Otra Revolución

A 102 años de la Revolución Mexicana, el PRI se apresta a retornar a la presidencia. Las circunstancias del país de hoy y su realidad cotidiana en nada se parecen al tiempo en que Madero conminó al levantamiento contra Porfirio Díaz, pero el momento es igualmente trascendente. No sólo regresa un presidente emanado del PRI, sino que será la primera ocasión en muchos lustros en que retornan los políticos al poder. La esperanza es que los que regresan hayan aprendido la lección de sus correligionarios anteriores que salieron derrotados, primero por su desempeño y luego en las urnas.

La ciudadanía está ansiosa de un cambio y temerosa de sus implicaciones; muchos mexicanos creen que hubo fraude en la elección y algunos demostraron una preocupante propensión a rechazar los conductos institucionales para dirimir diferendos e, incluso, una disposición a adoptar vías violentas para salirse con la suya. A pesar de la estabilidad de que goza el país y la situación económica relativamente benigna (sobre todo comparada con otras latitudes), el hecho ineludible es que la insatisfacción es ubicua y generalizada.

Ante este panorama, el gobierno que iniciará su sexenio en unos días evidentemente ha estado ponderando sus prioridades y objetivos. Los distintos integrantes de su equipo han estado estudiando opciones, proponiendo alternativas -algunas en público, así sea de manera indirecta- y compitiendo por el oído del presidente electo. A diferencia de los gobiernos amateurs de los últimos tiempos, es notorio el control del escenario: a pesar de que se le ha estado demandando al próximo presidente que muestre sus cartas (en agenda legislativa, gabinete, programas y prioridades), la disciplina habla por sí misma. Ningún político muestra sus cartas o abre espacios hasta que no se encuentra en funciones y con la posibilidad de administrar los procesos.

Lo que ningún presidente en ciernes puede eludir es la realidad a la que se enfrenta y la complejidad que ésta entraña. En alguna ocasión Kissinger afirmó que «las diversas presiones pueden tentar al decisor a creer que un problema pospuesto es un problema evitado; más frecuentemente resulta ser la invitación a una crisis». La diversidad de problemas y temas que requieren atención multiplican la complejidad y abonan a un entorno como el que elocuentemente describe el diplomático estadounidense. Al mismo tiempo, no hay que olvidar que fue justamente en este mismo fin de semana hace tres sexenios que se discutieron problemas fundamentales y la falta de decisión al respecto condujo a la peor crisis económica que el país había experimentado desde la Revolución.

El gran éxito del viejo sistema priista residió en su capacidad para diferir problemas. Luego de pacificar al país, los priistas, que sin duda por muchos años guardaron una estrecha cercanía con la población en todos sus estratos y propiciaron una extraordinaria movilidad social, se acomodaron y se dedicaron a evitar problemas, posponerlos y administrar el conflicto. En algunas instancias no lo lograron, pero en algún momento su mantra acabó siendo, en palabras de un personaje de entonces,  «mejor no le muevas». El PRI de antaño estaba todo dedicado al poder: la ideología era un instrumento, no su razón de ser. Por su parte, el desarrollo era un objetivo relevante, pero siempre y cuando no alterara el orden establecido o los intereses de los beneficiarios de la «pax priista».

Los tecnócratas que llegaron al poder en los ochenta introdujeron orden y disciplina a la función gubernamental, así como un sentido de propósito más contundente y una lógica de futuro. Sabedores de que se había vuelto imposible mantener el poder sin desarrollo y crecimiento económico sistemático, iniciaron reformas que tuvieron el enorme beneficio de darle oxígeno a la economía, pero claramente no una solución perdurable. El contraste con el Partido Comunista Chino es palpable: aunque su propósito es, exactamente igual que el del PRI de entonces, preservarse en el poder a cualquier precio, su actuar revela la comprensión de que eso sólo es posible en la medida en que se logre una transformación permanentemente tanto del partido como del país, pues sin ello es imposible generar satisfactores para toda la población.

La realidad de hoy exige una regeneración así del propio PRI y de la actividad gubernamental. Lo que las reformas de las últimas décadas lograron es la existencia de una planta productiva hiper moderna y competitiva, sólo limitada por la pésima calidad del gobierno, a todos los niveles. Peor, como ironizan los hindúes respecto a su país, muchas vecesparece que la economía funciona en las noches cuando la burocracia duerme. Un país con sentido de futuro requiere un entorno que favorezca el progreso y  la prosperidad. Excepto para los más avezados o con mayores ventajas de entrada, hoy eso no es cierto para la abrumadora mayoría de los mexicanos.

Aunque es injusto el reclamo al gobierno que todavía no inicia funciones que abra sus cartas, lo que esa urgencia revela es una aguda incertidumbre sobre lo que viene y la preocupación porque las prioridades que decida impulsar se traduzcan en una mejoría perceptible en un futuro muy cercano. En lugar de apaciguar a los quejosos, las iniciativas en materia de transparencia, corrupción y rendición de cuentas (independientemente de su importancia), han tenido el efecto de generar escepticismo sobre la claridad de la complejidad del momento que caracteriza al equipo que se apresta a gobernar.

Claramente, el país requiere elevar drásticamente sus tasas de crecimiento económico y eso sólo es posible en un entorno de seguridad física, regulación que propicia la inversión y estabilidad política y económica. Todo lo que contribuya al logro de estas condiciones debe acelerarse, todo lo que atente contra ello debe anularse.

Tomó muchas décadas recobrar la estabilidad financiera y el hecho de que un candidato emanado del partido que causó todas esas crisis haya retornado al poder es muestra de todo lo que ha cambiado la realidad nacional. Perdió el partido que prometió centrar el desarrollo en el ciudadano y no cumplió. Ahora el PRI, que prometió un gobierno eficaz, tiene la inusual oportunidad de lograr la agenda de reforma que sacó al país del hoyo hace tres décadas pero que nunca se consolidó.

La diferencia entre el éxito y el fracaso es enorme en los resultados, pero es muy pequeña -en ocasiones imperceptible- en el momento de tomar decisiones sobre prioridades, cambios de secretarías y nombramiento de funcionarios. Más nos vale que el presidente electo tenga la sabiduría de entender la diferencia.

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@lrubiof

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