Luis Rubio
Yo también quiero. Ese es el mensaje de la abrumadora mayoría que piensa votar por AMLO. Quieren ser ganadores y no han tenido la oportunidad. Esto es lo que no han entendido Calderón y Madrazo, pero también es un mensaje que escapa al propio AMLO: la gente no quiere venganza ni echar el reloj para atrás, tampoco ignorar al resto del mundo. Lo que la gente desea es ser parte del desarrollo: tener una oportunidad. El riesgo de confundir el sentido de este anhelo es enorme.
El mensaje del votante mexicano, sobre todo de quienes simpatizan con AMLO, es de insatisfacción por haber quedado marginado del desarrollo del país: existe el deseo por ser parte integral del mismo. Alienados por un proceso de cambio económico que los ha dejado a un lado, esos votantes no quieren seguir así. En el pasado, habrían tenido que apechugar. Hoy, el voto les ha dado la oportunidad de hacer valer su reclamo. El gran mérito de AMLO es haber reconocido esa veta en la sociedad mexicana, ese sentido de alienación y esos miedos y haberlos convertido en un movimiento capaz de ganar una elección. Pero, al mismo tiempo, el riesgo es que AMLO y su equipo malinterpreten el verdadero clamor popular que él ha convertido en un movimiento social. Como demuestra cada mexicano que migra hacia Estados Unidos, lo que la población quiere es una oportunidad, no una vuelta a un pasado inefable y mucho más intolerable que el presente.
Una manera de apreciar el momento político actual es preguntarse qué ve el votante a su derredor que le lleva a manifestar su preferencia por AMLO. No es muy difícil: contempla un mundo cerrado e inaccesible. Y, por si fuera poco, se da cuenta cómo los sindicatos más abusivos hacen de las suyas, obtienen prestaciones inconfesables y viven cual reyes, mientras ellos tienen que sobrevivir en condiciones miserables. Ven cómo Carlos Slim se dedica a pontificar un día sí y otro también sobre cómo crear medios para preservar y aumentar su propia riqueza en formas que no son atractivas ni posibles para ningún otro ciudadano. Observan todo eso y, al verse en el espejo todos los días, concluyen lo obvio: ¿y yo por qué no?
La forma agresiva y hasta violenta en que se manifiesta la campaña de AMLO no debe distraernos del tema central: el verdadero reclamo popular no es por cambiar el rumbo, sino por ser parte del mismo: ser ganador y no un eterno peón de una hacienda en la que sólo el patrón sale adelante. En esto, los contrastes en nuestra economía son dramáticos precisamente porque perviven dos mundos que difícilmente son asibles para el ciudadano común y corriente: estamos avizorando el potencial del mundo globalizado, pero insistimos en reproducir formas de organización y producción de la era de la Revolución Industrial.
En las últimas décadas dimos algunos pasos extraordinarios, tanto en lo económico como en lo político, hacia el desarrollo, pero éste no ha trasminado hacia la población en general y de ahí el enorme resentimiento que ha canalizado AMLO. La pregunta es si los votantes aceptan todo el discurso proferido por AMLO en su campaña o sólo lo están viendo como un medio para exigir lo que legítimamente perciben es su derecho. El entorno democrático les ha conferido una herramienta invaluable para hacer sentir su inconformidad y el discurso de AMLO ha resultado sumamente creíble y atractivo para esa porción del electorado que sabe que no se ha beneficiado pero cuyo objetivo es ser parte del México exitoso.
México no es el primer país que transita por una situación semejante. India es quizá el mejor ejemplo de ello. Por más de una década, el gobierno impulsó ambiciosas reformas económicas que comenzaron a transformar la base productiva de un país extraordinariamente pobre. Unos cuantos cambios, relativamente modestos, abrieron oportunidades que antes parecían impensables. Millones de hindúes formaron parte de la nueva sociedad económicamente integrada y exitosa; la capacidad de consumo comenzó a crecer y tanto políticos como ciudadanos empezaron a hablar en términos del enorme potencial que había hacia adelante.
Pero vinieron las elecciones y, contra toda expectativa, el Partido del Congreso ganó, de manera avasalladora, con un discurso retardatario, restaurador, socialista en contenido, es decir, el viejo discurso del partido que había dominado la política hindú por décadas desde su fundación: el equivalente del discurso que hoy enarbola AMLO. Pero al triunfar, el liderazgo del partido, en la persona de Sonia Gandhi, reconoció que la población no había votado por ellos o su discurso, sino por la alienación que la población percibía por la falta de oportunidades. En una palabra, el partido reconoció que lo que la población había manifestado era su desprecio por no ser parte de la nueva economía que comenzaba a trasformar a la India. Acto seguido, el partido nombró como primer ministro al hombre que había sido el padre de las reformas veinte años antes: Manmohan Singh, un tecnócrata como los nuestros.
Algo similar ocurrió en Brasil con la elección de Lula. Luego de una campaña militante y agresiva, al asumir la presidencia, el ex líder obrero comprendió que urgía, no una reversión a lo disfuncional, sino una estrategia de fortalecimiento de las oportunidades de la población pobre para que pudiera integrarse a los circuitos de la economía moderna. Tanto Brasil como India, dos economías que enfrentan retos similares a la nuestra, están intentando lo posible por salir de la trampa de la pobreza en que han vivido por décadas o siglos. La diferencia con nosotros es que, en estos últimos años, han aprendido que no es con encono como se avanza hacia un mejor estadio para el desarrollo, sino con la integración de la sociedad pobre al desarrollo productivo. Y en esta era, eso se llama globalización. Lo que hace falta es crear las condiciones para que toda la población, y no sólo una parte, tenga acceso a esa oportunidad.
El mexicano quiere integrarse al desarrollo. Si no fuera así, no estaría buscando migrar a Estados Unidos ni pagaría porciones enormes de su ingreso para que sus hijos tengan una educación mejor que la disponible de forma gratuita en el sistema educativo público. Ese México pobre se manifiesta por primera vez de una manera tan asertiva porque encontró el medio para lograrlo —el voto— y el conducto que entiende sus dilemas —AMLO—, no porque desee acabar con lo existente, sino porque quiere ser parte del éxito. No hay nada más legítimo que eso ni más meritorio. Falta que lo entiendan los tres candidatos, porque en realidad ninguno muestra la menor claridad al respecto.