más ruido que haya, esto último es prueba contundente de la imparcialidad del árbitro electoral. Además, comparado con el gobierno federal, el INE es un modelo de eficacia y probidad y así lo reconoce la ciudadanía.

Por el lado financiero, es evidente que el costo del sistema electoral es enorme, pero habría que recordar la razón por la cual se creó el sistema, que llevó a que se consolidara en el texto constitucional para que no se politizara su financiamiento. El costo del sistema electoral incluye tanto a la estructura de las dos entidades como las subvenciones a los partidos políticos, esta última producto del objetivo de replicar el esquema europeo en el cual el gobierno financia a los partidos, en contraste con el estadounidense en que todo el financiamiento es privado. En este rubro, no hay que perder de vista que una consecuencia de un sistema financiado por el Estado es que hace posible que los partidos se distancien de los ciudadanos, pues no los necesitan para nada, excepto el día del voto. No muy democrático, pero muy real.

En países con un elevado nivel de confianza entre los ciudadanos y de estos con sus instituciones (pienso en la mayoría de las naciones europeas), los sistemas electorales son muy simples y funcionan con los aparatos administrativos existentes. En EUA cada estado tiene su propio sistema y las disputas en los últimos años son interminables, reminiscentes de los ochenta en México.

El origen del entramado electoral en México es precisamente el de la aplicación de las reglas. El INE independiente fue la una respuesta diseñada para garantizar la limpieza y conferirle certeza a la ciudadanía frente al mar de disputas electorales (usualmente post electorales) que caracterizaron a los ochenta y noventa. Su complejidad fue producto, como se decía en esa época, de las enormes desconfianzas que albergaban los diversos partidos entre sí, que AMLO ha retrotraído.

 

El hecho tangible es que, con excepción de 2006, desde 1997 prácticamente no ha habido disputas en esta materia. En sentido contrario a lo que afirma el presidente, la aplicación imparcial de las reglas es lo que ha evitado una conflagración política.

Estas circunstancias explican la naturaleza de la acometida actual: venganza y control. Venganza por la inflexibilidad del consejo del IFE, es decir, por no ceder ante el presidente; y control porque eso es lo que es compatible con el modelo de concentración del poder que lo anima. Como partido en el poder, Morena y su jefe quieren hacerse del control del INE para quedarse en el poder, o sea, reproducir el viejo esquema priista del siglo XX.

El problema es que estamos en el siglo XXI. La disputa política es cada vez más compleja, ocurre en cada vez más pistas (incluyendo las digitales) e involucra a muchos más actores, entre ellos a los “informales” que intervienen sin recato para imponer su voluntad, todo ello bajo la aquiescencia del presidente. En lugar de que los actores acepten las reglas del juego, compiten para redefinirlas. En su extremo, esto lleva a la ley de la jungla.

Przeworski,* un estudioso de estas materias, afirma que las elecciones son una forma civilizada y pacífica de dirimir conflictos “que siempre ocurren a la sombra de una guerra civil.” Sin INE, los mexicanos estaríamos al borde de la guerra todo el tiempo, máxime cuando cada partido, pero especialmente Morena y su líder, consideran que México es una democracia exclusivamente cuando ganan.

Es comprensible la percepción de que es necesario reducir el costo de las instituciones electorales pero, antes de que nuestros dilectos próceres políticos procedan, valdría la pena contemplar los escenarios de conflicto (y violencia) que eso desataría. Gobernar un volcán en erupción sería mucho más complejo de lo que imaginan y provocarían justo lo que dicen temer.

 

*Why Bother With Elections?

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REFORMA

14 Nov. 2021

Sesgos y realidades

Luis Rubio

En la película La vida de Brian, John Cleese interpreta a Reg, el líder del Frente Popular de Judea. En una escena memorable, Reg termina de arengar a sus tropas con la pregunta «¿Qué han hecho los romanos por nosotros?» Un soldado de infantería, trajeado como luchador por la libertad, responde «¿el acueducto?» Luego, otro más, «los caminos». John Cleese comienza a molestarse hasta que los otros soldados agregan «irrigación,» «medicina,» «educación,» «vino,» «baños públicos» y «ahora es seguro caminar por las calles de noche». El personaje de Cleese responde: «Está bien, pero aparte de la educación, la seguridad, el riego, las carreteras, el saneamiento, el vino, los baños públicos y la medicina… ¿Qué han hecho los romanos por nosotros?»

México no nació ayer ni se inventó en 2018. Las décadas pasadas arrojaron innumerables beneficios y satisfactores que ahora son el sustento de la economía que beneficia al presidente.

Cuando, al estilo Reg, el presidente acusa “¿Qué hizo el neoliberalismo o qué hicieron los que diseñaron para su beneficio la política neoliberal?” la respuesta es similar: sentaron los cimientos para una economía susceptible de encauzar las fuerzas y capacidades de la sociedad mexicana en la convulsa era de la globalización, los conflictos entre las potencias y las dislocaciones digitales del siglo XXI. Además, al liberalizarse la economía para favorecer la libre concurrencia de los diversos agentes, se eliminaron las amarras que mantenían controlada y sometida a la sociedad, es decir, crearon condiciones (conscientemente o no) para la democratización del país. El “neoliberalismo” permitió que México sobreviviera en un mundo cambiante. No poca cosa…

Por supuesto, no todo lo que se hizo en esas décadas fue impoluto o exitoso. La lista de errores, sesgos, malas decisiones, corruptelas y perversiones en algunas decisiones y en muchos procesos de implementación es legendaria. Pero el resultado es infinitamente más benigno que lo que había cuando comenzaron las tan mentadas reformas que el presidente descalifica sin ton ni son. En 1982, luego de dos gobiernos autoritarios dedicados a la destrucción de las finanzas públicas y a la petrolización de la economía, las reformas eran inevitables. En esos doce años, el mundo se había transformado porque el boicot petrolero árabe de 1973 había obligado a un replanteamiento integral de la forma de producir encabezado, en buena medida, por las empresas automotrices japonesas.

Ensimismado por el espejismo de un futuro fácil que imaginaban los políticos por el petróleo (el problema de México sería “administrar la abundancia” dijo López Portillo) el país se había abstraído de lo que ocurría en el resto del mundo. Paradójicamente, la manera en que los japoneses rediseñaron la manera de producir le abrió oportunidades a México que nunca antes habían sido posibles. Los japoneses crearon lo que ahora se conoce como las cadenas de suministro donde un automóvil ya no se produce de A a Z en un mismo lugar, sino que cada planta se especializa en la producción de partes y componentes para un ensamble final. Cada engrane de este proceso depende de las capacidades locales, la disponibilidad de mano de obra calificada y su localización geográfica.

En su esencia, las reformas emprendidas desde los ochenta fueron un intento por incorporar a la economía mexicana en esa lógica global, lo que ha ocurrido en innumerables industrias que ahora nos vinculan con nuestros dos socios norteamericanos de manera estructural, convirtiéndose en el principal motor de la economía del país. Lamentablemente, una gran parte de la población y algunas regiones del país quedaron fuera de esta lógica por toda clase de obstáculos e intereses políticos que siguen expoliando y depredando del mexicano común y corriente. Este es el déficit que urge corregir.

La liberalización de la economía, especialmente la negociación del TLC, cambió la fisonomía del país porque, una vez abiertas las compuertas, la sociedad entera tuvo la oportunidad de transformarse. Así se comenzaron a manifestar distintas formas de pensar y de ser de la ciudadanía, aparecieron organizaciones sociales para representar o atender problemas de diversa índole e instituciones que satisfacen necesidades de las que el gobierno no puede ocuparse. Todo eso que denuesta el presidente son evidencias de una sociedad que crece, se desarrolla y madura. Una sociedad que actúa por su lado y que, en muchos sentidos, enfrenta los problemas que el gobierno es incapaz de resolver.

En la visión presidencial, el gobierno debe encargarse de todo, aunque no se responsabiliza de nada. En su perspectiva, en el país ya no hay violencia, corrupción, pobreza o carencias porque el gobierno actúa y resuelve, todo por el mero hecho de quererlo. Los problemas que persisten en ese imaginario surgen de todo lo que el gobierno no controla, razón por la cual la solución a los problemas del país radica en controlar, centralizar y eliminar cualquier manifestación fuera del dominio gubernamental.

Le guste o no al presidente, en un país abierto como lo es México, la población se manifiesta en los diversos ámbitos de la economía, la sociedad y la política porque no puede ser de otra forma ni se puede revertir.

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07 Nov. 2021

Enemigos

Luis Rubio

Cuando todos son enemigos, nadie es amigo. Así comenzó el fin del terror en la revolución francesa. ¿Concluirá igual el gobierno actual? En 1793 la Convención Nacional aprobó la Ley de sospechosos que comenzó el reino de terror. Diez meses después, en el 8 de termidor, Robespierre denunció la existencia de “enemigos, conspiradores y calumniadores” y anunció que comenzaría una nueva purga de sospechosos. 24 horas después, todos esos sospechosos se levantaron en su contra y lo guillotinaron en la plaza de la revolución, donde más de dos mil personas, incluido Luis XVI, habían sido ejecutadas. La denuncia sistemática de enemigos crea dinámicas que luego nadie puede parar.

Muchas veces es difícil determinar cuándo comienza un proceso en cadena. Los estudiosos de la guerra, comenzando por Clausewitz, tratan de encontrar momentos específicos en que una decisión desata una sucesión de circunstancias, muchas de ellas estocásticas, que concluyen en un conflicto bélico. Pocos ejemplos tan claros de ello como la primera guerra mundial, acontecer que nadie quería pero que nadie hizo nada por parar. El proceder de un presidente en su actividad cotidiana ciertamente no califica como algo de la magnitud de una guerra mundial, pero la mecánica del proceso es similar. En palabras coloquiales ¿cuál es la gota que acaba derramando el vaso?

Peña Nieto ya iba mal cuando apareció la corrupción relativa a la casa blanca y su gobierno se colapsó unos meses después con los sucesos de Ayotzinapa. Nadie al comienzo de 2014, el año fatídico de ese gobierno, pronosticó un desenlace de esa naturaleza. López Portillo perdió el control de su gobierno al inicio del sexto año cuando prometió defender al peso como un perro. Fox, que nunca controló mucho, desapareció del mapa cuando preguntó ¿y yo por qué? Nadie sabe cuándo o cómo comienza un proceso de deterioro y el presidente López Obrador es extraordinariamente astuto para dejarse sorprender, pero en esa silla rápido se pierde perspectiva y el piso.

En su monólogo diario, el presidente acude al recurso de la confrontación y descalificación como estrategia para afianzar su base política. El supuesto que yace detrás de este proceso es que el presidente representa a la población y, al confrontarse él con los “malos,” eleva los sentimientos (y resentimientos) de su base política al nivel que ésta desea, reforzando sus fuentes de apoyo y creando un círculo virtuoso. El discurso consiste en “evidenciar” a diversos grupos, personas y organizaciones como traidores y enemigos del progreso y desarrollo del país, especialmente de los integrantes de su propia base social y de la 4T.

Atacar a quienes el presidente denomina como “fifís,” conservadores y neoliberales, por citar algunas de sus categorías favoritas, constituye una plataforma para enviar mensajes, afianzar la base y mantener el clima de tensión que, él supone, preservará la popularidad y viabilidad de su mando. En los últimos meses ha venido agregando nuevas listas al catálogo de enemigos: comenzó con la mafia del poder desde hace años para luego ampliarla para incluir empresarios, expresidentes, madres solteras, padres de familia y maestros. Más recientemente se abocó a las clases medias, los aspiracionistas, las organizaciones civiles y, la joya de la corona, la UNAM. En el discurso no hay diferencia entre unos y otros: todo son enemigos de su proyecto por ser, a final de cuentas y en resumen, neoliberales.

En su invectiva, el presidente expande el grupo de enemigos de manera sistemática, barriendo con porciones crecientes de la sociedad y, lo que más le importa, del electorado. Mucho de esto es sin duda calculado, pero también puede ocurrir que, dado el éxito que ha tenido en mantener un nivel relativamente alto de popularidad, resulte natural avanzar hacia un número cada vez más amplio y numeroso de grupos sociales a los que desprecia, independientemente de la forma en que hayan votado. El éxito conlleva audacia y ésta hubris, la sensación de que no hay límite, que todo es posible y nada tiene costo o consecuencia.

Sin embargo, como con Robespierre, ¿qué pasa cuando integrantes de su base dura comiencen a sentirse aludidos al ser transferidos a las filas de los enemigos? El ataque a las clases medias luego de la elección intermedia fue víscera pura: el presidente se sintió personalmente agredido porque ese segmento de la ciudadanía osó pasarse a las filas de los enemigos. En lugar de intentar comprender la razón por la cual ese grupo, que votó mayoritariamente por Morena en 2018, cambió de parecer en 2021, el presidente se dedicó a atacarlo. Ahora ha dado un paso potencialmente al vacío con su ataque generalizado e indiscriminado a toda la comunidad de la universidad nacional. Si hay un sector de la sociedad que votó masivamente por él, ese ciertamente fue su más reciente víctima.

Sus contrincantes dirán que no hay que interrumpirlo cuando está cometiendo errores, pero tres años de descontrol llevarían al país al colapso total. Esto máxime cuando, en contraste con prácticamente cualquiera de sus predecesores recientes, para quienes la segunda mitad fue buena o muy buena en términos económicos, AMLO no tiene nada que ofrecer. Nadie sabe cuándo o cómo comienza, pero de que llega nadie lo debe dudar.

 

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 REFORMA

31 Oct. 2021

 

Soluciones perniciosas

Luis Rubio

Cuando el gobierno de un país se encuentra en problemas financieros tiene dos posibles respuestas: reducir el gasto excesivo o trasladarle el problema a la ciudadanía. El primer camino incentiva el crecimiento porque dejan de distraerse recursos en proyectos de poca rentabilidad social, en tanto que el segundo mina el crecimiento futuro porque distrae el ahorro existente hacia gastos improductivos. Un gobierno responsable procuraría causarle el menor daño a la sociedad y a la economía. Un gobierno irresponsable o ignorante no podría pensar en otra cosa que elevar la recaudación.

Cuando una familia súbitamente se encuentra con que no le alcanza el gasto o está muy endeudada, no tiene más alternativa que reducir sus consumos. Un gobierno no es igual a una familia (porque se puede endeudar), pero los políticos nunca aceptan ver esta lógica elemental porque creen que no hay límite a lo que pueden exprimir vía tributos a la población. Lo que generalmente no reconocen es que sus acciones tienen consecuencias. Muchos rubros de gasto improductivo, así como diversos impuestos, tienen el efecto pernicioso de impedir la prosperidad. Mucho peor cuando la economía se encuentra en recesión, los ahorradores están indispuestos a distraer sus recursos y los inversionistas no confían en el gobierno.

La noción de llevar a cabo una “reforma fiscal” es tan vieja como el país. Todos los políticos sueñan con encontrar nuevas fuentes de recaudación que les permitan gastar más sin tener que rendirle cuentas a nadie. Por eso les encantan entidades como PEMEX, a las que ven como una vaca a la que se puede ordeñar sin límite y porque el subsuelo, a diferencia de los ciudadanos, no se queja. El problema es que años de sobreexplotación del petróleo y enorme corrupción han creado un elefante blanco que no sólo está quebrado (de hecho, tiene capital negativo), sino que ni siquiera está enfocado a resolver su situación financiera. En esas condiciones, no hay dinero en el mundo que pueda solucionar el problema: en lugar de proveerle recursos al erario, ahora los consume. La gran virtud de la reforma al sector petrolero del sexenio pasado es que estaba enfocada hacia una gradual estabilización de PEMEX sin sacrificar la inversión y producción en el sector. Eso es lo que, sin comprensión de la problemática y de los costos involucrados, este gobierno destruyó.

A los gobernantes sólo les gusta una reforma fiscal cuando se trata del lado del ingreso; les molesta que se revise el otro lado de la moneda: el gasto, al que siempre se da por intocable a menos que el presidente quiera mover dinero de rubros que no le gustan hacia los de sus clientelas favoritas. Lo mismo cuando, con una lógica electoral y de control de la ciudadanía, pretenden cancelar la deducibilidad de donativos a organizaciones civiles. Lo fiscal en México se maneja como si fuera asunto personal de quien gobierna.

Para que una reforma fiscal pudiera ser exitosa los legisladores tendrían que reconocer que cualquier cosa que hagan entraña consecuencias, muchas de ellas perniciosas. Elevar los impuestos -sea por medio de un incremento en las tasas o inventando nuevas formas de recaudar- implica drenar recursos de la sociedad para destinarlos a proyectos que con frecuencia no sólo no contribuyen a un mayor desarrollo, sino que empobrecen a la población. No hay mejor ejemplo de dispendio que la nueva refinería de Dos Bocas, proyecto que probablemente nunca entre en operación, sobre todo porque para cuando terminara su construcción el consumo de gasolina habrá comenzado a declinar.

Por otro lado, hay áreas en las que una mayor recaudación tiene no sólo lógica, sino que es un imperativo social y político. El país requiere una nueva base fiscal para su desarrollo de largo plazo, plataforma que partiría del principio elemental de que es necesario corregir muchas de las estructuras disfuncionales y que éstas requieren financiamiento. El ejemplo más evidente es el de la seguridad, flagelo que poco a poco destruye la esencia de ser mexicano, condenando al país a su gradual devastación y ruina. Hasta hoy, el país dedica muchos recursos a la seguridad a nivel federal, pero la mayor parte de los problemas ocurren a nivel local, para lo cual el impuesto idóneo es el predial.

La única seguridad que vale es la que comienza de abajo hacia arriba porque es la que vela por el ciudadano. Los recursos federales -dinero, policías y ejército- son clave para que las capacidades municipales se desarrollen y afiancen, pero siempre y cuando se contemplen como mecanismos para el desarrollo de la seguridad desde abajo. Esas capacidades cuestan dinero y deben ser financiadas, razón por la cual habría que asegurar que el impuesto predial se eleve al nivel que corresponda y luego se cobre de manera efectiva, además de que se emplee para ese propósito. Este es tan solo un ejemplo de mayor recaudación orientada no a satisfacer los caprichos presidenciales, sino las necesidades ciudadanas.

Hay un principio económico esencial que es que mientras mayor el impuesto menor el producto. El congreso puede promover todas las reformas que quiera, pero si éstas acaban siendo confiscatorias van a matar la máquina que produce crecimiento y, con ello, fuentes para la recaudación.

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