¿Refinar?

Luis Rubio

Hamlet lo hubiera dicho así: el dilema es si refinar o no refinar (y quién). Para nosotros el dilema es serio porque entraña toda una visión del desarrollo y del futuro del país. No menos importante, requiere una capacidad de comprensión y una disposición a apreciar las realidades objetivas. Quizá nunca antes estos dilemas han sido tan claros como desde que López Velarde nos los puso en blanco y negro: los veneros del petróleo nos los escrituró el diablo. El problema es que ahora no se trata de una disquisición poética, sino una decisión fundamental que determinará el futuro del desarrollo del país.

Hace dos semanas escribí un artículo argumentando que la discusión en torno a una eventual reforma petrolera está mal encaminada porque partía de premisas injustificadas. Específicamente, propuse dos cosas: por un lado, que la discusión tenía que centrarse en el hecho de que el petróleo con que cuenta el país se va a agotar en un plazo relativamente corto, aún si se explotan todas las reservas potenciales. Por otra parte, argumenté que el negocio de la refinación es muy poco rentable y que hay mucha capacidad de refinación ya instalada y no utilizada en el mundo por lo que sería mucho más rentable mandar nuestro petróleo a refinar a esas plantas (como ya se hace hoy) o, incluso, comprar algunas de esas plantas para aprovechar los precios relativamente bajos de activos subutilizados. Recibí varios comentarios y críticas a ese artículo, pero sobre todo dos muy relevantes que, viniendo de ingenieros tan respetables, ameritan un análisis serio.

La crítica se resume en los siguientes planteamientos: a) hay elementos que llevan a sostener la necesidad de atender el tema de refinación, sin que esto signifique adoptar una posición cerrada a modalidades de inversión privada, nacional o extranjera, siempre y cuando esto ocurra tras una adecuada regulación; b) los crudos pesados están creciendo como proporción de la producción mexicana; c) las refinerías para crudos pesados son más rentables que aquellas para crudos ligeros; d) la ingeniería mexicana se beneficiaría de proyectos de esta naturaleza; e) Arabia Saudita está invirtiendo masivamente en refinación para crear empleos y una derrama en su país y Venezuela lo está haciendo en China para crear un nuevo mercado; f) la industria petroquímica y de refinación en manos privadas si es rentable; y g) también puede ser un mito eso de que la producción de crudo permitiría financiar la construcción de un futuro viable.

Ante todo, la discusión no puede comenzar por la refinación sino que tiene que remitirse al petróleo mismo. Aunque siempre será posible que se descubra algún nuevo yacimiento de enormes proporciones como resultó ser Cantarell, todos los informes que existen disponibles sugieren que el futuro de la industria petrolera mexicana se va a tener que concentrar en la administración de los viejos campos petroleros y en la explotación de los yacimientos que pudiera haber en las profundidades del Golfo de México. En adición a esto, ninguno de esos informes sugiere que el crudo vaya a durar mucho más que entre dos o tres décadas y eso si todo sale bien.

De ser cierto este escenario, la pregunta relevante tendría que ser qué hacer con los recursos resultantes de la explotación de ese petróleo. Es decir, a diferencia de países como Arabia Saudita, Venezuela o Rusia, que tienen enormes yacimientos, México tiene que concentrarse en la optimización de los que tiene porque no van a durar mucho. Esto implica pensar en el petróleo más como un recurso financiero, una caja fuerte en el piso. De ahí mi propuesta de que habría que olvidarse de proyectos elefantiásicos en refinación y petroquímica para destinar el dinero producto de la explotación y exportación del petróleo en transformar al país para cuando ya no contemos con recursos petroleros.

Emplear recursos escasos en la construcción de grandes refinerías sería muy atractivo para la ingeniería mexicana, pero no le dejaría mayor riqueza al país. Esto no implica que no sea urgente apoyar y promover el desarrollo de la ingeniería mexicana. Al contrario. Pero la refinación y la petroquímica no serian los lugares lógicos para hacerlo, además de que la derrama económica sería muy pequeña. El ejemplo de Arabia Saudita, cuya riqueza es distinta de la nuestra y por lo tanto cuyo costo de capital es bajísimo, no es aplicable a México. Tampoco lo es Venezuela, cuya lógica es geopolítica y no de desarrollo económico.

 

Todo esto no niega la posibilidad de que el país pudiera beneficiarse de que hubiera nuevas refinerías. La pregunta es si sería inteligente destinar recursos escasísimos del erario cuando presumiblemente podría haber empresas privadas dispuestas a correr el riesgo implícito. Cualquier proyecto en este sentido debería ser bienvenido siempre que no implique recursos fiscales (o sea, que sea privado) y que no requiera subsidio alguno. En este sentido, no sería aceptable venderle a esas refinerías el crudo un centavo por debajo del precio de referencia internacional, corregido por ahorros en transporte. Otra manera de hacer lo mismo, pero salvando el debate constitucional, sería que una empresa privada celebre un contrato con Pemex para que le suministre crudo (en términos comerciales, no como maquila) para una refinería en Guatemala o una isla del Caribe con ventajas logísticas. Digo que en términos comerciales, para que los privados asuman riesgos, que en nuestra realidad nunca han tenido que asumir. El tema central es que la población no tiene por qué asumir los costos de una industria que, al menos en México, nunca ha sido viable sin subsidios.

 

Al final del camino, la disyuntiva es doble. Ya que el petróleo mexicano es, en términos relativos, limitado, la pregunta importante es cómo emplear esos recursos de la manera más eficaz para propiciar el desarrollo del país: invirtiéndolo en una industria marginalmente rentable y con un futuro dudoso o emplearlo para acelerar la construcción de una nueva base para el desarrollo del país: la de la creatividad humana para la era de la economía del conocimiento. La otra disyuntiva tiene que ver con la función del gobierno en el desarrollo del país. Una forma de avanzar el desarrollo es subsidiando a unos cuantos productores, confiando en que su esfuerzo se traduzca en beneficios para la colectividad. La otra forma, la que me parece mucho más lógica y apropiada para un país con nuestra distribución del ingreso, sería apostar al desarrollo del mexicano común y corriente a través de la educación, la salud y un entorno de seguridad para todos. Es cuestión de prioridades.