Luis Rubio
¿Podremos romper los círculos viciosos que nos atan al pasado y que impiden a la población desarrollar su capacidad creativa? La pregunta no es retórica. México es como un gran buque, listo para zarpar, pero que permanece permanentemente varado en un dique seco porque la inmovilidad es lo que conviene a unos cuantos intereses particulares. Hoy el gobierno y muchos legisladores parecen dispuestos a modificar esta realidad, pero enfrentan un entorno que hace difícil, si no imposible, romper con los círculos viciosos que tienen atado al país.
Desafortunadamente, parece certero afirmar que, por mucho tiempo, la retórica pública seguirá concentrada en discusiones que poco tienen que ver con los temas que podrían significar una verdadera diferencia para el desarrollo del país. Tal parece que los temas de discusión seguirán enfocados en temas como el TLC agropecuario, las huelgas, los contratos colectivos o la propiedad de los recursos energéticos. Lamentablemente, nada de esto servirá a lo que realmente importa para el país y que tiene que ver con temas como: la productividad de la planta productiva, la calidad de la infraestructura física, el desarrollo del capital humano y la capacidad del gobierno para articular una estrategia de desarrollo y sumar a la población detrás de ella.
En nuestro país siempre es fácil politizar todos los temas y debates. Sin embargo, aunque pudiera parecer igualmente inútil, necesitamos una discusión distinta a la actual. No es que muchos de los temas que se debaten carezcan en absoluto de mérito; el problema es que la discusión típicamente se concentra en los temas relativos a los intereses de unos cuantos grupos de poder y no en lo que permitiría cambiar la lógica de desarrollo del país.
Tomemos un ejemplo evidente: el componente agropecuario del TLC. Nadie en su sano juicio puede dudar de la pobreza que caracteriza a buena parte del campesinado mexicano. Pero tampoco es posible dudar del hecho de que esa pobreza antecede por algunos siglos al TLC y, por lo tanto, nada tiene que ver con este mecanismo orientado a normar el comercio regional. La retórica que estigmatiza al TLC esconde la realidad de los subsidios que acaparan las organizaciones campesinas (y la corrupción que de ahí se deriva) y no tiene relación con el bienestar de los agricultores o la productividad del campo. Suspender o «renegociar» el TLC, ese eufemismo inventado para evitar confrontar el tema de fondo, no haría sino desviar, una vez más, la atención de lo que es crítico para el desarrollo del país y, en este caso, del campo.
La retórica refleja una realidad y un estado de ánimo. La realidad es una de intereses creados que se preocupan por que nada cambie para preservar sus privilegios. Ahí tenemos a los sindicatos del gobierno y sus empresas que se han convertido en los grandes depredadores de los recursos naturales y humanos en el país. Antes -en la era priista- los sindicatos eran parte integral del sistema político y cumplían una función de control sobre los trabajadores a cambio de beneficios para sus líderes. Bueno o malo, el mecanismo le era funcional al sistema y sin duda contribuyó a la estabilidad política del país, pero nadie puede dudar que era, y es, contradictorio con el desarrollo del país o el incremento de la productividad. El sistema priista estaba diseñado para controlar a las bases a través de la mediatización de sus líderes, pero no tenía por objeto lograr un mejor desempeño de empresas y entidades clave para el desarrollo del país y por eso son como son los sindicatos de Pemex, el SNTE, el SME o de la UAM.
El país requiere y merece una discusión seria sobre estos temas, no un conjunto de monólogos sobre los derechos de un sistema sindical que impide la búsqueda de la productividad que el país requiere para poder competir en el mundo. Esto crea un estado de ánimo derrotista, incompatible con las aspiraciones de la población, todo lo cual no hace sino beneficiar el statu quo.
Las reformas que modificaron la realidad en muchos ámbitos no cambiaron el paradigma político institucional que caracterizó al país por décadas. El paradigma priista era uno fundamentado en la noción de dominio y control, no de competencia y crecimiento de la productividad. Para un sistema dominado por jugadores únicos (igual el PRI que Pemex), lo lógico era privatizar un monopolio como Telmex sin modificar su estructura. Lo mismo es cierto del sistema político-electoral: pasamos del monopolio de un partido a una colusión partidista antidemocrática. Todos odian la competencia y hacen hasta lo indecible por minimizarla, cuando no extinguirla.
La competencia electoral no ha resuelto los problemas esenciales del país o creado mejores maneras de discutirlos o resolverlos. En todo caso, lo contrario es más cierto: el fin del monopolio priista trajo consigo disfuncionalidades derivadas de la nueva realidad del poder: se debilitó la presidencia de la República pero se dio la consagración de los gobernadores como amos y señores de sus tierras y la independencia de los sindicatos como entidades libres del yugo presidencial que era inherente al viejo sistema autoritario. Es decir, en lugar de que el cambio de régimen político liberara fuerzas y recursos se crearon múltiples centros de poder que se caracterizan por un objetivo común, que es mantener el statu quo para preservar sus privilegios.
La realidad que esto arroja no es particularmente atractiva y por eso el tono de desazón evidente en la población y su indisposición a abrazar proyectos de desarrollo potencialmente transformadores. La población enfrenta en su vida cotidiana la realidad de un mercado que demanda mayor productividad y un mejor desempeño pero, por otra parte, puede observar el abuso de los sindicatos, la ausencia de soluciones y la fuerza de los grandes intereses que afectan su vida cotidiana. Es decir, el mexicano promedio vive una existencia un tanto esquizofrénica que resulta de la contradicción entre un mundo que se mueve con celeridad y la retórica de nuestros políticos que pretende conferirle legitimidad a un mundo de intereses particulares que hace miserable la vida a la población.
El potencial de modificar la realidad actual para enfocarnos hacia una era de crecimiento económico elevado está directamente vinculado con la capacidad que tengamos de romper con el viejo paradigma monopolista, controlador y hostil a la competencia. Es decir, tenemos que comenzar por identificar nuestras verdaderas dificultades, debatir sobre ellas y comenzar a encontrar salidas en el contexto de qué es lo que el país necesita para construir el mañana, en lugar de seguir atados a lo que queda de un pasado que no contribuye al crecimiento ni al desarrollo.