Está de moda preocuparse sobre la tasa de crecimiento de China y sus potenciales implicaciones para el mundo. Sin embargo, lo mismo se observa en Estados Unidos, Europa y otras naciones, incluido por supuesto México: el ritmo de crecimiento económico ha venido descendiendo. La pregunta es por qué.
La explicación más simple sobre la tendencia a una menor tasa de crecimiento es que en la medida en que las sociedades van enriqueciéndose, van cambiando sus incentivos y las necesidades que tienen que ser satisfechas. El planteamiento suena razonable: es obvio que lo que requiere un hindú que vive con menos de un dólar al día es muy distinto a lo que demanda un suizo, haciendo natural que la tasa de crecimiento de la India sea superior.
En su famoso libro Las contradicciones culturales del capitalismo, Daniel Bell afirmaba que el crecimiento sentaba las bases de su propia destrucción porque generaba
gente satisfecha, con poca hambre para mayor crecimiento. En los últimos años, Edmund Phelps publicó un libro* que prosigue ese argumento pero lo lleva a una conclusión muy distinta: no es que la gente deje de tener aspiraciones y necesidades, sino que el entorno ha cambiado, haciendo cada vez más difícil el crecimiento. Es decir, no es que el capitalismo genere anticuerpos contra el crecimiento sino que la sociedad tiende a desarrollar una forma de nuevo corporativismo que impide el cambio.
El argumento de Phelps me recordó lo que decía Galbraith sobre el «complejo militar-industrial»: tiende a paralizar el desarrollo porque entraña arreglos entre empresas y el gobierno que hacen muy difícil cambiar el statu quo, condición necesaria para el crecimiento de la economía. El corporativismo que acusa Phelps («complejo corporativista») incluye al gobierno, al poder legislativo, a los bancos, empresas y sindicatos: una alianza implícita entre todos estos intereses para impedir la competencia y la innovación.
Según Phelps, existen fenómenos por todos conocidos que obstaculizan el crecimiento y que tienen que ver con los incentivos de las empresas, las condiciones de competencia, la forma en que ha cambiado el otorgamiento de crédito bancario y la búsqueda de enriquecimiento ad hominem. Sin embargo, lo que a él le parece crucial, y esa es su verdadera aportación a la discusión sobre el crecimiento, es que la política económica (en el sentido amplio, no sólo presupuestal) es una institución en sí misma que refleja los valores de la sociedad y esos valores privilegian la preservación de lo existente. En una palabra, la gente no quiere correr riesgos y eso se traduce en mecanismos sociales que hacen imposible el cambio y la innovación.
Esos valores procrean mecanismos de subsidio y protección a empresas y personas que tienen el efecto de impedir que surjan nuevas empresas y proyectos de desarrollo. De esta forma, las leyes, las regulaciones, los impuestos y los planes de pensiones acaban protegiendo lo existente, haciendo muy poco atractivo que surjan los espíritus empresariales como los que crearon la riqueza en generaciones anteriores.
Phelps observa como el crédito bancario era más fácil de obtener hace décadas; la creatividad que es inherente al ser humano y que se traduce en habilidad para identificar nuevos mercados, resolver problema y explorar, no prospera en un entorno de reglas rígidas, requerimientos regulatorios y fiscales insalvables; las empresas que ya existen y que han resuelto esos escoyos (típicamente hace mucho tiempo) tienen una ventaja incomparable respecto a quien intenta crear una nueva entidad. La suma de todo esto es que la gente deja de ser creativa y se acomoda en los empleos u oportunidades que existen en lugar de emprender nuevas.
Si uno se remonta a las historias del crecimiento de las economías del mundo en el siglo XIX y principios del XX, era en la que no existían tantas reglas y regulaciones para todo, es obvio que los innovadores corrían riesgos ingentes. Una simple comparación entre los sistemas de transporte de entonces con ahora revela las diferentes concepciones de lo que es seguridad: las carretas jaladas por caballos frente a automóviles que gozan de toda clase de protecciones. La propuesta de Phelps no entraña regresar a ese momento, sino llamar la atención respecto a los costos que implica todo este mundo de protecciones y subsidios que se ha construido y que es, desde su perspectiva, la explicación de la tasa descendente de crecimiento.
Si uno extrapola lo que analiza Phelps, parecería obvio que la extraña colección de aranceles y subsidios que persisten en una amplia parte del sector industrial en México es un factor que impide la innovación y, por lo tanto el crecimiento. Sin embargo, es posible que la principal explicación de nuestro pobre desempeño resida en otro lado: nadie quiere correr riesgos porque la probabilidad de éxito parece ser muy baja, circunstancia que se agudiza cuando existe tanta incertidumbre: parte causada por fenómenos coyunturales, como podría ser la reciente elección estadounidense, pero sobre todo por la inseguridad física y patrimonial que caracteriza a nuestro entorno. El patético desempeño de nuestra economía no es producto de la casualidad.
*Mass Flourishing
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@lrubiof
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