Luis Rubio
Décadas de observar y analizar promesas de desarrollo económico me han hecho un escéptico. La evidencia de qué funciona y qué no es bastante obvia, pero por algún motivo nunca se conjuntan las circunstancias que lo hacen posible. Por qué, me pregunto, algunos países avanzan y otros no. Si uno revisa la literatura, los temas de hoy no son distintos a los de hace décadas o, incluso, siglos. Las palabras cambian, pero los temas persisten. El debate sobre más gobierno o más mercado no es nuevo ni particularmente creativo. Pero algo sin duda nos ha faltado para encontrar nuestro camino.
Hace algunas semanas estuve en una conferencia sobre los BRIC, sigla que inventó un banco de inversión para identificar a cuatro países (Brasil, Rusia, India y China) que tienen poco en común pero prometen lograr elevadas tasas de crecimiento económico. Quitando a Rusia, cuyo acelerado envejecimiento demográfico, por no hablar de su dependencia respecto a los precios del petróleo, seguramente le harán imposible mantenerse en ese grupo, los otros tres han evidenciado una gran flexibilidad y capacidad de adaptación. Pero cada uno ha seguido un camino distinto y lo único que los asemeja es su expectativa y propósito de convertirse en potencias en el futuro. Este punto tiene un impacto psicológico tan enorme que no puede ser ignorado.
Al escuchar las presentaciones iba yo pensando en lo circular de la historia y en las formas en que nuestra experiencia se asemeja o diferencia de aquellos. En las últimas décadas se adoptaron una serie de programas y proyectos, todos ellos concebidos como la forma última de alcanzar el desarrollo y, aunque ha habido mejorías aquí y allá, es evidente que el país no ha logrado la transformación que se prometía. Un comentarista argentino decía que ellos crearon grandes proyectos e incluso se adoptaron etiquetas rimbombantes para asegurar que ahora sí se harían las cosas bien, sólo para comprobar años después que el desarrollo seguía siendo una promesa y no una realidad. El argentino se refería al programa de convertibilidad del peso argentino, mecanismo consistente en fijar la moneda local contra el dólar para garantizarle a la población que el gobierno ya no volvería a generar inflación, sólo para luego encontrar con que los engañó, llevando al país a una catástrofe. Los costos de la laxitud fiscal son conocidos por todos, pero eso no ha impedido que, desde 2006, se siga prometiendo el Nirvana económico si sólo se rompen las amarras fiscales.
No hay patrones comunes en los BRIC. El gobierno chino ha utilizado toda la fuerza de su poderoso aparato para forzar una transformación desde arriba, en tanto que el hindú ha ido haciendo pequeños cambios, en la medida en que ha podido, que han liberado las fuerzas creativas y productivas de su sociedad. Se trata de dos experimentos tan dramáticamente contrastantes en forma y enfoque que es imposible encontrar mayores denominadores comunes. Los chinos viven bajo la férula de un gobierno duro que tiene absoluta claridad de sus objetivos y no ceja en su esfuerzo por avanzarlos ni ha encontrado obstáculo suficientemente grande que lo pare. En cambio, el de India apenas logra navegar las difíciles aguas de la extraordinaria complejidad social y política de una nación tan diversa. A decir del expositor hindú, China es una nación que va asimilando las diferencias y creando un todo común, en tanto que India va acumulando experiencias y dejando que persistan las partes que integran al conjunto.
Brasil, más cercano a nuestra historia y experiencia, ha logrado extraordinarias tasas de crecimiento gracias tanto al boom en la demanda de materias primas que ha generado la economía China, como a la industria de bienes de capital que desarrolló en otra era y que ahora, bajo un nuevo enfoque, ha comenzado a arrojar dividendos. La exportación de materias primas le ha generado una enorme oportunidad, en tanto que la venta de aviones y otros bienes tecnológicamente sofisticados le han dado una enorme visibilidad. Sin embargo, lo que realmente ha transformado a Brasil es una actitud: los brasileños están decididos a convertirse en una nación desarrollada y poderosa y eso les ha permitido remontar toda clase de obstáculos, tanto físicos como mentales. Es eso lo que les ha llevado a convertir a su otrora monopolio petrolero en una de las empresas energéticas más sofisticadas del mundo y a privatizar sus empresas en formas que generan competencia interna y los obligan a ser cada día mejores. Su actitud no es discursiva como la nuestra: esa actitud ganadora les ha llevado a cambiar, aceptando costos pasajeros en aras de un futuro mejor.
En la conferencia se presentaron muchos indicadores y anécdotas de corrupción, burocracia, desigualdad y subsidios. Ninguno de esos elementos ha sido particularmente crucial en promover o impedir el crecimiento: hay ejemplos de todo pero ninguno los mantiene estancados. El hindú decía que su país crece a pesar del gobierno y, de hecho, que la economía crece de noche porque es cuando el gobierno está dormido. En contraste, en China es el gobierno el que allana el camino. El reto para India es construir la infraestructura de un país moderno, el de China resolver los problemas del poder sin perder su dinamismo. Ninguno la tiene fácil.
Por años parecía que los qués del desarrollo habían sido resueltos y que sólo faltaba encontrar los cómos. Nuestro estancamiento, que ya lleva décadas, muestra lo contrario: no hemos resuelto ni lo más elemental.
El desarrollo no es algo técnico, sino resultado del sentido común y de la disposición a cambiar. Lo que une a estas naciones ha sido su capacidad, cada una a su manera, para crear condiciones de mercado; hacer atractiva la inversión; promover el desarrollo de su capital humano (sobre todo educación y salud); seguridad pública; y cumplimiento de los contratos a un costo bajo.
Nosotros no hemos logrado los acuerdos más básicos ni existe el hambre de querer vivir de una manera distinta: la actitud de cambiar y transformarnos, de una vez por todas. Eso crea un entorno propicio tanto para la frustración como para el abuso y la corrupción. Todo porque no existe la disposición a adoptar una agenda de futuro que todos ofrecen pero nadie asume.
Llevamos décadas hablando del crecimiento pero no hemos desarrollado la actitud necesaria para lograrlo y eso nos deja inmersos en un proceso desgastante en el que todo se hace para privilegiar lo existente en lugar de construir un futuro mejor. Si algo enseñan los BRIC es que la única manera de lograr el desarrollo es querer lograrlo porque eso obliga a pensar en el futuro.