En la novela El cero y el infinito, de Arthur Koestler, el burócrata leal y abnegado Ivanov interroga a Rubachov, un viejo líder revolucionario, arrestado por dudar sobre el destino que ha tomado su país luego del fin de la Revolución. Envalentonado, Rubachov le impugna a Ivanov con una frase lapidaria: «nosotros hicimos historia, ustedes sólo hacen política». Los revolucionarios habían peleado para cambiar la historia y ahora, en la voz de Rubachov, lamentaban el abandono del pueblo. Para Rubachov, la mano de hierro del “Número Uno” sólo se dedicaba a conservar el poder.
¿Qué hacer? La eterna disyuntiva del gobernante.
Nuevo gobierno, ¿nueva realidad? Claramente no. La terca realidad sigue ahí y los problemas no cambian por el hecho de que haya un nuevo gobierno. Una de las cosas que el tiempo enseña es que la realidad es más obstinada que la voluntad de un nuevo gobernante. Un nuevo gobierno puede cambiar las formas, el estilo, los proyectos y sus deseos, pero el contexto –la realidad- permanece.
Al mismo tiempo, un nuevo gobierno siempre tiene la oportunidad de imprimir un nuevo sentido a la política nacional, ejercer un liderazgo efectivo y, con ello, forzar un cambio de actitudes y, eventualmente, de realidad. Parece evidente que en las últimas décadas ha sido mucho más nuestra actitud pesimista y derrotista la que ha congelado el avance que la falta de acción por parte del gobierno. Pero igual de clave es que la acción de gobierno sea la idónea.
Para ejemplificar, parece evidente que la única diferencia relevante entre Brasil y México en las últimas dos décadas ha sido la calidad de su liderazgo. En términos de reformas, cada uno de los dos países avanzó de distintas maneras, en unos temas vamos adelante y en otros atrás, pero en lo sustantivo vamos muy adelante: hay temas centrales de viabilidad económica, por citar lo más relevante, en los que hemos avanzado mucho más. Donde nos dejaron atrás es en la calidad de su liderazgo, que se expresó de dos formas: primero, en la continuidad de políticas públicas a pesar del cambio de personas y partidos en el gobierno. Y, segundo, en la existencia de un liderazgo convincente que hizo posible que Brasil viera el futuro con un optimismo que aquí nos es ajeno. Un liderazgo ilustrado, que no es lo mismo que iluminado (de esos hemos tenido un exceso), hace una enorme diferencia.
Un cambio inteligente hacia adentro puede hacer maravillas, pero no altera el contexto en el que el país tendrá que funcionar y ese contexto no es particularmente benigno en la actualidad. La economía estadounidense comienza a levantar, pero no a un ritmo suficiente como para verla como un factor transformador. La economía europea sigue en problemas y le falta mucho para convertirse en un motor de crecimiento. Sudamérica comienza a vivir los avatares del boom asiático y responde a la vieja usanza: cerrándose y, como avestruz, metiendo la cabeza en la arena. Cuando el motor del crecimiento está fuera del control de un país, como le pasó a Argentina y a Brasil en estos años, las limitaciones internas se magnifican y lo que antes eran ventajas súbitamente se convierten en fardos.
Dado el contexto, ¿qué podemos hacer nosotros? Lo fácil, a la sudamericana, sería cerrarnos y pretender que todo se resolverá sin hacer nada. Muchos empresarios verían con gusto que el gobierno actuara como lo han hecho los brasileños en el caso automotriz o los argentinos en el petrolero. El problema es que el statu quo ni es benigno ni es atractivo. El país tiene que moverse hacia adelante y tiene que romper con los impedimentos –los reales y los auto impuestos- que nos han mantenido casi paralizados por tanto tiempo.
El gran tema hacia adelante tendrá que ser el de vincular a la economía interna con la exportadora. Es decir, elevar radicalmente el contenido nacional de las exportaciones, tal y como hizo Corea a partir de los sesenta y que le permitió acelerar el paso de su desarrollo de manera prodigiosa. La separación entre ambas, producto del proteccionismo que prevalece a pesar de, supuestamente, tener abierta la economía, no ha hecho sino empobrecer a la industria nacional y limitar el crecimiento del empleo y de los ingresos de quienes sí están empleados. Urge crear una industria de proveedores –con empresarios nacionales y extranjeros- que modernice y transforme a la industria nacional, que la saque de su parálisis y que le dé un horizonte de crecimiento y desarrollo que ha estado ausente por tanto tiempo.
Una manera de acelerar ese proceso sería promover la convergencia de intereses entre las tres naciones norteamericanas. La suma y diversidad de capacidades, recursos y ventajas comparativas que existe en la región nos permitiría lograr índices de competitividad frente a Asia y Europa que ninguna de las tres naciones podría lograr por sí misma. Si los estadounidenses no ven la oportunidad, nosotros deberíamos crearla y convencerlos. El potencial de desarrollo económico regional –nuestro principal motor de crecimiento- es infinitamente superior sumando fuerzas que siendo meramente exportadores hacia nuestros vecinos.
A la fecha, el sector exportador –el que paga mejores salarios y sostiene al resto de la economía- emplea solamente a algo así como el 20% de la fuerza laboral industrial. El restante 80% depende de una industria vieja, anquilosada y no competitiva. Inevitablemente, los salarios que produce son también mucho menores y menos permanentes. La pregunta esencial es si el país debe apostar a lo primero o a lo segundo. Los sudamericanos claramente han optado por lo segundo. En consecuencia, su devenir es tan promisorio como el que México veía en 1982.
Es tiempo de pensar en grande, ver hacia adelante y dar los pasos que la realidad exige. Un nuevo gobierno tiene siempre la oportunidad de cambiar la tónica, abrir espacios y convocar a la sociedad a sumarse en una nueva dirección. Eso es lo que convierte a un gobernante en un líder. Pero el tiempo para lograrlo no es infinito.
En su Testamento político, escrito hacia 1640, el cardenal Richelieu sostiene que los problemas del Estado son de dos clases: fáciles o insolubles. Son fáciles cuando han sido previstos. Cuando estallan en la cara, ya son insolubles. El desafío hoy es evitar que los temas clave para el desarrollo se conviertan en insolubles. El problema es que el país ha venido postergando las reformas medulares que impiden romper la parálisis en buena medida porque éstas afectan intereses cercanos al PRI. El verdadero reto del nuevo gobierno será mostrar que tiene la capacidad que todos sus predecesores en los 70 años de gobierno previo no tuvieron.
@lrubiof
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