Las verdades

Luis Rubio

Hace poco más de cien años, el periodista e historiador Francisco Bulnes publicaba su famoso libro “Las grandes mentiras de nuestra historia”, donde desmitificaba la vida y hechos de Santa Anna. Si en esa época lo imperioso era decodificar las mentiras, hoy nuestro déficit es de verdades. Felipe González, el ex presidente del gobierno español, decía hace no mucho que los mexicanos parecemos tenerle miedo a la verdad y que ese miedo se traduce en irresponsabilidad y que esa es quizá la principal fuente de parálisis en la actualidad. Cuando no se confrontan las verdades los candidatos prometen la luna y las estrellas y nadie les puede exigir que cumplan porque todo mundo sabe de entrada que no es más que un juego. El problema es que ese juego nos está costando la viabilidad del país.

Para nadie es sorpresa que confrontamos enormes problemas. Eso no es inusual en la vida de las personas o de los países. Lo que sí es inusual es la absoluta indisposición ya no a confrontarlos y resolverlos, sino incluso a discutirlos. Los problemas no se discuten sino que se eluden porque enfrentarlos es políticamente incorrecto. Esto lleva a que se planteen y discutan iniciativas de ley que no son susceptibles de atacar los problemas de fondo, que se presenten propuestas ajustadas a lo que el poder legislativo pueda tolerar y no lo que se requiere, o a que, simplemente, se evadan los temas relevantes. Esto no hace sino nutrir los círculos de desconfianza que caracterizan la relación entre políticos y ciudadanos y, peor, a sedimentar el cinismo que es primo hermano del pesimismo que domina a la sociedad mexicana estos días.

Los dilemas, entuertos y retos que aquejan al país no  se pueden ignorar. Lo que sigue es una pequeña enumeración de algunos de los más obvios.

  • El petróleo se está acabando. Es cierto que los pozos tradicionales se pueden explotar con mejores tecnologías, pero el petróleo como fuente de financiamiento del déficit público y de todos los sueños de nuestros políticos y, por lo tanto, como mecanismo de evasión de la realidad, está llegando a su fin. A pesar de ello, en años recientes se aprobó un nuevo régimen para Pemex y se decidió la construcción de una nueva refinería, ninguno de los cuales es apropiado a la realidad actual. En lugar de reconocer la realidad fiscal del país y dotar a la paraestatal de un régimen de gobierno interno funcional y racional, el tiempo pasa sin que pase nada. Puros sueños.
  • El otro lado del tema petrolero es el fiscal. La estructura de financiamiento del gasto público es muy pobre, la evasión es enorme, la burocracia encargada de la recaudación fiscal impenetrable y, por encima de todo, el sistema promueve la evasión e incentiva el crecimiento permanente de la economía informal.
  • La economía informal es el único sector que crece sin cesar pero, paradójicamente, también es el único que tiene límites absolutos a su crecimiento. Hay cada vez más mexicanos involucrados en la economía informal (algunos calculan que incluye hasta dos terceras partes de la población económicamente activa) y ésta representa entre la tercera parte y la mitad de la economía total. El problema de la economía informal es que las empresas en ese mundo no pueden lograr una escala suficiente para prosperar porque no quieren atraer la mirada de las autoridades fiscales o laborales, pero sobre todo porque no tienen acceso al crédito, sin el cual el crecimiento es imposible. La existencia de la economía informal es la mejor prueba de lo errado de nuestras políticas fiscales y laborales.
  • La legislación laboral fue diseñada para satisfacer a los grandes sindicatos y garantizarle al sistema un generoso intercambio de beneficios a los líderes sindicales a cambio del control político que estos le aportaban al sistema. Ese régimen laboral empataba las necesidades políticas de hace ochenta años, pero hoy se ha convertido en un fardo para el desarrollo del país. Lo que se requiere es flexibilidad, capacidad de crear y destruir empresas, transferir activos y generar empleos apropiados a una economía de servicios como la del siglo XXI, totalmente distinta a la de industria básica de los treinta del siglo pasado. La oposición de los sindicatos a cualquier cambio es explicable, pero el sacrificio del otro 95% de la población es un tanto costoso… Es imposible construir un país moderno mientras cuatro o cinco sindicatos extorsionan al gobierno.
  • En materia de impuestos, el punto de partida es la desconfianza: las autoridades no confían en la ciudadanía, razón por la cual han elaborado una maraña de requisitos, procedimientos, reportes y pagos que sólo un ejército de contadores puede satisfacer. El resultado es un enorme sesgo en la recaudación tributaria que de hecho promueve la evasión. Como en el terreno laboral, un país moderno que aspira a ser exitoso en los sectores y actividades punteros del desarrollo económico no puede funcionar si no cuenta con un sistema de recaudación que simplifica y facilita el cumplimiento de las obligaciones fiscales pero, sobre todo, que parte de la corresponsabilidad y la confianza. La burocracia fiscal es tan culpable de la mala recaudación como lo son los evasores que no hacen sino aprovechar el sistema.
  • El sistema judicial es una de nuestras lacras. Por el lado del ejecutivo, los ministerios públicos son una vergüenza: su incompetencia exige un replanteamiento total por corrupción o por mera incapacidad. Por el lado del poder judicial, la Suprema Corte, aunque tímida en asumir su carácter constitucional, se ha convertido en un pilar central de la gobernabilidad del país. Sin embargo, todo el sistema de tribunales incumple con su objetivo medular: se gastan carretonadas de dinero pero la justicia no llega. No es que todo sea corrupción, sino que todo está diseñado para que nada funcione.

Tenemos una extraordinaria propensión a buscar culpables en lugar de encontrar soluciones o, incluso, dilucidar la naturaleza de los problemas. No se puede pretender que funcione la economía mientras prevalezcan feudos, privilegios y cotos de poder. No se puede crear un entorno competitivo del que se excluyen, antes de comenzar, sectores clave para toda la economía como el petróleo, la electricidad y las comunicaciones. Los intereses pueden ser muy poderosos, pero mientras no se discutan los temas en público es imposible comenzar a derrotarlos y la reticencia a hacerlo acaba siendo cómplice. Las cosas hay que llamarlas por su nombre y México vive un profundo miedo a encarar los temas que lo paralizan. “El pueblo que no ama la verdad, decía Maquiavelo, es el esclavo natural de todos los malvados”.

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