La estrategia de facto

Luis Rubio

Nunca deja de impresionarme escuchar que se elevó el costo laboral en China y que eso nos beneficia. La lógica implícita es que el ascenso del costo del trabajo en China se traducirá en más inversiones en México porque aquí ese costo es menor. O sea, que nuestra estrategia de desarrollo se fundamenta en la permanencia de la pobreza, en la forma de salarios bajos. Es una mala estrategia que tiene que ser modificada.

La discusión respecto al salario mínimo de las últimas semanas ha estado mal enfocada porque sigue una lógica electoral: tanto el gobierno de la ciudad de México como el PAN creen que le pueden sacar raja a un tema agrio como es el del deteriorado ingreso de la población. Aunque no me es obvio cómo se beneficia el PAN, no hay duda que se trata de un tema clave dado el pobre desempeño económico por muchos años y, sobre todo, por el creciente abismo que existe entre distintos segmentos de la economía. Hay un enorme número de empresas, formales e informales, sin potencial de desarrollo y eso implica que sobreviven gracias a diversos mecanismos de protección, incluidos los bajos salarios.

Lo peor de todo es que la existencia de esas empresas de pobre productividad tiene el efecto de deprimir los salarios incluso de los sectores más exitosos y productivos de la economía. Este hecho debería obligarnos a pensar en que la productividad es la clave del crecimiento del ingreso pero sólo funciona en la medida en que toda la población cuente con la capacidad de contribuir y agregar valor. En la medida en que eso no sea válido, la población que no cuenta con esas capacidades deprime el salario de quienes si las tienen o que al menos tienen mayor capital humano.  Puesto en otros términos, la existencia de la economía informal y de un enorme sector industrial tradicional virtualmente estancado tiene consecuencias no sólo para esas empresas sino para la mejoría del ingreso de toda la población, incluida aquella empleada en los sectores más productivos y exitosos.

Lo paradójico del debate sobre los salarios es la ausencia de discusión respecto a la esencia del problema: la inexistencia de una estrategia de desarrollo para la era de la globalización. Hasta hace cuarenta o cincuenta años, en el contexto de una economía cerrada, los salarios se determinaban con criterios políticos y entre abogados: la era del corporativismo y los controles verticales. Muchos de quienes proponen elevar el salario mínimo están viendo el escenario desde esa perspectiva no por mala fe sino porque dejan a un lado los precios relativos y, sobre todo, el impacto del salario en decisiones de inversión que, por la apuesta a salarios bajos que de facto ha hecho el país, es crítica. Es decir, el nivel real del salario puede ser bajo pero es mucho más importante de lo aparente, así sea por razones equivocadas.

En la era de la economía de la información y del conocimiento -el corazón de la globalización- lo único que vale es la capacidad de agregar valor y eso depende, en forma creciente, de la combinación de capacidades individuales (lo que se llama capital humano) y la tecnología. Los países exitosos son aquellos que logran la combinación óptima de ambos factores. Aquí, lamentablemente, parece que estamos empeñados en hacer imposible esa combinación.

La discusión real que deberíamos tener es sobre educación, salud, comunicaciones y seguridad. Estos son los factores clave para el desarrollo de las personas y la proliferación de empresas susceptibles de desarrollar esas capacidades. De esta afirmación uno podría suponer que estoy hablando de crear un Valle del Silicio en México (lo que no estaría mal) pero el asunto es mucho más amplio y trascendente. Por un lado, todos los sectores económicos dependen de manera creciente de la tecnología: en Chile, por ejemplo, la producción de frutas es de alta tecnología y requiere de mano de obra cada vez más calificada. Lo mismo es cierto de la industria y los servicios.

Pero es el otro lado el que es crucial: la ausencia de esas capacidades ha hecho que mucho de lo exportado y lo que compite exitosamente agregue relativamente poco valor porque los empleados no tienen las habilidades necesarias. Hay plantas industriales en el país que son lo más moderno y sofisticado del mundo y, sin embargo, dependen de mano de obra con poca calificación y relativamente poca capacidad para agregar valor. Si se elevara la calidad del capital de las personas, la apuesta al desarrollo cambiaría radicalmente. Mientras eso no pase, la apuesta es a salarios bajos y, por lo tanto, una interminable competencia con países cada vez más pobres. De seguir así, pronto estaremos preocupándonos por Nigeria…

La apuesta a salarios crecientes y elevados no depende de un decreto sino de la decisión política de enfrentar a los intereses que preservan un sistema educativo dedicado al control, a la extorsión y a mantener al país permanentemente pobre y subdesarrollado. Lo mismo con las policías y con la ausencia de una estrategia de seguridad y  de la convicción para hacerla exitosa. Al país lo carcome el viejo sistema que sigue vivo en todas partes, corrompiendo a todo mundo y, con ello, impidiendo el desarrollo. Hasta que el país no transforme la esencia de su estrategia de desarrollo y se enfoque a crear capacidad de Estado para crear condiciones para que el país salga adelante, incluyendo la protección de la propiedad, las reformas que con tanto ahínco se avanzaron resultarán, como en el pasado, insuficientes.

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