¿Crecimiento?

Luis Rubio

Prácticamente no hay discurso gubernamental o documento relevante en el que el crecimiento de la economía no aparezca como un objetivo central. El crecimiento económico es como un elixir de la felicidad porque disminuye tensiones, resuelve problemas y facilita la vida cotidiana, además de que genera riqueza, empleos y oportunidades. No es casualidad que todo mundo quiera lograrlo. El problema es que, como hemos visto en las últimas décadas, no es fácil alcanzarlo. Se han probado diversas estrategias, algunas más exitosas que otras, pero es claro que no se ha logrado una tasa elevada y sostenida en el tiempo.

Aunque hay muchas explicaciones sobre lo que falta, es bastante claro lo que sí existe o se requiere. Por ejemplo, nadie –o nadie razonable- duda que la productividad sea un factor central, al igual que la inversión; tampoco está en disputa que el TLC constituye un mecanismo clave para atraer inversión, elevar exportaciones y resolver problemas de balanza de pagos. También es claro que ninguno de estos factores es suficiente y, más importante, que no toda la población se ha beneficiado por igual.

Un contraste quizá explique la principal carencia: en 1997 el mundo se despertó con la noticia de que la región del mundo de mayor crecimiento, el sudeste asiático, estaba en crisis: devaluaciones, caída súbita de ingresos, subidas de precios, pérdida de valor, o sea, todos los elementos que los mexicanos habíamos vivido numerosas veces, pero desconocidos en esa región. Pronto, sin embargo, se notaron las diferencias. Corea, por ejemplo, de inmediato comprendió que el problema había sido demasiada inversión en infraestructura y casi nulo crecimiento de la productividad, lo que le llevó a un viraje en su estrategia, pronto retornando al crecimiento sostenido, convirtiendo a su población en una de las de más rápido ascenso en ingreso per cápita. ¿Por qué no hemos logrado algo similar nosotros?

En su estudio del crecimiento de la economía estadunidense, Robert Higgs* dice que hay tres tipos de capital: material, humano e intelectual. “En el largo plazo, es imposible construir el acervo de un tipo de capital sin construir los otros también… De nada sirve contar con las máquinas más sofisticadas sin gente sofisticada e ingeniosa para operarlas… En el entendimiento de estas interdependencias reside la posibilidad del crecimiento económico. Es común reconocer que la construcción de fábricas constituye una inversión, pero no siempre se comprende que la obtención de educación, la compra de mejor salud y la búsqueda de conocimiento útil también son inversiones. La tasa de retorno de la inversión en un tipo de capital no depende exclusivamente del acervo existente, sino también de la disponibilidad de los otros tipos de capital.”

O sea, se requiere productividad pero para que ésta se logre, es indispensable inversión los tres tipos de capital: material, humano e intelectual. Hernando de Soto agrega otro componente: según él, lo que distingue a los países desarrollados de lo que no lo son es la existencia de un régimen transparente de propiedad. Aunque su libro se intitula “El misterio del capital”, en realidad no hay tanto misterio. El gran problema es encontrar la forma en que todos los ingredientes que hacen posible el crecimiento estén presentes simultáneamente para que éste ocurra.

Así, aunque no es casualidad que el discurso político del último medio siglo esté saturado de promesas de crecimiento -lo que demuestra la comprensión de su importancia- tampoco es casualidad que el actuar gubernamental revele una cabal incomprensión de la naturaleza del fenómeno del crecimiento o, de plano, una ausencia de voluntad o capacidad para hacerlo posible.

Es obvio que no han faltado intentos por resolver los diversos componentes de la ecuación del crecimiento, pero el hecho tangible es que éste no se alcanza y parte de la razón, me parece a mí, es que no se ha comprendido el elemento de interdependencia de que habla Higgs: tienen que estar presentes los diversos ingredientes; ninguno es suficiente en sí mismo. El caso de Corea es sugerente: mientras que allá se analizan los requerimientos que deberá tener la currícula académica en cincuenta años, aquí seguimos atorados en un conflicto sindical y burocrático del siglo pasado,  aparentemente insoluble. Corea ha estado atacando todos los componentes del crecimiento, avanzando en cada frente de la mejor manera. La educación es quizá lo más notorio, pero su transformación en materia institucional y legal es imponente; sobre todo, demuestra una comprensión cabal de la centralidad de la confianza y los diversos tipos de capital en el crecimiento.

En su propuesta de presupuesto “base cero” el gobierno abrió una oportunidad inusitada. Aunque es imposible alterar toda la lógica de un presupuesto gubernamental en unos cuantos meses (y es imposible hacerlo en el contexto de la sucesión presidencial que inexorablemente domina el panorama nacional en este momento), es imperativo iniciar una discusión sensata al respecto. Parte de nuestro problema es cómo se usan los dineros públicos y si sirven para promover inversiones en los tres tipos de capital que se requieren para el crecimiento. Otra parte tiene que ver con los problemas del poder que yacen detrás de la falta de definición de los derechos de propiedad. Ninguno de estos asuntos es simple o fácil de resolver, pero todos deberíamos tomar en serio la oportunidad de debatirlo porque sólo así se podría comenzar a atacar sus causas.

*The Transformation of the American Economy: 1865-1914

 

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