Luis Rubio
¿Al Qaeda, la ETA o una alianza entre terroristas para fines electorales? El terrorismo es terrorismo y punto. Pero es obvio que el membrete hace una diferencia política enorme y eso es lo que manifestaron los votantes españoles el pasado domingo. Ese día, el triunfo de la democracia fue contundente. España demostró ser, una vez más, una democracia ejemplar. A pesar del enorme golpe que constituyó el ataque terrorista del 11 de marzo, los españoles, perfectamente conscientes de lo que estaba de por medio, manifestaron primero su unidad y repudio absoluto a la violencia y luego, dos días después, se volcaron a las urnas a votar. En lugar de politizar el luto, los españoles se unieron y en vez de retar la institucionalidad, se expresaron en las urnas. Pero no es obvio que el ceder ante el terrorismo, los exima de ataques futuros y quizá se haya evidenciado la vulnerabilidad de la democracia ante la manipulación externa.
El resultado electoral refleja un cambio de parecer significativo en una porción del electorado no comprometido con ninguno de los dos partidos grandes, el PSOE y el Partido Popular. Por años, el desempeño del PP había sido tan exitoso que incluso muchos españoles reticentes a apoyar a un partido de centro derecha, luego de años de dictadura franquista, se convirtieron en su principal fuente de sustento político. Las encuestas previas a los bombazos de la semana pasada le conferían un cómodo triunfo al sucesor del presidente Aznar, situación que claramente se revirtió como resultado del ataque terrorista. Para muchos españoles, la política exterior de apoyo a la lucha antiterrorista estadounidense era errada pero, hasta el momento del atentado, sus beneficios más que compensaban una alternativa electoral.
La experiencia del ataque terrorista fue tan brutal y el resultado electoral tan contundente, que nadie puede albergar dudas del sentimiento popular. Desde que el presidente Aznar optó por la alianza con Estados Unidos y en contra del bloque germano-francés en la antesala de la invasión a Irak, no sólo el PSOE encabezó la oposición, sino que, a juzgar por las encuestas, una amplia mayoría de los españoles sostenía un sentimiento igual. A pesar de lo anterior, el liderazgo del presidente Aznar había sido tan convincente y sus resultados tan exitosos, que el candidato de su partido gozaba de una clara ventaja en los sondeos de opinión. Los bombazos fueron entendidos por la población como una represalia, una venganza contra España por su política exterior. Además, el manejo de la crisis por parte del presidente Aznar fue poco afortunado y eso en nada le ayudó a su candidato. Ciertamente hay otras interpretaciones posibles, pero la verdad política se reflejó, categórica, en las urnas.
Hay dos perspectivas analíticas que permiten especular sobre lo que significa la combinación terrorismo-democracia. Lo primero que resultó impactante del fin de semana pasado fue el estoicismo del pueblo español. Acostumbrados a la violencia de la ETA, los españoles se unieron para manifestar su repudio a la violencia, venga de quien venga. Para cuando tuvieron lugar las colosales manifestaciones del 12 de marzo, que unieron a cerca del 25% de la población total del país, corrían ya diversas versiones sobre la autoría del crimen que en un principio se había atribuido a la organización terrorista vasca. Los españoles no se dejaron amedrentar: independientemente del origen del ataque, el terrorismo es execrable y todos se sumaron al rechazo. La respuesta fue ejemplar.
Tres días después de los atentados, en el marco de la jornada electoral, la información disponible ya apuntaba con gran fuerza hacia Al Qaeda o, al menos, hacia alguna agrupación radical islámica asociada o semejante a aquella organización. Los españoles pudieron haber roto con los marcos democráticos, salir a las calles, organizar desmanes, encabezar manifestaciones fascistoides o gritarle al presidente Aznar; pero lo que hicieron fue manifestarse pacíficamente y, sobre todo, salir a votar. El número de votantes fue significativamente superior al de la elección anterior, lo que confirma el deseo de la población de hacerse presente, pero de una manera plenamente institucional. La población optó por un gobierno distinto sin necesidad de apelar a otros medios que no fuera el voto depositado en la urna, mostrando que las instituciones democráticas tienen vida propia y que, a pesar de que muchos reprobaban algunos aspectos de la política del gobierno ahora saliente, nadie, excepto la ETA, recurrió a medios no democráticos para hacer valer su punto de vista. Momentos como estos ponen a prueba las instituciones y a los actores políticos. Los españoles, no cabe duda, evidenciaron su enorme madurez política. Los mexicanos podríamos aprender mucho del comportamiento de los españoles en estos días.
Si la democracia española triunfó en forma visible, el golpe terrorista que antecedió a la jornada electoral, abre más preguntas que respuestas. Para comenzar, esta es la primera vez que Al Qaeda, o una organización similar, ataca en el corazón de Europa. La interpretación inmediata (y lógica) es que se trata de una venganza. A pesar de que Europa lleva décadas sufriendo el azote de variados actos terroristas (aunque pocos de esta magnitud), es la primera vez que una organización islámica actúa con brutalidad en la región. La gran pregunta es si estos bombazos constituyen el inicio de una nueva escalada o si se trata de un acto aislado. De lo que no hay duda es que, a pesar de su oposición a la estrategia estadounidense respecto a Irak, países como Alemania y Francia han sido por demás diligentes para cooperar en materia de seguridad. El tamaño de la población islámica en varios países europeos y la tensión que han generado algunas de sus acciones recientes (como la nueva ley francesa que prohíbe usar símbolos religiosos en público), sugieren que los riesgos crecen en lugar de disminuir. Cualquiera que sea su respuesta, los europeos seguramente actuarán de manera distinta que Estados Unidos, pero sus preocupaciones no serán menores.
En el tiempo podremos saber con certeza tanto el origen del atentado como su dinámica interna. Por vía de mientras parece obvio que la guerra del fundamentalismo totalitario llega a Europa. Es posible que España sea su primera víctima y que el golpe haya sido calculado con precisión para infligir el máximo daño humano y político a un miembro de la coalición aliada. Pero también es probable que, una vez establecida dentro del continente, sea capaz de todo. El fundamentalismo islámico no sólo está en guerra con Estados Unidos y sus aliados, sino con todos los que, desde su perspectiva, son infieles. Y en esa categoría caben las demás naciones del continente.
De confirmarse la autoría de Al Qaeda, las implicaciones serían mayúsculas. Hasta ahora, Al Qaeda había perdido espacios de acción. Luego de los espectaculares ataques a Estados Unidos en 2001, los americanos han logrado agenciarse, por las buenas o por las malas, la cooperación de la mayoría de las naciones islámicas, tienen control territorial de naciones que antes le eran particularmente hostiles, como Afganistán que le daba refugio a los líderes de la organización terrorista e incluso han logrado cercarlos en las montañas que separan a esa nación de Pakistán. Hay quienes suponen que un asalto a Pakistán, así sea indirecto o a cargo de terceros, está previsto. Desde esta perspectiva, era evidente que si Al Qaeda deseaba mantener su credibilidad, debía asestar un golpe brutal y escogieron a los españoles como sus víctimas.
Pero de comprobarse que el ataque no provino de Al Qaeda, las implicaciones políticas internas serían mayúsculas. Además de que los electores habrían demostrado susceptibilidad a presiones de esta naturaleza, resultaría evidente que algún interés interno habría manipulado la elección. La historia puede ser larga.
La pregunta es qué sigue. Una de las diferencias significativas de los bombazos en Madrid respecto a otras operaciones de Al Qaeda es la naturaleza del ataque: no fueron ataques suicidas sino detonaciones remotas, lo que presume una organización en forma, con experiencia y capacidad de acción. Esto pone al nuevo gobierno socialista en un predicamento. Una de las cosas que hicieron popular al presidente Aznar fue su inflexibilidad con la ETA. Ahora, José Luis Rodríguez Zapatero, presidente electo, tendrá que enfrentar la amenaza de nuevos ataques por parte de Al Qaeda y la del enemigo en su propia casa. No sería extraño que frente a este escenario, como ha ocurrido tantas otras veces en la vida política de múltiples países, el nuevo gobierno recurra a muchas de las políticas que antes, desde la oposición, rechazó.
El ataque terrorista del pasado 11 de marzo en Madrid promete ser tan importante para España y Europa como el 11 de septiembre lo fue para Estados Unidos. Lo anterior no implica que la respuesta europea sea igual a la norteamericana, pero sí que la lógica de su acción cambiará. No habían pasado ni 48 horas desde el estallido de las bombas cuando el gobierno alemán convocó a los ministros europeos a una reunión de emergencia sobre el terrorismo y que el presidente de la Comisión Europea propusiera la creación de un nuevo Comisionado responsable del tema. Es decir, los gobiernos europeos han sido consecuentes con la máxima de que el terrorismo es terrorismo independientemente del arma que utilice. Y esto constituye un giro radical en más de un sentido.
Los españoles que sufrieron en carne propia el golpe terrorista pudieron iniciar una lucha política intestina que pusiera en entredicho la solidez de su democracia. El que no lo hayan hecho muestra qué tanto puede crecer, desarrollarse y madurar una nación y su democracia. Está por verse qué ocurrirá en el frente terrorista pues, a final de cuentas, las bombas constituyen un triunfo para el terrorismo; pero en el político, España es una nación verdaderamente envidiable.
México
Valiente la postura del presidente Fox frente a las bombas de Madrid. Parecía como si estuviera respondiendo a los ataques contra Estados Unidos en 2001. Ya era hora de que México se definiera con claridad.