Luis Rubio
Algo peculiar pasó con la celebración del bicentenario: el gobierno la organizó, pero la población se la apropió. La trascendencia del hecho quizá no debería sorprender a nadie, pero nos dice mucho sobre el México de hoy, sobre todo respecto al enorme potencial de desarrollo que tiene frente a sí, pero también sobre la calidad de los gobiernos que hemos tenido y su incapacidad para asir y hacer posible ese potencial. No deja de ser notorio que la celebración haya sido casi una “historia de dos ciudades”, dos narrativas contrastantes –ciudadanía y élites- que no se comunican entre sí.
“El futuro, escribió Will Durant, no sólo ocurre. Fue construido”. Pero el gobierno emanado del PAN decidió no construir un futuro; más bien se concentró en la celebración. No hay nada inherentemente malo en haber organizado un magnífico espectáculo con el objetivo exclusivo de celebrar y festejar, pero es extraño que haya aceptado la historia priista sin más. A final de cuentas, el PAN nació como una respuesta, una reacción, al desarrollo de un partido oficial, virtual monopolio del poder público. Sus primeras manifestaciones fueron de rechazo a la glotonería y excesos de los revolucionarios y de reivindicación de ideales fundamentales. Raro que su versión de la historia estuviera ausente.
Manuel Gómez Morín, el fundador del PAN, no fue un hombre dado a las pasiones ideológicas. Abogado cuidadoso, fue director del Banco de México y rector de la UNAM: imposible encasillarlo en una trama ideológica o partidista. Sus escritos revelan a un personaje dedicado, reflexivo y profundamente nacionalista que no aceptaba los dogmas de izquierda o derecha. Su mantra fue contribuir al desarrollo del país y luchar contra los excesos del partido oficial y sus personeros. Su decisión de impulsar la creación de un nuevo partido político respondía al deseo de debatir los temas medulares del país y mantener un diálogo abierto, inteligente y ciudadano. En este contexto, es interesante observar cómo el PAN abandonó a sus próceres y cedió la narrativa histórica.
En una excelente entrevista radiofónica con Leonardo Curzio, Ilán Semo explicaba cómo el PRI se apoderó de la interpretación de la historia. Usando los libros de texto gratuito, el PRI logró unificar la narrativa histórica, contando su versión de las cosas y negando todas las demás. Lo sorprendente es que, dado su origen, el PAN haya aceptado esa narrativa y callado su propia versión, al grado de ni siquiera mencionar, por no decir utilizar, a personajes dignos de nuestra historia como Gómez Morín para reivindicarse a sí mismo. Según Semo, México sólo crecerá como nación en la medida en que las narrativas de todos los grupos e integrantes de nuestra sociedad adquieran legitimidad histórica y comiencen a comunicarse para articular una película mucho más rica y, sobre todo, menos maniquea del pasado. En esto el gobierno renunció a la oportunidad que representaba el bicentenario. En cien años habrá una nueva posibilidad…
Pero lo maravilloso de la celebración estuvo en el choque entre las teorías y las críticas con la realidad mundana. Si el gobierno no tuvo visión ni perspectiva en su proyecto, la población no tuvo el menor empacho de imponer la suya. Para el mexicano común y corriente había todo que celebrar y nada que lamentar. El gobierno montó un extraordinario espectáculo que no hizo sino atizar todas las emociones y expectativas. En algunos lugares del país, como Monterrey, la población salió a hacerse de la magna plaza, a tomar el espacio público y decirle un “hasta aquí” al crimen organizado. En la Ciudad de México la población hizo evidente que “la calle es nuestra” y nadie se la va a quitar. Para la población no había complicación ni contradicción: estamos celebrando lo que somos y lo que queremos ser. Los argumentos intelectuales pueden ser interesantes, pero no impiden celebrar y festejar.
Imposible ignorar la bondad inherente a la respuesta popular. Los gobiernos –buenos o malos- van y vienen pero nada altera la naturaleza de la mexicanidad. La criminalidad de las últimas décadas ha generado profundas divisiones en nuestra sociedad, destruyendo el marco de convivencia mínima que es necesario para construir una estructura social integrada y sólida. El temor a ser víctima de mafias criminales que se distinguen por su violencia y, sobre todo, por la crueldad en su actuar, ha llevado a la fractura de las relaciones sociales y al debilitamiento, si no es que a la extinción, de ese factor cohesionador crucial, la confianza, elemento clave para el desarrollo. Y, sin embargo, las fiestas patrias mostraron un pueblo vivo, dispuesto y rico en manifestaciones de anhelo futuro: al que las rencillas entre políticos y partidos no le hacen diferencia.
Al ver el espectáculo audiovisual y observar las manifestaciones populares reflexionaba yo sobre lo que sería posible construir en un país con tal riqueza, con tal deseo de superación y disposición a desafiar no sólo a la autoridad, sino a la versión oficial de la historia. La población no tuvo empacho ni dificultad en actuar lo que el PAN fue incapaz de hacer con la historia priista. El PAN acabó por hacer suya la narrativa “oficial” emanada de los libros de texto, implícitamente cediendo no sólo su historia, sino, volviendo a Durant, el futuro. No así la población.
En todo esto me pregunto lo mucho que hubiera sido posible lograr si el gobierno hubiera construido un proyecto de celebración orientado a generar esperanza en un mejor futuro, esperanza en un mejor país, esperanza en derrotar al enemigo común, esperanza en construir un futuro promisorio. Fox se dedicó a elevar expectativas, no a construir esperanza. Un gobierno más atemperado como el de Calderón tuvo en la mano la posibilidad de darle esperanza a un pueblo ávido de respuestas, deseoso de oportunidades, pero renunció a todo ello.
Los números de la criminalidad dicen mucho sobre la forma en que se ha desquiciado una parte importante de la juventud. Proliferan las teorías sobre cómo y por qué ocurrió esto, pero el hecho es que el fenómeno existe. Es evidente que urge crear condiciones para elevar la tasa de crecimiento de la economía y del empleo a fin de al menos reducir el incentivo de la juventud a incorporarse a la criminalidad. Pero más allá de la economía, la celebración del bicentenario mostró que la abrumadora mayoría se rehúsa a rendirse: no quiere ser parte de ese país perdedor y, por encima de todo, anhela un mundo muy distinto. Con esa actitud, y esa población, México podría ser otro en un ratito. Si sólo se le convocara.
a quick-translation of this article can be found at www.cidac.org