Milenio nuevo, problemas viejos

Luis Rubio

El mundo del nuevo milenio va a ser muy distinto al que acabamos de concluir. Aunque sea muy poco lo que cambió entre el fin del mes de diciembre y el inicio del mes de enero, el simbolismo del cambio de siglo y de milenio es extraordinario. El inicio del 2000 nos obliga a ver hacia adelante y a definir objetivos y estrategias para dar el gran salto adelante que, por décadas, ha parecido imposible en el país. Los avances han sido muchos pero, como en el tango, también los retrocesos. Cuando nos ha ido bien, dos pasos hacia adelante han sido seguidos por sólo un paso hacia atrás; en muchas ocasiones los pasos hacia atrás han sido mayores que los avances hacia adelante. Pero, independientemente de lo que hayamos logrado en el pasado, el inicio del nuevo siglo nos obliga a recapacitar sobre el enorme reto que tenemos frente a nosotros y a reconocer que, a pesar de los avances, hay muchos motivos para no estar satisfechos y, de hecho, para estar profundamente preocupados.

Si algo ha caracterizado al mundo en que vivimos a lo largo de las últimas décadas eso es precisamente el hecho de que todo cambia, todo se transforma y lo que parecía constante y permanente es siempre cambiante. La velocidad del cambio es espectacular. Si uno observa a aparatos o mecanismos como el del fax o el del correo electrónico, no es posible más que recapacitar sobre el hecho de que instrumentos que hoy usamos en forma cotidiana y que hacen difícil imaginar la vida sin ellos virtualmente no existían hace sólo unos cuantos años. La electrónica y las comunicaciones han revolucionado el mundo y han cambiado la forma de vida de prácticamente todos los ciudadanos de la Tierra. Lo anterior es más que evidente para los habitantes de las zonas urbanas del mundo; pero también lo es para los más modestos campesinos. En Sri Lanka, por ejemplo, el ingreso de los campesinos se ha casi triplicado por el mero hecho de que ahora cuentan con líneas telefónicas, lo que les ha permitido conocer el precio de sus productos en los mercados y, con ello, poder negociar con conocimiento de causa con el Conasupo local. Los niños mexicanos que hoy tienen acceso al Internet nunca serán iguales a sus padres, por modesto que sea su origen social o económico.

El mundo a nuestro alrededor está cambiando de una manera fantástica. La manera de producir bienes y servicios se ha transformado y, gracias a instrumentos como el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, hemos comenzado a integrar nuestra industria y a los mexicanos en general, en los circuitos de producción, comercio e ingresos que, confiadamente, nos darán acceso a mejores niveles de vida en el curso de los próximos años. Si uno observa las diversas regiones del país, a pesar de los contrastes que todavía se pueden apreciar, es cada vez mayor el número de empresas, regiones y personas que se suman al proceso de modernización. Los rezagos son, claramente, espectaculares, pero los logros son con frecuencia tan imponentes que es imposible minimizarlos.

Pero apenas hemos dado el primer paso en este proceso de extraordinaria transformación. La apertura de la economía mexicana y la negociación del TLC (y, sin duda, de otros tratados hacia el sur del continente y con Europa) obligó a todos los productores del país a transformarse o desaparecer. La abrumadora mayoría de los productores, tomando como medida el volumen de producción, ha logrado adecuarse a las nuevas reglas de la competencia internacional y, quizá lo más visible, ha logrado niveles de exportación de bienes manufacturados que hubieran parecido no más que un sueño hace sólo unos cuantos años. Pero el reto que viene adelante va a ser mucho más complejo y difícil de vencer que la transformación de la industria manufacturera del pasado.

Lo que viene es el nacimiento de la economía electrónica y digital, dos mundos para los que simplemente no estamos preparados. El internet, esa red de imágenes, programas, información y posibilidades infinitas a la que cada vez más personas tenemos acceso, es solo el primer paso en este proceso de cambio acelerado. En puerta se encuentran otros medios, que incluyen el comercio electrónico y la entrega de productos. Para la mayoría de los usuarios del internet, la red digital se limita a lo que un individuo puede hacer a través de ella, lo que ya de por sí incluye una enorme diversidad: desde una infinidad de fuentes de información hasta librerías, tiendas, agencias de viajes y todo lo que uno pueda llegar a imaginar. Pero el internet es muchísimo más que eso. Un número creciente de empresas utilizan la red para transmitir información de ventas y compras, inventarios y nuevos productos. Hay un amplio número de fabricantes mexicanos que reciben sus órdenes de producción directamente de sus clientes en el resto del mundo a través del internet. Hace sólo unas cuantas semanas las empresas fabricantes de automóviles, Ford y General Motors, dos de los más grandes empleadores en el país, anunciaron que todos sus proveedores se tendrán que enlazar a través del internet si quieren seguir vendiendo sus productos. Ambas empresas piensan utilizar el internet no solo para enviar y recibir órdenes de compra y de producción, sino para desarrollar nuevos productos, intercambiar ideas sobre el diseño de nuevas partes y componentes y, en general, para acelerar el proceso de producción, elevar la eficiencia y la productividad de la producción. Quien no sea capaz de incorporarse en ese proceso, indicaron fuentes de ambas empresas, quedará fuera del círculo de proveedores acreditados. El internet no tiene más límites que los que impone nuestra imaginación y la infraestructura legal, regulatoria y física- con que contamos.

Si bien muchas empresas mexicanas hace tiempo entraron en la era digital, la abrumadora mayoría de los mexicanos enfrentan enormes obstáculos para participar en la nueva era. Las limitaciones en muchos casos son estrictamente personales la negativa a modernizarse que caracteriza muchas personas y empresas- pero, en la mayoría de las circunstancias, se trata de impedimentos reales, externos, que limitan la capacidad de acceso de la población a una de las tecnologías que podrían contribuir a que el país salte etapas de desarrollo, permita que empresas nuevas compitan directamente con las más grandes y, en general, desarrolle oportunidades para un amplio segmento de la población que jamás las ha tenido.

La teoría es sumamente atractiva, pero la realidad concreta hace sumamente difícil la consecución de semejante proyecto. Para comenzar, la educación en el país, por más reformas que reformen a las reformas anteriores, no ha permitido que los niños de padres marginados o pobres tengan acceso a la formación que requiere una economía moderna; si el atraso ya era grande en el pasado, éste se va a magnificar con la nueva realidad digital. En segundo lugar, todo el mundo del comercio electrónico será imposible mientras prevalezcan regulaciones que efectivamente lo impiden, como aquellas que exigen físicamente una rúbrica para poder realizar una compra-venta. En tercer lugar, el desarrollo económico a través del internet requiere de un sistema financiero funcional que permita la constitución de empresas nuevas, la inversión en proyectos innovadores y, en general, de mecanismos de apoyo a proyectos nuevos que ofrezcan oportunidades de éxito. Finalmente, sin un aparato legal flexible, pero moderno, que garantice los derechos de propiedad y permita la constitución, crecimiento y, en su caso, la quiebra de empresas, el crecimiento a través o por medio del internet será no sólo un sueño, sino otra quimera más.

La verdad es que el país se encuentra extraordinariamente retrasado en un sinnúmero de ámbitos que son vitales para el desarrollo de una economía moderna. El internet nos pone contra la pared porque ese es el camino que ofrece oportunidades literalmente infinitas para un enorme número de personas y empresas. Está perfectamente documentado que quienes primero hacen suya la tecnología y explotan las opciones que ofrece la red logran una enorme ventaja sobre las demás. Al ritmo que vamos, una tecnología tan democratizadora como lo es el internet fácilmente podría acabar llevándonos a que sólo el puñado de empresas grandes y visionarias con que cuenta el país la aprovechen. Nuestras limitaciones, las auto impuestas sumadas a las que determina el atraso con que ya de por sí acarreamos, pueden acabar impidiendo que aprovechemos una oportunidad más.

Desafortunadamente para nosotros, la posibilidad de que el internet se convierta en un éxito depende en gran medida tanto de lo que haga como de lo que no haga el gobierno. La tentación más inmediata de todos los gobiernos del mundo es la de tratar de controlar la información que se transmite por el internet, en algunos casos porque se trata de contenidos que chocan con valores de quienes deciden, como en el caso de la pornografía, y en otros porque se trata de información políticamente inconveniente para diversos intereses de la sociedad y del propio gobierno. El problema es que no hay una forma aséptica de suprimir un tipo de información sin impedir que se desarrollen los beneficios que ofrece este instrumento. Inevitablemente, las tecnologías implícitas en el internet implican otra limitante al poder gubernamental, como hace tiempo concluyeron sociedades mucho más controladas que la nuestra, como China y Singapur.

Pero el hecho de que el gobierno enfrente límites a su acción no implica que su función sea irrelevante. Al contrario. Del gobierno depende que exista a) una infraestructura de comunicaciones eficiente y a precio competitivo; b) un mercado de capitales, derechos de propiedad y un régimen de inversión abierto; c) flujos irrestrictos del hardware y del software necesarios para que sea posible el nacimiento del comercio electrónico y la provisión de servicios dentro del país y a través de las fronteras; y d) un sistema educativo (y, en general, de capital humano) que en lugar de preservar las iniquidades del pasado, contribuya a incorporar a los niños de hoy en los circuitos modernos de desarrollo y diseminación de oportunidades. Si el pasado es guía, fracasaremos en cada uno de estos requisitos. Pero, con suerte, el inicio de un nuevo siglo y de un nuevo milenio moderniza y anima hasta a nuestra encumbrada burocracia.