Luis Rubio
La elección presidencial estadounidense ha cobrado formas inesperadas que, inexorablemente, nos impactarán. La elección ocurre en un contexto económico desfavorable en el que, indirectamente, somos protagonistas, sin que eso nos confiera capacidad alguna de afectar el proceso o su resultado. Parafraseando a Trotsky en otro contexto, el mexicano promedio puede no estar muy interesado en la elección estadounidense, pero esa elección está muy interesada en él. Es tiempo de prepararnos para los escenarios que de ahí pudieran emerger.
Más allá de lo que lo que ocurre en Estados Unidos y de cómo factores como los migrantes mexicanos o el comercio bilateral han contribuido a la dinámica del momento electoral, no hay país en el mundo que tenga una estructura tan formidable de presencia política y consular en Estados Unidos como México (con virtuales embajadores en casi todos los estados de esa nación). Un ex embajador canadiense en Washington con frecuencia me comenta su incomprensión ante nuestra incapacidad para convertir esa estructura en capacidad de influencia. La ironía es que México y lo mexicano son temas fundamentales de la dinámica política actual pero, como no somos factor de poder, nos utilizan como el chivo expiatorio más natural.
Tres son los temas centrales: el contexto económico y socio político; la elección misma y sus avatares específicos; y las consecuencias que ambos procesos y circunstancias entrañan para nosotros.
Vayamos por partes. Ante todo, el contexto en el que tiene lugar esta contienda electoral es altamente inusual. No es la primera vez que una elección tiene lugar en momentos de dificultad. Lo que es relativamente nuevo, es el efecto de la globalización en el proceso político. En primer lugar, los americanos están enfrentando la complejidad de la globalización en el plano económico en la forma de una inmisericorde competencia vía importaciones, adquisiciones de activos importantes por parte de extranjeros, especialmente de los llamados fondos soberanos, propiedad de gobiernos, no de empresas, y en el enorme número de inmigrantes, sobre todo ilegales y particularmente mexicanos. En segundo lugar, los ataques terroristas de hace siete años trajeron, por primera vez en su historia, conflictos externos y distantes a su territorio continental. Ese hecho cambió la dinámica ejecutivo-legislativo, la presidencia asumió poderes extraordinarios y, para un país cuya historia se origina en una revolución contra el gobierno, al que se ve con suspicacia, un enorme fortalecimiento del gobierno respecto a la sociedad.
Finalmente, y de particular trascendencia para nosotros, los dos temas más álgidos del contencioso debate actual el comercio y la migración- han sido adoptados, uno por cada uno de los partidos políticos, como lo medular de la agenda política que viene. Los Republicanos han hecho de la migración el corazón de su propuesta para enfrentar el desafío global que enfrenta su país; los Demócratas han enarbolado la protección de su economía respecto de las importaciones como el meollo de su plataforma. De esta manera, sea cual fuere el resultado de la elección, tenemos frente a nosotros tiempos complicados.
Por lo que toca a la elección misma, dado el desprestigio en que ha caído el presidente Bush, todo indicaba que ésta sería la gran oportunidad de los Demócratas. En la expresión estadounidense, ésta era una elección ganada de antemano. Pero, como todos hemos podido observar, los Demócratas no han sido particularmente diestros en asir la oportunidad y se han consumido en una contienda interna particularmente virulenta. No sobra decir, otra vez, que mucha de esa virulencia se refiere a temas que son de nuestra incumbencia y de los que somos, directa o indirectamente, protagonistas. De esta forma, mientras que el candidato Republicano John McCain avanza viento en popa hacia su nominación y está armando su estrategia de campaña con todo el tiempo para nominar a su compañero o compañera de fórmula (tema central dada su edad y los distintos componentes de su base política), los Demócratas apenas están concluyendo un proceso de nominación malogrado. Con todo, no hay que perder de vista el hecho que ha habido casi tres votantes Demócratas en las primarias de ese partido por cada Republicano, lo que sugiere que esa base política está mucho más activa y politizada. La forma en que concluya la nominación del candidato Demócrata y la persona que acabe siendo nominada como compañero de fórmula de McCain seguramente decidirán la elección.
Independientemente del resultado de la elección, dos cosas son seguras. Una, se espera una verdadera vorágine legislativa a partir del próximo enero. Todos los estudiosos y practicantes anticipan grandes iniciativas en materia de regulación, relaciones ejecutivo-legislativo y de promoción económica. Independientemente de quien gane, Estados Unidos ha experimentado grandes cambios de facto en su realidad económica y política en estos años y todo mundo quiere legislar al respecto. Desde luego, tanto el sentido de esa legislación como sus ejes medulares van a depender del resultado del voto.
Y ahí es donde entramos nosotros. Por un lado, los mexicanos residentes en EUA son un tema central del debate pero, como no están organizados, no existen políticamente; y al no existir (y, central en este momento, al no votar) nadie los toma en cuenta. Por otro lado, nuestro formidable aparato consular en ese país está volcado hacia la atención a los mexicanos residentes allá. Es decir, se trata de dos submundos mexicanos en otro país. De esta forma, para ponerlo de manera directa, tenemos dos inmensos activos potenciales que no existen en la realidad política. En lugar de fortalecerlos y convertirlos en fuente de influencia como sugiere mi amigo canadiense, nuestros prejuicios nos llevan a no inmiscuirnos en lo que es legítimo allá, mientras que dedicamos ingentes esfuerzos a ponerle pimienta debajo de la nariz al Tío Sam en la forma de un lugar en el Consejo de Seguridad de la ONU. Paradojas de la vida.
Tanto en materia migratoria como comercial, los americanos están avanzando en direcciones potencialmente muy perniciosas para nosotros (y, sin duda, para ellos). Pero no debemos perdernos en la racionalidad de esas iniciativas, pues ambas son políticas, no económicas. Lo crucial es que, gane quien gane, vienen tiempos aciagos y no estamos preparados para las contingencias. Nuestra incapacidad para utilizar nuestros activos allá hace imposible hacer valer nuestra perspectiva en los dos temas más delicados de la relación bilateral y eso, más que la elección misma, es lo que debería concentrar toda nuestra atención.