Luis Rubio
Refiriéndose al fin de la Unión Soviética, Solzhenitzyn escribió que la revolución es una amalgama de antiguos funcionarios del partido, cuasi demócratas, oficiales de la KGB y operadores del mercado negro que hoy concentran el poder y representan un híbrido sucio nunca antes visto.
También en México tenemos una buena colección de híbridos que explican muchos de los contrastes y desfases que nos caracterizan e ilustran las limitaciones de cualquier proyecto de desarrollo que no contemple soluciones integrales.
Para comenzar, en el país reina la indefinición. Preferimos soluciones a medias que acciones definitivas. La frase que emplean muchos abogados más vale un mal arreglo que un buen pleito- es, además de práctica, respuesta lógica a nuestra realidad. Excepto que esa manera de enfrentar los problemas sólo funciona cuando lo fundamental ha sido resuelto, cuando existen estructuras e instituciones que amparan los procesos de decisión, hacen valer los contratos y protegen los derechos de todos los ciudadanos. En ausencia de un entorno de esa naturaleza, las medias tintas no hacen sino arrojar resultados mediocres.
Aquí va una muestra de híbridos:
Los impuestos son un mundo en sí mismo. En nuestro país hay dos clases de ciudadanos: los que pagan impuestos y los que gozan de excepciones y exenciones. Los primeros viven en un mundo controlado en el que sus impuestos son retenidos antes de recibir el ingreso. Se trata de ciudadanos que, con gusto o sin él, cumplen con sus obligaciones con la sociedad y, por ese hecho, son permanentemente asediados con más impuestos. Junto a ellos, en un híbrido maravilloso, hay todo un mundo de excepciones, privilegios y exenciones. Los regímenes especiales de tributación esconden grandes ingresos y pocos impuestos. Muchos simplemente no pagan ningún impuesto y luego se ofenden cuando se propone un IVA generalizado.
Los maestros ilustran otro de nuestros híbridos de excepción: en épocas recientes se implantó un concurso para la obtención de nuevas plazas. Han solicitado su acceso personas que aspiran al magisterio y maestros ya en funciones que quieren una segunda plaza. Lo maravilloso es que la abrumadora mayoría de los maestros con plaza que han presentado su examen han reprobado y, sin embargo, mantienen la plaza que tienen. Mientras tanto, los nuevos solicitantes tienen que aprobar el examen o no tienen empleo. Ciudadanos de primera y de segunda.
El mundo empresarial se integra por dos grandes grupos: los que están sujetos a la competencia y los que viven protegidos y resguardados. Los primeros han tenido que cambiar su manera de ser para poder sobrevivir; los segundos le cargan la mano a todos los demás, impidiéndoles progresar. En términos generales, los bienes industriales están sujetos a la competencia pero no así los servicios o bienes producidos por el gobierno. ¿Cuántas empresas se han muerto por el costo excesivo que les imponen las actividades y servicios de los que su sobrevivencia depende?
En el poder legislativo tenemos dos clases de diputados y senadores: los que son electos y los que son nombrados. Ninguno representa a la ciudadanía y, en nuestra muy peculiar idiosincrasia, todos le deben su empleo al partido o gobernador que les asigna la chamba y no al ciudadano que vota.
Las mujeres viven en un mundo de reglas definidas en una era en la que lo común era que se quedaran en su casa pero su realidad es de trabajo intenso. Sin embargo, prácticamente ningún servicio se apega a sus necesidades: las escuelas, los servicios de salud y el transporte funcionan como si las mujeres fuesen iguales a los hombres en sus responsabilidades cotidianas.
Aunque hay muchas razones para estar orgullosos de que haya una mayor transparencia en la función pública, ahora se hace extraordinariamente evidente la opacidad de los sindicatos, gobiernos estatales y locales, así como de los poderes legislativo y judicial.
La seguridad pública ha exigido que el ejército se involucre en actividades y responsabilidades que no le son propias y para las cuales no fue entrenado. Sin embargo, aún con todo el ruido que ese involucramiento ha causado, seguimos sin contar con policías modernas que lo substituyan. No hay nada más patético que la reticencia de los gobernadores a transformar ese renglón fundamental de su responsabilidad.
Los gobernadores gozan del enorme privilegio de no rendirle cuentas a nadie, y menos a su población local. En lugar de recaudar impuestos en sus estados, prefieren presionar al gobierno federal y exprimir al Congreso para elevar su presupuesto. Quizá la mayor diferencia con Brasil es que ahí la recaudación de predial es varias veces superior a la nuestra como porcentaje del producto. Sin responsabilidad ante los ciudadanos, el gasto no es más que un instrumento del poder y de promoción personal. México no tiene un sistema centralizado ni uno federal, sino todo lo contrario.
Es patente el contraste entre las autoridades electorales federales (que, a pesar de la reforma de 2007 son absolutamente profesionales y neutrales) y los institutos electorales estatales, casi todos ellos nombrados por los gobernadores y subordinados a ellos. La democracia en parcelas.
Quizá no haya híbrido más pernicioso que el que caracteriza a nuestra economía mixta donde nunca es claro qué es privado y qué es público, quién se apropia de los beneficios del gasto gubernamental y de los beneficios de los monstruos energéticos, todo a costa de los empleos y riqueza que podría generar una economía verdaderamente competitiva. Híbridos disfuncionales al servicio de intereses particulares.
En lugar de reglas generales, instituciones igualitarias y reino imparcial de la ley, lo que tenemos es un mundo de parches que nunca embonan bien. Algunas cosas funcionan y otras no, pero nadie se inmuta. Los híbridos permiten que convivan dos mundos incompatibles: el del ciudadano que cumple por convicción o porque no tiene de otra, y el que goza de excepciones que le permiten vivir en un mundo de impunidad. Un sistema de híbridos y medias tintas que preserva prebendas, corrupción y protección a unos cuantos mientras exige lo contrario de la mayoría, provoca esfuerzos a medias y compromisos sin consistencia que minan el factor esencial que hace funcionar a cualquier sociedad: la confianza.
Muchos de nuestros problemas comienzan con esa mezcla peculiar de responsabilidades que nadie asume y que son la esencia de los privilegios y desigualdad que nos caracterizan. En su origen, la parálisis actual surge de la colusión de intereses que permiten que estos híbridos sean la norma y no la excepción.