Luis Rubio
La clave del éxito para un estratega político es que parezca inocente y tenga una reputación de honestidad y benevolencia. El que trata de aparecer como maquiavélico simplemente no lo es. Al menos eso es lo que decía Maquiavelo. Al votar el domingo pasado, los panistas no lo hubieran defraudado.
La contienda interna del partido en el poder acabó como tenía que acabar y en el camino arrojó muchas lecciones que vale la pena analizar. Aquí van algunas de las que yo observé.
Ante todo, la noción de que las encuestas no son relevantes es de un primitivismo que hasta enternece. Peor, cayó por tierra la argumentación sistemática de que los panistas son extraterrestres, que su padrón es esotérico y que sus respuestas a los encuestadores no son confiables. Impactante que los gobernantes en el siglo XXI sigan argumentando como los priistas de hace treinta años.
La dinámica de la justa interna quedó marcada por las circunstancias, así como por las estrategias y personalidades de los contendientes. Los tres tuvieron (casi) las mismas condiciones de entrada y los tres fueron libres para decidir su estrategia de acción. Cada uno tuvo aciertos y errores, pero el resultado hace evidente que no todas las estrategias son iguales.
Josefina Vázquez Mota se concentró en el panismo y jugó en un entorno de hostilidad generado por el aparato gubernamental. Claramente, su estrategia consistió en acercarse a los panistas, mantener a raya a las estructuras controladas desde el gobierno y evitar una confrontación con el presidente. Su campo estratégico estuvo determinado por la necesidad de evitar reacciones extremas, circunstancia que inevitablemente exigía un elevado nivel de generalidad en el discurso.
Santiago Creel contaba con la libertad de no ser el favorito y también de abiertamente ser el candidato opositor al presidente. Su estrategia se concentró en diferenciarse del gobierno, en plantear políticas públicas alternativas, sobre todo en el terreno de la seguridad, y en intentar atraer al panismo lastimado por la forma en que se ha conducido la actual administración. Quizá su error principal consistió en no aprovechar las ventajas que le confería ser el tercero en discordia: en lugar de convertirse en una fuerza independiente, se concentró en atacar, al menos discursivamente, a quien iba a la cabeza, con lo que le fue imposible diferenciarse de Cordero y emerger como el fiel de la balanza. Inevitablemente acabó en tercer lugar.
Ernesto Cordero demostró que no se puede construir una candidatura a fuerzas y menos una cuya oferta es la de ser el copiloto. Su estrategia se concentró en atacar a la candidata puntera en lugar de acercarse a los panistas como una alternativa creíble. Peor, utilizando cantidades ilimitadas de recursos, apostó todo a la capacidad de las «estructuras» del partido para manipular a la militancia, contingente cuyo ADN históricamente se ha caracterizado por el repudio a la imposición. El país requiere liderazgos fuertes y la oferta de Cordero era la de ser un economista en tiempos de turbulencia cuando hoy en día, a diferencia de hace veinte o treinta años, hay muchos economistas competentes entre los cuales el próximo presidente podrá elegir sin dificultad.
Los panistas demostraron una gran capacidad para mantenerse por encima de las pugnas entre los aspirantes a la candidatura y, mucho más importante, por encima de los flagrantes intentos por manipular el resultado. Quizá lo más impactante fue la diferencia abismal entre la base ciudadana del panismo y los liderazgos del partido: los primeros se mantuvieron fieles a la historia y tradiciones del partido; los segundos adquirieron todos los vicios y mañas que siempre le criticaron al PRI. A pesar de todo, al final lograron montar un extraordinario escenario de unidad.
Para mí lo más notable de todo el proceso que tuvo lugar a lo largo de los pasados meses fue la pasmosa inexistencia de visión estratégica en el liderazgo del partido, comenzando por el presidente. Por meses he tratado de entender la lógica del presidente Calderón en este proceso. La evidencia me lleva a la siguiente hipótesis: a partir de la muerte del delfín original, el presidente fue incapaz de construir una candidatura fuerte como hacían los priistas en el pasado. Cuando el tiempo le ganó, optó por una alianza con Ebrard. Independientemente de los costos y riesgos que esa estrategia podría haber implicado para el futuro del PAN, la estrategia persistió a pesar de que la izquierda nominó a un candidato distinto y no cualquier candidato: la Némesis del presidente.
Siguiendo esa lógica, nadie puede creer que el presidente realmente imaginó a Ernesto Cordero ganando la elección constitucional. Recurrir a él tuvo que haber sido producto de su esperanza de que él sería el más fiel golpeador del candidato del PRI. Sin embargo, en un mundo en el que el candidato de la izquierda no fue Ebrard, esa estrategia era absolutamente suicida para el PAN pero sobre todo para el propio presidente. La ausencia de visión estratégica y la inflexibilidad en la operación política resultan impactantes. Extraño como el perro acaba mordiéndose la cola.
La estrategia de la candidata triunfadora fue muy criticada en el círculo rojo por seguir un script, ignorar ataques y mantenerse en un nivel de discurso vago y general. En el mundo de los debates sustantivos que presumiblemente le hubiera gustado ver a los integrantes de ese «círculo», ese fue un déficit real. Sin embargo, la medida de una estrategia no es la satisfacción de los críticos, sino el logro del objetivo al menor costo posible. Desde esa perspectiva, la estrategia seguida por Vázquez Mota fue impecable.
En la siguiente etapa de la contienda los tres candidatos tendrán que convencer al electorado de lo que están hechos, de su visión sobre el futuro y de su capacidad para hacerla realidad. La dinámica será muy distinta a lo que vivieron los panistas hasta hoy, por lo que sus estrategias serán otras. Nada nuevo bajo el sol.
Las elecciones se ganan o se pierden por la combinación de cuatro factores: estrategia, organización, disciplina y candidato. Algunas estrategias son excelentes pero el candidato nomás no da. En algunos casos el candidato es tan excelente que supera las fallas estratégicas. Algunas veces ni la estrategia ni el candidato dan el ancho. El resultado del domingo pasado hace evidentes estas permutaciones. Cada quien evaluará qué funcionó y qué falló en la contienda del PAN, pero no cabe duda de que la suma de estrategia y candidato, tanto por el lado ganador como por el perdedor, hizo la diferencia. Maquiavelo así lo hubiera reconocido.