Luis Rubio
Como en las familias infelices de Tolstoy, cada uno de los países pobres es infeliz a su propia manera. El misterio de la prosperidad es algo que ha entusiasmado a innumerables estudiosos y filósofos. ¿Qué es lo que hace que unos países prosperen mientras que otros permanecen pobres?
La discusión al respecto de la prosperidad es vasta e interminable y cada quien tiene su teoría. La paradoja es que, en países como México, las propuestas más llamativas suelen provenir no de estudiosos y estadistas sino de grupos interesados. Para un industrial mexicano la prosperidad es (casi) siempre producto de apoyos gubernamentales en la forma de protección arancelaria y subsidios. Para un burócrata el gasto público es el único camino hacia la prosperidad. Caricaturas sin duda, pero sugerentes de la forma en que cada quién procura justificar sus preferencias con una ornamenta que disfraza el interés pecuniario o político que yace detrás.
Los estudiosos en el mundo no se quedan atrás. Recientemente se publicaron dos libros que intentan explicar el fenómeno del desarrollo y la prosperidad. Muy distintos en su enfoque, aportan perspectivas que contribuyen a entender qué es eso del desarrollo. También muestran, quizá sin proponérselo, lo difícil que es lograrlo.
En Por qué las Naciones Fallan: El origen del poder, la prosperidad y la pobreza, Robinson y Acemoglu se preguntan por qué algunas sociedades son democráticas, prósperas y estables, mientras que otras son autocráticas, pobres e inestables. Tal vez no haya una pregunta más trascendente para las naciones que intentan lograr el desarrollo, aunque la manera en que la formulan ya sugiere un problema: al menos el caso de China podría aparecer de los dos lados de la ecuación.
El argumento de estos estudiosos es que el asunto de fondo en el desarrollo no es económico sino político: son las instituciones que establecen las reglas del juego y que crean incentivos las que determinan la forma de actuar de la población. De esta premisa elaboran un planteamiento interesante: hay dos tipos de instituciones económicas, aquellas que son “extractivas” y las que son “inclusivas”. Las extractivas garantizan la prosperidad de unos cuantos a costa de todos los demás. Las inclusivas favorecen la participación de todos en condiciones iguales. La esclavitud y el feudalismo ilustran el primer caso, en tanto que los sistemas de mercado sujetos a un Estado de derecho son el prototipo del segundo.
Según los autores, la naturaleza de esas instituciones queda determinada por la conformación de la estructura política de cada nación. La característica determinante de las instituciones inclusivas es la combinación de centralización con pluralismo: el Estado debe ser suficientemente fuerte para contener al poder de los intereses privados pero, simultáneamente, estar controlado por mecanismos de autoridad política ampliamente diseminados en la sociedad: pesos y contrapesos. En ausencia de cualquiera de estos componentes, el arreglo político se torna extractivo y, por lo tanto, excluyente.
La tesis del libro acaba siendo muy simple: las instituciones políticas extractivas generan modelos excluyentes de desarrollo económico, en tanto que las instituciones inclusivas generarán modelos incluyentes. El momento histórico crucial en que se logró la diferenciación entre estos dos modelos fue cuando,en 1688,el parlamento inglés se impuso sobre la autoridad del rey, abriendo paso a la revolución industrial. Quizá la parte más interesante, pero también frágil, de su argumento es la que intenta explicar el caso de China: una nación autocrática y que, sin embargo, ha logrado elevadas tasas de crecimiento y un rápido descenso en los índices de pobreza. Su explicación es que China es una nación extractiva que tarde o temprano encontrará un límite al crecimiento si no logra una transición a un Estado de derecho.
NiallFerguson adopta una perspectiva histórica. En su libro Civilización: Occidente y el resto, Ferguson argumenta que la razón por la cual las naciones occidentales lograron la prosperidad que las caracteriza tiene que ver con una serie de “aplicaciones asesinas” (killerapps) que se conjuntaron para producir una fuente de inmensa riqueza: la competencia, la revolución científica, el Estado de derecho y el gobierno representativo, la medicina moderna, la sociedad de consumo y la ética del trabajo. “Por cientos de años, estas «aplicaciones asesinas» fueron monopolizadas fundamentalmente por los europeos y sus primos que se establecieron en América del Norte y Australasia. Ellos son la mejor explicación de lo que los historiadores económicos llaman «la gran divergencia»: la brecha asombrosa que surgió entre los estándares de vida occidentales y los del resto del mundo.”
En contraste con Robinson y Acemoglu, Ferguson tiene una explicación más rica para el caso de China y otras naciones: “Empezando por Japón, muchas sociedades no-occidentales se percataron que esas aplicaciones podían ser descargadas e instaladas en sistemas operativos no-occidentales.” El resultado es que la prosperidad se ha multiplicado en latitudes cada vez más diversas.
Ambas perspectivas ofrecen ángulos que permiten entender mejor las carencias y las ausencias en nuestro propio proceso de desarrollo. Todos los países enfrentan contradicciones y dificultades, incluidos los ricos. De hecho, el libro de Ferguson está dirigido a los estadounidenses, convocándolos a que reviertan el proceso de deterioro de esas seis “aplicaciones asesinas”. Según este autor, el riesgo para Occidente, sobre todo para EUA es que los “alumnos” acaben siendo mucho más virtuosos y, por lo tanto exitosos.
Al leer estos dos libros me vino a la mente el argumento de otro estudioso, NathanRosemberg, que en los ochenta publicó un libro intitulado Cómo se hizo rico Occidente. Su argumento era lapidario y quizá más simplista si bien no menos poderoso: “El crecimiento sostenido de Occidente comenzó con la aparición de una esfera económica caracterizada por un amplio margen de autonomía respecto al control político y religioso”. En otras palabras, la prosperidad floreció cuando el Estado comenzó a dejar de imponer sus preferencias sobre los actores económicos y se limitó a lo que Robinson y Acemoglu plantean: un Estado capaz de contener a los intereses privados y a la vez ser controlado por pesos y contrapesos efectivos.
Como ilustran las contradicciones de China, no hay manera de lograr la prosperidad de la noche a la mañana. Lo que sí se puede es ir construyéndola. Esa intencionalidad hace tiempo que ha estado ausente en nuestro país.
@lrubiof
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