Luis Rubio
Quizá lo más impactante de la tragedia acaecida en Hermosillo no sean las horribles escenas de niños quemados y muertos, sino el reconocimiento de que esa guardería no es más que un ejemplo de los miles de riesgos que, inconscientemente, asumimos todos los mexicanos día con día. La suma de regulaciones mal encaminadas, procesos corruptos de inspección y autorización y un extraordinario desdén por la seguridad nos han convertido en un país de riesgo extremo. Pero todavía peor que esto es la incompetencia en la toma de decisiones, la fácil asignación de culpas y la cancelación de opciones que claramente son necesarias.
Las tragedias de los años recientes no nos han llevado a aprender nada. Los huracanes siguen destruyendo viviendas mal localizadas, los temblores tumban edificios, y sucesos como el gasolinazo de Guadalajara o la explosión de San Juanico son ejemplos, tanto de actos de la naturaleza como del actuar humano, de los que no aprendemos. Los materiales que se emplean en la construcción de escuelas (o en guarderías y similares) no son los idóneos en caso de incendio; las regulaciones de construcción, incluso cuando éstas hayan sido actualizadas, con frecuencia son violadas por medio de «una corta»; y no existe disposición por parte de nuestras autoridades para impedir que poblaciones enteras se asienten en antiguos cauces de ríos o cerca de instalaciones peligrosas. A la luz de la realidad, lo verdaderamente increíble es que no haya más tragedias como la de Hermosillo.
Si uno sigue la historia de la guardería ABC, toda la sucesión de circunstancias parece casi diseñada para un final fatal. Para comenzar, es evidente que el edificio no era adecuado; tiempo después se autorizó la instalación de una llantera a un lado, sin que hubiera condiciones apropiadas para la convivencia de dos actividades tan disímbolas: la mano izquierda del gobierno local no tiene idea lo que hace la derecha y, todavía más condenable, a nadie le importa. Por su parte, el IMSS autorizó una instalación que los involucrados claramente sabían era inadecuada. El punto es que toda la cadena de decisiones a lo largo del tiempo, y que involucró a los tres niveles de gobierno, es un fiel reflejo de nuestra realidad política: a nadie le importa la seguridad de la población.
Visto desde esta perspectiva, no deja de ser preocupante la respuesta de todos los niveles de gobierno al incendio de la guardería. Los gobernantes, esos que quieren el poder para hacer cosas, se dedicaron a aventarse la pelota sin que nadie asumiera responsabilidad alguna. ¡Yo no fui!, parecía decir uno; ¡fue aquél!, decía el otro. En lugar de funcionarios competentes y responsables, lo único perceptible fue autoridades que no son responsables de nada. Nadie sabe cómo fue posible que ocurriera la tragedia. Es como cuando alguien tira un vaso y grita «se rompió», como si el vaso fuese responsable de sus acciones.
Por si todo esto no fuera aterrador, ahora resulta que la consecuencia no es una sanción equitativa para todos los que aprobaron lo que a todas luces ponía en riesgo la vida de los niños. No: todo es culpa de las guarderías, lo que conlleva a una inmediata suspensión de licitaciones y la obstaculización de un servicio indispensable para miles de mamás en todo el país. Lo mismo pasó con el sistema de aprendices: como alguien abusó, mejor cancelar la oportunidad de tender puentes entre la escuela y la realidad productiva. Y qué del IVA, que ahora resulta innombrable. Con la tragedia de Hermosillo ya se satanizaron las estancias infantiles y la subrogación de guarderías, sin que medie un análisis serio o se haga justicia. ¿Quién responde por la falta de servicios para los niños que iban a ser recibidos en las casi 80 guarderías que ya están listas y que ahora han sido canceladas? ¿Cuál es el problema: las guarderías o las complicidades para otorgarlas como una dádiva política? ¿Las guarderías o el hecho de que, a sabiendas que no cumplían la normatividad, las volvieran a certificar? ¿El problema son los privados que subrogan el servicio o la autoridad que no cumple con su responsabilidad y queda impune? Nada ha cambiado cuando a preguntas tan elementales se responde con más corrupción e impunidad.
Lo que la población espera de sus políticos, lo mínimo que tiene derecho a esperar, es un liderazgo efectivo: acción, responsabilidad, respuesta. Lo que obtuvo fue una serie de deslindes que, además de no venir al caso, mostraron la cara de una clase política incompetente, irresponsable y, por si eso fuera poco, absolutamente carente de creatividad.
Valdría la pena imaginar un escenario distinto. Dado que el problema no es esa guardería, sino la falta de conciencia y regulación de los riesgos inherentes a ese tipo de servicios, el gobierno federal pudo haber tomado el liderazgo de manera integral, proponiendo soluciones no sólo para esa guardería sino para todas las escuelas, guarderías, estancias y servicios similares a fin de tomar el toro por los cuernos. Un liderazgo efectivo habría permitido que se procese a quien lo justifique, además de haber construido algo mejor, como convertir la tragedia en un proyecto de seguridad para la población. Nada de eso habría limitado el potencial de escándalo que generaron los medios, pero un liderazgo efectivo los habría sumado en un proyecto de seguridad que, todos los mexicanos lo sabemos, urge instrumentar.
Ahora, a semanas de la elección, tanto los gobiernos locales como el federal están pagando las consecuencias de su inacción. Evidentemente hubo irregularidades en el proceso de autorización e inspección de la guardería, irregularidades que no son excepcionales en nuestra realidad cotidiana y de las cuales, cada quien en su caso, todos somos responsables. Un inspector que acepta una mordida para obviar una revisión o por permitir alguna irregularidad es tan culpable como quien la ofrece, y viceversa. Pero esa costumbre, que se extiende a todos los ámbitos de la vida nacional, es uno de los muchos impedimentos que enfrentamos para el desarrollo. La solución obviamente no es cancelar los servicios sino acabar con la impunidad.
Un gobierno efectivo debe estar listo para aprovechar coyunturas para cambiar la realidad y construir un mejor futuro. Pero eso sólo se puede hacer si el gobierno entiende sus funciones, tiene un proyecto y la disposición para construirlo. La tragedia de Hermosillo mostró que no existe esa capacidad, disposición o proyecto. Todavía es tiempo de construirlo y probar que la muerte de esos pequeños al menos habrá servido para cambiar algunas de nuestras peores costumbres.