Luis Rubio
La velocidad con que se mueve la economía internacional es verdaderamente impactante. Sin embargo, a pesar de que un número cada vez mayor de naciones se integra a la economí
a global, principalmente a través de sus exportaciones, no todas son igual de exitosas. Algunos países, como varios de los llamados tigres en el sudeste asiático, han logrado no sólo tasas de crecimiento econ
ómico de dos dígitos a lo largo de las últimas décadas, sino también avances enormes en materia de pobreza y desigualdad. Otros, igualmente integrados a la economía internacional, han logrado niveles muy significativos de exportació
n y, sin embargo, han sido incapaces de involucrar al conjunto de sus poblaciones en los beneficios que debían derivarse de esa integración. Hay muchas hipótesis que pueden servir para explicar las diferencias entre unos y otros; algunas de é
stas se remiten a las políticas públicas, en tanto que otras se refieren más a los factores estructurales que marcan una diferencia entre unas sociedades y otras (aunque, por supuesto, tambié
n pueden ser objeto de modificaciones como resultado de las políticas públicas en el largo plazo). De entre todos los factores que tienen influencia sobre estos resultados, uno crucial es el de las reglas del juego, el Estado de derecho.
Hace años, Francis Yuen, un antiguo gerente del mercado de valores de Hong Kong, solía decir que existen tres factores cruciales para el desarrollo económico: el Estado de derecho, el flujo libre de información (sobre todo a travé
s de una prensa libre) y el libre flujo de capitales. Si uno quiere aterrizar todavía más estos conceptos, podría agregar los siguientes seis: acceso libre a la información y a los mercados globales, protección de la propiedad fí
sica e intelectual, libertad de expresión plena, un gobierno legítimo, competente y con contrapesos adecuados, una población educada y una sociedad fincada en reglas del juego claras, explícitas y conocidas por todos. Virtualmente no hay un pa
ís exitoso que no cuente con todos estos elementos y viceversa: prácticamente todos los países que cuentan con estos factores son exitosos.
Si tratamos de ubicar a México en este espectro de factores, vamos a encontrar que nuestro país satisface algunos y está cojo en otros; y que en algunos má
s satisface la formalidad pero no la realidad. La existencia o ausencia de estas condiciones hace una gran diferencia. Valga la comparación entre un sistema con reglas del juego claras y explícitas con otro que funciona bajo reglas « no esc
ritas» del juego para apreciarla con más claridad y para valorar de mejor manera los costos y beneficios de nuestra realidad actual.
En las economías avanzadas exitosas, una empresa opera dentro del contexto de un sistema de reglas bien establecido y enraizado. Sin esas condiciones, esas econom
ías no serían exitosas ni avanzadas. Las empresas que operan en esa realidad conducen sus negocios a través de mecanismos sujetos al escrutinio público (por ejemplo, a través de contratos), leyes que son conocidas amp
liamente por todos y, no menos importante, que se hacen cumplir de una manera consistente y razonablemente expedita. Cuando alguna de las partes en una relación (tí
picamente contractual) manifiesta un desacuerdo con la otra, puede acudir a diversos mecanismos de resolución de disputas: desde una negociación directa o un arbitraje, hasta los tribunales y los diversos recursos de apelació
n que son reconocidos como válidos por ambas partes. Aunque pudiera no ser evidente para quienes operan en ese contexto, la construcción de un sistema de convivencia (económica, social y política) fundamentado en reglas del juego explí
citas y confiables entraña un enorme costo fijo. Es decir, hay enormes costos involucrados en el establecimiento de un sistema legislativo y judicial, de mecanismos para el diseño e interpretación de las leyes y de instrumentació
n de contratos. Sin embargo, una vez que éstos han sido creados, el costo incremental de hacer cumplir un nuevo contrato es virtualmente cero. Quizá lo más importante, como confiadamente está ocurriendo en el á
mbito electoral, una vez que el sistema existe, todo mundo lo considera un hecho consumado.
México cuenta con muchos de los elementos formales de un sistema fundamentado en reglas explícitas, pero éste no cumple cabalmente con su cometido. Por eso es interesante observar cómo opera un sistema que no cuenta con reglas explí
citas, como el llamado guanxi en China. Según lo explican los profesores Shuhe Li y Shaomin Li, de la Universidad de Hong Kong, ( The Road to Capitalism)
la economía china no opera con base en reglas explícitas, sino en función de relaciones personales. Las transacciones de negocios se realizan no en funció
n de la fortaleza de un contrato (que se puede disputar frente a un tribunal), sino de acuerdos personales; las transacciones son todas de carácter privado, por lo que no existe elemento alguno en la esfera pú
blica que pueda obligar a su cumplimiento. El sistema opera en función de la confianza personal. Todo aquel que quiere interactuar con un desconocido tiene que recabar informació
n de su contraparte por su propia cuenta: sus activos y pasivos, su reputación, la capacidad de obligarlo a pagar si no se le da la gana hacerlo (lo cual se realiza por vía de extorsión, toma directa de sus activos o hasta
secuestro). Se trata de un mecanismo casi bí
blico (ojo por ojo y diente por diente) pero que obviamente funciona. El problema es que es muy costoso tanto para los empresarios o ciudadanos como para la sociedad en su conjunto. Ese costo se traduce en un in
tercambio comercial restringido a la red de relaciones personales que existe o a la que se pudiera desarrollar, que siempre será menor a la que existiría bajo un régimen legal debidamente constituido.
Un sistema de reglas explícitas y confiables requiere un orden público consumado y, por definición, costoso. Un orden público integral entrañ
a una estructura legal, un sistema judicial organizado y funcional y una autoridad con capacidad y disposición de hacer cumplir la ley. Un sistema fundamentado en relaciones personales no requiere más que el mínimo de orden pú
blico, pues el resto, desde la transacción hasta el cumplimiento de lo pactado (así sea obligado por medios de dudosa legalidad, incluyendo acciones de carácter mafioso), lo llevan a cabo los interesados. Lo ú
nico que necesitan saber los involucrados es que no los van a asaltar camino al banco y que el banco va a cumplir con su responsabilidad de cuidar el dinero. Evidentemente, encontrar clientes, proveedores y socios conf
iables en un sistema de esa naturaleza es extraordinariamente costoso, razón por la cual la mayoría de las transacciones se realizan entre parientes y amigos. Pero evidentemente hay lí
mites naturales a un sistema de esta naturaleza, pues no puede operar más que a nivel local o, en el mejor de los casos, a nivel regional. Es decir, un sistema fundamentado en relaciones y el conocimiento personal de los clientes y proveedores entra
ña las semillas de sus propias limitaciones al crecimiento. Muchos sectores industriales y de servicios en el país (incluyendo los bancos) no pueden crecer porque no cuentan con mecanismos pú
blicos para obligar a que sus clientes les paguen en el plazo establecido. Es decir, aunque contamos con leyes y tribunales, en la práctica, mucha de la actividad económica en el país depende de las relaciones personales.
Esto último es muy importante. Si bien en el país existen las instituciones formales que son necesarias para que se desenvuelva la actividad económica de una manera normal,
la realidad es que esas instituciones tienden a ser disfuncionales, corruptas, ineficientes y, por lo tanto, inútiles para cumplir su cometido. Esto nos coloca en una situación paradó
jica: debido a que en China no existen las instituciones formales que son necesarias para el funcionamiento de la economía, su gobierno sabe bien que tiene que desarrollarlas. En contraste, como en Mé
xico existen las instituciones formales, nadie reconoce su disfuncionalidad.
En la medida en que una sociedad se torna más compleja, comienza a demandar reglas explícitas del juego. Eso es precisamente lo que ocurrió en el plano electoral: llegó un momento en el que nadie, ni las fuerzas políticas ni la ciudadaní
a, estaba dispuesto a aceptar un sistema sesgado y no confiable. Lo mismo ocurre en la economía. Hoy en día, la economía mexicana enfrenta ese mismo tipo de problemas: severas limitantes al desarrollo, inexistencia de crédito, prá
cticas empresariales incompatibles con el mundo moderno y un mundo de disputas entre actores económicos que no se pueden solucionar con los parámetros tradicionales. No es casualidad que uno de los sectores que má
s prospera es precisamente el informal, donde todo se fundamenta en relaciones personales; llegará el día en que éste ya no pueda crecer
porque las reglas informales o las relaciones personales ya no alcanzan para manejar negocios grandes. La pregunta es si para entonces ya contaremos con un Estado de derecho en pleno que permita el desarrollo integral del país.